El Presidente presiona a los jefes provinciales con la legitimidad de su resultado electoral, pero los números no tienen una lectura única
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Las boletas electorales no vienen con un espacio para explicar las razones del voto. Son los analistas y los propios candidatos los que se encargan de teorizar sobre el mensaje cifrado detrás de la suma de decisiones individuales que deja vencedores y derrotados. Javier Milei ha convertido en su principal arma de intervención política la interpretación del balotaje de noviembre.
Es el látigo con el que castiga a sus enemigos, ahora agrupados en el bloque de gobernadores que cuestionan la carga del ajuste fiscal que la Casa Rosada pone sobre sus espaldas. “Tienen que entender que la gente eligió un cambio”, advirtió en el comunicado que sacó el viernes, después de que el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, amenazara con cortar el suministro de petróleo si no le reponen fondos coparticipables retenidos por deudas con un fondo fiduciario. El mismo texto aguijonea: “El pueblo argentino eligió al Presidente Javier Milei para terminar con los privilegios de la casta, y eso es lo que va a suceder”. Y llama “degenerados fiscales” a los jefes provinciales que se le oponen.
Les plantea de manera abierta un duelo de legitimidad: los votos lo validan y los gobernadores deberían aceptar el rumbo decidido por la mayoría. Pero el argumento se topa con un obstáculo que refleja la extravagancia del proceso electoral de 2023, en medio de la crisis económica y el desprestigio del gobierno de Alberto Fernández. La población votó de manera errática entre los comicios provinciales y los nacionales. Incluso hubo giros sorpresivos en las tres instancias presidenciales (PASO, primera vuelta y balotaje).
Así los gobernadores pueden –y de hecho lo hacen– discutir la tesis libertaria de que la voluntad popular le da la razón a uno y les quita a los otros el derecho al pataleo. Casi todos los jefes provinciales elegidos en 2023 obtuvieron en sus respectivos distritos un porcentaje de votos mayor al que sacó Milei en la primera vuelta electoral de octubre. El ahora presidente los superó al mes siguiente en el balotaje, pero ninguno de los gobernadores tuvo que competir en una segunda vuelta, con su consecuente e inevitable polarización.
¿Qué voto vale más? Así como Milei ganó con la promesa explícita de eliminar la inflación a partir de un duro plan de recorte del gasto y de achicamiento del Estado, gran parte de los gobernadores se impusieron con discursos mucho menos ortodoxos. Algunos de ellos directamente opuestos.
La incógnita oculta detrás de esta batalla de narrativas es a quién va a culpar la población por las penurias del ajuste. ¿A los “gastadores seriales”, como llama Milei a los gobernadores? ¿O al gobierno nacional, integrado mayoritariamente por porteños, algo que algunos ya usan para insuflar el histórico espíritu de rechazo al centralismo?
Un análisis de los escrutinios del año pasado permite visualizar mejor la complejidad del dilema y el arma de doble filo que esgrime el Presidente. De las 22 provincias que eligieron nuevo gobierno local (Santiago del Estero y Corrientes lo harán en 2025), 17 lo hicieron en fechas despegadas de los comicios nacionales. En ninguno de esos casos La Libertad Avanza pudo presentar una candidatura competitiva. De las cinco restantes, que se resolvieron el 22 de octubre, solo en Capital, Buenos Aires y Entre Ríos hubo libertarios que consiguieron una cifra de dos dígitos en la categoría gobernador. Aun así, quedaron terceros y lejos del triunfo.
Si se compara el porcentaje de votos de cada gobernador con el que obtuvo en su distrito la boleta Milei-Victoria Villarruel en primera vuelta, el Presidente únicamente puede afirmar que sus números superaron al mandatario provincial en el caso de Mendoza. Sacó 42,3% en octubre frente a los 39,5% que llevaron al poder al radical Alfredo Cornejo en septiembre.
Otro caso en el límite es el del santacruceño Claudio Vidal, que fue elegido el mismo día de los comicios nacionales. Sacó 33,3% con su boleta, pero como hay ley de lemas se le debería computar la suma de sus otros compañeros de partido, lo que eleva su caudal al 46,6%. Milei consiguió ese mismo día en la provincia de los Kirchner el 36,3%.
Torres y los enemigos
Muy paradójico es el caso de Chubut, zona cero de la actual rebelión de los gobernadores. Torres, apoyado por halcones y palomas del Pro, obtuvo a fines de julio el 35,8% de los votos, mientras que Milei se quedó allí con el 35,1% en octubre. En número de votos, el libertario podría sacar pecho: acaparó 4214 más (con una participación más alta).
En Neuquén, otra de las provincias patagónicas en ebullición, también se dio una situación de “virtual empate” entre el gobernador Rolando Figueroa y Milei, contando siempre los votos de primera vuelta: 36,9% a 36,7% (con un diferencial de voto neto a favor del Presidente, producto de una mayor asistencia a las urnas en la instancia nacional).
¿Y cómo leer lo que pasó en La Rioja? Allí el kirchnerista Ricardo Quintela –convertido en archienemigo de Milei desde el día 1– ganó en mayo con el 52,6%. El actual presidente alcanzó un sorprendente 37,6% en octubre y después se impuso con el 53,7% en noviembre. Matemáticamente queda en evidencia que muchísimos ciudadanos riojanos eligieron al estatista acérrimo Quintela y al anarcocapitalista Milei con unos meses de diferencia.
En la lista de “traidores” que dispara el mileísmo por las redes tienen un lugar destacado el cordobés Martín Llaryora y el santafesino Maximiliano Pullaro. En los dos casos se hace retorcida la guerra de legitimidad. Llaryora sacó en junio 45,2%, mientras Milei alcanzó en Córdoba 33,6% en primera vuelta y arrasó con 74% en el balotaje. En Santa Fe, Pullaro se impuso con el 58,5%, casi 26 puntos más que la cosecha de Milei en octubre. En la segunda vuelta, el libertario se impuso con el 62,8%.
La discusión está planteada. Los gobernadores se escudan en sus números para posicionarse en el campo de batalla. Milei retruca con el resultado del balotaje que ganó por 11 puntos a nivel nacional (y en el que se impuso en 21 provincias). En Chubut, por ejemplo, la Casa Rosada hace flamear el 59% que sacó el Presidente en noviembre. ¿Cuánto de todo ese apoyo es identificación plena con “las ideas de la libertad” y cuánto un rechazo a la continuidad política que hubiera implicado el triunfo de la fórmula Sergio Massa-Agustín Rossi?
Solo en Misiones, Formosa, Tucumán y Catamarca los gobernadores ganaron con más votos que los que obtuvo Milei en segunda vuelta. Cabe insistir en que no hubo balotajes provinciales en 2023 (solo tres distritos contemplan el sistema en sus constituciones y en ninguna de ellas fue necesario aplicarlo).
Otro argumento que suele arrojar la Casa Rosada en la discusión es que “la gente votó un cambio”. Es tan cierto a nivel nacional como en muchas provincias: siete gobernadores de los que asumieron en diciembre son nuevos en la función y derrotaron a la estructura política que mandaba desde hacía años en su territorio. En total hay nueve debutantes, mientras que otros cuatro vuelven después de haber gobernado tiempo atrás.
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