¿Quién gobierna cuando Milei se aburre?
Las internas agitan a los libertarios mientras el Presidente se desentiende de la gestión y Santiago Caputo acumula poder; las claves del regreso de Macri y la ruptura con Villarruel
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Es habitual que Javier Milei resuelva la consulta urgente de un ministro con un sticker de WhatsApp. Puede pasar una noche en vela discutiendo teoría económica, pero desconecta al minuto si le llevan a la mesa cuestiones del poder y de la burocracia estatal. “Llamálo a Santiago”, repite cuando lo interrumpen con demandas ajenas a sus prioridades: la marcha de la macroeconomía y el cultivo de su imagen.
La influencia de Santiago Caputo se ha extendido sin pausa del plano de la propaganda al de la administración. El consultor, de 38 años, cumple el sueño del titiritero que baja al escenario. Recorre la Casa Rosada con voz de mando y se ocupa de todo aquello de lo que el Presidente se desentiende. Domina los servicios de inteligencia, explora pactos electorales, es la terminal de las negociaciones decisivas con el Congreso y tiene un pie en áreas vinculadas a negocios estratégicos, desde la energía a la infraestructura y la salud.
El ascenso de Caputo corre en paralelo con una paulatina dispersión en el Gobierno. Las reuniones de gabinete se han espaciado (esta semana la cita volvió a suspenderse “por cuestiones de agenda”). Recrudecen el temor al espionaje interno y las disputas entre jefes y subordinados. Está quebrado y sin arreglo aparente el vínculo entre Milei y la vicepresidenta Victoria Villarruel. Hasta el hormiguero digital de los libertarios luce confundido, carente a ratos de una línea clara para librar la batalla cultural en las redes sociales.
Milei no parece preocuparse por la consistencia de su equipo. Ejerce un liderazgo narcisista y digital, en el que las relaciones interpersonales resultan secundarias. Eleva a sus ministros a la categoría de próceres, pero puede despedirlos sin piedad al día siguiente. A muchos funcionarios clave no los trató nunca. Joaquín Cottani, número dos de Economía hasta hace un mes, reveló que se fue sin haber conocido a Milei. Tampoco el presidente de YPF, Horacio Marín, tuvo ocasión aún de saludarlo.
Que la rosca política lo aburre lo ha dicho infinidad de veces desde la campaña electoral. Con el paso de los meses da señales de que también la gestión le resulta tediosa. No es Néstor Kirchner, que concentraba todas las decisiones, ni Alberto Fernández, que las postergaba hasta olvidarlas. No heredó de su admirado Carlos Menem la destreza para delegar lo importante en un staff de pesos pesados.
Pasa cada vez más tiempo en Olivos (y en el extranjero) que en la Casa Rosada. “Lo tienen encerrado en la jaula dorada”, dice un aliado que recela del entorno íntimo que integran Santiago Caputo y Karina Milei.
Como los presidentes fuertes, impone temor a sus subordinados. Pero su energía se concentra en bajar la inflación y en transmitir a su modo –desbordante y a menudo violento– un mensaje de esperanza que estire la tolerancia social al ajuste. Solo la promoción internacional de su figura lo distrae de esas obsesiones.
La dinámica que desata su estilo de conducción deriva en habituales demoras administrativas que irritan a empresarios, gobernadores, intendentes y otros interlocutores con el poder. “Nadie resuelve nada. Te atienden el teléfono, pero la solución no llega nunca. Hay mucho miedo al error y a terminar en la calle”, relata un jefe territorial aliado que sufre la era del “no hay plata”.
Santiago Caputo es la vía rápida para hallar respuestas. Es un asesor sin firma, pero con autoridad para cerrar acuerdos y destrabar partidas. Transmite órdenes como si vinieran del Presidente. Encarna el lado pragmático del gobierno libertario. Los peronistas se han sorprendido con él: habla su mismo idioma e incluso elogia al kirchnerismo por su método de construcción política.
A él le toca ahora supervisar el trato con Cristina Kirchner y su gente para aprobar el pliego de Ariel Lijo en la Corte Suprema. Sebastián Amerio, su delegado personal en el Ministerio de Justicia, trajina despachos en su nombre. En enero, Caputo había sondeado al Pro en busca de ayuda para evitar que Milei avanzara con el plan que le propuso Ricardo Lorenzetti. Con el paso de los meses mutó en abanderado de la causa Lijo. Comparte con Milei que es vital para la gobernabilidad desactivar la actual mayoría del tribunal, a la que el Presidente califica de “antiliberal”.
De esa jugada es ajeno el ministro Mariano Cúneo Libarona, herido por el avance de Caputo en su territorio. Su figura se desdibuja igual que la de la canciller Diana Mondino, ausente el viernes en la reunión bilateral de Milei con Emmanuel Macron en París.
A ella quien la desgasta es Karina Milei, que intervino la Cancillería con la abogada Úrsula Basset. Confía también en Gerardo Werthein, embajador en Estados Unidos, que en París actuó como si fuera el ministro. Desde la cercanía de la hermana presidencial se difunden críticas hirientes a funcionarios apuntados. A Mondino le tocó su parte cuando dijo esta semana que los británicos son “inquilinos” en las islas Malvinas.
Sin lugar a críticas
Milei mira con desdén esas miserias internas. Solo intervino para acotar la crisis con Villarruel. No quiere ruidos institucionales en medio de la inestabilidad en los mercados. “Está todo roto entre ellos”, dicen a su lado. La vicepresidenta no está a tiro de un tuit como el resto de los funcionarios. Igual la raspan sin misericordia: el vocero Manuel Adorni se esmeró en comunicar que Macron había agradecido a Karina su disculpa por las expresiones “desafortunadas” de Villarruel en apoyo de los cantitos racistas contra los futbolistas franceses de raíces africanas.
La popularidad presidencial se mantiene en niveles altos a pesar de la recesión. Sin embargo, a siete meses y medio de su inicio el éxito del gobierno libertario es apenas una hipótesis. Las dificultades para conseguir dólares desataron el pulso con los mercados y el clamor por eliminar las restricciones cambiarias domina el debate público.
Estos son los “meses del desierto” como explica un miembro del Gobierno. La liquidación de divisas se reduce, las negociaciones de un auxilio del Fondo Monetario Internacional (FMI) todavía no florecen y el efecto de la política de emisión cero augura en lo inmediato más penurias en el día a día de la gente. La aprobación de la Ley Bases y el paquete fiscal le quitó épica y orden al oficialismo, que no termina de encontrar un nuevo objetivo común.
Milei sigue enfurecido con los economistas que le marcan las inconsistencias de un modelo basado en bajar la tasa de inflación a toda costa, aunque implique eternizar el cepo, limitar la generación de divisas para pagar la deuda y postergar la recuperación de la actividad. Quedó en claro en la columna que escribió este martes en LA NACION que Cottani se fue por esa disidencia.
El Consejo Asesor Económico se diluye ante la expulsión de miembros por criticar la línea oficial. Milei fue el martes al teatro Colón con el jefe de ese órgano, Demian Reidel, y otro de sus integrantes, Miguel Boggiano. Si la hubieran nombrado a Yuyito González habrían tenido al fin quórum para sesionar por primera vez.
El dilema del Pro
Milei cambió el juego político con su triunfo electoral y su exitosa prédica contra “la casta”. Está solo en el tablero y eso le da una ventaja extraordinaria. Pero la incógnita sobre la gobernabilidad está lejos de despejarse.
El aliado natural de los libertarios, el Pro, retoma el debate de su destino. Mauricio Macri tiene en agenda un discurso el martes ante sus partidarios y una posterior gira de entrevistas periodísticas.
El expresidente resistió el intento de Patricia Bullrich de fundir al Pro dentro de La Libertad Avanza para extenderle un cheque en blanco a Milei. Macri ha valorado desde un principio el rumbo del Gobierno, pero subraya ante su gente en que le falta “método” para gestionar y cuestiona el tono agresivo con el que Milei se relaciona con sus semejantes.
A las orillas macristas han llegado reiteradas ofertas de acuerdo, desde formar un interbloque hasta definir ya una alianza electoral. “Todo eso requiere recorrido. No se arregla con un par whatsapps”, dice una fuente de la cúpula del Pro.
Milei y Macri no hablan mano a mano desde hace más de dos meses. Se han cruzado algún chat; el último cuando el Presidente echó a Julio Garro de la Subsecretaría de Deportes y le ofreció postular al sucesor.
Cerca de Macri señalan a Santiago Caputo como el responsable de bloquear cualquier acuerdo con el Pro. Lo acusan también de digitar el destrato que el líder de Pro sintió en Tucumán durante la firma del Pacto de Mayo. “Quiere manejar todos los resortes del poder y nos ve como una amenaza”, dice una fuente que dialoga con el expresidente.
En el macrismo insisten en que necesitan que a Milei le vaya bien: “Se tiene que dejar ayudar”. Un fracaso podría desencadenar otra restauración del populismo estatista, afirman. Pero enfatizan que es necesario de momento mantener una actitud expectante y preservar un espacio liberal de carácter institucional. Ya sea para aportar gobernabilidad a una potencial alianza con los libertarios o para activar una alternativa futura.
Quienes lo acompañan en esa aventura estratégica conviven con el vértigo del presente. “Yo mido mi distrito y mi voto da igual al de Milei. Nos vota la misma gente. ¿Me quiero aliar a ciegas con él? No. ¿Lo puedo enfrentar? Tampoco. ¿Si le va mal, me salvo? No creo”, dice un jefe provincial del Pro.
La reaparición de Macri abre interrogantes en el Gobierno. Tienen ansiedad por saber qué énfasis pondrá en las críticas y, aunque conocen su opinión, si se sumará a los que piden levantar ya el cepo.
Para Milei será una prueba de carácter. Una disputa entre su costado racional, que lo empujó a elogiar a Macri siempre que olfateó una tensión con él, y su veta emocional, tan proclive a la furia ante el menor signo de disenso.
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