¿Puede un liberal en serio desear que un diario quiebre?
Javier Milei quiere diferenciarse del kirchnerismo, pero cuando empieza a nombrar medios y periodistas se parece bastante al matrimonio presidencial de Santa Cruz
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El presidente Javier Milei no ha renunciado a seguir siendo el panelista áspero con que saltó a la vidriera pública. Ni piensa hacerlo. Solo se calma, si su interlocutor suscribe ciento por ciento lo que dice. Ya los mínimos matices le producen ansiedad y las diferencias importantes directamente lo sulfuran.
El sentido común, y el protocolo constitucional, le aconsejarían un mayor aplomo, no meterse en polémicas gratuitas y expresarse con mayor equilibrio y frialdad. Pero si hiciera eso, Milei dejaría de ser Milei y sentiría que un abismo se abre bajo sus pies. Con ínfimo respaldo legislativo y carente de gobernadores de su fuerza, al líder de La Libertad Avanza solo le queda exhibirse fuerte en sus modos y formas, tal como lo hace en sus redes sociales con extraordinario éxito.
Esa personalidad volcánica, donde no hay espacio para las dudas ni para las reglas de cortesía más elementales con quienes piensan distinto, es lo que lo vuelve admirado ante su núcleo duro de seguidores, y temido por muchos otros que prefieren poner distancia y guardar silencio para rehuir de sus ladridos y dentelladas.
Cumple así, aunque de manera precaria, con algo que aprecia mucho el argento promedio: ser gobernado por quien haga grosero alarde de ejercer el mando con rigor, avance a los empujones y se lleve puesto a quien se interponga a su paso. El justicialismo sabe mucho de eso: látigo en mano, desde sus fundadores, Juan y Eva Perón, a Néstor y Cristina Kirchner, pasando por Carlos Menem, cuando estuvieron en lo más alto del poder, se volvieron temibles, caprichosos y audaces equilibristas en las cornisas de la democracia, al borde de peligrosas autocracias. No es el escudo peronista suficiente para volverse un déspota que tenga en un puño a la sociedad. Hace falta un temperamento muy particular que, por cierto, no tuvieron Héctor Cámpora, Isabel Perón, Eduardo Duhalde ni Alberto Fernández.
Pero si hay algo que le sobra a Javier Milei es temperamento. No cuenta como aquellos con respaldos ideológicos y corporativos, pero le alcanza con su voluntad de arremeter contra todo lo que se le opone. Cuenta, además, con una innata capacidad histriónica que conecta con audiencias desprevenidas de cualquier condición social. Aquellos que cuentan con un plus de racionalidad intelectual como para no ser cooptados fácilmente por un personaje de características tan peculiares, aún intentan decodificar la singularidad de un fenómeno por demás novedoso y disruptivo.
Más allá de sus excentricidades, Javier Milei pasará a la historia si logra domar la inflación en un tiempo prudencial. Y si eso, al tiempo, llegara a derramar en un mejor desenvolvimiento de la economía y en un mayor bienestar para el muy sufrido bolsillo argentino, los libros le reservarán un lugar destacado.
Hay bravuconadas e irritabilidades del Presidente a las que el paso del tiempo, por la mera reiteración de esas actitudes, nos va acostumbrando, mal que nos pese. Quiere diferenciarse del kirchnerismo, pero cuando empieza a nombrar medios y periodistas con nombre y apellido, como a Joaquín Morales Solá, o los alude de manera inequívoca y peyorativa, como a Jorge Fernández Díaz, se parece bastante al matrimonio presidencial de Santa Cruz.
Pero hay derrapes y derrapes. Desearle la quiebra a una empresa periodística simplemente porque no le satisface su línea editorial resulta mucho más grave. Es lo que sucedió durante la larga entrevista que le hizo Alejandro Fantino este lunes cuando arriesgó que el periódico Perfil va camino al cierre, ahora que además la pauta oficial permanece suspendida. El dueño, Jorge Fontevecchia, respondió que, si no pudo quebrarlo la dictadura militar, ni los treinta juicios en tiempos de Carlos Menem, ni el asesinato de José Luis Cabezas ni el retiro de la publicidad oficial por parte de Néstor Kirchner, “tampoco va a poder usted”.
La enemistad de Milei con Fontevecchia no es de larga data. De hecho, la primera gran entrevista de tres horas que le hizo, el actual presidente la volcó en uno de sus libros sin pedir la correspondiente autorización al autor. Y durante la campaña, el año pasado, estuvo más de una vez en Perfil, inclusive en su escuela de periodismo. En una de esas visitas, permaneció más de seis horas en las instalaciones de esa editorial en Barracas para grabar un largo e interesante cruce con Juan Grabois, que moderó el propio Fontevecchia.
Milei podría intentar refutar con argumentos válidos determinadas posiciones de Fontevecchia o de cualquiera, siempre y cuando enriquezca el debate y lo haga con altura. Pero lo suyo es la confrontación y la respuesta incendiaria porque sabe que eso alimenta la caldera de las redes sociales, el ámbito virtual en el que el Presidente se siente mucho más cómodo que en el mundo real. El mismo reconoce que le dedica muchas horas, en coincidencia con sus comidas y que a la noche, después de la cena, sigue de largo. Su audiencia cautiva se aburre, no entiende y se desinteresa si florece un diálogo civilizado. Milei lo tiene bien en claro y actúa en consecuencia. Sabe, además, que esa pelea permanente permea también en los medios de comunicación tradicionales que, sea a favor o en contra, lo vuelven a mostrar como el guapo de la cuadra, con el que es mejor no meterse. Y lleva la atención hacia esas liviandades, dispersando la atención en los temas cruciales que realmente importan.
Resulta del todo contradictorio que un liberal extremo (se autopercibe libertario y anarcocapitalista) pueda alegrarse por la desaparición de una empresa privada que es fuente de trabajo de cientos de trabajadores y que se sostiene a sí misma sin depender de los recursos del Estado. Son los lectores y los anunciantes los que mantienen vivo a un diario.
Consultado por LA NACION, Fontevecchia es más optimista respecto de lo que puede depararle la agresiva ofensiva presidencial: “Cuando Milei dice que Perfil quebró se refiere al cierre del diario de 1998 –explica– y creo que, así como Néstor Kirchner atacando a Perfil desde 2003 nos terminó fortaleciendo y permitiendo relanzar el diario en 2005 sobrevisibilizándonos, Milei ahora volverá a fortalecernos. Salvando las enormes distancias, es lo que sucedió con The New York Times y las suscripciones al comienzo de la presidencia de Trump y nosotros con aquel fideicomiso en contra de la discriminación con la publicidad oficial que condujo Nelson Castro, con el apoyo de todo el periodismo profesional en 2006″.
¿Qué puede haber molestado tanto al primer mandatario? ¿Que Perfil llamara a no votarlo? En los Estados Unidos es costumbre que los grandes medios blanqueen antes de los comicios a qué candidato apoyan. ¿Acaso le habrá fastidiado que Fontevecchia escribiera un controvertido editorial en el que sugería que, en algún momento, Milei dará un paso al costado o será desplazado de su cargo y sugería para reemplazarlo el nombre del diputado Miguel Ángel Pichetto?
Desde el propio gabinete de ministros, uno de sus más relevantes miembros desliza una teoría más insólita: una reciente tapa de la revista Noticias sobre los perros de Milei, el Presidente la tomó como una “declaración de guerra”.
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