¿Existe realmente ese lugar mítico al que llamamos centro? Como todo en la vida, la teoría y la práctica no siempre coinciden
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Todo empezó por una cuestión de sillas.
Eran los días agitados de la Revolución Francesa y los diputados de la recién nacida Asamblea Constituyente discutían sobre el poder que debería tener en la nueva Francia el rey Luis XVI.
La Asamblea contaba con cerca de 1200 miembros, en su mayoría vociferantes, algunos bullangueros, todos con los ánimos caldeados.
Contar los votos era una pesadilla, así que el presidente de la cámara mandó a un lado de la sala a los monárquicos, que querían que el rey mantuviera un derecho de veto, y al opuesto a los más radicales, que querían que el rey solo pudiera tener un veto parcial.
Y así, por una simple cuestión de azar, unos acabaron a la derecha y otros a la izquierda. Y esas dos palabras se cargaron de un peso que hoy, más de 230 años después, sigue convirtiéndose en una arma arrojadiza en calles y parlamentos del mundo entero.
El rey, por cierto, acabó sin voz, voto y hasta sin cabeza.
Pero, ¿Qué significa exactamente izquierda y derecha en política? ¿Qué quieren decir los términos ultraizquierda y ultraderecha? ¿Existe realmente ese lugar mítico al que llamamos centro?
Como todo en la vida, la teoría y la práctica no siempre coinciden.
“En realidad”, admite Marta Lorimer, ayudante de cátedra del London School of Economics, “estos conceptos nunca existieron de forma pura”.
Su significado ha ido evolucionando a lo largo de los años “y, por ejemplo, lo que significaba izquierda y derecha en los años 50 es distinto a lo que suponía tras la irrupción de la conocida como “tercera vía”, y hoy vuelve a convertirse en algo diferente. Las líneas están borrosas, pero la verdad es que no creo que estuvieran nunca claras”, explica a BBC Mundo esta especialista en ideologías políticas.
Lo mismo sucede con los extremos.
Tradicionalmente, sin embargo, ciertas ideas y modelos de gobierno se pueden encasillar en una de esas categorías del espectro político que buscan, de manera antagónica, alcanzar el bienestar social.
Y, para entender los extremos, para saber qué quiere decir ultraizquierda y ultraderecha, primero hay que definir los conceptos de los que derivan.
Izquierda
Una idea central sustenta, en gran medida, el pensamiento de izquierdas: la redistribución.
Según esta ideología, para que la sociedad funcione mejor hay que crear un Estado de bienestar del que puedan beneficiarse todas las personas. “La sociedad, considera la izquierda, debe buscar al máximo la igualdad”, desgrana Lorimer.
El énfasis se pone, precisamente, en la sociedad, considerada como las personas que forman una comunidad. Por eso, muchos partidos de izquierdas se definen a sí mismos como “socialistas”.
A grandes rasgos, el pensamiento de izquierdas cree que, para beneficiar al conjunto de la sociedad, la riqueza debe redistribuirse.
¿Cómo se hace esto? Los más extremos pueden llegar a abogar por la nacionalización de los bienes y en la abolición de la propiedad privada para que “todo sea de todos”, como hicieron algunos regímenes comunistas.
Sin embargo, la vía más habitual de redistribución de la riqueza es mucho más simple y habitual: los impuestos.
La izquierda considera que los que más tienen en la sociedad deben contribuir más para que los servicios básicos, como la educación o la sanidad, puedan llegar a todos, incluidos aquellos que apenas tienen nada.
La redistribución, apunta Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad Carlos III de Madrid, no solo atañe a la riqueza: “las propuestas políticas de la izquierda también tienden a profundizar en la democracia y buscan redistribuir no solo dinero, sino también poder. Que los “muchos” tengan también más capacidad de decisión”.
Derecha
Si la izquierda tiene como centro la redistribución, la derecha ha hecho de la libertad su bandera.
Y donde la izquierda pone énfasis en la sociedad, la derecha lo pone en el individuo.
Para la ideología de derechas, la iniciativa privada de los individuos es importante porque consideran que así es como se genera riqueza. El progreso económico es, desde esta óptica, el motor social.
En lugar de incidir en lo colectivo, la derecha “enfatiza más la libertad que se conoce en filosofía política como “libertad negativa”, la libertad de que el Estado no me impida hacer cosas, que no me ponga trabas”, explica Fernández Vázquez.
De esta forma, argumenta el experto, la derecha aspira a que “los individuos puedan desarrollar sus vidas de la manera menos coactiva posible porque entienden que esa es la manera en la que el ser humanos se va a desarrollar más y, si todo el mundo busca su propio beneficio, eso ahondará al final en el beneficio colectivo”.
La distribución de la riqueza, además, debe hacerse, según la derecha, de acuerdo con el esfuerzo de cada individuo. “La derecha tradicional considera que las personas son, de manera natural, desiguales, y si hay unos más ricos que otros se debe al mérito de cada uno y su esfuerzo”, añade Marta Lorimer.
Y el centro, ¿existe?
“Depende de con quién hables”, opina la investigadora de LSE: “suelen ser partidos muy pequeños y, casi siempre, sus oponentes les acusan de ser de derecha o de izquierda”.
Por ser ese término medio idealizado, “es lo que todo el mundo quiere ser, porque es lo que mejor está considerado”, argumenta el sociólogo, que explica que las ideologías de centro suelen defender políticas liberales en lo económico y también en lo social.
Progresismo versus tradicionalismo
Si en el marco económico las diferencias, al menos formales, de la izquierda y la derecha son claras, en el plano moral la cuestión es un poco más borrosa.
Tradicionalmente, la izquierda se ha identificado con una idea progresista de la sociedad, en la que se valora la diversidad, mientras que la derecha ha defendido los valores tradicionales y conservadores.
Esto, sin embargo, no siempre ha sido así.
La izquierda, apunta Fernández Vázquez, no agrega a sus postulados el programa progresista hasta los años 60 del siglo pasado. Hasta entonces, sus ideas se centraban en lo económico y en el aspecto democratista, pero a mediados del siglo XX se añade un nuevo pilar del izquierdismo como lo conocemos hoy en día: aquel que tiene que ver con las libertades morales, de modo de vida y la sexualidad.
La revolución sexual es abrazada entonces por la izquierda, mientras que la derecha, que lo ve con más reticencias, agrega el sociólogo, “considera que todos los avances en la libertad sexual pueden ser peligrosos, egoístas o diluyen la familia tradicional”.
¿Esto es así siempre?
La respuesta es no. La izquierda comunista o marxista, o los regímenes soviéticos, por ejemplo, eran muy de izquierdas en lo económico, pero en lo moral no eran progresistas.
En general, explica el sociólogo, “todos los regímenes comunistas que ha habido hasta ahora no han sido en absoluto liberales en lo moral. No ponían, por ejemplo, trabas a que la mujer se incorporara al mercado de trabajo, pero no les hacía particular gracia la revolución sexual femenina”.
¿Se puede ser de derechas en lo económico y progresista en lo moral? Por supuesto. ¿Y redistributivo pero tradicionalista? También.
Las ideologías no son compartimentos estancos es los que hay que comprar el paquete completo.
Izquierda y ultraizquierda
Mientras que en lo moral ambas ideologías apenas difieren en sus postulados -las dos abogan por una sociedad diversa-, las principales diferencias entre la izquierda tradicional y la extrema izquierda o ultraizquierda radican en lo económico.
La izquierda y sistemas políticos como la socialdemocracia han aceptado el liberalismo económico y el capitalismo -en el que el funcionamiento del Estado gira en torno al capital-, “y lo que buscan es introducir cambios y reformas para que el capitalismo redistribuya la riqueza y haya un mínimo de igualdad social y económica”, señala Guillermo Fernández Vázquez.
La extrema izquierda, sin embargo, “es mucho más crítica con el capitalismo y muchas veces se suele definir a sí misma como anticapitalista”, explica el investigador. En sus programas suele abundar la palabra “nacionalizar” o “estatalizar”, ya que pretenden sacar ciertos aspectos de la vida y de la economía del mercado.
Además, la izquierda radical “suele tener actitudes mucho más negativas hacia instituciones internacionales”, apunta Marta Lorimer. Esto puede verse en el euroescepticismo de partidos de ultraizquierda en Europa, por ejemplo, o la oposición a organizaciones como la OTAN.
Derecha y ultraderecha
En este lado del espectro político, el concepto de identidad nacional es el que marca la diferencia.
En general, los partidos de derecha y de extrema derecha comparten una aproximación liberal a la economía y no tienden a diferenciarse mucho.
La derecha radical es más conservadora en lo moral que la derecha convencional, y pone mucho más acento en las cuestiones que tienen que ver con, por ejemplo, la eutanasia, el aborto o la familia tradicional. La derecha clásica, sin embargo, acentúa otras cuestiones como la gestión económica.
En lo que más se diferencian, argumenta Fernández Vázquez, “es en lo que el politólogo holandés Cas Mudde llama “nativismo”.
Donde la derecha tradicional acepta la llegada de inmigrantes -siempre y cuando lo hagan a través de una vía regular-, y no cree que existan culturas que sean completamente incompatibles con la cultura nacional de cada país, la extrema derecha “considera que las naciones son casas, en las que hay que poner muros, cerrar puertas”, analiza el sociólogo.
Para ellos, prosigue, “las naciones tienen unos propietarios y unos herederos legítimos, que son el grupo “nativo”, frente a los individuos externos que solo pueden entrar como invitados”. Estos partidos suelen ser definidos como “antiinmigración”.
Frente a esta postura, la visión liberal de las naciones considera que estas son algo construido, algo que van haciendo los ciudadanos, no son esencias del pasado que heredamos y que hay que mantener frente a los invasores.
Si embargo, este argumentario, que tradicionalmente no formaba parte de los principios tradicionales de la derecha, cada vez más ha pasado a formar parte de su discurso.
“La derecha cada vez se inclina más a la extrema derecha, han empezado a copiar sus mensajes y se han desplazado peligrosamente hacia sus postulados”, razona la investigadora de LSE.
¿Sucede lo mismo con la izquierda y la extrema izquierda? Para algunos, también.
Como explica Guillermo Fernández Vázquez, “existe una parte de la izquierda que considera que sus partidos han olvidado al pueblo con una agenda mundialista, que han dejado de representar a la gente corriente, a la que le dicen, por ejemplo, que comer carne está mal, que no está bien que su padre cace los fines de semana en el pueblo... Critican que ya no defienden a los obreros sino a los ‘progres’”.
El eje del populismo
En este espectro político, ¿cómo encaja el populismo?
Si la izquierda y la derecha existen en un eje horizontal, el populismo trastoca completamente esta dinámica e introduce una lógica vertical: arriba y abajo, pueblo y élite.
Pero, ojo, porque, aunque lo sacude, no lo elimina del todo: existe un populismo de derechas y un populismo de izquierdas.
En ambos la pregunta que se hace es “¿con quién estás, con el pueblo o con las élites?, explica el experto de la Universidad Carlos III. Sin embargo, ¿qué es el “pueblo” para cada uno de ellos?
“El populismo de izquierdas suele identificar a los de abajo con la gente humilde, trabajadora; mientras que el populismo de derechas piensa que el pueblo es la gente que tiene una forma de ser que ellos consideran “de toda la vida”, como podría ser el “redneck” en Estados Unidos, por ejemplo”, razona Fernández Vázquez.
El baile de sillas de aquella Asamblea Constituyente francesa sigue hoy tan vibrante como aquel primer día de 1789. ¿Cuál es la suya?
Por Paula Rosas
BBC MundoTemas
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