
Rafael "Balito" Romá, el otro yo de Eduardo Duhalde
En funciones: de perfil bajo y hasta crítico del mandatario, el vicegobernador es quien lleva adelante la gestión de gobierno, mientras su jefe hace campaña.
Detrás del gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, un hombre de bajo perfil se ocupa de todo lo que el precandidato presidencial resigna por su campaña para 1999.
Rafael Romá, el vicegobernador bonaerense, está al frente de la administración de la provincia de Buenos Aires. Duhalde toma las decisiones políticas y controla su ejecución, pero cada vez está más alejado de la acción de gobierno. Entonces, delega.
Tal vez, después de las elecciones internas del PJ, el 11 de abril del año próximo (fecha que será ratificada hoy por el congreso provincial del PJ, sobre lo que se informa aparte), el gobernador pida licencia, si es que logra vencer a Ramón Ortega o, eventualmente, a Carlos Reutemann, en los comicios internos peronistas.
El binomio Duhalde-Romá encontró la fórmula para mantener el equilibrio: el vicegobernador no disputa a su jefe el protagonismo y cumple con su papel de "secretario de lujo", como él mismo se suele definir. Duhalde toma decisiones y Romá se ocupa de la administración.
Los ocho años que llevan en La Plata les sirvieron para conocerse bien. "Balito (así le dicen a Romá), ahora tenés que ocuparte de todo porque la campaña me quita tiempo", le dijo Duhalde en privado.
La frase no sorprendió al hombre de ojos claros, que nunca usa traje. Cada vez que el PJ enfrentó elecciones, el gobernador trocó su papel de funcionario por el de buscador de votos.
Duhalde reforzó aquel gesto priva- do durante una reunión de gabinete, según confiaron a La Nación dos de sus miembros. Los funcionarios se comprometieron a no obstaculizar la acción de Romá, quien preside ahora las reuniones de gabinete.
Sin embargo, fiel a su estilo, el caudillo bonaerense mantiene el control del gobierno. Los duhaldistas que conocen bien a su líder califican la relación de éste con sus hombres como "radial": habla con todos, pero nunca entrega el monopolio de nada.
Este estilo de hacer política se mezcla con la necesidad de delegar funciones. Para esto, el requisito básico es la confianza: Duhalde no puede arriesgarse a que su gobierno sufra desequilibrios a tan pocos meses de los comicios presidenciales.
Primera señal
Romá conoció al gobernador bonaerense cuando ambos eran intendentes: el primero, de Ramallo, y el segundo, de Lomas de Zamora. La relación institucional se transformó en una amistad que creció con los años, pese a que Duhalde siempre se destacó entre sus pares e intentó conducirlos.
Después de ser intendente, el ex compañero de ruta de Duhalde fue, por poco tiempo, diputado provincial, hasta que el entonces gobernador bonaerense, Antonio Cafiero, lo nombró ministro de Acción Social.
En la pelea interna Cafiero-Menem, en 1988, Romá jugó para el actual senador. No fue el único. Carlos Corach, actual ministro del Interior y menemista a ultranza, era el apoderado de la lista del veterano dirigente.
Su postura le sirvió de nexo entre la estructura política de Cafiero y la flamante Liga Federal, de Duhalde. Este abandonó, en 1991, la vicepresidencia de la Nación para ser candidato a gobernador bonaerense.
Duhalde eligió a Romá como com- pañero de fórmula, de una manera particular: una tarde, el caudillo de Lomas de Zamora lo citó en su quinta Don Tomás, en San Vicente.
Cuando Romá arribó estaban Alberto Pierri, Bruno Tavano y Jorge Villaverde. "Miren, ¿no tengo compañero de fórmula", dijo Duhalde.
Romá se sorprendió. Era la primera señal que tenía sobre su candidatura. Le contestó que sí. Duhalde le pidió que buscara un traje porque había convocado, dos horas después, a una conferencia de prensa para hacer el anuncio. Romá volvió, pero en jeans y corbata.
No cambió de opinión en 1995, cuando el gobernador le ofreció repetir la fórmula de 1991. Esa decisión le impide hoy proyectarse como candidato a gobernador en Buenos Aires.
Sin embargo, el ex intendente de Ramallo seguirá ligado a su jefe, aunque dice que no le gusta la política.
Relación de amigos
Romá es un hombre que nunca tuvo capacidad para formar una estructura política; de hecho, no la tiene. Pero Duhalde siempre le reconoció un valor clave: prescindir del aparato político y dedicarse sólo a las tareas administrativas. Por esto, el gobernador le encomendó hacerse cargo de su puesto mientras él hace campaña, con el reaseguro de que, en su ausencia, no se producirán desequilibrios políticos importantes.
Otra cuestión tan crucial como la anterior es que no hay celos de protagonismo entre ambos. Romá nunca va a un acto público institucional si lo hace el gobernador. Respetan ese código. El despacho del vicegobernador, en La Plata -el que ocupó Cafiero hace diez anos-, está cerca del de Duhalde. Todos los días, además, hablan por teléfono.
La confianza entre ambos se resume en una anécdota: el ex intendente de Ramallo va a menudo a la quinta de San Vicente y, entre otras cosas, juega al fútbol en el equipo de Duhalde. No es un dato menor, el pre- candidato presidencial sólo elige a sus amigos para armar ese equipo.
A un año de los comicios presidenciales, Duhalde pisó el freno en La Plata. Toma las decisiones políticas más importantes y "monitorea" a su gabinete, aunque deja bastante margen para la libertad de acción.
El método que encontró Romá para encarar su tarea es un cuaderno azul: allí anota todas las cuestiones relevantes del gobierno provincial, que consulta con Duhalde. Está conforme con su papel de "el otro yo" del gobernador. Además, es una suerte de "abogado del diablo": le dice a Duhalde lo que piensa y éste siempre le perdona sus rebeldías. La campaña es la prioridad. Duhalde se preparó 30 años para ser presidente.
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