Recrear la esencia perdida de Cambiemos, el desafío más complejo para Macri
Un trabajo cualitativo describe cómo el oficialismo resignó los atributos con los que se transformóen la fuerza gobernante; la polarización con el kirchnerismo ya no le rinde como antes
Una de las consultoras de opinión pública más prestigiosas del país detectó en las últimas semanas un dato que le llamó la atención: en los focus groups, los estudios cualitativos y en profundidad con los que intentan bucear por debajo de la superficie agrietada de la sociedad, muchos de los participantes dejaron de hablar de "Mauricio" para referirse al Presidente y pasaron a identificarlo simplemente como "Macri". Un retroceso para la doctrina de la empatía amigable que predica Pro.
El dato puede pasar por anecdótico, pero también revela que hay un fenómeno de mayor profundidad, más allá del bajón en los sondeos de intención de voto (esta semana una encuesta de Isonomía generó revuelo al mostrar que si hoy fueran las PASO Cristina Kirchner le ganaría Macri por 4,6 puntos y después lo vencería en un ballottage). Y está vinculado con la pérdida de los atributos que hicieron de Cambiemos el depositario de la misión de dar vuelta la página del kirchnerismo.
El mismo estudio cualitativo que llegó a los principales despachos de la Casa Rosada exhibió la dificultad que tienen los consultados para identificar los principales logros de la gestión. Un 10% mencionó la obra pública y un 9%, la transparencia y la lucha contra la corrupción. El resto de los ítems tuvieron valores irrelevantes. Pero lo más grave fue que el 43% respondió "nada". Tan excesivo como lapidario.
Parece claro que las enormes dificultades para lidiar con la crisis económica terminaron erosionando su capital simbólico, le quitaron contenido y sentido. Por eso, al momento de evaluar la gestión de Macri, el 72% dijo que fue "peor" de lo esperado; el 19%, "igual", y solo el 7%, "mejor". Es el problema de un proyecto basado en expectativas: cuando se diluye el vínculo emocional, los resultados racionales son crueles.
"A nuestro votante le está costando defender al Gobierno, no tiene argumentos, está desilusionado, bajoneado. Por eso la marca Cambiemos, que siempre fue nuestro principal activo, sufrió un deterioro", admite un funcionario oficial. Se entiende la aflicción. El considerado "núcleo duro" del oficialismo, el colectivo de incondicionales que están dispuestos a jugarse a fondo por Macri, pasó del 25% al 18%.
Los analistas ubican este proceso de desgaste simbólico en cierto momento del verano. Mientras las vacaciones distraían la atención, el capital intangible de la coalición de gobierno se derritió ante la sensación de que los padecimientos de 2018 no habían concluido con el cambio de calendario. La historia evaluará cuánto incidió en esa percepción el anuncio de subas masivas de tarifas el penúltimo día hábil del año pasado.
Ese proceso se hizo más visible porque por primera vez empezó a crecer Cristina Kirchner (el resto lo hizo la irrupción de Roberto Lavagna). Es decir, se rompió el cristal que hacía de Macri la contención frente al regreso de la expresidenta. La sensación de falta de control de la inflación y el dólar produjo un fenómeno insólito: que muchos votantes no kirchneristas empezaran a considerar mejor la gestión económica de la "década ganada" que la del macrismo. Como sugiere el sociólogo Ignacio Ramírez, "la percepción del pasado se mueve; la mirada que hay hoy del 2015 es distinta de la que había en ese momento, y eso es consecuencia de que se produjo una aceleración imprevista del tiempo político". Prueba de ello es que hoy Cristina Kirchner tiene un techo electoral, de quienes dicen que no la votarían nunca, más alto que Macri.
Esto alteró el principio ordenador que rigió la discusión electoral en 2015 y en 2017, cuando básicamente se plebiscitó la administración kirchnerista. Lo que se votó entonces fue la continuidad o el regreso a un modelo que ya había sufrido un fuerte proceso de desgaste. Fue un mandato cultural y político. Ahora, en cambio, el ordenador del debate pasó a ser la gestión de Cambiemos. El mandato es económico. Por eso el discurso anti-M eclipsó al anti-K. "Hoy la incidencia del factor herencia recibida tocó el punto más bajo desde que asumió el Gobierno, ya que pasó del 70% al 38%", señala uno de los consultores a cargo del focus groups. Macri está frente a su propio espejo; el contraste con la imagen de Cristina no le rinde como antes. La polarización sola ya no alcanza.
La esperanza de la inercia social
Toda elección tiene un mandato, un interrogante a responder. Y esta vez lo que se debe determinar es si lo que Macri representa es un proyecto agotado, un ciclo cumplido que no tiene nada más para ofrecer, o si, por el contrario, hay una mayoría dispuesta a renovarle el crédito impago. Por eso quienes aconsejan al Presidente plantean que la clave reside en recuperar protagonismo para poder brindar certidumbre al electorado. Certidumbre económica de que sigue en control de la situación y certidumbre política de que conserva la fortaleza para derrotar al kirchnerismo.
En este contexto hay que interpretar la batería de medidas que anunció el Gobierno entre martes y miércoles. Como nunca antes en toda la gestión, imperan en varios despachos oficiales un genuino temor a la dinámica inflacionaria y una pérdida de confianza en la capacidad de diagnóstico del equipo económico. Por primera vez el diseño estratégico quedó expuesto a la influencia de los guardianes territoriales, mandatarios que reclamaban herramientas discursivas para salir a la calle. Microkirchnerismo económico, miniperonismo proselitista.
Por eso se regeneró un entramado determinante con los gobernadores. María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta habían estado muy cerca de una declaración de autonomía política cuando Jaime Durán Barba los apuntaló con su diagnóstico sombrío y los ayudó a que Macri atendiera sus planteos. Y la apertura a las propuestas de los radicales solo fue viable cuando el abismo de pronto se abrió en la proyección electoral. Junto con las clases media y baja, Alfredo Cornejo fue el otro destinatario del paquete de medidas. Consiguió por fin un set de argumentos para lidiar con la convención de la UCR.
A pesar de que ya no depende de sí mismo, Cambiemos todavía tiene chances de recuperarse. Cristina Kirchner aún no oficializó si será candidata, pero si quiere regresar al poder tendrá que hacer campaña, volver a hablar y rodearse de sus exfuncionarios. Corre así el riesgo de refrescar en la opinión pública las razones por las que la mitad de los argentinos hace cuatro años decidieron cerrar su ciclo. Puede pesar a favor del Gobierno una inercia social por la cual después de haber hecho un gran esfuerzo de cambio en 2015 hoy al electorado argentino le cueste más volver a hacer un giro. Paradójico, el lema de Cambiemos en realidad sería "sigamos". Claro que para ello la Casa Rosada debería ayudar. Los oficialismos siempre corren con ventaja si la saben utilizar.
Hay un dato más del focus group que alimenta esta lectura: aun hoy, en el peor momento del oficialismo, un 45% cree que Macri seguirá siendo presidente en diciembre, contra un 30% que imagina a Cristina en ese cargo. Parece contradictorio, pero no lo es. Este dato podría indicar que a pesar del rechazo que hoy cosecha la alianza gobernante, puede haber votantes que puestos a elegir in extremis doblen la boleta amarilla otra vez. La decepción con el Gobierno no implica necesariamente un apoyo opositor. Un pensamiento casi supersticioso para una administración racionalista, acostumbrada a tener todas las variables bajo control.
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