Quebrada, pero no inviable, una sana tradición bonaerense
Axel Kicillof insertó ayer oficialmente su nombre en una de las más antiguas tradiciones de los oficialismos bonaerenses: negar que la provincia sea intrínsecamente inviable. Que esté condenada al fracaso. Lo hizo sumándose a otro itinerario, menos antiguo, trazado por María Eugenia Vidal hace cuatro años: un libreto que dice que la provincia no es inviable, pero que está destruida.
"Nos duele mucho el abandono que sufre la provincia, recibimos una provincia quebrada, deficitaria, llena de deudas", dijo Vidal ante la Legislatura en 2015, cuando asumió como gobernadora. "La provincia se encuentra en un estado de emergencia financiera, tarifaria, productiva", dijo ayer Kicillof, luego de enumerar "las deudas" en salud, educación, seguridad y producción. "Vengo a comprometerme a trabajar, sin descanso y con honestidad, para reconstruir la provincia", fue su primera promesa. No se reconstruye lo que está en pie.
Hay otras continuidades. Cuatro años atrás, Vidal iniciaba su mandato recordándoles a los bonaerenses que el quebranto provincial no era otra cosa que el resultado de una decisión, la de Daniel Scioli, de priorizar la construcción de una candidatura presidencial y que, para lograrlo, el exgobernador había renunciado a defender los intereses de los bonaerenses ante el gobierno de Cristina Kirchner.
Ayer, Kicillof fue más contemplativo. "Muchos de los aspectos que pienso señalar provienen de una historia anterior, son hasta estructurales", reconoció en dos momentos de su discurso. Pero emparentó a Vidal con su antecesor al señalar que la provincia, si bien podía hacer poco para atenuar los "estragos" de la crisis nacional, no hizo "ese poco" que podía hacer. "Por motivos que no me toca a mí explicar, ante este política nacional, la provincia se encontró con un gobierno que no protegió ni a sus sectores económicos y productivos ni a buena parte de los y las bonaerenses", señaló.
Que la asocien a Scioli es una cruel ironía del destino para Vidal, que diseñó su discurso electoral en 2015, 2017 y 2019 sobre la base de diferenciarse de su antecesor, convencida de que esa comparación siempre la iba a favorecer. Un gesto casi imperceptible en la ceremonia de ayer dejó en evidencia que ese rechazo sigue latente: cuando se enumeraron las autoridades presentes, una lista que incluyó a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner, Vidal solo dejó de aplaudir por unos segundos: cuando la locutora pronunció el nombre de Scioli.
Lo dicho: como Vidal en 2015, Kicillof buscó ayer trazar un crudo punto de arranque para su gestión. De la hora y diez minutos que insumió el discurso inaugural, y dejando de lado unos 10 minutos introductorios, solo los 16 minutos finales fueron dedicados a anunciar las primeras medidas de su gobierno. Los 45 minutos restantes, los centrales, se destinaron a evaluar la herencia nacional y provincial que recibió de Macri y Vidal.
Mucho pasado para un discurso inaugural. Mucho presente, corregirán en el actual oficialismo.
El resumen fue lapidario al compendiar indicadores sociales, productivos y financieros. "Lo que sí me importa es que todos estemos en la misma página para comprender cuáles son las tareas que me propongo", destacó Kicillof.
Tras reconocer que el gobierno de Vidal les proporcionó "datos" para facilitar la transición, el gobernador anunció que publicará en breve una "radiografía" del estado de la provincia, para que los bonaerenses conozcan ese escenario fatal. Otra ironía para Vidal, que llegó al poder denunciando que no había encontrado registros, siquiera, de la cantidad de escuelas de la provincia, y que pasó meses hasta poder elaborar un inventario propio.
La radiografía que aún no publicó Kicillof ya tiene rival: el balance que Vidal comunicó antes de dejar el poder y que luego publicó en un sitio web que lleva su nombre. No es un detalle menor, sino parte de la batalla por venir: Vidal se juega su nombre en esa discusión con su sucesor. Kicillof también comprobará que el escenario real que debe enfrentar su gestión está teñido, en la opinión pública y en las encuestas, por la valoración que los bonaerenses hacen de Vidal. De la persona, más que de la gestora.
Esa confusión tan bonaerense entre lo mal que se está y se vive y lo buena persona que es el mandatario de turno tampoco es nueva. Pasó también con Scioli.
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