Recuperar un estado sobrio
Si el desafío de la generación alfonsinista fue recuperar la democracia como modo de vida y organización, el de la generación actual debe ser recuperar un estado que sepa hacia dónde camina
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Si en un rubro una empresa hace sistemáticamente las cosas peor que otra, termina desapareciendo. ¿Qué ocurre cuándo eso le pasa a un Estado?
En 1957, el tren de Buenos Aires a Mar del Plata tardaba cuatro horas y media, y brindaba un servicio de excelencia (https://www.youtube.com/watch?v=ynN9X8K4OIo). Hoy, cuando no hay problemas, tarda entre seis y siete horas. En setenta años, el Estado argentino logró que el tren a Mar del Plata tarde 50% más y tenga peor servicio. Y esta es una adecuada metáfora de lo que tuvo lugar en casi todo el Estado argentino.
Algunos, sin embargo, siguen sin ver ni lo que es obvio. Hace pocos días, Alberto Fernández y Sergio Massa reinauguraron el tren de Retiro a Justo Daract, San Luis. Tarda 15 horas en hacer 630 km. También se presentó el tramo Rosario-Cañada de Gómez: 2 horas 10 minutos para hacer 72 kilómetros.
Con alrededor de 30.000 trabajadores, Trenes Argentinos es el principal empleador del país y tiene un déficit de 1250 millones de dólares. Es cierto que una parte son subsidios metropolitanos. Pero también que la productividad laboral de los trenes estatales es 10 o 20 veces menor que la de otros países. La gente viaja hacinada, yendo y viniendo de sus trabajos. Los trenes de carga van a una velocidad promedio de 9 km/h y descarrilan cada dos por tres. ¿Cuál es el sentido de reinaugurar tramos deficitarios cuando hay un mejor servicio en ómnibus?
Pero no se trata de los trenes. Ellos son un ejemplo más de la falta de foco de nuestro Estado. Se gasta mucho en hacer cosas que ni siquiera sabemos si está bien hacerlas. Hacemos mal, sin planificar.
Veamos más casos. Mantener en buen estado las rutas nacionales costaría alrededor de US$1700 millones anuales. Y Vialidad tiene un presupuesto superior a ese monto. Pero tiene muchas más personas que las que debería, y un tendido del cual ocuparse que no responde a ninguna lógica socioeconómica. Por ejemplo, la red vial de Santiago del Estero es un 46% más extensa que la Santa Fe, cuando tiene el 12% del parque automotor y de la recaudación por patente de esta última.
El problema de gastar sin saber para qué ni cómo es más visible en la infraestructura, pero se repite por doquier. Equivalentes de “trenes a Mar del Plata” existen en educación, salud, justicia, seguridad, gasto social, diseño tributario, subsidios y transferencias económicas.
Recientemente se anunció un congelamiento de ingresos al sector público nacional. Pero desde fines de 2020 ingresaron 135.000 personas al Estado. ¿Por qué? ¿Qué necesidad ciudadana había que cubrir? ¿Acaso fueron docentes para recuperar el tiempo educativo perdido en la pandemia? ¿Jueces para cubrir el enorme porcentaje de juzgados vacantes? No se sabe, pero sí sabemos que cuando se deciden estas cosas sin una orientación clara o planificada después vienen los recortes imprevistos y por donde no deben empezar: esta semana vimos la decisión administrativa del ministro de Economía que arranca su ajuste por la educación y dentro del área por los jardines de infantes.
El gasto público debe tener como objeto brindar bienes y servicios a los argentinos y las argentinas. Y el Estado debe esforzarse por ser cada vez mejor en eso. Porque la contracara de sus servicios es el costo que impone a la hora de producir y exportar. Tenemos cada vez más Estado, pero cada vez más pobreza. Queda claro que tan solo gastando más no vamos a resolver la situación de esos compatriotas. Y si cobramos cada vez más y peores impuestos, el sector privado seguirá sin poder crear puestos de trabajo en blanco.
Si el desafío de la generación alfonsinista fue recuperar la democracia como modo de vida y organización, el de la generación actual debe ser recuperar un Estado sobrio, que sepa hacia dónde camina y que dé cada paso con clara conciencia de que tanto sus yerros como sus aciertos se proyectan sobre la sociedad toda. En el presente y en el futuro. Es la gran pelea que damos con Evolución en la política. La única que vale la pena.
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