Quiebre oficialista: de un proyecto bicéfalo a dos gobiernos enfrentados
El cristicamporismo busca que el Presidente entregue el control de la economía para llegar en pie a 2023 con su Plan Aguantar; mientras, Fernández cree en su recuperación
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Roto el diálogo, destruida la confianza y, sobre todo, desacopladas las expectativas y la mirada sobre el futuro entre el Presidente y el cristicamporismo, lo que nació como un gobierno bicéfalo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner ya se ha convertido de hecho en dos gobiernos distintos.
Uno de esos gobiernos tiene sede en la Casa Rosada y en Olivos. El otro, en el Senado y en la ciudad de La Plata. La consagración de lo que eran atisbos la produjeron dos hechos recientes de profunda implicancia política. No se trata solo de las peleas, los desafíos y los emplazamientos por los medios y las redes sociales, donde despliegan en público las batallas que hasta hace algún tiempo eran más reservadas o menos personalizadas.
Por un lado, emerge como novedad digna de registro la representación ante gobiernos, funcionarios y factores de poder extranjeros que ejercen Cristina Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro (ya definitivamente ex-Wadito para Fernández). Ambos protagonizan visitas, recepciones, viajes y negociaciones que nada tienen que ver con su responsabilidad formal, pero sí con su poder real. O, mejor dicho, con el debilitamiento del poder presidencial. Solo falta que abran una embajada en algún país amigo.
Por otro, aparece la fijación de posiciones o la publicidad de pliegos de condiciones hacia el gobierno nacional que se hace desde La Plata. Allí es adonde Máximo Kirchner convoca con frecuencia a ministros nacionales, incluso a algunos que son (o eran) considerados albertistas, quienes lejos de resistirse acuden cada vez más presurosos. Entre los más receptivos se cuentan los que deben cuidar sus territorios en el ámbito bonaerense. Es el fruto de la reconfiguración del poder dentro del oficialismo y el refugio del kirchnerismo en la provincia. Para ello cuentan con la anuencia de buena parte de los popes del pejotismo local, cansados de esperar un gesto de autoridad de Fernández que nunca llegó.
El alejamiento del Presidente y el repliegue como estrategia de supervivencia parecen retrotraer al país (en clave de caricatura al orden) de hace 170 años, antes de la batalla de Caseros, cuando Buenos Aires estaba separada de la Confederación. Aunque parece haber aquí otro grueso error de cálculo del kirchnerismo cerril: a diferencia de lo que ocurría antes de 1853, la provincia no tiene bajo su jurisdicción el puerto ni la aduana, y sin la asistencia nacional carece de recursos para subsistir. Allí residen el poder (residual) de Fernández y la debilidad del cristicamporismo.
La dependencia de la asistencia del Tesoro nacional es vital para la administración bonaerense, más aún para un gobierno que, como le reprochan los albertistas, se caracteriza por su ineficacia. No ha dado solución a casi ninguno de los problemas de fondo de los habitantes de la provincia y muestra una subejecución del presupuesto que llega a niveles insólitos, lo que le permite tener fondos disponibles por casi 100.000 millones de pesos, según fuentes de la Nación.
Por eso el plan es doblegar a Fernández, manteniéndolo en el cargo bajo rendición incondicional, para que entregue la conducción económica y sumarla a los muchos resortes de poder y dinero que les cedió desde el primer día de gestión.
En este caso opera otra premisa sacada del espejo retrovisor: volver a 2014 con un “Plan Aguantar” de carácter expansivo como el que en el gobierno de Cristina Kirchner ejecutó desde el Ministerio de Economía Axel Kicillof. Su único propósito no era solucionar los problemas de fondo que arrastraba la economía desde hacía cinco años, sino arribar con alguna chance a las elecciones de 2015. Lo lograron.
Aunque entonces el kirchnerismo no pudo mantener la presidencia, sí consiguió el gran objetivo de retener un caudal de votos, poder real y representación legislativa que le permitió volver en 2019. Los sueños de La Cámpora siempre son utopías retrospectivas. Pero el pasado nunca está en el presente, que es peor hoy que hace cinco años. Mucho menos está en el futuro. Y en lo que vendrá está la fuente de la discordia con Fernández y su equipo.
El Presidente, estimulado por las cifras que le llevan los ministros Martín Guzmán, Matías Kulfas y Claudio Moroni, pero sobre todo, impulsado por su autoestima, resiste con el argumento de que lo peor ya quedó atrás (otra vez y van…) y que la salida del túnel está solo a un bimestre de distancia. Volvieron los profetas del segundo semestre, con otro ropaje.
En el ministerio de Kulfas hablan de cifras de crecimiento que podrían llegar al 7%, incluyendo, obviamente, el arrastre estadístico. Y descalifican los pronósticos de una mayoría de economistas que reducen la suba, como mínimo, tres puntos. Otro tanto ocurre con la producción industrial. Mientras Kulfas y Moroni hablan de un boom de producción y problemas de mano de obra por la demanda, varios especialistas y empresarios afirman que ese escenario cambió este mes y que se registra un freno importante. Hay dos gobiernos y, también, dos países.
En lo que sí concuerdan todos es en la preocupación por la inflación imparable, más allá de que los optimistas no dejan de prometer que este mes no, pero el próximo sí empezará a revertirse fuertemente la disparada de los precios. Siempre hay un mes que viene. Allí también radica otro de los puntos de conflicto.
El equipo económico de Fernández pregona por lo bajo una política más restrictiva de los aumentos salariales, porque entiende, como casi todos los economistas racionales, que “la inflación no se puede compensar por la vía de los ingresos”.
En cambio, el gobierno cristicamporista exige más aumentos “para ganarle a la suba de precios”. Y lo celebra en público cuando ocurre. Como hizo la vicepresidenta con el tuit en el que festejó el alza del 60% lograda por el gremio bancario, que lidera el kirchnerista Sergio Palazzo.
Del lado independentista de la General Paz están seguros de que todo va a empeorar y que al “estamos saliendo” hay que reemplazarlos ya por el Plan Aguantar, porque si no perderán mucho más que las próximas elecciones presidenciales, como ya dan por descontado.
Temen que el descalabro que auguran les deje, también, un vacío de votos y poder capaz de enterrar sus ilusiones de volver en 2027, con el recambio generacional del kirchnerismo, encarnado por el hijo mayor de Cristina y sus fieles. El temor personal a la intemperie final obliga hasta a los más cortoplacistas a preocuparse por el futuro.
Tal diferencia de perspectivas habría quedado expuesta, según fuentes oficialistas, en la charla que el Presidente mantuvo hace tres días con su ministro del Interior (y canciller del gobierno cristinista) cuando este regresó de una visita a Israel. Tan extraños son los unos para los otros que la Presidencia publicita cuando Fernández se reúne con De Pedro. Las versiones dicen que el jefe del Estado habría planteado que en dos meses se verían en la calles las mejoras de la economía, que le promete el trío de ministros, precisamente, apuntado por el cristicamporismo. Cualquier semejanza a un pedido de tregua no es mera casualidad.
En el albertismo crítico (que lo hay y en abundancia) consideran que es inútil cualquier esfuerzo por intentar convencerlos de que crean en el futuro que visualiza o quiere imaginar Fernández. “Cristina y La Cámpora solo quieren tener razón. Por lo tanto, si nosotros tenemos razón porque las cosas mejoran, a ellos se les complica su futuro. Y si no la tenemos y todo se va todo al c..., nos arrastrará la marea no solo a nosotros, sino también a ellos. Por eso se apuran para forzar los cambios”. Es la forma de darles racionalidad a los ataques que llegaron hasta el propio Presidente y a los que muchos no le encuentran lógica por el riesgo de romper el Gobierno.
En la cercanía del Presidente descreen de que haya tanta elaboración, aunque adhieren a la visión conspirativa. Y coinciden con un joven intelectual peronista que define a La Cámpora como “un estalinismo sin estrategia”, en el que imperan la verticalidad, el dogmatismo y el tacticismo. “Los pibes quieren cambiar el baño y están dinamitando los cimientos de la casa”, resumen algunos peronistas provinciales, que prefieren no alinearse con ninguno de los dos bandos y que ven con espanto las peleas y el derrotero de la administración.
Mientras tanto, en “la nación bonaerense” empiezan a emerger indicios de acciones no solo para resistir, sino para ese recambio generacional del futuro, administrado por el cristicamporismo. Aunque antes que aportar claridad generan más confusión.
Sobran las fuentes que relatan que mientras el cristicamporismo redobla reclamos y demandas cada vez más alejados de la racionalidad económica, otra es la cara que ofrecen en privado ante representantes de los factores de poder. Cuentan que en las charlas que mantienen algunos líderes de La Cámpora, como Máximo Kirchner y Wado de Pedro, con poderosos empresarios o ejecutivos locales y con funcionarios y políticos extranjeros, muchos de ellos de Estados Unidos, dan muestras de una moderación, una amplitud y un perfil productivista que poco se condicen con su militancia distribucionista, expansionista y agonal.
“Es parte de una actitud perversa de hacer política. Mandan a los malos a hacer de buenos y a los buenos a hacer de malos”, dicen muy cerca del Presidente, donde afirman que el conflicto no puede prolongarse sin resolución mucho más tiempo.
Escenas del nacimiento de dos gobiernos, nacidos de un proyecto bicéfalo.
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