Un análisis de 100 elecciones desde 2011 refleja que casi nunca el ganador de las PASO da un salto en las generales tan grande como el que necesita LLA para triunfar sin ballottage
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El alarido de Javier Milei retumbó el miércoles en el Movistar Arena: “¡¡¡Vamos a ganar en primera vuelta!!!”. Desde el público estalló una ovación seguida de canciones de cancha que le ponían rima a la profecía del candidato. Pareció un suspiro de racionalidad en medio de un show de excentricidades, en el que Milei cantó a capela un tema de La Renga, hizo pogo, coqueteó con su novia celebrity, agradeció los consejos de sus perros y dejó que su presentador lo metiera de puro gusto en otro entuerto con el Papa.
Detrás de los gritos, las motosierras de juguete y las imágenes de bombas que estallan, la ansiedad de los libertarios se concentra en la posibilidad objetiva de alcanzar mañana mismo la Presidencia, sin más trámites. “Estamos muy cerca”, dicen (se dicen) dirigentes del entorno de Milei y lo difunden por todos sus canales de socialización. Pero, ¿hay datos que alimenten su esperanza o es una simple expresión de deseos en este mar de incertidumbre que es hoy la política argentina?
Un total de 23 encuestas publicadas en las últimas tres semanas que relevó LA NACION muestran a Milei en primer lugar (salvo una), pero ninguna lo ubica por encima del umbral constitucional de una victoria sin necesidad de ballottage. Son las mismas consultoras que no vieron venir el tsunami libertario en las PASO de agosto. Podían fallar y fallaron.
Otra forma de aproximarse a una respuesta consiste en estudiar cifras de elecciones pasadas. Al hacerlo, se puede al menos mensurar la magnitud de la hazaña que debería concretar Milei para convertirse la noche del domingo en el sucesor de Alberto Fernández.
LA NACION analizó un centenar de comicios de distinto orden celebrados bajo el régimen de las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) en busca de eventuales patrones de conducta de los votantes.
Reluce en primera instancia un dato elocuente: es altamente inusual que el ganador de unas primarias desate una ola favorable que lo haga crecer de manera abrupta en la elección general. Lo habitual es, en cambio, que el resultado de las internas quede fijado como virtual techo y piso, desde el que oscila luego en un rango acotado.
Milei obtuvo en agosto el 31,58% de los votos positivos (la forma en que se contabiliza el resultado en las generales). Es decir que necesita como mínimo incrementar su caudal en al menos 8,42 puntos porcentuales para alcanzar el 40%. En ese caso, si además superase por 10 puntos a su perseguidor inmediato ganaría la presidencia en el acto. Para no depender de otros, necesita el 45%, lo que implica crecer 13,42 puntos respecto de las PASO.
Es una vara altísima. Veamos los números históricos: el relevamiento de las tres elecciones presidenciales, las 25 de gobernadores y los comicios legislativos nacionales de medio término de cada una de las 24 provincias que se rigieron por el sistema de las PASO muestra que solo tres veces el partido más votado el día de las primarias aumentó su caudal 9 puntos o más en las generales.
Ganar las primarias es un sello de favoritismo. En el 80% de los casos de esta muestra se repitió el vencedor en las elecciones “de verdad”, las que definen cargos.
Detrás de los gritos, las motosierras de juguete y las imágenes de bombas que estallan, la ansiedad de los libertarios se concentra en la posibilidad objetiva de alcanzar mañana mismo la Presidencia
Pero el “efecto ola” es una rareza. En las 100 elecciones analizadas la mayoría de las veces (el 52%) el partido que terminó como el más votado en las PASO redujo su porcentaje de votos el día de las generales.
En el 41% de las elecciones celebradas bajo este sistema, el partido más votado en las primarias obtuvo después un porcentaje que se ubica en una franja entre +/- 3 puntos porcentuales. En un margen de +/- 6 puntos encaja el 75% de los casos.
De Cristina a Alberto
La estadística acumulada en elecciones presidenciales es escasa. El sistema de primarias obligatorias se estrenó en 2011, con la reelección de Cristina Kirchner. Ella se movió de un 50,2% en las PASO al 54,1% que resolvió el pleito en primera vuelta. En 2015, Daniel Scioli celebró la noche de las primarias, pero Mauricio Macri lo dio vuelta dos meses después y se consagró más adelante en un ballottage reñidísimo. Cuatro años más tarde Alberto Fernández arrasó en agosto. Aunque resolvió todo en una única vuelta, lo hizo con un porcentaje ligeramente inferior y con mucha menos ventaja sobre Macri.
Once provincias han aplicado en algún momento las PASO para elegir gobernador. Son 25 casos ya resueltos (otros cuatro se definen mañana), en los que el 64% de las veces el partido que emergió como el más votado en las primarias redujo después su porcentaje en las generales (aunque apenas en cuatro ocasiones cambió el ganador).
Solo una vez un vencedor logró un salto de la magnitud del que necesitaría Milei para consagrarse mañana: fue el salteño Gustavo Sáenz en 2019, que pasó de 42,8% a 53,6% (10,8 puntos más) entre una elección y otra. Fue una situación muy particular ya que entre ambas instancias se consagró presidente Alberto Fernández, el frente kirchnerista que competía contra Sáenz se partió y un sector giró hacia el candidato que se perfilaba para ganar.
Fue algo excepcional. En general en todas las provincias se han dado oscilaciones más suaves entre elecciones con similar oferta. Este año tres gobernadores pasaron por esta virtual doble vuelta. Maximiliano Pullaro, que ganó en Santa Fe, pasó de 63,1% en las primarias (suma de JxC) a 58,5% en las generales. El radical Leandro Zdero ganó Chaco en primera vuelta con 46,2%, casi 4 puntos más que en las PASO (pese a que se redujo la distancia con su rival, Jorge Capitanich). Alfredo Cornejo se impuso en Mendoza en unas elecciones generales en las que sacó casi 10 puntos menos que la cosecha total de su espacio en las primarias.
Solo una vez un vencedor logró un salto de la magnitud del que necesitaría Milei para consagrarse mañana: fue el salteño Gustavo Sáenz en 2019
A los fines de este relevamiento, LA NACION tomó en cuenta también las elecciones legislativas nacionales de medio término de 2013, 2017 y 2021. Al ser un comicio distinto en cada provincia, se trata de 72 casos más. Se excluyó del cálculo a las elecciones de diputados y senadores de 2011, 2015, 2019 porque coinciden con las presidenciales y los resultados quedan intrínsecamente condicionados a los de la boleta principal.
A nivel legislativo se percibe más volatilidad en los resultados. Sin embargo, tampoco es habitual que haya oleadas drásticas a favor del ganador de las PASO.
En 2013 la elección más atractiva fue la de diputados nacionales por Buenos Aires, en la que Sergio Massa, con el Frente Renovador, sorprendió al kirchnerismo gobernante (que iba con un joven Martín Insaurralde como primer candidato). Massa fue la estrella de las PASO, donde obtuvo 36,8%. En las generales se estiró a 43,9%. Esos 7 puntos de más son la contracara de lo que perdió Francisco De Narváez, cuya lista ofrecía más o menos lo mismo: peronismo de centroderecha y antiK.
Con Macri en el gobierno, el 2017 vio el duelo bonaerense entre Cristina Kirchner y Esteban Bullrich por lugares en el Senado. En las primarias, la expresidenta sacó 35,6% y se impuso por un margen ínfimo. En las generales, ella creció casi 2 puntos, pero Bullrich la superó y se quedó con las dos bancas de la mayoría.
En 2021 el gran foco de las elecciones de medio término fue el duelo en Provincia entre Diego Santilli (JxC) y la lista peronista que encabezaba Victoria Tolosa Paz. La oposición ganó las PASO con 39,8% y cuatro puntos de ventaja. En la general su porcentaje fue un calco, pero el oficialismo pegó un estirón y casi le arrebata el triunfo.
¿Y cuántas veces un ganador de las primarias logró en unas legislativas nacionales un salto superior a 9 puntos, como el que sueña Milei? Solo dos.
La primera de ellas es mérito de Capitanich en Chaco. Se elegían senadores en 2013 y su frente sacó en las PASO casi el 50% de los votos. Al gobernador le supo a poco. La oposición se le había acercado y los resultados del oficialismo habían sido decepcionantes en ciudades en las que sentía que debía arrasar, como Sáenz Peña. Cuentan las crónicas de la época que entre las primarias y las generales se celebró un festival de clientelismo. Se afincaron stands proselitistas en las principales esquinas de las grandes ciudades y hubo un sinfín de medidas distribucionistas, con el gobernador dedicado a tiempo completo a la campaña. Logró crecer 11 puntos, fue uno de los ganadores de un domingo amargo para el kirchnerismo y días después Cristina Kirchner lo designó jefe de Gabinete de ministros.
El otro antecedente se dio en Jujuy en 2017. Fue cuando el radical Gerardo Morales aprovechó para darle una estocada decisiva al peronismo provincial, que fue partido en seis a las PASO para el Senado. Entre las primarias y las generales, los perdedores de la oposición se disgregaron, una parte se acercó al gobernador y al abrirse las urnas la diferencia resultó abrumadora. Un total de 15,4 puntos más. Todo un récord. El único registro en este relevamiento que supera la vara que tendría que saltar Milei para asegurarse un triunfo en primera vuelta.
Es otro desafío para un candidato que derrumba estructuras al andar. Ya sorprendió a los rivales que menospreciaban sus posibilidades, pulverizó las encuestas y dejó en shock al círculo rojo del poder. ¿Podrá cargarse también la fría lógica de las estadísticas electorales?
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