Está desde hace 27 años con Massa y comparten un tándem político que busca llegar al poder; detesta el término “primera dama” y dice que no se quiere mudar a Olivos si ganan
“Soy lo que soy. Soy esto”, suele decir, entre risas, Malena Galmarini. Licenciada en Ciencias Políticas, presidenta de AySA; candidata derrotada a la intendenta de Tigre, hija de dos políticos peronistas históricos y madre de dos adolescentes, Galmarini puede convertirse el domingo en la primera dama de la Argentina. Es un término que detesta, porque lo considera “anacrónico”. Pero que, de lograrlo, implicaría la coronación del proyecto de poder que comparte con Sergio Tomás Massa, su pareja desde hace 27 años.
Se pusieron de novios el 18 de agosto de 1996, tras haberse conocido por insistencia de la madre de Malena, Marcela Durrieu, médica y exlegisladora que conocía a Massa de la política del partido de San Martín y quiso presentárselo a su hija mayor. Massa suele contar que la primera vez que se vieron ella le “ladró” y él quedó flechado. Se casaron en marzo de 2001. Influyó para esa formalidad, poco característica de Galmarini, la insistencia de Luciana “Luci” Cherti, la madre del ahora ministro-candidato, una italiana tradicional venida de Trieste.
Para entonces llevaban cinco años de convivencia: el primero en el dormitorio de Malena, en la casa familiar de los Durrieu-Galmarini, en San Isidro; los tres siguientes, en un monoambiente con entrepiso en Vicente López y el último, en el barrio privado Isla del Sol, en Rincón de Millberg. La ceremonia religiosa fue con un cura peronista en la parroquia del colegio al que asistió Massa en San Martín. La fiesta, en el club Sirio de Saavedra. Para la organización, Galmarini contó con la ayuda de su amiga, Bárbara Diez. La hoy exesposa de Horacio Rodríguez Larreta empezaba a pensar por aquellos días en dedicarse profesionalmente a la organización de fiestas, lo que finalmente hizo con gran éxito. Galmarini le dijo que creía que no había “nicho” para eso. Todavía se ríen de su “falta de visión” de negocios. Aunque no se ven seguido, el afecto entre ambas está intacto. Este jueves, de hecho, cruzaron mensajes por el cumpleaños de Diez.
Fue también ella quien la convenció de que su vestido de bodas no podía ser el de una modista de barrio a la que pensaba ir Galmarini, que suele darle poca importancia a la ropa, y la terminó llevando a lo del diseñador del momento: Benito Fernández.
Por esos días la pareja ya llevaba casi un año viviendo la casa de Rincón de Millberg que todavía habitan. Se mudaron cuando estaba en obra, en un movimiento fiel al carácter de Galmarini. A la casa le faltaba, pero ella quería mudarse. El fin de semana del 2 de abril del 2000, Massa viajó a Necochea para una actividad en conmemoración de la guerra de Malvinas. Antes de irse, escuchó a su novia que le decía: “Cuando vuelvas, volvé a la obra. Te dije que me mudaba y me mudo”.
La mudanza también implicó el desembarco oficial en Tigre, el municipio que él gobernaría durante dos períodos y del que ella sería funcionaria y buscó recuperar este año, pero que perdió en las elecciones primarias de agosto. Un día y medio después de esa jornada en la que Julio Zamora se quedó con la candidatura de Unión por la Patria, Galmarini desembarcó en el búnker de la calle Mitre, sede del comando de campaña oficialista. Todavía no había digerido su derrota, pero estaba dispuesta a no dejar pasar el sueño de Massa. Puso paredes de durlock en el quinto piso y comenzó a reunir gobernadores, intendentes y militantes de todo el país. Encuentros diarios y en simultáneo, la tuvieron como protagonista y armadora, con su ritmo frenético y su disposición a hablar por horas. Cuentan que prácticamente nunca se fue antes de las 23 y en ocasiones la madrugada la encontró ahí. Se convirtió en virtual jefa de campaña.
Ese carácter impetuoso es uno de los sellos que la definen. “Soy lo que soy. Soy esto”, es lo que suele decir ella sobre su carácter fuerte y frontal. Lo sabe bien Daniel Scioli, a quien respondió “con vos todo mal, forro”, ante un saludo del exmotonauta en un canal de televisión. Corría 2013 y en la casa familiar se había metido un prefecto con terminales en el gobierno de entonces, al que el matrimonio estaba enfrentado. Se trató de uno de los tragos más amargos en la vida de la familia (que se completa con Milagros, hoy de 21 años, y Tomás, de 18). En esa casa es donde Galmarini planea quedarse aún en caso de ganar el domingo, desistiendo en principio de una eventual mudanza a la residencia presidencial de Olivos.
Más tarde y públicamente, Galmarini se retractó del exabrupto con Scioli. “Es más mala fama que otra cosa. Se puede enojar y decir muchas cosas, pero a los pocos minutos se le pasa y sabe pedir disculpas”, cuenta alguien que la conoce de cerca. “Es calentona, puteadora, no sabe mentir y eso le ha traído problemas, pero nunca va por atrás”, enumera otra fuente. “A Malena le podes dar muchas cosas y las va a laburar bien, lo único que no recomendaría es que le den Cancillería”, ironiza un hombre del oficialismo.
Cambio de carrera
Galmarini militó en política desde chica, algo que vio en sus padres, Durrieu y el exfuncionario menemista Fernando “Pato” Galmarini. Por la actividad de ellos vivió sus primeros años de vida en la clandestinidad, durante la dictadura militar. Ella nació en mayo de 1975. Hasta la llegada de los militares, la casa familiar era prácticamente una “unidad básica”, en la que había gente permanentemente. Muchos se quedaban incluso a dormir en las camas familiares. Tuvieron que mudarse a otro domicilio, en otra parte de San Isidro.
Primera hija del matrimonio Durrie-Galmarini, Malena se sumó a Socorro y Bernardita, las dos primeras hijas del “Pato”, hoy en pareja con Moria Casán. Detrás de Malena llegarían Sebastián Galmarini, sociólogo y uno de sus pilares en la campaña presidencial, y Martín, futbolista de Tigre, cuadro del que ella es fanática. El cuadro familiar se completa con Francisco, el menor del clan e hijo de Graciela, una tercera pareja de Fernando Galmarini, fallecida en 2014.
La militancia de sus padres y la forma en que ella vivió todo eso a lo largo de su vida tallaron para que diera el salto de Medicina a Ciencias Políticas. Fue una escena que la cambió cuando estudiaba el segundo año y fue al hospital De la Vega en Moreno, para una clase práctica. Cuando esperaba para entrar vio a una mamá con dos bebés llorando, desbordada. En el camino de regreso a su casa en San Isidro cuenta que pensó: “Hay que estar un paso antes”. Y cambió de área. Desde entonces se lanzó a la política y se enfocó en el área social.
En medio de horas decisivas, no son pocas las apuestas respecto de adónde podría recalar en caso de un eventual gobierno de Massa. No son pocos los que creen que seguirá al frente de AySA y hasta podría intentar concretar una anhelada fusión del organismo con Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento (Enhosa).
Quienes la tratan y apoyan sostienen que sería la posibilidad de articular un plan más ambicioso y óptimo para el área hídrica del país. Por el contrario, quienes se encuentran en la otra vereda, apuntan a las críticas y denuncias de la oposición que recibió en el último tiempo (como la vinculada a la compra de autos para AySA) y que a ella le “rompen soberanamente las pelotas”, como suele decir.
A cada uno de sus denunciantes los invitó públicamente a acercarse a AySA a ver los expedientes en cuestión con todos los pliegos de las licitaciones o entrar a la página web y mirar la información sobre el tema. Entre ellos uno que menciona la oposición, por una multimillonaria compra de cloro a Mauricio Filiberti, amigo personal de la pareja. “Yo le bajé el precio a Filiberti”, suele decir en comparación a lo que se le pagaba en tiempos de Mauricio Macri.