Qué cambia en los comicios sin Macri
Su decisión desbloquea la interna de Juntos por el Cambio, que deberá esforzarse para no seguir con el espectáculo de discordias internas; el Gobierno no está bien, pero nadie sabe con exactitud hasta dónde llegará el crecimiento de Milei
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Tenía ganas de volver. Lo frecuentaba la ambición de que la sociedad reconociera que en su mandato presidencial se habían respetado el Estado de Derecho, la división de poderes y las libertades públicas, y que el país se había incorporado al escenario internacional y los inversores habían confiado. Una brutal pelea contra esa esperanza (“la batalla contra el ego”, la llama) ocurrió en la intimidad de Mauricio Macri. El orgullo propio, que lo tiene, le impidió hablar de tales intimidades hasta con sus amigos más cercanos y con su propia familia. Macri suele decir que contra el ego solo se ganan batallas, nunca la guerra. “Gané una batalla”, dice ahora, ufano.
Varios encuestadores pronostican que aumentará la imagen positiva de Macri después del desistimiento de ser candidato. De hecho, una encuesta rápida de D’Alessio/Berensztein entre 500 personas de todo el país mostró ayer que el 67% de los consultados están de acuerdo con la decisión de Macri; que el 63% cree que ese anuncio beneficiará a Juntos por el Cambio; que el 71% considera que Pro (el partido de Macri) saldrá beneficiado dentro de Juntos por el Cambio; que el 50% cree que la decisión será más provechosa para Patricia Bullrich contra el 30% que considera que lo será para Horacio Rodríguez Larreta. El 26% espera que sea asesor del próximo presidente y el 20% lo imagina con un papel activo en la política exterior, como ocupando el cargo de canciller, en un eventual gobierno de Juntos por el Cambio.
No piensa ser candidato a nada. Detesta la sola idea de que lo comparen con Cristina Kirchner en la búsqueda permanente de fueros parlamentarios. Las únicas causas judiciales que tiene las iniciaron los servicios de inteligencia del kirchnerismo (por supuesto seguimiento de personas), pero una de ellas ya fue desestimada por la Cámara Federal.
La llamada causa del Correo es un problema que heredó de su padre, Franco Macri. El patriarca de la familia compró la empresa postal cuando ya Mauricio Macri andaba obsesionado con la presidencia de Boca, que había ganado dos años antes de esa decisión equivocada de su padre. El procurador del Tesoro, Carlos Zannini, hace un seguimiento personal de esa causa, a pesar de que las acciones del Correo pertenecían a los hijos de Mauricio Macri, no al expresidente. Los accionistas del Correo ofrecieron pagar el 100 por ciento de la indemnización que establecieran los peritos oficiales, pero Zannini la rechazó porque quiere la quiebra de la empresa familiar (Socma), no una solución. La cuestión está ahora en la Corte Suprema de Justicia porque los accionistas del Correo pidieron que la causa se tramite en los tribunales comerciales de la Capital y no en los federales, para escapar de la persecución del implacable Zannini. En síntesis, Macri no tiene causas judiciales importantes.
De todos modos, su decisión de renunciar a la carrera por otra oportunidad presidencial desbloquea la interna de Juntos por el Cambio, porque muchos dirigentes intermedios estaban esperando la decisión final de Macri. El expresidente es el dirigente de esa coalición que más influencia electoral tiene entre los votantes puros de Juntos por el Cambio. Macri prometió que será ecuánime y justo en la competencia interna por la candidatura presidencial, pero que también señalará con precisión las cosas que están mal y las que están bien. La gente común intuye, como se vio en la encuesta de D’Alessio/Berensztein, que él está más cerca de Patricia Bullrich que de Rodríguez Larreta, aunque jamás Macri hizo pública esa supuesta simpatía. A veces, las cosas son como parecen. Ella coincide con Macri en la necesidad de modificar estructuralmente la economía del país para desarrollar la Argentina.
Lo cierto es que Bullrich abrazó las ideas básicas de Juntos por el Cambio, que su personalidad indica que no se aleja de un objetivo cuando fijó uno y que tiene coraje para enfrentar las eventuales presiones de sindicatos, empresarios, movimientos sociales y la izquierda política. Es la faceta de su carácter que la diferencia de Rodríguez Larreta, quien, aunque milita en el mismo ideario económico y político, prefiere evitar el conflicto y está más apegado a las fórmulas tradicionales del acuerdo entre dirigentes. El actual discurso de Rodríguez Larreta contra la grieta es teóricamente un mensaje unificador de una sociedad cruelmente dividida. La pregunta es si ese discurso corresponde a este momento o al día después de las elecciones que decidirán quién será el próximo presidente. Algunos analistas de opinión pública señalan que es un discurso extemporáneo, pero otros suponen que hay un porcentaje de la sociedad, no cuantificado, que está cansado de las peleas políticas y que podría identificarse con el mensaje de Rodríguez Larreta. “¿Cuántos son? ¿El 10%, el 20% del electorado? Sinceramente, no lo sé, porque es una parte de la sociedad oculta y callada”, dice uno de ellos.
Hasta hace unos meses no era una hipótesis descabellada para Juntos por el Cambio esperanzarse con ganar en primera vuelta (necesitaría el 45% de los votos o sacar un porcentaje por encima del 40% con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo), porque en 2019, con un gobierno que había tenido serias dificultades en su último año, sacó el 41% de los votos nacionales. Necesitaría solo cuatro puntos más que hace cuatro años para ganar en primera vuelta. Pero sucedió un hecho inesperado, tan común en política, como fue la aparición de Javier Milei. Ahora, la mayoría de las encuestadoras registran un triple empate entre Juntos por el Cambio, el Frente de Todos y Milei.
Un encuestador arriesga, por pura intuición, que el resultado de la primera vuelta de este año podría parecerse mucho a la primera vuelta de 2015. Entonces, el Frente de Todos sacó el 38%, el entonces Cambiemos alcanzó el 34% y Sergio Massa se llevó el 20%. Solo cambia el orden: Juntos por el Cambio podría sacar ahora alrededor del 38%, el Frente de Todos se acercaría al 34% y Milei lograría el 20%. También supone que Milei podría ser en las primarias de agosto el candidato más votado, sencillamente porque no competirá contra nadie. En los otros espacios, habrá competencia entre varios precandidatos. Será un resultado que Milei podrá aprovechar mediáticamente el día después, pero será también un resultado falso porque los votos de las dos grandes coaliciones deberán sumarse para tener una idea cercana a la realidad.
También hay analistas de opinión pública que no están seguros de que los votantes de los candidatos perdidosos de Juntos por el Cambio sean fieles a ese espacio. Sospechan, sin pruebas, que algunos podrían irse con Milei o quedarse en su casa el crucial domingo de la primera vuelta electoral, en octubre.
Milei tiene un núcleo duro de votantes que cree en sus ideas y tiene otro círculo de simpatizantes más volátil, que estaría en condiciones de cambiar su voto si el candidato de Juntos por el Cambio lo conformara. Una coincidencia entre los analistas de opinión pública es que ese candidato cambiemita es en realidad una candidata: Patricia Bullrich. Un intelectual con el corazón en la centroizquierda, y enemigo declarado de la grieta política, les confiesa en estos días a algunos amigos que su candidata escondida, que jamás hará pública, es Patricia Bullrich. ¿Por qué?, le preguntan, azorados. “Porque es la única que puede frenar a Javier Milei”, les responde.
Milei es, en rigor, un serio riesgo para el sistema democrático y para el país, pero eso es, precisamente, lo que lo convierte en atractivo para los jóvenes cansados del eterno círculo de impotencia de la política tradicional. Algunos encuestadores suponen que en una segunda vuelta entre Juntos por el Cambio y Milei el kirchnerismo se podría volcar en masa al líder libertario, solo para destruir al eterno enemigo y para poner al país bajo una inestabilidad permanente. Otros, en cambio, estiman que un tercer lugar en la primera vuelta significaría tal golpe a la autoestima de los militantes kirchneristas que estos (o la mayoría) no irían a votar el día del ballottage.
Es cierto que el tiempo juega en contra del Gobierno. Cristina Kirchner no quiere ser candidata presidencial (porque supone que la derrotarían), pero tampoco puede sacar del campo de juego a Alberto Fernández. La pertinacia del Presidente en su candidatura a la reelección es su único gesto de rebeldía ante la vicepresidenta, aunque a cambio sobreactúa las peores políticas y posiciones de Cristina Kirchner. El mejor candidato que tiene el oficialismo (¿tenía?) es Sergio Massa, pero eso sucedía antes de que se conociera la inflación del 6,6 por ciento de febrero y una medición seguramente peor en marzo. Los cinco meses que faltan para las elecciones primarias pueden ser una trituradora de candidatos oficialistas. La histórica sequía vació las esperanzas políticas y electorales de muchos kirchneristas. Tan es así que algunos oficialistas la llaman la “sequía libertadora”, en alusión a la Revolución Libertadora que derrocó a Perón en 1955. El Gobierno no está bien, pero nadie sabe con exactitud hasta dónde llegará el crecimiento de Milei. Macri ya no está. Juntos por el Cambio deberá hacer un esfuerzo adicional para evitar seguir con el espectáculo de discordias internas que tanto daño le hizo después del triunfo en las elecciones legislativas de 2021. Como diría el lúcido uruguayo Julio Sanguinetti, el futuro ya no es lo que era.
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