Renunciar para conservar poder
Cristina se ocupó de subrayar su nula disposición a resignar lo que le queda de liderazgo; no necesita mirar encuestas para saber que en su espacio nadie se animaría a desafiarla
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Podrán renunciar a las candidaturas, pero jamás transferir el mando y menos retirarse mientras les quede alguna cuota de poder por más menguado que esté. Cristina Kirchner acaba de confirmar (otra vez) la dominante vigencia de ese principio, que rige para ella tanto o más que para los líderes políticos de los más diversos signos.
En las 48 horas que transcurrieron desde que reafirmó que no sería candidata “a ningún cargo”, la vicepresidenta se ocupó de subrayar su nula disposición a resignar lo que le queda de liderazgo. Mucho menos a rendirse. También se preocupó por exhibir su voluntad de no dejarse condicionar más que por ella misma, de ejercer su autodefensa y de contraatacar a quienes la condenaron y la investigan.
Fueron en ese sentido todas sus intervenciones, incluida la excepcional aparición anoche en un set de televisión amigo , “tu casa”, según explicitó el conductor de C5N.
A la luz de esas premisas cabe analizar la sorpresiva carta de cincos carillas y 8661 caracteres (sin espacios) que el martes pasado publicó en las redes sociales, justo cuando terminaba el congreso del PJ donde se había ensayado la representación de la obra “Cristina Presidenta”, que debía interpretarse en público a cielo abierto el próximo 25 de mayo.
“Salió a cortar el operativo clamor antes de que se convirtiera en un operativo reclamo o, peor, un operativo reproche”, señaló un alto dirigente oficialista. Con esa conclusión coincidieron otros referentes del FdT, quienes admitían que la vicepresidenta era la gran (tal vez última) esperanza para mantener cierta unidad y orden, que había cobrado notable fuerza en los días previos ante la incapacidad del Gobierno para revertir la crisis económica. El ensayo final de ese clamor terminó por precipitar lo que tenía previsto explicitar más adelante.
Quienes la frecuentan explican que una combinación de sensaciones íntimas y demandas familiares para no volver a encabezar una campaña electoral habrían encontrado en el fallo de la Corte, que suspendió las elecciones de San Juan y Tucumán, el argumento (o el atajo) final para darle sentido político y dimensión épica a su rechazo a cualquier candidata. A los cristinistas no les había alcanzado que ella ya hubiera anunciado el 6 de diciembre pasado la decisión de no presentarse a las elecciones de este año luego de haber recibido la primera condena en una causa por corrupción. Anoche reafirmó ese eje. También, la dimensión personal de su decisión.
La (auto)proscripción preventiva que se impuso como justificante excluye como causa de desistimiento la falta “de aptitudes electorales”, que ella le adjudica a “los dos presidentes que aceptaron el programa del FMI”. Ella no necesita mirar encuestas para saber que en su propio espacio nadie puede (o se animaría a) competir con una postulación suya. Otra cosa es una elección general. Una prueba a la que otra vez no está dispuesta a exponerse.
En igual sentido fueron todas sus definiciones e indefiniciones posteriores al mensaje con el que congeló a los principales dirigentes de su espacio. Esos que, con la excepción de su hijo Máximo y su fiel Oscar Parrilli, habían entrado en calor el martes cantando “Cristina Presidenta”.
Todo va en el sentido de mantener las cuotas imprescindibles de misterio e incertidumbre que irá develando en grageas para seguir sosteniendo su centralidad. Todo en su medida y armoniosamente. Definición de candidaturas, aceptación de elecciones primarias dentro del FdT o un nuevo dedazo son las incógnitas que ella se sigue reservando. Para que nadie le quite la vista a su cuenta de Twitter. Como mínimo.
No son temas menores, pero no por eso hay que desdeñar las definiciones que ya dejó en sus apariciones. Alberto Fernández fue sumado a la lista de los réprobos que integran casi sin diferencias Martín Guzmán y el FMI. Nada que sorprenda sino fuera por la impiedad y la claridad con la que ubicó allí al “Presidente que sí fue”, gracias a ella, y que ya no volverá a ser, gracias a ambos.
Más importante que esas revelaciones es el condicionamiento que fijó para quienes intenten representar al espacio que ella sigue liderando. “Resulta imprescindible -más que nunca- la construcción de un programa de gobierno. (...) Un programa de gobierno que es necesario no sólo para el peronismo, sino para el sistema democrático”, escribió, en línea con lo que ya había anticipado su hijo Máximo. Un pliego de condiciones para quien venga. Mensajes directos para Sergio Massa et alii.
Si la autoestima del ministro de Economía no se agrieta con los indicadores de la inflación ni la cotización del dólar es previsible que minimice condicionamientos. Más aún después de que anoche le extendiera el sobreseimiento provisional por su gestión con el argumento de que “agarró una papa caliente” al hacerse cargo del ministerio.
Sin embargo, abundan los que señalan en el entorno cristicamporista que el pragmatismo de la vicepresidenta y de La Cámpora en la crítica actualidad no será tan elástico en un eventual próximo gobierno. Ahí estará el “imprescindible programa” para fijar los límites. Ya dijo que con un acuerdo con el FMI, que Massa se esmera en sostener, el país está destinado a una inflación incontrolable. Anoche volvió a conminarlo para que no siga acatándolo y se revise.
No habría que esperar tanto para que el pliego de condiciones se corporice. Los problemas que afronta el “Plan llegar” del Gobierno exponen cada vez más claramente las incoherencias entre lo que Massa ejecuta y lo que Cristina Kirchner predica.
Ayer, el denostado Martín Guzmán no solo se dio el gusto de incluirla a ella entre quienes no conservan “aptitud electoral”, durante una entrevista en Radio con Vos. También resaltó un pecado mortal de Massa, según el dogma cristinista, al señalar que, además de estar endeudando al país en dólares, lo está haciendo a una tasa peligrosamente alta, con la venta de bonos en dólares a valor de default. El placer de la venganza.
En ese contexto, vuelve a asomar la opción del “ascenso” de Axel Kicillof a la candidatura presidencial. A pesar de que este se aferra con desesperación al sillón de Dardo Rocha sin dejar de reconocer que su destino no depende de él. “Haremos lo que haya que hacer”, dicen en el entorno del gobernador para admitir que eso significa “lo que ordene la jefa”.
“Si eso llega a pasar, la única razón no será que Axel es quien más retiene los votos de Cristina. También es el único con el que no va a tener problemas de ningún orden Cristina. No toca la plata y ya se bancó que ella y Máximo le intervinieran el gobierno después de la derrota electoral de 2021″, explica un interlocutor de la vicepresidenta y del gobernador.
La opción “Axel Presidente”, sin embargo, preocupa en el peronismo bonaerense. Son varios que (por interés o realismo) le asignan probabilidades muy relativas de imponerse en el plano nacional y temen que se pierda el bastión kirchnerista.
Ese argumento es rebatido por los que empujan hacia arriba a Kicillof, más después de que los presidenciables del Pro no lograron unificar una candidatura a gobernador.
El juego está abierto y Cristina lo va llevando hacia una desembocadura que nadie conoce.
El desorden y las disputas abiertas en la coalición cambiemita le permiten a la lidereza prolongar el misterio, a la espera de que se despeje un poco más (para bien o para mal) el horizonte económico.
Por lo pronto, sus acólitos y sobre todo ella misma confían en que su último renunciamiento y la ampliación de la autopercibida proscripción a todo el peronismo alimenten la convocatoria al acto del 25 de mayo para que supere la comparación con el cierre de la campaña de Macri en 2019. No hay lugar para una derrota callejera en esa competencia. Todo tiene que ver con todo.
En cambio, en esa búsqueda de preservación del poder, no parece inquietarle que la extensión del concepto de proscripción a todo el peronismo puede tener consecuencias muy peligrosas.
Desde ese punto de partida hay un solo paso a la desligitimación de las elecciones o el desconocimiento de un resultado electoral adverso. Mucho más después de que la misma vicepresidenta también dijera que se vive en “una democracia mutilada” y que el pacto democrático de 1983 ya fue violado.
No parece el mejor camino para augurar un buen futuro, en medio tan difícil presente.
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