¿Quién le teme a Cristina Kirchner?
Habrá que esperar a la nueva carta o el nuevo hilo de Twitter de la vicepresidenta para salir de una incertidumbre; y pasar a otra
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El viernes, el ministro Martín Guzmán puso a soñar a la Argentina sueños eléctricos de crecimiento sin ajuste, sin emisión, sin inflación y con equilibrio fiscal. La utopía esquiva de todo gobierno argentino de los últimos 40 años, es decir, de toda la historia de la democracia recuperada, al alcance de una firma de un acuerdo con el FMI. Los males más temidos de la macroeconomía resueltos todos, como máximo, en tres años: déficit fiscal primario cero para 2025; financiamiento cero del Banco Central al Tesoro para 2024; acumulación de reservas de 5000 millones de dólares para 2022 y sumando; tasas positivas reales, es decir por encima de la inflación y desde ahora, una deuda menos inflacionaria, según la descripción de economistas expertos, que recurre al mercado de capitales internos e instituciones internacionales en lugar de la emisión del Banco Central. Eso, el viernes. Hoy es martes: ahora, el panorama es otro.
Porque la complejidad del problema argentino está también en la cantidad de esferas que se superponen. No es solo la economía, estúpido, sino también la política. Y eso, a favor y en contra. Por ahora viene siendo en contra. En el centro de esas intersección de problemas está la figura de Cristina Kirchner como fuente central de incertidumbre. Ahí radica su poder. Hay indicios que sobran.
Ayer, la política recuperó la escena en forma de crisis a partir de la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque del Frente de Todos en Diputados. ¿Sus razones? Un rechazo al acuerdo con el FMI, la “Fuerza Monetaria Internacional”, como la llama el diputado en su comunicado por la presión excesiva que, sostiene, ejerce sobre los gobiernos endeudados. “Esta decisión nace de no compartir la estrategia utilizada y mucho menos, los resultados obtenidos en la negociación con el FMI”, sostuvo el diputado Kirchner, que también puso en duda la capacidad del Presidente, de Guzmán y su equipo como negociadores. “Algunos se preguntarán qué opción ofrezco. En principio, llamar a las cosas por su nombre: no hablar de una dura negociación cuando no lo fue, y mucho menos hablar de “beneficios””. El que negoció duro y bien, dice Máximo Kirchner, fue Néstor Kirchner. Antes de la renuncia de su hijo, la primera señal de crisis fue el silencio sostenido de Cristina Fernández desde el anuncio del viernes.
La cuestión es que aunque el dólar y el riesgo país bajaron luego del anuncio, el riesgo político vibra fuerte desde hace cuatro días. Se trata de la esfera política en su peor versión, generando una crisis política y también económica: para condicionar un primer viso de racionalidad económica, aunque sea pura promesa, que trajo algo de calma.
La política horada la inestable paz económica con el silencio de la líder del Frente de Todos justo cuando su voz es más necesaria para ratificar el acuerdo con el FMI. El silencio se cierne ominoso sobre el presente político y amenaza con hacer estallar la tensa calma económica alcanzada el viernes. Aunque el riesgo país y el dólar se tranquilizaron, el silencio vicepresidencial solo augura caminos críticos. La palabra de Máximo es quizás la primera oración de la estrategia de la vicepresidenta. Esa renuncia habilita, a su vez, libertades difíciles para el presidente Fernández y para Guzmán en el Congreso, a la hora de tratar el acuerdo. Y en el peor de los casos, las horas por venir auguran carta de Cristina Kirchner, o tsunami de tuits. El presente tiene forma de crisis política y también de inestabilidad en los indicadores de siempre, dólar y riesgo país.
Y por si eso fuera poco, la marcha contra la Corte convocada por el kirchnerismo más duro y avalada explícitamente por ministros de Alberto Fernández deja claro que los problemas de la Argentina no son solo económicos. La debilidad institucional también traba la economía. En el caso de la marcha, se trata de la división de Poderes acorralada por la embestida kirchnerista. Fueron las palabras de Cristina Kirchner en Honduras las que llegaron justo para sellar el contenido político de la movida kirchnerista que cuestiona al Poder Judicial en la calle pública. Kirchner puso sobre la mesa la noción de “golpe judicial” como nueva cepa de golpes blandos de Estado contra gobiernos populares en América Latina. La letra de la debilidad institucional la escribe la vicepresidenta.
Como suele suceder, el futuro en la Argentina es una ventana que se abre, apenas, para cerrarse muy rápidamente. Superado el riesgo inminente de default que mantuvo en vilo a la Argentina durante los últimos meses, el viernes el gobierno consiguió oxígeno. Las expectativas son tan bajas a esta altura de la gestión del tándem que forman Alberto Fernández y Cristina Kirchner que el mero anuncio de un apenas principio de acuerdo con el FMI, y aún cuando todavía no recibió el apoyo más o menos explícito de la vicepresidenta ni tampoco el aval del Congreso ni del board del FMI, alcanzó para esquivar la caída en el precipicio de la deuda, traer algo de alivio y mirar hacia el mediano plazo con la ñata contra el vidrio al menos por unos días. La política pudo haber mostrado su mejor versión, en ese contexto, y contribuir a la paz social.
El razonamiento de un hombre de los mercados que sigue el tema argentino es este: si hay credibilidad y confianza política, puede haber ajuste con crecimiento. Es decir, la política jugando a favor: ordenadas las variables macroeconómicas, la confianza podría alentar, a pesar de la tensión de un ajuste, la inversión, la creación de empleo, la recuperación del salario y el consumo. En ese marco, la oposición economía versus política es evitable. Al contrario, en ese escenario economía y política confluyen en bienestar para la gente, gobernabilidad y chances electorales para el oficialismo en cuestión.
A eso apuntó Cambiemos en la presidencia de Mauricio Macri. No pudieron entonces; mucho más difícil resulta para un gobierno como el actual, tironeado por la desconfianza interna, de facciones enfrentadas ahora en torno a las connotaciones que tiene un acuerdo con el FMI, y también externa, en torno a las sospechas que acarrea cualquier objetivo de ajuste, equilibrio fiscal y crecimiento en manos de un gobierno perokirchnerista que practica el populismo económico. Una falta de credibilidad política regada con esmero desde hace décadas que hace dos años florece como nunca. El kirchnerismo atenta contra su propia supervivencia.
La bestia política bicéfala de los Fernández, que los condujo al poder, sigue perdiendo musculatura. Funciona ahora como un matrimonio político mal avenido que dirime sus desencuentros cruciales a cielo abierto y ahora, ante un convidado de piedra, el FMI, que cumple su rol en ese diálogo de tres. El personaje del FMI lo encarna la joven estrella de la economía, la india Gita Gopinath, la directora Gerente del Fondo, la número dos del FMI. Una especie de remake política de “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, aquella obra teatral llevada al cine, donde Cristina Kirchner pone en juego todas sus tácticas de liderazgo anticonstructivo.
Fue llamativa la precisión con la que Gopinath intervino, vía Twitter, desde que se informó del avance en la negociación. Cada tuit pareció buscar reponer precisión, y verdad, a las declaraciones del ministro Guzmán. Gopinath no tuiteó generalidades políticamente correctas; tuiteó condiciones puntuales del acuerdo que el gobierno escamoteaba. Primero, el viernes, para aclarar que sí había ajuste y el déficit primario debía llegar a cero en 2025 y luego, el domingo, para dejar asentado que la reducción gradual de los subsidios era parte del trato con el FMI. “Acordamos que será importante una estrategia para reducir los subsidios a la energía de forma gradual”, tuiteó un día antes de las audiencias públicas en torno a las tarifas de gas. Ni empezó a correr el plazo de tres meses que el FMI ya le marca los pasos, día a día, al Gobierno. Difícil de tolerar para la retórica anti FMI de Cristina Fernández y también de Máximo Kirchner.
Para una Argentina atontada por las urgencias y las crisis política perpetradas por las mismas figuras del oficialismo, cualquier viso de plan que tenga aunque sea 3 meses ya es una representación de un futuro. Una maqueta de futuro. Un futuro en escala argentina. El único futuro posible al menos por ahora que hay que defender a capa y espada, parece creer el Fondo.
Al cierre de esta columna, la renuncia de Máximo Kirchner estaba sobre la mesa y Cristina Fernández hacía 4 días que no tuiteaba. Su último mensaje era un tuit con su discurso en Honduras. “Los pueblos siempre vuelven”. Si Máximo es Cristina y sus palabras traducen el pensamiento de la vicepresidenta todavía no está totalmente claro. Habrá que esperar a la nueva carta o el nuevo hilo de Twitter de la vicepresidenta para salir de una incertidumbre. Y pasar a otra.
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