Reformas que todos piden y nadie quiere pagar
Los cambios que el Presidente demanda en el orden mundial son, aunque de signo diferente, los que en su país no puede, no se anima o no sabe hacer; su conducta se asemeja mucho a la de la sociedad que debe gobernar
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Alberto Fernández se planta en los foros internacionales (de occidente) con una seguridad para diagnosticar los problemas que el mundo padece y proponer soluciones que el presidente de la Nación envidiaría si no fuera la misma persona. De todas formas, en el plano de la acción suelen desaparecer las contradicciones: a ambos los iguala el mismo rumbo errático. Los cambios que el Presidente demanda en el orden mundial son, aunque de signo diferente, los que en su país no puede, no se anima o no sabe hacer. Su exigencia de acción urgente y de apertura que le acaba de reclamar a Estados Unidos respecto de los países con los que este tiene diferendos estructurales contrastan con lo que él hace (o no hace) y está dispuesto a hacer (o no) en la Argentina. No es original. Su conducta se asemeja mucho a la de la sociedad que debe gobernar.
Un reciente estudio cuali-cuantitativo de las consultoras Grupo de Opinión Pública (GOP) y Trespuntozero respecto de las reformas estructurales que necesita o deberían hacerse en la Argentina confirma buena parte de las inconsistencias entre demandas mayoritarias, profundas y generalizadas de cambios y la disposición a afrontar los costos derivados de ellos. Los mismos que otros trabajos vienen mostrando.
El reclamo de transformaciones, que incluyen reformas del Estado, de la normativa laboral y tributaria y de la Justicia, es abrumadoramente apoyada por el 75,2% del total y por el 77,3% de la clase media, que es y ha sido la más afectada por la situación del país en la última década.
En la dimensión macro el respaldo a reformas de fondo muestra la particularidad de que resulta transversal a toda la sociedad con diferencias no demasiado relevantes por adhesión política: más del 70% de los oficialistas y los opositores coinciden con esa demanda.
En todo caso, la distinción se da, previsiblemente, en los niveles de intensidad de demanda, según simpatías partidarias. El apoyo de los votantes de Juntos por el Cambio (JxC) a las transformaciones es del 88%, mientras que entre los del Frente de Todos (FdT) llega a al 70,7%.
Semejante nivel de reclamo coincidente en un país profundamente agrietado, al menos en la superestructura, permite llegar a la conclusión de que se está expresando “un alto nivel de malestar con la realidad que viven los argentinos y la percepción de que la situación no va a mejorar sino que probablemente va a empeorar si no hay transformaciones”, sostiene la directora de Trespuntozero, Shila Vilker.
El director de GOP, Raúl Timerman, va un poco más allá y entiende que tanto la encuesta como las expresiones recogidas en los focus groups estarían expresando un fin de ciclo, un “esto no da para más”. Ello se manifiesta con claridad respecto de la persistencia de la alta inflación sin perspectivas de reducción sensible, lo que “se vive como una agonía” y se verifica en frases como “la ‘fiebre ya lleva demasiado tiempo, alguien tiene que venir y cortarla”, según verbalizaron algunos de los entrevistados.
Por otra parte, los elevados porcentajes de demanda de transformaciones, que darían sustento a políticas públicas disruptivas, encuentran sus limitaciones cuando del enunciado general se pasa a la acción concreta, se trata de áreas específicas y en quiénes impactarían los cambios. Podría concluirse, así, que la mayoría de los argentinos le cuestionan a Fernández casi lo mismo de lo que ellos mismos adolecen. Nadie (o casi nadie) quiere pagar el precio del cambio, convencidos de haber pagado ya demasiados costos.
Por eso, si bien, “todos quieren cambios, no son los mismos cambios”, coinciden Vilker y Timerman, que difieren en la prospectiva. Esa disimilitud queda reflejada en la cuestión impositiva, ya que los votantes de JxC y de los libertarios demandan menos impuestos, mientras que los del FdT exigen que paguen los que más tienen. “Los ricos casi no pagan impuestos, pagamos los que compramos leche. Todo lo que tiene IVA paga mucho más”, dicen.
Otro tanto ocurre con las demandas de reforma laboral, aunque la grieta se atenúa, para hacer más complejo el panorama, ante el temor a que los cambios impliquen la reducción de derechos. Casi un espejo de lo que ocurre con las tarifas y los subsidios a los servicios públicos, como reflejan otros sondeos. Siempre hay alguien más responsable de pagar antes que yo.
Estas segundas y terceras capas que afloran por debajo de la demanda generalizada derivan en diferencias de prospectivas entre los responsables del estudio. La directora de Trespuntoszero entiende que a la hora de adoptar políticas transformadoras resultará inevitable el conflicto y no solo entre las distintas posturas. “Cuando se hace doble click aparecen en el fondo demandas bastante conservadoras, que se manifiestan con mucha claridad cuando se pide una reforma judicial, vinculada casi exclusivamente con la seguridad y de tipo punitivo”, casi sin diferencias entre votantes amarillos (JxC) y azules (FdT).
El responsable de GOP concuerda con Vilker, pero se permite una mirada algo más optimista, ya que, en todo caso, el dilema sería “cambio versus cambio”, es decir, entre reformas de naturalezas parcialmente distintas, pero demandas de transformaciones que, al fin y al cabo, llevarían a encararlos inexorablemente. La conclusión es que “esto es un ciclo terminado”, dice Timerman,
La comparación da algún sustento a esa perspectiva. Un estudio hecho hace un par de años por las mismas consultoras muestra que las demandas que ahora se apoyan, se exigen o se estaría dispuesto a aceptar estaban del lado de lo no decible para una mayoría de los ciudadanos. Reforma del Estado o reforma laboral eran conceptos prácticamente inaceptables, explican los responsables de ambos trabajos.
Otra característica del estudio que ven ambos autores es que los cambios que se exigen poco tienen que ver con los proyectos o propuestas que hace la dirigencia política, ya sea del Gobierno o de la oposición. El caso de la Justicia coincide en algunos puntos con la economía y la política. “Nadie habla de desarrollo productivo, sino que en todo caso se demanda un estado más eficiente, más trabajo, menos dificultades para generar empleo o impuestos más equitativos y menos regresivos”.
En lo político ocurre otro tanto, como se advierte, por ejemplo, con el cambio de la boleta partidaria por la boleta única papel, que nadie menciona espontáneamente. Lo mismo sucede con la exigencia de mejorar la educación pública, que “en ningún caso incluye el debate por el lenguaje inclusivo”. Para Timerman eso demostraría que “la sociedad va por delante de sus dirigentes”.
Si lo expresado como demanda o deseo coincidiera con la acción se podría estar ante un anticipo de sorpresa en las próximas elecciones: el 73,2% de los encuestados por GOP y Trespuntozero dice que “estaría dispuesto a apoyar un candidato que presente una escena realista en la que sólo pueda ofrecer esfuerzo y sacrificio como condición de un mejor futuro”. Pero el deber ser no siempre coincide con el ser y el voto suele ser el fruto de motivaciones más emocionales que racionales. Mucho más cuando se percibe o se teme que los cambios sean perjudiciales y que dependen de quién los haga. Allí operan los sesgos de confirmación, signados por la suma de prejuicios, información experiencias y creencias. Nada es lineal.
De todas maneras, deberá tenerse en cuenta que entre los atributos más valorados de un Presidente aparece una combinación entre “capacidad de gestión y coraje, porque esto no da para más”, dice Timerman.
Así, en la oposición Horacio Rodríguez Larreta compite palmo a palmo con Patricia Bullrich: él, valorado por “gestión” y ella, por “coraje”. Más difícil la tiene el oficialismo, de cuyos dirigentes solo se destaca Cristina Kirchner, que secunda a la presidenta del Pro en el rubro coraje, pero nadie aparece con indicadores positivos en el reglón de la gestión. Todo un llamado de atención para Alberto Fernández, que no rankea en ninguno de los dos planos.
Probablemente, al Presidente no lo alteren demasiado estas consideraciones, porque la mayoría hoy espera que las cosas no empeoren, que es lo que teme que pueda ocurrir, y él no se muestra impulsado a ninguna transformación de fondo. Pero las virtudes de hoy puedan ser los vicios de mañana. La combinación del cansancio y la resignación del presente puede mutar en hartazgo en el futuro próximo. Aunque si su llegada a la Presidencia resultó más fruto del azar y las circunstancias que del mérito, nadie puede negarle el derecho a confiar en el destino.
Por ahora, Fernández se esfuerza más por exigir cambios en el orden mundial antes que ordenar el país y la interna oficialista, sobre todo si tiene costo, aunque todos se lo demanden. Nadie quiere pagar el precio de las transformaciones. Un dilema del presente para el futuro.
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