A continuación sus principales conceptos:
A pesar de que lo conozco hace tiempo, a veces me cuesta entender qué le está pasando a Alberto Fernández. Sin ir más lejos, ayer dijo algo no muy propio de un jefe de Estado, en el medio de una pandemia. El Presidente advirtió: "Tendríamos que estar en la fase uno, en cuarentena absoluta". En efecto, lo dijo. Pero, ¿a quién se lo dijo? ¿A él mismo? ¿A Horario Rodríguez Larreta? ¿A Axel Kicillof?
Decimos que no es muy propio de un jefe de Estado y preguntamos a quién se lo dijo por una sencilla razón: él es el máximo responsable de la toma de decisiones sanitarias. No debería llenar de dudas a la sociedad, y -además- afirmar eso puede significar varias cosas. Una: "Nos equivocamos, me equivoqué y me hago cargo. Veremos cómo lo corregimos". Dos: "La culpa no es mía, sino de Horacio, por flexibilizar". O tres: "Dejémonos de embromar, desandemos el camino y sigamos fabricando sctikers de 'Quedate en casa'".
Dicen que el Presidente retó al Jefe de Gobierno de la ciudad cuando vio imágenes de la estampida de los runners en los parques porteños del lunes pasado. Explicó que lo comprendía, pero lo emplazó para que lo evitara. En las redes sociales, le respondieron con las imágenes de descontrol y la falta de aislamiento que se puede ver, por ejemplo, en La Matanza. Como si a la irresponsabilidad hubiera que ponerle, también, una etiqueta demográfica.
Son postales de la nueva y más estúpida grieta que se agiganta en el medio del coronavirus. La de los hipermilitantes de la cuarentena versus los anticuarentena sin matices. Y, como si esto fuera poco, el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, que en general es bastante moderado, le incorporó una idea más estrambótica todavía: la que afirma que el virus ataca y mata más a los pobres que a los ricos.
No parece extraño. También lo vi en la extensa e interesante entrevista que le hizo José Del Rio, donde Cafiero dijo que, quienes hablan de Venezuela como un país dañado, pobre y con un gobierno autoritario, están discriminando o devaluando a los venezolanos. Una interpretación bastante ingenua. O demasiado forzada.
Como sea: antes de entrar en pánico, te recomiendo que sigas la curva de las camas ocupadas. Esa es la que nos va a decir si estamos a punto de entrar en la zona da desastre, o si seguimos más o menos con el problema controlado. Y hoy no ofrece mayores cambios.
La otra afirmación del Presidente que me llamó la atención es cuando dijo que en España, después de autorizar las salidas a correr, volvieron a prohibirlas. Y me sorprendió porque eso nunca sucedió. Lo mostró, con datos, mi compañero en la mañana de CNN radio, Gustavo Noriega.
Volviendo a la pregunta inicial: ¿Qué le está pasando a Alberto Fernández? Hay, sobre él, una hipótesis todavía más inquietante: la que arroja dudas, nada más y nada menos, que sobre la propia autoridad presidencial.
Ayer, Eduardo van der Kooy se preguntó en la tapa de Clarin: "¿Quién manda en el Gobierno, Alberto o Cristina?". Es una pregunta pertinente, porque, desde que asumió, el jefe de Estado viene haciendo y diciendo cosas muy contradictorias. A veces, extemporáneas. La mayoría de las veces, sorprendentes.
Si no fuera un asunto tan delicado, se diría que, algunas de las cosas que afirma y muchas de las cosas que hace, parecen decididas por personas distintas. Por ejemplo, no hay ningún antecedente en su trayectoria que explique por qué Fernández anunció la intervención y eventual expropiación de Vicentin. Ni uno. Al contrario. El Alberto que yo conozco desde hace años la hubiera cuestionado fuertemente. Habría advertido sobre el ruido que podría hacer –y que, de hecho, está haciendo- en la negociación por la deuda. Hubiera utilizado un arsenal de argumentos de su propia cosecha. Uno en especial: la necesidad de mantener el equilibrio fiscal, algo de lo que se vanagloriaba, incluso durante la campaña, recordando su paso como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner.
¿Qué le pasó al Presidente? ¿Qué le está pasando? ¿Está siendo doblegado desde el punto de vista psicológico por la vicepresidenta? ¿Ella le "comió" la "cabeza"? ¿Se cristinizó por miedo, porque no tiene masa crítica para enfrentarla, o por cálculo político? Las respuestas a estas preguntas son urgentes. Después de la pandemia por el coronavirus, la tierra arrasada cuya imagen forzó el ministro de Cultura y cineasta militante Tristán Bauer se está haciendo realidad. Con una sola diferencia: ya no gobierna Mauricio Macri como para echarle toda la culpa del desastre.
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