Qué dijo Javier Milei en su discurso en el Foro de Davos
El Presidente hizo su primera ponencia internacional frente a los principales líderes políticos y empresarios del mundo
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El presidente Javier Milei dio este miércoles 17 de enero un discurso en el Foro de Davos, uno de los eventos económicos más esperados. Allí, el mandatario dio su panorama de la política internacional y de nuestro país frente a la élite mundial, ya que el público presente estuvo compuesto principalmente por líderes políticos y empresarios.
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Se trata de la primera vez que participa de este evento organizado por el Foro Económico Internacional, y el primer discurso que dio a nivel internacional como presidente. En su presentación, Milei hizo una fuerte defensa del capitalismo y advirtió que Occidente “está en peligro”. Además, remarcó que “el socialismo es un modelo empobrecedor que fracasó” y determinó que “El Estado no es la solución, es el problema mismo”. Estas declaraciones sorprendieron a muchos de los presentes.
Tras su presentación, Milei se reunió con la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, tal como estaba previsto en su agenda. Los acompañaron en el encuentro el jefe de Gabinete, Nicolás Posse; el ministro de Economía, Luis Caputo; y la gerenta del organismo internacional, Gita Gopinath.
El discurso completo de Javier Milei en el Foro de Davos
Buenas tardes. Muchas gracias.
Hoy estoy acá para decirles que occidente está en peligro. Está en peligro porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo y, en consecuencia, a la pobreza.
Lamentablemente, en las ultimas décadas, motivados algunos por el deseo bien pensante de querer ayudar al prójimo y otros por el deseo de pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado el modelo de la libertad por distintas versiones de lo que nosotros llamamos colectivismo.
Nosotros estamos acá para decirles que los experimentos colectivistas nunca son la solución a los problemas que aquejan a los ciudadanos del mundo sino que, por el contrario, son su causa.
Créanme, nadie mejor que nosotros los argentinos para dar testimonio de estas dos cuestiones.
Cuando adoptamos el modelo de la libertad, allá por el año 1860, en 35 años nos convertimos en la primera potencia mundial. Mientras que cuando abrazamos el colectivismo, a lo largo de los últimos cien años, vimos como nuestros ciudadanos comenzaron a empobrecerse sistemáticamente hasta caer al puesto número 140 del mundo.
Pero antes de poder dar esta discusión, sería importante que primero viéramos los datos que sustentan por qué el capitalismo de libre empresa no solo es el único sistema posible para terminar con la pobreza del mundo, sino que es el único sistema moralmente deseable para lograrlo.
Si consideramos la historia del progreso económico podemos ver cómo desde el año 0 hasta el año 1800 aproximadamente, el PBI per cápita del mundo prácticamente se mantuvo constante durante todo el periodo de referencia.
Si uno mira un gráfico de la evolución del crecimiento económico a lo largo de la historia de la humanidad uno estaría viendo un gráfico con la forma de un palo de hockey: una función exponencial que se mantuvo constante durante el 90% del tiempo y se dispara exponencialmente a partir del siglo 19.
La única excepción a esta historia de estancamiento se dio a finales del siglo 15 con el descubrimiento de américa.
Pero salvando esta excepción, a lo largo de todo el periodo entre el año cero y el año 1800 el PBI per cápita a nivel global se mantuvo estancado.
Ahora bien, no sólo que el capitalismo generó una explosión de riqueza desde el momento que se adoptó como sistema económico sino que, si uno analiza los datos, lo que se observa es que ese crecimiento se viene acelerando a lo largo de todo el período.
Durante todo el periodo comprendido entre el año cero y el 1800 la tasa de crecimiento del PBI per cápita se mantuvo estable en 0,02%. Es decir, prácticamente sin crecimiento.
A partir del siglo 19 con la revolución industrial la tasa de crecimiento pasa al 0,66% anual compuesto. A ese ritmo, para duplicar el PBI per cápita se necesitarían cerca de 107 años.
Ahora bien, si observamos el periodo entre 1900 y 1950 la tasa de crecimiento acelera al 1,66% anual compuesto. Ya no necesitábamos 107 años para duplicar el PBI, sino 66.
Y si tomamos el periodo comprendido entre 1950 y el año 2000 vemos que la tasa de crecimiento fue de 2,1% anual compuesto, lo que derivaría en que en solo 33 años podríamos duplicar el PBI per cápita del mundo.
Esta tendencia, lejos de detenerse, se mantiene viva aún hoy. Si tomamos el periodo entre el año 2000 y el 2023, la tasa de crecimiento volvió a acelerar al 3% anual. Lo que implicaría que podríamos duplicar nuestro PBI per cápita en tan sólo 23 años.
Ahora bien, cuando se estudia el PBI per cápita desde el año 1800 al día de hoy, lo que se observa es que luego de la revolución industrial el PBI per cápita mundial se multiplicó por 9 veces, generando una explosión de riqueza que sacó de la pobreza al 90% de la población mundial.
No debemos olvidar nunca que para el año 1810 cerca del 95% de la población mundial vivía en la pobreza más extrema, mientras que ese número cayó al 5% para el año 2020 previo a la pandemia.
La conclusión es obvia: lejos de ser la causa de nuestros problemas, el capitalismo de libre empresa como sistema económico es la única herramienta que tenemos para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia a lo largo y a lo ancho del planeta.
La evidencia empírica es incuestionable.
Por eso, como no cabe duda de que el capitalismo de libre mercado es superior en términos productivos, la doxa de izquierda ha atacado al capitalismo por cuestiones de moralidad, por ser, según dicen sus detractores, injusto.
Dicen que el capitalismo es malo porque es individualista y que el colectivismo es bueno porque es altruista, y en consecuencia bregan por la “justicia social”.
Pero este concepto que en el primer mundo se ha puesto de moda en la última década, en mi país es una constante del discurso político desde hace más de 80 años.
El problema es que la justicia social no sólo no es justa, sino que tampoco aporta al bienestar general.
Muy por el contrario, es una idea intrínsecamente injusta, porque es violenta. Es injusta porque el estado se financia a través de impuestos y los impuestos se cobran de manera coactiva ¿o acaso alguno de nosotros puede elegir no pagar impuestos? Lo cual significa que el Estado se financia a través de la coacción, y que, a mayor carga impositiva, mayor es la coacción.
Los aportes de Hayek e Israel Kirzner también demuestran la superioridad moral del capitalismo.
Quienes promueven la justicia social parten de la idea de que el conjunto de la economía es una torta que se puede repartir de una manera distinta. Pero esa torta no está dada, es riqueza que se va generando en lo que Kirchner llama un proceso de descubrimiento.
Si el bien o servicio que ofrece una empresa no es deseado, esa empresa quiebra a menos que se adecúe a lo que el mercado le está demandando.
Si genera un producto de buena calidad a un precio atractivo le va a ir bien y va a producir más. De modo que el mercado es un proceso de descubrimiento en el cual el capitalista encuentra sobre la marcha el rumbo correcto.
Pero si el estado castiga al capitalista por tener éxito y lo bloquea en este proceso de descubrimiento, destruye sus incentivos, y la consecuencia de ello es que va a producir menos y la “torta” será más chica, generando un perjuicio para el conjunto de la sociedad.
El colectivismo, al inhibir estos procesos de descubrimiento y al dificultar la apropiación de lo descubierto, ata al emprendedor de las manos y le imposibilita producir mejores bienes y ofrecer mejores servicios a un mejor precio.
Por último, y no por ello menos importante, el capitalismo es virtuoso porque promueve la paz. “donde entra el comercio no entran las balas” decía Bastiat. O como decía el propio Milton Friedman: “yo puedo odiarlo a mi vecino, pero si no compra mi producto voy a la quiebra”.
¿Cómo puede ser entonces que, desde la academia, los organismos internacionales, la política y la teoría económica se demonice un sistema económico que no sólo ha sacado de la pobreza más extrema al 90% de la población mundial, y lo hace cada vez más rápido, sino que además es justo y moralmente superior?
Gracias al capitalismo de libre empresa hoy el mundo se encuentra en su mejor momento. No hubo nunca, en toda la historia de la humanidad, un momento de mayor prosperidad que el que vivimos hoy.
El mundo de hoy es más libre, más rico, más pacífico y más próspero que en cualquier otro momento de nuestra historia.
Esto es cierto para todos, pero es particularmente cierto para aquellos países que son más libres, donde respetan la libertad económica y los derechos de propiedad de los individuos.
Porque aquellos países que son más libres son 8 veces más ricos que los reprimidos, el decir más bajo de la distribución de los países libres vive mejor que el 90% de la población de los países reprimidos, tienen 25 veces menos cantidad de pobres en el formato estándar, y 50 veces menos en el formato extremo, y por si eso fuera poco, los ciudadanos de los países libres viven un 25% más que los ciudadanos de los países reprimidos.
Ahora bien, para entender qué venimos a defender, es importante definir de qué hablamos nosotros cuando hablamos de libertarismo.
Para definirlo retomo las palabras del máximo prócer de la libertad de nuestro país, Alberto Benegas Lynch (h) que dice que:
“El libertarismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa de la vida, la libertad y la propiedad de los individuos. Cuyas instituciones fundamentales son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social. Donde solo se puede ser exitoso sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad o mejor precio”.
Dicho de otro modo, el capitalista es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general.
Este es el modelo que nosotros estamos proponiendo para la argentina del futuro. Un modelo basado en los principios fundamentales del libertarismo: la defensa de la vida, de la libertad y de la propiedad.
Ahora bien, si el capitalismo de libre empresa y la libertad económica han sido herramientas extraordinarias para terminar con la pobreza en el mundo; y nos encontramos hoy en el mejor momento de la historia de la humanidad, ¿por qué digo entonces que occidente está en peligro?
Digo que occidente está en peligro justamente porque en aquellos países que debiéramos defender los valores del libre mercado, la propiedad privada, y las demás instituciones del libertarismo, sectores del establishment político y económico, algunos por errores en su marco teórico y otros por ambición de poder, están socavando los fundamentos del libertarismo, abriéndole las puertas al socialismo y condenándonos potencialmente a la pobreza, a la miseria y al estancamiento.
Porque nunca debe olvidarse que el socialismo es siempre y en todo lugar un fenómeno empobrecedor que fracasó en todos los países que se intentó.
Fue un fracaso en lo económico. Fue un fracaso en lo social. Fue un fracaso en lo cultural. Y además se cargó la vida de 150 millones de seres humanos.
El problema esencial de occidente hoy es que no sólo debemos enfrentarnos a quienes, aun luego de la caída del muro y la evidencia empírica abrumadora, siguen bregando por el socialismo empobrecedor; sino también a nuestros propios líderes, pensadores y
académicos que, amparados en un marco teórico equivocado, socavan los fundamentos del sistema que nos ha dado la mayor expansión de riqueza y prosperidad de nuestra historia.
El marco teórico al que me refiero es el de la teoría económica neoclásica, que diseña un instrumental que, sin quererlo, termina siendo funcional a la intromisión del estado, el s o c i a l i s m o, y la degradación de la sociedad.
El problema de los neoclásicos es que como el modelo del que se enamoraron no mapea contra la realidad, atribuyen el error a supuestos fallos del mercado en vez de revisar las premisas de su modelo.
So pretexto de un supuesto fallo de mercado se introducen regulaciones que lo único que generan es distorsiones en el sistema de precios, que impiden el cálculo económico, y en consecuencia el ahorro y la inversión.
Este problema radica esencialmente en que ni siquiera los economistas supuestamente liberales comprenden qué es el mercado, ya que si se comprendiera se vería rápidamente que es imposible que exista algo así como fallos del mercado.
El mercado no es una curva de oferta y demanda en un gráfico. El mercado es un mecanismo de cooperación social donde se intercambian voluntariamente derechos de propiedad. Dada esa definición, el fallo del mercado es un oxímoron.
Si las transacciones son voluntarias, el único contexto en el que puede haber un fallo de mercado es si hay coacción. Y el único con la capacidad de coaccionar de manera generalizada es el Estado que tiene el monopolio de la violencia.
En consecuencia, si alguien considera que hay un fallo de mercado, les recomendaría que revisen si hay intervención estatal en el medio. Y si encuentran que no, sugeriría que revisen de nuevo porque evidentemente se han equivocado.
Un ejemplo de los supuestos fallos del mercado que describen los neoclásicos son las estructuras concentradas de la economía. Sin embargo, es precisamente la acumulación de capital lo que explica el crecimiento exponencial del PBI global en los últimos 200 años.
Porque es la acumulación de capital y la división del trabajo lo que permite aumentar la productividad y obtener rendimientos crecientes a escala.
Recordemos el ejemplo de Adam Smith: alguien que se propusiera fabricar alfileres en soledad, aun siendo un experto en ello, solo podría producir 20 unidades por día.
Sin embargo, al incorporar 15 empleados coordinados con división del trabajo, la producción en términos per cápita aumenta. Y no aumenta a 300 alfileres por empleado sino a 5000. Es decir, no aumenta de manera lineal sino exponencial.
Sin funciones de rendimientos crecientes a escala, cuya contracara son las estructuras concentradas de la economía, no podríamos explicar el crecimiento económico desde el año 1800 hasta hoy.
Otros presuntos fallos de mercado que para los economistas neo-clásicos terminan justificando la intervención del estado en la economía son los bienes públicos, las externalidades negativas, la información asimétrica y los fallos de coordinación.
El dilema que enfrenta el modelo neo-clásico es que dicen querer perfeccionar el funcionamiento del mercado atacando lo que ellos consideran fallos, pero al hacerlo no sólo le abren las puertas al socialismo, sino que atentan contra el crecimiento económico.
Dicho de otro modo, cada vez que ustedes quieran hacer una corrección de un supuesto fallo de mercado, inexorablemente, por desconocer lo que es el mercado o por haberse enamorado de un modelo fallido, le están abriendo las puertas al socialismo y están condenando a la gente a la pobreza.
Sin embargo, frente a la demostración teórica de que la intervención del estado es perjudicial, y la evidencia empírica de que fracasó - porque no podía ser de otra manera- la solución que propondrán los colectivistas no es mayor libertad, sino que es mayor regulación, generando una espiral descendiente de regulaciones hasta que todos seamos más pobres, y la vida de todos nosotros dependa de un burócrata sentado en una oficina de lujo.
Dado el estrepitoso fracaso de los modelos colectivistas y los innegables avances del mundo libre, los socialistas se vieron forzados a cambiar su agenda. Dejaron atrás la lucha de clases basada en el sistema económico para reemplazarla por otros supuestos conflictos sociales igual de nocivos para la vida en comunidad y para el crecimiento económico.
La primera de estas nuevas batallas fue la pelea ridícula y anti natural entre el hombre y la mujer.
El libertarismo ya establece la igualdad entre los sexos. La piedra fundacional de nuestro credo dice que todos los hombres somos creados iguales, que todos tenemos los mismos derechos inalienables otorgados por el creador, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la propiedad.
En lo único que devino esta agenda del feminismo radical es en mayor intervención del estado para entorpecer el proceso económico, darles trabajo a burócratas que no le aportan nada a la sociedad, sea en formato de ministerios de la mujer u organismos internacionales dedicados a promover esta agenda.
Otro de los conflictos que los socialistas plantean es el del hombre contra la naturaleza. Sostienen que los seres humanos dañamos el planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por mecanismos de control poblacional o la tragedia del aborto.
Lo más cruel de la agenda ambiental es que los países ricos, que se hicieron ricos explotando legítimamente sus recursos naturales, ahora pretenden expiar sus culpas castigando a los países más pobres e impidiéndoles desarrollar sus economías por un presunto crimen que no cometieron.
Lamentablemente, estas ideas nocivas han pregonado fuertemente en nuestra sociedad. Los neo-marxistas han sabido cooptar el sentido común de occidente. Lograron esto gracias a la apropiación de los medios, de la cultura, de las universidades y si, también, de los organismos internacionales.
Este último caso es el más grave tal vez, porque se trata de instituciones que tienen enorme influencia en las decisiones políticas y económicas de los países que integran esos organismos multilaterales.
Por suerte, somos cada vez más los que nos atrevemos a levantar la voz. Porque vemos que, si no combatimos frontalmente estas ideas, el único destino posible es que cada vez vamos a tener más estado, más regulación, más socialismo, más pobreza, menos libertad, y, en consecuencia, peor nivel de vida.
Occidente, lamentablemente, ya comenzó a transitar este camino. Sé que a muchos les puede sonar ridículo plantear que occidente se ha volcado al socialismo. Pero sólo es ridículo en la medida que uno se restringe a la definición económica tradicional del socialismo, que establece que es un sistema económico donde el estado es el dueño de los medios de producción.
Esta definición debiera ser, para nosotros, actualizada a las circunstancias actuales. Hoy los estados no necesitan controlar directamente los medios de producción para controlar cada aspecto de la vida de los individuos.
Con herramientas como la emisión monetaria, el endeudamiento, los subsidios, el control de la tasa de interés, los controles de precios y las regulaciones para corregir los supuestos “fallos de mercado”, pueden controlar los destinos de millones de seres humanos.
Así es como llegamos al punto en el que, con distintos nombres o formas, buena parte de las ofertas políticas generalmente aceptadas en la mayoría de los países de occidente son variantes colectivistas.
Ya sea que se declamen abiertamente comunistas, o socialistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, neo keynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas.
En el fondo no hay diferencias sustantivas: todas sostienen que el estado debe dirigir todos los aspectos de la vida de los individuos. Todas defienden un modelo contrario al que llevó a la humanidad al progreso más espectacular de su historia.
Nosotros venimos hoy aquí a invitar a los demás países de occidente a que retomemos el camino de la prosperidad. La libertad económica, el gobierno limitado y el respeto irrestricto de la propiedad privada son elementos esenciales para el crecimiento económico.
Este fenómeno de empobrecimiento que produce el colectivismo no es una fantasía. Ni tampoco fatalismo. Es una realidad que los argentinos conocemos muy bien.
Porque ya lo vivimos. Ya pasamos por esto. Porque como dije antes, desde que decidimos abandonar el modelo de la libertad que nos había hecho ricos, estamos atrapados en una espiral descendente en donde cada día somos más pobres. Un país que a inicios del siglo XX era el país más rico del mundo, hoy tiene cerca del 50% de la población por debajo de la línea de la pobreza, y tiene 10% de indigentes, cuando argentina es un país que produce alimentos para 400 millones de seres humanos.
¿A dónde va todo ese alimento? La respuesta es que el estado se queda con el 70% de lo producido, es decir, el estado se queda con el alimento para 280 millones de personas, y, sin embargo, hay 5 millones de argentinos que no comen.
Ya lo vivimos nosotros. Y estamos acá para alertarlos acerca de lo que puede pasar si los países de occidente que se hicieron ricos con el modelo de la libertad, continúan por este camino de servidumbre.
El caso argentino es la demostración empírica de que no importa cuán rico seas, cuantos recursos naturales tengas, no importa cuán capacitada esté la población, ni cuan educada sea, ni cuantos lingotes de oro haya en las arcas del banco central.
Si se adoptan medidas que entorpecen el libre funcionamiento de los mercados, la libre competencia, los sistemas de precios libres, si se entorpece el comercio, si se atenta contra la propiedad privada, el único destino posible es la pobreza.
En Argentina solemos decir que nuestro país siempre va a contramano del mundo.
Hoy nosotros estamos volviendo a abrazar, luego de cien años de penumbras, el modelo de la libertad.
Espero que esta vez, Argentina y el mundo recorramos juntos el camino de la prosperidad.
Para finalizar, quiero dejarles un mensaje a todos los empresarios aquí presentes y a los que nos están mirando desde todos los rincones del planeta.
No se dejen amedrentar.
No se entreguen a una clase política que lo único que quiere es perpetuarse en el poder.
Ustedes son benefactores sociales. Ustedes son héroes. Ustedes son los creadores del periodo de prosperidad más extraordinario que jamás hayamos vivido.
Que nadie les diga que su ambición es inmoral. Si ustedes ganan dinero es porque ofrecen un mejor producto a un mejor precio, contribuyendo de esa manera al bienestar general.
Ustedes son los verdaderos protagonistas de esta historia, y sepan que, a partir de hoy, cuentan con un aliado incalificable en la República Argentina.
¡Viva la Libertad carajo!
Muchas gracias.
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