Querida, encogí al kirchnerismo
Cristina Kirchner propuso 2015, su última presidencia, como horizonte futuro; justamente la gestión que los argentinos rechazaron con su voto
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Cristina Kirchner pelea por el poder sobre una isla. Queda en el pasado y es cada vez más chica. Es la Argentina kirchnerista de 2015, un territorio ideológico electoral apenas habitado hoy por un 30%, con mucha suerte, del total de los argentinos. Entre el refuerzo de los extremos y el aislamiento identitario, por un lado, y la apertura a una visión de futuro más plástica y racional, es decir, más moderada y de centro, por el otro, la vicepresidenta está decidida a hacerse fuerte en su rincón del ring: se trata de sobrevivir políticamente cuando ganar está cada vez más lejos. El presente trae la versión más reducida de la pretensión kirchnerista y ese es un problema para la Argentina: de aquí hasta diciembre de 2023, un país gobernado en función de las necesidades de la supervivencia de una fuerza política acorralada. Un kirchnerismo en talle small que va a condicionar las decisiones políticas, por ejemplo, con el intento de suspender las PASO, y las decisiones económicas en los próximos meses.
Se notó en el acto del viernes de la Unión Obrera Metalúrgica, en Pilar: Cristina Kirchner propuso 2015, su última presidencia, como horizonte futuro. Justamente la presidencia que los argentinos rechazaron con su voto para darle lugar al desembarco de un político en las antípodas de la entonces presidenta, Mauricio Macri, y su visión del mundo.
Salarios altos, consumo, capacidad de ahorro, desendeudamiento, soberanía energética, entre otros indicadores: ésa es la síntesis que hace Cristina Fernández de 12 años y medios de kirchnerismo, con 2015 como el corolario de esa serie. Una interpretación basada la elección sesgada de virtudes cosechadas. Se saltea estancamiento del empleo formal desde 2011; la consolidación de la inflación en torno al 24%, aún con tarifas congeladas; y la pobreza del 30%, entre otros indicadores del Indec intervenido. Sin embargo, está decidida a editar la realidad.
“Los recuerdo aquel 9 de diciembre del 2015 en la Plaza de Mayo y éramos alegres. Volvamos a recuperar esa alegría que tuvimos alguna vez”, planteó en Pilar como síntesis de su gestión durante esos años. La elección de esa fecha no parece muy feliz: ese 9 de diciembre, la militancia kirchnerista asistió a la plaza para despedirse del poder después de la derrota electoral. Ver felicidad donde había tristeza es un buen ejemplo de la Operación Rescate que encara la vicepresidenta: el rescate de sus logros pasados, una continuidad del ejercicio de despegue de la gestión actual. El pasado kirchnerista como exitoso y propio; el presente, como un accidente llamado Alberto Fernández. Pero también la añoranza de una hegemonía partidaria y nacional que queda cada vez más lejos. El kirchnerismo encogido que le pesa en el presente sigue sin encontrar su diagnóstico franco en la mirada de la vicepresidenta.
Cristina Kirchner elude un análisis más integral de la realidad pasada, que es un forma de malinterpretar también el ahora y el futuro del kirchnerismo y de la Argentina. Deja de lado que los votantes no le renovaron su confianza en 2015; que los 12 años de gestión generaron deudas económicas, sociales e institucionales de todo tipo; y que el marco de oportunidades, commodities altos y tasa baja en Estados Unidos, que existió en muchos de los años de gestión kirchnerista, se convirtió en una oportunidad perdida.
El telón de fondo para esa ceguera se lo ofreció el líder de la UOM, Abel Furlán, con una versión historiográfica particular de presidencias, logros y culpas. “Néstor y Cristina, Macri y ahora la guerra y la pandemia”, fue la síntesis que hizo de la historia política de las últimas décadas: las dos presidencias kirchneristas como la síntesis de todos los logros; Macri, de todos los males. No queda claro el efecto de sus palabras sobre la figura del presidente Fernández y su gestión: si fue exculpado por el metalúrgico al no mencionarlo en esa oración significativa o su comentario fue un salvavidas de plomo, Alberto Fernández reducido a ser el presidente al que le pasan cosas y nada puede, pudo o habrá podido hacer para corregirlas.
Lo que sí quedó claro en el encuentro de la UOM es que la pelea electoral de la vicepresidenta no es por el triunfo sobre la Argentina sino por el triunfo dentro del peronismo: la recuperación de su hegemonía indiscutida sobre el peronismo. El calendario electoral 2023, que arrancó el viernes con su discurso en Pilar, marcó la primera movida de un menú electoral que puede tener dos o tres pasos. Si las primarias sobreviven, será un menú de tres platos. Si no, será de dos. Pero está claro que la movida inicial ha sido hecha y es reveladora: el de Cristina Fernández no fue un discurso de ampliación de su base de sustentación electoral hacia el centro. Por ahora, el foco de la estrategia es consolidar su peso dentro de la reducida base del Frente de Todos.
Por omisión o por alusión indirecta, los enemigos presentes en las palabras vicepresidenciales fueron el Presidente, la CGT; la liga de gobernadores con Manzur a la cabeza, que había dado por terminado el ciclo de Cristina; y las organizaciones sociales que le disputan poder. Hubo menciones a la oposición política pero estuvieron reducida a una nube de referencias rápidas. El eje del discurso fue la contienda interna. La isla a conquistar es el voto kirchnerista después de la experiencia albertista.
Para eso, Cristina Kirchner disputa el futuro disputando el pasado, lo único que cree tener para ofrecer. Hay tres estaciones en ese viaje reivindicativo hacia el pasado. Primero, 2019: para alejar las críticas que la responsabilizan de la gestión de Alberto Fernández, Cristina Kirchner se adjudica el triunfo de 2019 aceptando la autoría de la invención de Alberto Fernández como candidato ganador, pero no de su gestión. La otra estación del pasado es el nestorismo: la vicepresidenta también está dispuesta a pelearle a Nestor Kirchner el podio de mejor presidente. A los logros que se le atribuyen a Néstor Kichner, Cristina respondió con su particular interpretación de 2015. En ese argumento, la vicepresidenta se pelea, incluso, consigo misma: “Siempre escuchamos que los comunicadores dicen ‘no, el primer gobierno de Néstor fue muy bueno; el primero de Cristina, también; pero el segundo...’. En el segundo, en el período 2011 al 2015, los trabajadores y trabajadoras argentinas, ustedes, participaban en el Producto Bruto con el salario más del 50%”, sostuvo. La vicepresidenta está dispuesta a desmentir el balance negativo de su última presidencia aunque los datos den razones para esa crítica. La Operación Rescate va por todo, siempre hacia atrás.
La palabra “consenso” estuvo presente en el discurso del viernes: Cristina Kirchner plantea hacia adelante un consenso económico para terminar con el bimonetarismo y un consenso político que vuelva al acuerdo democrático del ‘83 y el objetivo de desterrar la violencia política. La presentación del viernes fue la primera que hace la vicepresidenta desde el atentado contra su vida. La voluntad insistente puesta en ganar la argumentación atribuyendo todos los males a los enemigos políticos y todas las bondades al kirchnerismo llama la atención en ese contexto, y en el marco del consenso que propuso.
Después de la experiencia extrema de ser víctima de un atentado, había una oportunidad para un regreso a la esfera pública con un mensaje superador. Un encuentro cara a cara con la posibilidad de la finitud podía presentarle a la vicepresidenta otro futuro posible: algo así como una experiencia existencial que la llevara al encuentro con una postura trascendente en la que el poder se modula al ritmo de otras coordenadas. Eso no sucedió. Si algo cambió en el interior de Cristina Kirchner después de enfrentar esa imagen de un arma gatillada en su cabeza, cuya conmoción la vicepresidenta describió con precisión y con la voz quebrada al inicio de su discurso en Pilar, esa transformación no se explicitó en sus palabras. No hubo una propuesta de futuro capaz de montar nuevos andariveles para la construcción colectiva. La expresidenta fue una repetición de sí misma. La gran incógnita es si la decisión de replegarse a su rincón de la polarización le alcanzará al kirchnerismo para representar algo más que un pasado en la Argentina que viene.
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