Recuerdos sin olvido: apuntes para una buena memoria
El autor reflexiona sobre las dificultades para alcanzar la verdad histórica y la reconciliación pasados ya 40 años del final de la última dictadura
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Primavera de 2019. El ex teniente 1ro. del Ejército Gregorio “Goyo” Pomar, candidato a gobernador de Corrientes en 1987 por la UCR, llega a un asado invitado por un chaqueño de Quitilipi que había hecho la colimba con él en Córdoba. Lo espera una mesa con numerosos comensales. El suboficial mayor Haroldo Medina (ya octogenario), encargado de la subunidad al mando de Pomar en vísperas del golpe de 1976, ordena “¡Atención!”. Unos 50 sesentones, exconscriptos paracaidistas voluntarios, se paran en posición de firmes. Sorprendido, Goyo (ya en los setenta), exclama el saludo marcial: “¡Compañía Comando, buenos días!”. Atruena el grito: “¡Buenos días mi Teniente 1ro!”. No olvidan la mañana del 22 de marzo de 1976 en que, con profundo dolor en el alma, el jefe se despedía de sus 260 camaradas.
Verdad amnésica
Transcurrido casi medio siglo desde el inicio de la última dictadura, y a 40 años de la presentación del informe de la Conadep en 1984, la Argentina no ha cumplido con su fin. Conocer “la verdad” como base de la “unidad y reconciliación….para que nunca más el odio (y) la violencia, perturbe, conmueva y degrade a la sociedad argentina”. Empezó mal. Al descartarse investigar los crímenes de la “Triple A” entre 1973 y 1975, renuncia el doctor René Favaloro. Con ausencia de referentes del PJ que habían avalado una “autoaministía” militar la comisión computó las víctimas del terrorismo contrainsurgente que selló la suerte de la guerrilla. Su método: captura y tortura del oponente armado o desarmado, obligado a colaborar y delatar. Los “irrecuperables” o muertos en el martirio enterrados en fosas anónimas, o dopados y arrojados al mar. Esos y otros horrores sucedieron durante el despliegue total de las Fuerzas Armadas entre 1975 y 1980.
Su resultado, el aniquilamiento de las organizaciones armadas que habían perdido todo apoyo popular. El número de desaparecidos según cálculos variables fluctuará alrededor de 8000. Durante su previa ofensiva, la guerrilla de guerrillas montada en las puebladas de 1969 a 1972 logra la iniciativa “táctica”. Toma pueblos del interior y ataca a policías y militares. El desemboque electoral de 1973 amainará brevemente su accionar. Reiniciada con la caída de Héctor J. Cámpora, combina el atentado terrorista con el ataque frontal al Ejército.
Dentro de la secuencia “dictadura-democracia-dictadura” 1966/1983, y con especial intensidad en el interregno constitucional 1973/75, la guerrilla va a practicar -sin piedad por las víctimas civiles y soldados rasos- cientos de emboscadas, asesinatos de uniformados indefensos, robo de armas, asaltos a comisarías y cuarteles, secuestros extorsivos de empresarios -cautiverio de militares sepultados en vida y ultimados- más miles de atentados explosivos. Y abre un frente rural en el noroeste. La ofensiva contrainsurgente desde enero de 1975 se hará bajo mandato constitucional, con autonomía operativa militar primero en Tucumán y luego en todo el territorio.
La verdad, unidad y reconciliación ¿no hubiese requerido también una Conadev (“Comisión Nacional de Víctimas de la Guerrilla”). Al margen de las condenas a notorios jefes guerrilleros, indultados junto a las cúpulas militares, faltó investigar los crímenes de las organizaciones revolucionarias. No se oyó el testimonio de camaradas y familiares de unos 24.000 argentinos víctimas directas, o indirectas, de la guerrilla. La memoria de la inédita violencia subversiva en democracia será amnésica. Y el terrorismo antidemocrático blindado bajo ideales heroicos.
La estrategia de las Fuerzas Armadas para aniquilar a su enemigo interno será, salvando las enormes distancias de contexto geopolítico regional, un producto subsidiario del fracaso de Francia y de Estados Unidos en sus batallas coloniales y contrarrevolucionarias de la “Guerra Fría” iniciada a sangre y fuego en el sudeste asiático. Con pivote en el peligroso calentamiento del conflicto de Estados Unidos con China durante la guerra de Corea (1951/1953) que partió en dos a ese país. Desarticulada la hegemonía política y militar occidental en las guerras de Indochina (1946/1954) y de Vietnam (1955/1975), sucedió la victoria final de Vietnam del Norte.
Entre ambas, y superando a la doble derrota franco-norteamericana, la guerra colonial contrarrevolucionaria de Argelia (1954/1962). En Iberoamérica, alineada con la gran potencia hemisférica, será aprovechado ese ejemplo. Mientras la “occidentalización” del sudeste asiático -salvo Corea del Norte- coronará el triunfo civilizatorio de Estados Unidos, Europa y Japón, globalizado con la caída del muro de Berlín en 1989.
El recurso al bombardeo aéreo sobre los campos, poblados y ciudades del enemigo nacionalista y marxista vietnamita, conducido por general W. C. Westmoreland entre 1964 y 1968, no había evitado las emboscadas selváticas del Vietcong, las batallas contra el ejército norvietnamita, el asedio de sus bases en Vietnam del Sur y la caída de Saigón en 1975. Lección que será capitalizada por Francia en la guerra de Argelia, donde va a privilegiar una ofensiva relámpago en Argel, y una contraguerrilla clásica en el desierto argelino. Un “espejo” más potente respecto del poder de fuego del “Frente de liberación Nacional”, apelando métodos terroríficos que van a provocar crisis morales y la dimisión de algunos jefes y voluntarios franceses.
La lección de Argelia y el “militarismo” hispano-argentino
Luego de los sangrientos asaltos de 1956 en Argel contra estaciones de policía, y un potente explosivo estallado en el “Milk-Bar” frecuentado por civiles franco argelinos, van a entrar en combate 8000 paracaidistas de la “10ma. División” del ejército francés. Los comanda el general Jacques Massu (veterano de la II G.M. en África, Normandía, liberación de París, y de las guerras de Indochina y el Sinaí). Habían mordido el polvo de la derrota en la batalla de Dien Bien Phu de 1954 (del 13/3 al 7/5), infligida por el Viet Minh (“Liga por la Independencia de Vietnam”) presidido por Ho Chi Minh. Dotado por el poder colonial de total libertad de acción, Massu dicta la ley marcial, desarrolla redadas masivas, reprime protestas callejeras, practica torturas a guerrilleros y militantes, guillotina a terroristas y explosiona escondites en el barrio de la Casba musulmana. Desapariciones y vuelos de la muerte son parte de la “Batalla de Argel”.
En 10 meses logra el aniquilamiento de todas las células y la captura o muerte de los jefes urbanos del “Frente de Liberación Nacional”. Al interior, el desierto juega a favor del ejército colonial. De los efectos atroces y deshumanizantes en la vida de milicianos torturados y también militares torturadores, daría cuenta el psiquiatra franco argelino Franz Fanon en “Los condenados de la tierra” (1961). Efectos sobre vencidos/vencedores en la guerra de exterminio de 8 años en ese territorio del Magreb, que anticipan similares traumas sufridos en la guerra de los años 70 entre argentinos.
Terror y contra terror con participación de tropas extranjeras, voluntarios internacionales y soldados coloniales, no eran ajenos a la Europa mediterránea. Entre 1936 y 1939, un despiadado exterminio había diezmado a connacionales de ambos bandos atrapados en las retaguardias nacional y republicana de la guerra civil, e internacional, española. La antigua interinfluencia hispano-americana será resignificada en Argentina por la simpatía de los gobiernos “militaristas” de los años 40 y a los 60 hacia el régimen franquista.
Una gran maqueta de las “ruinas gloriosas” del Alcázar de Toledo -”cuna y solar de la oficialidad de los ejércitos de España”- semidestruido por el asedio republicano de 1936, junto a una vieja bandera española con el yugo y haz de flechas falangistas, y la consigna de Franco “¡España una, libre y grande!”, luce en el centro de la sala de armas del Colegio Militar de la Nación desde principios de la década de 1940. Regalo de los cadetes de esa academia en honor a los “caballeros cadetes” criollos, con quienes comparten el mismo espíritu militar que a caballo de los siglos XVIII y XIX formaría al futuro Gran Capitán José de San Martin.
Guerra revolucionaria y contrarrevolucionaria
Aprendiendo de sus yerros en Indochina la estrategia aplicada en Argelia será analizada, entre otros, por el teórico francés A. Baufré. Entre 1957 y 1962 una misión militar francesa, recibida por el EMG del Ejército Argentino, sentará las bases del adoctrinamiento para el combate sin cuartel contra la guerra de guerrillas. Complementariamente, desde 1963, el Pentágono irá tomando la posta del asesoramiento militar argentino. Su concepción anticomunista continental -”doctrina de seguridad nacional”- se estaba prefigurando en el conflicto vietnamita. Desde principios de los 60, cadetes norteamericanos becados cursaban y se recibían de subtenientes en la Argentina. Luego volvían a West Point y revalidados con el grado equivalente de 2do. teniente, eran enviados al combate en Vietnam. Ante el vuelco de la “Revolución Cubana” hacia la Unión Soviética, va a aumentar la instrucción de tropas argentinas en la lucha antiguerrillera. La visita de principios de 1962 del ministro Ernesto Guevara Lynch al presidente Frondizi, termina con su mandato desarrollista y abre la lucha entre militares supuestamente legalistas vs. golpistas.
Al mismo tiempo, viejas “garibaldinas” y bombachas de montar de un ejército que en un buen número de sus unidades aún tenía al caballo como medio de marcha y tracción serán reemplazados por el uniforme antiguerrillero verde opaco. El FAL automático belga, que manda al museo al Máuser alemán, constituye el arma privilegiada para la infantería y las tropas motorizadas, blindadas y aerotransportadas. En instrucción, grupos de soldados mimetizados como “irregulares” (con brazalete rojo), atacan (con munición de fogueo) a compañías del mismo regimiento (con brazalete azul) ejercitando el “combate en localidades”. Oficiales con brazalete blanco arbitraban la lucha finalizada en obvia derrota guerrillera. Un ejercicio previsor de cara a los años 70, en vista de unas raquíticas guerrillas rurales de los 60 que se desvanecen al tiempo del fracaso del Che en Bolivia.
Esos incipientes ensayos revolucionarios en las montañas selváticas del noroeste argentino intentaban imitar experiencias pretéritas de países caribeños y centroamericanos. Cuba, el ideal victorioso de 1959. Antes, en 1954, ya se había desarrollado en Guatemala una insurgencia rural antiimperialista y socialista, creada y conducida por exoficiales del ejército leales al derrocado coronel Arbenz. Radicalizados hacia el marxismo y aislados, fueron aniquilados. Entre fines de los 50 y mediados de los 60, en una Argentina gobernada por dos presidentes electos con proscripción del peronismo (Arturo Frondizi y Arturo Illia), se va desenvolviendo una “Resistencia” popular/sindical con atentados explosivos. Mientras, en 1960 una asonada militar peronista fracasaba.
El primer detenido-desaparecido, Felipe Vallese, obrero metalúrgico y activo resistente peronista, desaparecerá en una sede policial en 1962. En 1965, cuando los generales “legalistas” volvían a conspirar, la Escuela de Artillería de Córdoba recibía en donación flamantes cañones y munición norteamericanos. Entregados por dos oficiales “consejeros especiales de guerra” en Vietnam, llegaban desarmados en cajones con calcomanías de la “Alianza para el Progreso” (un programa de ayuda al desarrollo creado por J.F. Kennedy para frenar el comunismo en América Latina). Y mientras los comandos de la cercana Escuela de Infantería hacían su “posgrado” en la “Escuela de las Américas” de Panamá, en clases de táctica se pasaba el documental “Contac-Ambush” (1967): marines contra el Vietcong, técnicas detección de trampas y control de la población.
Delirios guerrilleros y victorias pírricas
El joven general Vo Nguyen Giap, destacado en 1945 en la expulsión de las tropas japonesas, va a contar para vencer a Francia, y luego a Estados Unidos, con la crucial ayuda armamentística de China, el uso de refugios en “santuarios” logísticos de Laos, el apoyo mayoritario del pueblo norvietnamita y el control de vías de comunicación seguras. Cuatro condiciones político estratégicas para enfrentar fuerzas armadas poderosas, eventualmente adaptables a otros escenarios. Las que fueron olímpicamente ignoradas por los jefes guerrilleros argentinos, incluso los entrenados en Cuba. Autopercibidos “oficiales”, imitaban grados, uniforme y ritual castrense, dedicados al bandolerismo urbano.
El modelo de los barbudos de Fidel ya no servía. Lo atestiguará el Che batido y muerto en Bolivia en 1967. Los frentes del “26 de julio” luego de emboscar, bajaban de las sierras contra un ejército desmoralizado, sin soldados conscriptos. Una “guardia pretoriana” de Fulgencio Batista desertada por varios oficiales. Los barbudos recibieron un acopio aéreo de armas desde Costa Rica. Tenían el mayoritario apoyo del campesinado y sumaban la acción urbana del “Directorio Revolucionario”. La prensa yanqui exaltaba el idealismo de Sierra Maestra y nadie imaginaba su comunización.
Cuando en 1962, luego de 132 años de ocupación el presidente Charles De Gaulle concede la independencia de Argelia, produciendo el destierro de unos 3.000.000 millones de colonos, la victoria militar se transforma en derrota estratégico-política. Consecuencia de un proceso de descolonización iniciado en la post Segunda Guerra Mundial en todo el mundo. Los pedagógicos films “La batalla de Argel” y “Djamila: Argelia paralelo del miedo” (miembro de la “red de bombas” femenina que sobrevivió a su captura y tortura), y el más reciente “Lejos de los hombres”, relatan crudamente y atentos a la verdad histórica, el método de la aplastante victoria francesa. Mensaje que la izquierda armada criolla no leyó correctamente.
Las bajas policiales y militares francesas fueron unos 25.600 más 6000 civiles. Las de la guerrilla urbana y rural del FLN más los pieds-noirs civiles que los apoyaban en el campo y la ciudad sumaron según distintas fuentes entre 400.000/1.500.000, sobre una población total franco argelina de 12.000.000. En comparación, en Argentina habrá cerca de 10.000 víctimas fatales totales sobre una población de 28.000.000 (1980). Aun sumando 20.000 heridos, la violencia durante 8 años de guerra en Argelia superó con creces a la argentina de 10 años. Un “choque de civilizaciones” más brutal que el ideológico.
Con una analogía y salvando las distancias! La victoria “a lo Pirro” de las FF.AA. al resurgir la democracia en 1984, connota la de los paracaidistas franceses al decidirse la independencia argelina. Quienes diseñaron y condujeron la contrainsurgencia de los 70 en Argentina, y murieron en prisión en este siglo, obviaron estudiar ese final francés. ¿Hubieran podido anticipar que deshumanizar y desaparecer al enemigo capturado, en ausencia de una “retaguardia” metropolitana a salvo de la revancha del vencido y eventual futuro triunfador político cultural, podía desenterrar los fantasmas del horror que habían adoptado como “solución” antisubversiva? Nunca imaginaron desfallecer sin libertad y sin la compasión humana que negaron a sus prisioneros exterminados.
Más aún, la iniciativa golpista y desaparecedora comprometió el futuro de jóvenes subordinados, obligados a combatir sin ley a un enemigo fuera de la ley; o a procurar no participar en el exterminio clandestino salvando sus valores por sobre órdenes ilícitas. Un joven oficial que había egresado del Colegio Militar de la Nación (CMN) a principios de los 70 entre los primeros de su promoción, antes de ingresar a la “Escuela Técnica” de ingeniería militar y tomar distancia del exterminio, advertía a un compañero que terminará suicidándose: ¿Uds. entienden que por hacer esto van a ir todos presos? El dolor por los compañeros caídos había abierto de par en par la puerta de la venganza. Practicada también por la guerrilla que declamaba ampliarla en el poder.
Una enfermiza “guerra civil” (sui generis)
Basado en “memorias” subjetivas, y en caso de ser honestas lógicamente sesgadas, el espasmódico debate público sobre el tema tabú de los 70 ha pasado por alto, con mucha frecuencia, la verdad histórica, reemplazándola por mitos ideológicos contrapuestos. Y ello, a pesar de varios buenos libros que la conceptualizan y relatan en forma documentada. Frecuentemente, se recurre a relatos heroicos, auto exculpatorios o justificatorios -más obligados silencios- de sobrevivientes y descendientes de ambos bandos. Entre 1969 y 1980, no hubo aquí ninguna guerra “antiimperialista” strictu sensu. Menos anticolonial como fue la citada de Argelia. Pero como en ésta (y también en Vietnam) se usaron en Argentina tácticas y estrategias de la guerra revolucionaria y contrarrevolucionaria derivadas de las experiencias citadas. Iniciada por la guerrilla izquierdista alentada por una simpatía social pronto diluida, sin el respaldo de una potencia limítrofe, ni acceso a “santuarios”, y sin conductores geniales, chocó contra unas FF.AA y de seguridad, ya en alerta. Con un común denominador: el triunfo justificaba todos los medios.
El final estaba cantado. El terrorismo contrainsurgente, afirmado en el control militar territorial y una muy superior capacidad de combate, destruyó al impopular y aislado terrorismo insurgente. Sucedió con el trasfondo histórico y como última etapa de una larga “guerra civil intermitente” (o sui generis), preanunciada en los esporádicos enfrentamientos cívico militares sucedidos entre los golpes de 1930 y 1943, y reiniciada desde 1955/1956. Explosionada en la década de 1970, tuvo su tardía ordalía de sangre en 1989 en La Tablada. La ulterior confrontación que vivieron las calles de Buenos Aires y algunas provincias en 2001, marcó un cierre. ¿Provisorio? Antoine Saint Exupéry, piloto republicano en la guerra civil española, escribía y no desde la cama: “Una guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad. El enemigo es interior. Lucha uno casi contra sí mismo”. La enfermedad que mató a sangre y fuego a miles de argentinos como carne de cañón de dos grandes potencias, sigue “matando”, lenta y silenciosamente, a los perdedores de los 80. ¿Justicia o venganza? Dilema ético jurídico que mantiene vigencia. Sin consensos maduros las ideologías agonales realimentan los odios, y las “grietas” tectónicas originadas hace más de un siglo se repotencian. ¿Y la verdad? Sigue en mora.
Preguntas para responder
En una reflexión no enervada, antidogmática y sin mordazas sobre aquella tragedia, la ignorancia juega en contra. ¿Por qué sucedió el estallido insurgente que degradó la plena recuperación democrática de 1973 sin proscripciones, dando pie al paroxismo represivo desde 1976? ¿Por qué los uniformados de los 70 cargan con todas las culpas propias, o ajenas, del método terrorista, y siguen muriendo en prisión marginados del derecho a la excarcelación anticipada provista por el código penal? ¿Por qué miles de ellos, en especial exjóvenes cuadros subalternos faltos de autonomía jerárquica –salvo casos de responsabilidad probada in dubio reo en la perpetración de crímenes aberrantes- han sido sometidos a procesos incursos, según juristas y académicos, en gravísimas violaciones a la constitución nacional y al derecho internacional?. La persistente tortura psicológica y moral del enjuiciamiento penal por eventual responsabilidad en torturas, muertes y desapariciones, sin pruebas fehacientes para condenar, con el único fin de cobrar indemnizaciones y otras canonjías, la sintetiza Rosler en una cita de Albert Camus: “El mayor de los tormentos humanos es ser juzgado sin ley”.
¿Por qué, como contrapartida kafkiana, los guerrilleros sobrevivientes siguen gozando del status de héroes, o mártires, a pesar de sus múltiples crímenes? ¿Por qué ellos o sus deudos han recibido fabulosas indemnizaciones y/o perciben abultadas remuneraciones, a diferencia de las más de 1000 víctimas fatales del terrorismo revolucionario militares, gendarmes, policías, soldados y civiles, la mayoría en democracia? Una alevosa injusticia que para los 12 defensores y 1 policía caídos en Formosa el 5 de octubre de 1975, y 2 civiles ultimados en la represión posterior, está siendo reparada a casi medio siglo de ese ataque montonero en plena democracia, Justo sí, ¡pero demasiado tarde para sus seres queridos! Finalmente, ¿por qué se oculta o minusvalía la responsabilidad de la guerrilla terrorista en el desemboque del golpe del 76 y la instalación de la dictadura?
Herencia republicana y rebelde
Desde 1974 el teniente primero de Infantería Gregorio Pomar (29 años) -paracaidista y comando- se halla revistando como jefe de la Compañía de Comandos de la IV Brigada de Infantería Aerotransportada cerca de La Calera (Córdoba), bajo jurisdicción del III Cuerpo del Ejército, comandado por el general de división Luciano B. Menéndez. Una semana antes del golpe de 1976, ha mantenido una larga charla con su padre Juan Manuel Pomar, exsecretario de Comunicaciones de Illia y futuro secretario de Asuntos Militares de Raúl Alfonsín, fallecido al inicio del mandato. Gregorio ha heredado el nombre propio de su abuelo, el legendario teniente coronel Pomar (1892-1954), nacido en Misiones. Promotor, jefe y/o partícipe en sucesivos intentos insurreccionales. Primero contra la dictadura del general Uriburu (1930/1931) en repudio a la anulación de las elecciones de abril de 1931 para gobernador de la provincia de Buenos Aires, ganada por Honorio Pueyrredón, excanciller del presidente Hipólito Yrigoyen. Audaces y derrotados alzamientos en armas que se cierran en 1933 con un último liderazgo revolucionario para derribar al gobierno del general Agustín P. Justo, electo el 8 de noviembre de 1931 por la “Concordancia”, con la abstención electoral de la UCR tras la proscripción de Marcelo T. de Alvear.
En su primer proclama revolucionaria de 1931, Pomar había propuesto la asunción del gobierno nacional por el presidente de la Corte Suprema, Dr. F. Alcorta (aunque sus miembros habían legitimado el golpe de Uriburu), la organización de gobiernos provinciales civiles provisorios, la convocatoria a elecciones generales y simultáneas, y el retorno inmediato del Ejército a sus tareas profesionales. Después de un largo exilio por el Paraguay, Brasil y Uruguay, el indomable Pomar regresa a su patria en 1942. Electo diputado por la UCR (1946/1948), se niega a ser reelegido en 1949. Perseguido y preso por el gobierno de Juan D. Perón, será presidente del Comité Capital partidario en 1950/1953.
Durante su mandato en el Congreso, ha donado su dieta a viudas y huérfanos de los caídos en las jornadas revolucionarias de 1931 en Corrientes. Allí había sublevado al 9 de Infantería, resultando muerto el jefe, teniente coronel Lino Montiel, leal al gobierno de facto. Destituido el interventor federal, domina también el Chaco dos días hasta ser batido por fuerzas superiores. Serán también donatarios de su haber de diputado las familias de los peones muertos en el asalto a Paso de los Libres de 1933. En el medio interviene en otras rebeliones sin lograr el objetivo de un gran levantamiento popular.
Luego de tomada la casa de gobierno el 20/7/31, Pomar, “comandante en Jefe de las Fuerzas Nacionales de la Provincia de Corrientes”, se había dirigido al Pueblo de la República: “El Ejército Argentino, fiel a sus tradiciones democráticas e invocando el sentimiento de libertad y el más puro amor a la patria, asume con el pueblo mismo…...encauzar a la Nación en las vías de la normalidad institucional, el trabajo tranquilo y fecundo, solidarizando todos los espíritus en un mismo sentimiento de concordia fraternal y perdurable (…)”.. Recién luego de la herida de Malvinas, y avanzada la democratización, el juramento de defensa de la Patria y su bandera por las FF.AA. también lo será de la Constitución Nacional.
Con la “apertura” del régimen justista en 1937, Alvear, nuevamente candidato de la UCR, caerá ante el “fraude patriótico” que suma a los radicales antipersonalistas. Avanzado el siglo XX, y retomado en 1943 el recurso al golpe y al autoritarismo, aquella proclama será sepultada. Entre 1950 y 1980 a fuerza de purgas de oficiales disidentes, se irá arrastrando a la milicia hacia un abismo sin retorno. Y a la profesión militar, despojada de su “poder moderador” y degradada por el golpismo mesiánico, al subsuelo del prestigio social.
La idea de “ejército nacional” que la guerrilla abortó
En 1974, el teniente primero Pomar había concurrido con un grupo de instructores de elite al Perú (entre ellos Aldo Rico), a fin de entrenar y evaluar a tropas de paracaidistas. Gobernaba de facto el general nacionalista y antiimperialista Velazco Alvarado (1968/1975), quien alentaba un “socialismo de participación plena” reivindicativo del Incario que las derechas e izquierdas ultras combatían. “Campesino, el gamonal no comerá más de tu pobreza” rezaban los muros del Cuzco con el sombrero de copa alta de Tupac Amaru. El peruanismo entusiasmaba a oficiales que veían un parentesco con el justicialismo y sus precedentes en el reformismo socialista, radical y sindicalista. La caída de Alvarado (1975), luego de Salvador Allende en Chile (1973), responderá a una renovada ofensiva hemisférica, antipopulista y anticomunista, iniciada en Brasil (1964) y Argentina (1966).
Desde principios de 1976, Gregorio compartía con varios camaradas la inconveniencia del golpe que se avecinaba. Sin consenso (ni menos fuerza) para intentar una resistencia a órdenes superiores, quizás esperaban ser escuchados por algunos jefes más cercanos. En un clima social favorable al golpe, sacrificar sus carreras y la manutención de sus familias, a riesgo de ser tildados de tibios en la lucha antisubversiva -cuando se iniciada la etapa final de persecución del enemigo disperso- era un salto al vacío.
Pesaba la memoria de un centenar de camaradas muertos. Los primeros, el teniente M. C. Azúa y el soldado H. A. Vacca (29/4/71) ametrallados por unos 30 terroristas de las FAR. Negarse a intervenir en las operaciones del asalto al poder, sería causal de retiro obligatorio. Diez años antes, durante la “Revolución Argentina” (1966/1973), la subordinación castrense puesta en cuestión por oficiales subalternos, se había resquebrajado. Y va a provocar detenciones, arrestos, retiros obligatorios y bajas voluntarias de subtenientes, tenientes, tenientes primeros y capitanes, entre los 20/35 años, en varias unidades.
Jóvenes oficiales egresados del CMN entre fines de los 50 y bien entrada la década de 1960, participaban de la memorable ebullición generacional cultural, musical, intelectual y política de esa época dorada. Convencidos de ser como les habían inculcado “una bella esperanza para la patria” e impactados por el “Cordobazo” (29/5/69) el mismo “Día del Ejército”, cuestionaban el rumbo neoliberal y antipopular del onganiato. Se violaba así el sagrado Reglamento de Servicio Interno proveniente de las ordenanzas reales de Carlos III (1768) vigentes en España hasta 1978, año de la nueva constitución monárquico democrática. Su credo: “el superior siempre tiene razón”. Subordinados a un mando férreo, y a veces arbitrario, los cadetes del CMN agregaban un sarcástico: “y más cuando no la tiene!”.
Entre los oficiales punidos en 1969 -Licastro, F. Valoni, Vergara, Pastoriza- y varias decenas más hasta fines de los 70, muchos ingresarán al PJ, algunos incluso en su “tendencia revolucionaria”. Serán diputados, embajadores y funcionarios en los 70, 80 y 90, y la primera década del siglo XXI. El de mayor relevancia, teniente primero Licastro, abanderado y primero de la promoción “90″ (1960), será el primer delegado juvenil de Perón en el exilio. Lo consagra desde Madrid el “tirano depuesto” y general degradado, para disgusto del comandante en jefe del Ejército y presidente, Alejandro Lanusse. Algo andaba muy mal. Y va a terminar peor.
Una década más tarde, entre 1979 y 1980, 33 oficiales de graduación intermedia y subalterna, son obligados a retirarse por no compartir el espíritu y los fines del Proceso, última dictadura cívico militar. Entre ellos, otro exabanderado del CMN, teniente primero L. Tibiletti, egresado en 1970, que será secretario de Seguridad de la Nación en los 2000. Desde principios de los 70 habían conspirado intentando organizar un secreto y no nato “Ejército Nacional” que llegaría a sumar un centenar de oficiales adherentes. La misión: proteger a Perón a su regreso frente a un intento del ejército “gorila” para apresarlo o matarlo.
Uno de ellos era hijo de un militar peronista fusilado. Otro será herido en combate con el ERP en una de las escaramuzas selváticas con muertos y heridos de ambos bandos en el “Operativo Independencia” (1975) de Tucumán. Fuera del campo de combate, en los centros de reclusión de prisioneros, se aplicaba la metodología francesa en Argelia. Una victoria destacada en letras doradas a la entrada del “Patio de Honor” del CMN, a continuación de las batallas de la independencia y previa a la guerra de Malvinas.
En 1982, algunos de aquellos 33 expulsados por el gral. F. Galtieri van a pedir ser reincorporados, siendo destinados a completar el cuadro de oficiales en los regimientos dispuestos en la frontera con Chile. Finalizada la guerra de Malvinas volverán al retiro forzoso. En 1985, el presidente Alfonsín los ascenderá un grado. Pomar, “Director Nacional de Fronteras” del Ministerio de Defensa, será el lobista principal (sin corresponderle resarcimiento por pedir la baja y no el retiro). Desde 2005, anuladas las “leyes del perdón”, dos de ellos son procesados en causas de lesa humanidad. Uno, exdiputado nacional porteño del PJ, detenido y fugado. Otro recluido en prisión. Sus roles subordinados en la ilegal “guerra sucia” los condena.
El soldado ciudadano
“Goyo”, para su familia, tenía 7 años cuando su famoso abuelo falleció en 1954. Más grande, habrá escuchado el relato sobre su valiente frase el día del golpe del 6/9/1930. Al momento de irrumpir el general Félix Uriburu en la Casa Rosada al frente de las bayonetas de los cadetes, el teniente coronel Pomar, junto al vicepresidente a cargo, E. Martínez, responde a la amenazadora inquisitoria del jefe golpista: “Soy el edecán del presidente Yrigoyen, y leal al gobierno depuesto”. Treinta y seis años después, la madrugada del golpe del 28/6/66 contra Illia (ya defenestrados los mandos constitucionalistas) sorprende a un solitario oficial de guardia del Regimiento de Granaderos a Caballo. Sin dudar, el teniente A. Rodrigañez Ricchieri distribuye a su sección de tropa en los puestos de combate de la Casa Rosada. Desobedece la orden en contrario del general J. Alsogaray y avisa que va a abrir el fuego. Desea cumplir su deber de soldado. Lo respalda su jefe del regimiento escolta. El presidente, comandante en jefe constitucional, lo disuade; podrá seguir su carrera.
Una década después, con el apoyo de su esposa Socorro hija de un militar (retirado en 1963 por causa del conflicto de “azules” y “colorados”) que respeta las convicciones del yerno, Goyo asume una actitud de “resistencia” al golpe con una dolorosa decisión. La mañana de 22 de marzo de 1976 presenta a su comandante, general de brigada Juan B. Sasiaiñ, la solicitud de baja que antes había redactado y enviado a su padre. Pasará al estado “civil” sin cobrar un solo peso. Le advierten que siendo jefe de una importante subunidad y mientras siga en servicio, debe cumplir las órdenes de ocupación de los objetivos señalados en instituciones e intendencias de Córdoba. Ante su negativa a actuar como militar golpista, y a fin de sacarlo de circulación y evitar la repercusión o imitación del “ejemplo” de un respetado oficial, le imponen 8 días de arresto domiciliario. Causa: “expresar un juicio crítico a la conducción política del Ejército”. Inaceptable impugnación al alto mando, sumada a su anunciada insubordinación. Rodeado del aliento y amor familiar, reúne a los oficiales, suboficiales y soldados de su compañía y se despide. Otro oficial que también ha pedido la baja, luego la retira. La “obediencia debida” jugaba su papel.
Cátedra y pronóstico
“La toma del poder por parte de las FF.AA. es adoptar una actitud política ajena todas las funciones y misiones de las mismas (…) la Nación necesita a su ejército…respaldando al poder civil sin distinción de partidos, apoyando los dictámenes de la Constitución, que es de donde emana el poder de todas las instituciones democráticas, incluidas las FF.AA.”. Así daba cátedra a sus generales Gregorio “Goyo” Pomar. Tenía presente el triste recuerdo del 25 de mayo de 1973. Teniente del “Reg. 3 de Infantería 3″ de La Tablada, había concurrido muy temprano a la Plaza de Mayo. Misión: establecer un cerco de seguridad en la Casa Rosada y rendir honores al nuevo presidente Cámpora. Ante el agresivo repudio manifestado por las columnas de las FAR, Montoneros y agrupaciones políticas izquierdistas, les fue ordenado regresar al cuartel.
Consternados, la mayoría de los oficiales y suboficiales habían festejado la vuelta a la democracia. Una hostilidad creciente hacia las FF.AA. venía creciendo desde el “Correntinazo”. Ocurrió cuando Goyo estaba en su primer destino como subteniente del “Reg. 9 de Infantería” de Corrientes. Justamente, el que su abuelo había levantado en 1931 contra la primera dictadura del siglo XX. Muerto por la policía el estudiante J.J. Cabral el 15 de mayo de 1969, las tropas salen a custodiar las instituciones gubernamentales de la indignación del pueblo correntino y a prevenir nuevos disturbios. Sucesos que provocan el “Rosariazo” con 2 estudiantes muertos, seguido del “Cordobazo” con 20 muertos y nuevas protestas, principio del fin de la dictadura.
Durante la nueva dictadura del 76, Sasiaiñ será jefe del dispositivo territorial antisubversivo del Área 311 en Córdoba y más tarde de la Subzona 11 en La Plata y parte de la provincia de Buenos Aires. Luego, entre 1979 y 1982, será jefe de la Policía Federal. Su hermana Beatriz era esposa del general de división J. E. Cáceres Monié; ambos asesinados por los Montoneros en 1975. Imputado como responsable máximo del centro de reunión de detenidos de “La Cacha”, será indultado por Carlos Menem en 1989. Pero en el 2000 es procesado por sus vínculos jerárquicos con la retención y destino incierto de 11 menores, hijos de prisioneras recluidas en tenebrosos “CDR” (“chupaderos”) de La Plata.
Un horror no previsto en ningún manual de combate, salvo en órdenes secretas y repulsivas del “Código Sanmartiniano” de honor militar, causante de baja del oficial que deshonrara a una mujer. Y en las antípodas de la tradición de clemencia de Belgrano con el enemigo indefenso. Sasiaiñ morirá en el 2006 a los 79 años, en prisión domiciliaria. En 2018, fallece en prisión a los 90 años el general L. B. Menéndez, máximo jefe de Goyo en Córdoba.
“La fuerza con que hasta este momento contó el Ejército para combatir a la subversión con el éxito que lo hizo, emana justamente del hecho de estar combatiendo en defensa de un sistema democrático, que lo encuadra legalmente en esa lucha y evita que se lo vea enfrentado en la misma a un pueblo oprimido. No sería así en un gobierno de fuerza, donde se le daría a la izquierda armada argumentos reales y bandera que hace tiempo busca para captar al pueblo en su favor”.
El pedido de baja de Goyo sumaba esa advertencia desoída. A no ser por su valentía y honestidad, no hubiésemos conocido el pensamiento de un joven militar-ciudadano que anticipaba las causas de la autodestrucción de las Fuerzas Armadas. Si bien a principios de 1976 la izquierda armada estaba en acelerada derrota y había perdido toda empatía popular, una dictadura violadora de todo límite respecto de las mínimas garantías individuales de respeto a la dignidad y vida de los prisioneros, y de sus propiedades, va a permitir que los portavoces de guerrilla derrotada vuelvan por el triunfo político y cultural desde los 80, coronado con la venganza judicial en los 2000. Una piedra al cuello de las FF.AA. que la impunidad había cegado.
Goyo tenía presente que su abuelo, siendo joven teniente primero y capitán, había sido comisionado a mediar en dos conflictos. En 1916 entre patrones y obreros ferroviarios de Monte Caseros (Corrientes), y en 1918 con huelguistas de Las Palmas (Chaco). Luego de laudar en ambos casos a favor de los trabajadores, había recibido la felicitación del presidente Hipólito Yrigoyen. Una intervención diametralmente opuesta a la alevosa “pena de muerte” sobre cientos de peones rurales patagónicos, dictada en 1922 por el teniente coronel de Caballería H. B. Varela, también enviado por el presidente. Respuesta brutal a modestas demandas por miserables condiciones de trabajo, lejano precedente de futuras desgracias. En lugar del elogio presidencial al volver con la “pacificación” de Santa Cruz cumplida, le cuesta su vida segada por el disparo de un vengador ácrata en 1923. El film “La Patagonia Rebelde” (13/6/74) se proyecta justo cuando declinaba la idealización de la violencia “de abajo” y crecía el consenso con la “de arriba”. En enero de 1974, luego de un sangriento ataque del ERP a la guarnición de Azul, un “león herbívoro” vestido de general anunciaba el inicio del aniquilador escarmiento, en vísperas de su muerte, el 1 de julio.
En diciembre de 1933 el padre de Goyo, con 16 años, había sido llevado al campamento revolucionario radical secreto de Uruguayana (Brasil). El abuelo Pomar quería que el joven Juan Manuel vivenciara el patriotismo cívico de los humildes peones correntinos, mateando con sus fusiles en los fogones nocturnos listos para el asalto a Paso de los Libres. Apresado sorpresivamente por la policía brasilera a pedido del gobierno argentino, el ataque será conducido por su compañero de patriada, el teniente coronel Roberto Bosch. Diezmada la columna insurrecta en desigual combate con el “Reg. 11 de Caballería”, el gestor de tres generaciones de su estirpe política y militar cargará con una pena. Adolfo Pomar, su sobrino y estudiante de ingeniería de 26 años, ha caído disparando su ametralladora. Romantizará la gesta del Paso de los Libres un “relato gaucho de la última revolución radical” (con prólogo de J. L. Borges) un joven yrigoyenista: Arturo Jauretche, luego “forjista”, más tarde peronista, sociólogo y escritor.
¿La Dialéctica superada? Autoritarismo-revolución-represión-terrorismo-golpismo
La proclama de 1931 del viejo Pomar que había seguido latente en la conciencia profesional y civilista, aunque en franca minoría, de no pocos oficiales argentinos, parecía haber fenecido en los 70. El derrocamiento de Isabel Martínez de Perón, asediada por la violencia guerrillera y el golpismo, unidos en la creación de un clima hostil a la frágil legitimidad constitucional, más la impotencia o resignación de la dirigencia civil, será el último y trágico error del llamado “partido militar”. La complicidad mediática confluyó con una sociedad aterrorizada bajo fuego cruzado de bandas armadas, policías y militares vs. las organizaciones revolucionarias. Era la eclosión de un proceso violento de larga data.
A fines de 1959 una guerrilla peronista se había dado a conocer con el asalto a una comisaría santiagueña. El 12 de marzo de 1960 cae la primera víctima civil del terrorismo. Guillermina, una niña de tres años, muere aplastada por escombros mientras su hermano Jerónimo, de 4 años, queda gravemente herido, Son dos de los hijos del mayor D. Cabrera. Oficial de inteligencia y exallegado a Perón, señalado como represor del “Plan Conintes”. Precedido por un decreto de mediados de los 50 y reactualizado, es puesto en vigencia por el presidente Frondizi, electo en 1958 por un 44% de los votos.
Mientras duerme con parte de su familia, la casa de Cabrera queda destruía por la explosión de dos kilos de trotyl colocados por los “Uturuncos”, nombre del grupo santiagueño. A salvo con sus abuelos duermen una hija mayor, y David, su hijo tocayo de 7 años. Seguirá la carrera militar en la inteligencia del ejército. En 2022 es condenado a cadena perpetua en la causa “Vesubio III”. Una saga de seis décadas iniciadas con el entierro de la hermanita en 1960, lo encuentran victimario en el segundo lustro de los años ´70, y preso de la vindicta judicial en los 2000.
A Goyo le faltaba medio año para egresar como oficial cuando su padre, integrante del gabinete de Illia, debió volver a su estudio jurídico en julio de 1966. Desde 1955 los cadetes marchaban a instrucción cantando la “Marcha de la Libertad” en honor a la “Revolución Libertadora”. Había quienes permanecían callados; obviamente el joven Guillermo Cogorno. Su padre, coronel retirado luego de derrocado Perón, había sido fusilado en junio de 1956 con otros 16 militares y 10 civiles; protagonistas de una frustrada “Revolución Nacional” que ocasionó sólo tres muertos en el único combate de La Plata. En 1964, al ingresar con 16 años al 1ro. y 2do. cursos “acelerados” del CMN ese año, el cadete Pomar revista en la 3ra. Compañía de Infantería.
Su encargado es el sargento cadete Aldo Rico, tercero de la promoción “94″ (julio/1964). En los 80 jefe de comandos en Malvinas y líder “carapintada”. Luego diputado nacional, convencional constituyente, intendente y ministro provincial. A su egreso, lo reemplaza el sargento cadete Adalberto Rodríguez Giavarini, primero de la promoción “95″ (diciembre/1964). Oficial paracaidista, pedirá la baja con el grado de teniente a fines de los 60. Economista y político radical, será canciller de Fernando de la Rúa. El teniente primero A. P. Etchehun, futuro general, será el instructor que deja huellas humanas intensas en el futuro profesional de Pomar. Con Rico compartirá la especialidad de comandos. Con Giavarini, la política radical y el gobierno de Alfonsín, de quien será amigo.
En diciembre de 1966, con 19 años, el ansiado diploma y el sable de subteniente -grabado con el nombre de Goyo y el “sean eternos los laureles”- son rubricados por el presidente de facto, Juan Carlos Onganía, en lugar del presidente destituido. Liceísta militar desde los 12 años, en 1975 ha cumplido 17 años de milicia cuando el renovado y último golpismo termina por frustrar su vocación. El ángel del indómito abuelo lo guiará hacia la crucial decisión. Con su rebeldía y entereza, sobreponiéndose al ostracismo, el nieto y tocayo honrará la imborrable heredad.
El ejemplo de España y la concordia argentina
Hija y sobrina de militares de la generación juvenil de los 60 y 70, pionera en la reivindicación de las víctimas del terrorismo insurgente, Victoria Villaruel, actual vicepresidente, ha señalado que mientras el terrorismo etarra se cobró en España 853 muertes y 2600 heridos en cuatro décadas de acción (1968 a 2009), el terrorismo vernáculo -incipiente y esporádico en los años ‘60- produjo en Argentina 1094 muertos y 2368 heridos, la gran mayoría solamente en la década de 1970. Al repudiar declaraciones de Mario Firmenich desde España, justificatorias de la violencia que Montoneros y el ERP comandado por Mario Santucho, más una decena de otros grupos protagonizaron en los 70, indignada lo trató de delincuente impune.
A diferencia de casi todos los jefes trotskistas caídos en acción o desaparecidos, Firmenich dejó a la intemperie miles de sus milicianos provistos de una pastilla de cianuro, mientras él y sus acólitos ponían los pies en polvorosa. Para reaparecer en otras latitudes, con pulcras camisas charreteadas y lustrosos correajes, lejos de todo peligro, colaborando con una triste dictadura centroamericana de “izquierda”.
Si alguien imaginase un plebiscito popular no vinculante que convocase al diálogo entre actores y familiares víctimas de la guerra de los 70, para elaborar un acuerdo equitativo, compasivo y justiciero que cicatrice las heridas, surge una duda ¿Entre quienes? Difícil entre ideólogos, guerrilleros, uniformados y civiles, aferrados a razones no negociables que caminan con la “verdad” y/o el rencor a cuestas, orgullosos de sus crímenes.
A poco menos de 40 años de concluida la Guerra Civil Española, a un costo descomunal de muertos en combate, asesinados y arrojados a cunetas, o desaparecidos en fosas comunes, más multitud de heridos y mutilados, se logró un consenso superador de aquella tragedia luego de la muerte de Franco en 1975. Viejos vencedores y vencidos en la lucha hicieron su mea culpa. Previamente, había sucedido un lento proceso de reconciliación. Un ejemplo, el del general Vicente Rojo, jefe del estado mayor republicano durante los casi tres años de guerra.
Era nada menos quien en 1936 había intimado rendición (sin éxito) a sus antiguos camaradas del sitiado Alcázar de Toledo. Invitado a “pasarse” lo declinó por lealtad política y militar al gobierno constitucional. Luego de exiliarse en Argentina y Bolivia en los años 40 y 50, fue autorizado a volver a España en 1958 sin peligro para su vida. Sometido a juicio, fue degradado y condenado a prisión perpetua. Nunca cumplió la pena. Y como otros combatientes “rojos” regresados y condenados, fue inmediatamente indultado. Falleció en su casa de Madrid en 1962 en absoluta libertad.
A partir de 1978, logradas las pautas de la transición hacia un nuevo régimen monárquico democrático, España se proyectó al mundo y en 1985 entró en la Unión Europea. El ejemplo de los “Acuerdos de la Moncloa” ¿podría ser una guía para sellar nuestra paz y eximir a las nuevas generaciones de los odios arrastrados por más de medio siglo? Con dos condiciones básicas. Perdón mutuo por los actos impiadosos de los 70 y compasión en lugar de odio enfermizo.
¿Confiar la agenda de la reconciliación a los actores y afectados por aquella violencia aún vivos? ¿Cómo establecer una garantía legal que promueva la concordia? ¿Es viable la amnistía o indulto de los uniformados y civiles que siguen presos? ¿Todos? ¿O excepto los condenados por crímenes aberrantes (aun juzgados sin garantías constitucionales)? El procesamiento y prisión de los guerrilleros en libertad, aunque sea justo ¿sería practicable? Compartir las cicatrices del alma de un pasado trágico, a la luz de emociones y verdades compartidas, debería conducir a consolidar la paz y la concordia en base al perdón, compasión, memoria completa y equidad.
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El autor es sociólogo
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