Problemas en el multiverso de Massa y los Kirchner
La suba del blue y la falta de acuerdo con el FMI perturban al peronismo; la polarización con Bullrich busca fidelizar el voto cristinista, pero hay nerviosismo por los últimos sondeos
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Sergio Massa inventó a una épica del contrafáctico para resolver el dilema fundacional de su proyecto presidencial. ¿Por qué alguien habría de votar al ministro de Economía de un gobierno con más de 100% de inflación anualizada y sin dólares en las reservas? Sencillo: porque sin él todo hubiera sido muchísimo peor.
Ese relato heroico, alentado por la propia Cristina Kirchner, esboza un multiverso rudimentario en uno de cuyos pliegues espacio-temporales Massa no asumía como ministro el año pasado, se desataba una hiperinflación y Alberto Fernández huía en helicóptero de la Casa Rosada, mientras el peronismo se derrumbaba, acaso para siempre. La campaña prescinde de la promesa futura y halla virtud en un desierto de logros pasados. Se completa el mensaje con la inyección del miedo a lo que podría pasar si gana una oposición de derecha que promete cambios desde la raíz.
La realidad ha aparecido en las últimas horas para fastidiar los planes del peronismo unido. La trepada del dólar blue en la última semana y las dudas crecientes sobre la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) metieron a Massa en una turbulencia inoportuna. Un presente calmo es condición básica para el éxito del ministro/candidato.
El camino de Massa hacia la boleta presidencial fue asfaltado con una minuciosa intervención en el mercado para congelar los dólares financieros. El doble propósito era llegar a la etapa decisiva con la ilusión de un veranito cambiario y de desaceleración inflacionaria. Mientras consiguió lo segundo –el último índice antes de las PASO marcó una baja de 7,8 a 6%–, la agitación del blue obliga al “ministro fullero” a volver a la mesa de apuestas.
Desde Cristina hasta los principales empresarios del país escucharon a Massa decir hace más de un mes que era inminente el acuerdo puente con el FMI que garantizaría estabilidad durante la temporada electoral. Esto implicaría el giro de casi US$10.000 millones para cubrir los vencimientos comprometidos para este año. Pero las negociaciones se han complicado y una nube de versiones perturba a la City.
El viaje a Washington de los funcionarios massistas Gabriel Rubinstein y Leonardo Madcur se confirma y se cancela casi a diario. Parece una metáfora de Aeroparque. “No voy a dejar que tengas rehenes allá”, cuentan fuentes de Economía que el ministro le dijo a la directora del FMI, Kristalina Georgieva, en uno de sus intercambios por Zoom. Solo autorizará la misión de sus delegados cuando la firma sea casi un trámite. Necesita de mínima una garantía de que al menos habrá refinanciación de los vencimientos de julio –US$2600 millones– sin exigencias de una devaluación ni de profundizar el ajuste fiscal antes de las PASO.
“La semana que viene habrá novedades”, es el latiguillo repetido que suena a una revisión del “segundo semestre” de los años macristas. Todo un signo de cómo se ha acelerado la dinámica de crisis.
A nivel local, el gobierno de Massa sondea la posibilidad de un nuevo dólar soja para despertar las liquidaciones del campo y contener la sangría de reservas. Se estudian también acciones para frenar el tipo de cambio informal antes de que se salga de control.
Pero la clave reside en la negociación internacional. El FMI se mantiene firme en demandas que son incumplibles para el consenso de Unión por la Patria (UP). “La disyuntiva del staff es: ¿vamos a darles dólares frescos a cambio de nada y dejar que los quemen a 270 durante la campaña para sostener el valor del peso?”, explica un operador de Wall Street que sigue al detalle las tratativas.
El sueño chino
Massa contraataca con el amago de tirarse a los brazos de China como nuevo prestamista de última instancia. Los yuanes que obtuvo en su reciente viaje a Oriente han servido para aguantar la negociación. ¿Serán suficientes para una jugada más osada? “Les doy a los chinos uno de los cuatro o cinco puntos que piden y ellos ponen la plata que necesitamos para cerrar el año. ¿Quieren obligarme a eso?”, es una frase que le atribuyen al ministro algunos de sus interlocutores habituales. Coquetea con la preocupación que causa en Estados Unidos la intención del régimen de Xi Jimping de quedarse con el manejo de tecnologías de comunicación, de asumir el control de la Hidrovía y de incrementar el vínculo con Argentina en materia de defensa. Hay otra burbuja del multiverso en el que Massa es capaz de dinamitar sus tan preciados lazos con el mundo occidental.
El póker geopolítico se completa con la kirchnerización del candidato. El “peronista moderado” muestra versatilidad no solo para enamorar con palabras y lágrimas de emoción al votante de Cristina sino también para presionar a los burócratas de Washington. Se abraza efusivamente a Axel Kicillof –un cruzado antiFMI– y reflotó en sus discursos el sueño nestorista de “juntar los dólares para echar al Fondo de la Argentina”.
El kirchnerismo mira con ansiedad los sacudones del mercado. Cristina confió en la tesis de Massa de que su candidatura presidencial iba a aportar sosiego durante el proceso electoral y le permitiría al peronismo ser competitivo después de la experiencia fallida de Alberto Fernández. Solo había que encapsular todo lo malo en la figura del Presidente, al que restaba pagarle con “un par de bancas”, como la propia vice alardeó en público.
Fue Cristina la inspiradora del contrafáctico que alimenta la campaña oficialista. Ella le reconoció a Massa que agarró “una papa caliente” cuando asumió en el ministerio en agosto de 2022. Lo dijo en aquella incursión televisiva en la que había ilusionado a Wado de Pedro con la frase sobre los “hijos de la generación diezmada”.
La jefa del kirchnerismo reforzó la tesis en el acto de inauguración del gasoducto de Vaca Muerta. Jugaron con Massa una suerte de tenis de elogios, con Alberto Fernández haciendo de red. Ella necesitaba mostrar claramente quién es “su” candidato. A Juan Grabois lo sentó en las primeras filas, pero no lo mencionó. Él sabe que su papel es amortiguar la salida de votos ideológicos del kirchnerismo hacia la izquierda y lo cumple con obediencia, sin incordiar.
“Cristina le hizo ver que no debería fantasear con otra cosa”, advierte una fuente del Instituto Patria. Cerca de Massa son más tajantes: “Lo de Juan está bien; sirve lo que pueda retener en las PASO. Pero Máximo y La Cámpora no quieren que el tipo saque 10 o 15 puntos y después les vaya a cobrar por unos votos que no tiene”. Por eso, De Pedro es jefe de campaña y habrá una mimetización constante del aspirante presidencial con figuras identitarias del cristinismo.
El Estado en pleno está a disposición del candidato, que reparte subsidios, préstamos, aumentos y promesas de inversión en una carrera contra reloj hasta la fecha en que la ley prohíbe mezclar actos de campaña con anuncios de medidas e inauguraciones. Un platita clásico. Todo vale para “defender la Patria”.
La inestabilidad económica es el potencial factor disruptivo en la configuración de la alianza massista-kirchnerista. La buena sintonía funciona en las condiciones climáticas que prometió el ministro.
Massa describe como “sólida” su relación con Cristina. “Me respeta porque la peleé en el poder, no como otros que la quisieron golpear en el piso”, suele decir, según fuentes de su entorno. La describe en una fase “muy pragmática”. Y sostiene que su vínculo fluye porque él la escucha y no mueve fichas sin antes anticiparle el movimiento. “El gran error de Alberto fue no haberla incluido. Le hicieron creer que si se mostraba cogobernando lo iban a tratar de títere. Al final desató una guerra interna inmanejable que lo condenó al fracaso”, resumen cerca del ministro.
En la mesa del nuevo consenso peronista se resolvió la polarización con Patricia Bullrich. Revivir la grieta con el macrismo ofrece un lugar de encuentro acogedor para todos los actores de UP.
En el cierre de la semana hubo, sin embargo, una pizca de autocrítica por cómo se ejecutó el plan. Los afiches que vinculaban a la candidata del “todo o nada” con Montoneros no cayeron simpáticos en las oficinas de “los hijos de la generación diezmada”. Y la ofensiva del Ministerio de Justicia contra la fundación de Patricia Bullrich se juzgó contraproducente, porque disparó un remanso de unidad entre las dos facciones que dividen a Juntos por el Cambio (JxC). Esa división es un “bien sagrado” para las esperanzas presidenciales de Massa. El autor de esa maniobra fue el ministro Martín Soria, un kirchnerista no reconocido. No faltó quien señalara a Alberto Fernández como responsable de “una sobreactuación”. Pero, ¿cómo explicar entonces la intervención de Ricardo Nissen, presidente de la Inspección General de Justicia (IGJ), que fue apoderado de Máximo y Florencia Kirchner en la causa Hotesur?
El mensaje de las encuestas
Cuando apuntan a Bullrich no es por interés de que prevalezca en la interna del Pro. Massa suele decir que sus chances de ganar en un ballottage crecerían si Horacio Rodríguez Larreta fuera su rival. Como sea, es difícil jugar a meter goles en cancha ajena y el programa de campaña se ajusta a las urgencias.
El primer partido son las PASO de agosto y ahí a Massa le apremia retener el núcleo duro de votos kirchneristas y asegurarse que Grabois no supere la barrera imaginaria de los 5 puntos. Con eso conseguiría muy probablemente ser el candidato con más votos a nivel individual. La polarización con Bullrich responde a esa lógica: proveer un mensaje de fácil codificación para el electorado de Cristina. Hay que parar al macrismo recargado “que viene por el ajuste salvaje, el recorte de derechos sociales y la represión”.
Otra necesidad consiste en mantener a Javier Milei en el torneo. Es el ancla para que Juntos por el Cambio no pueda avanzar hacia un triunfo en primera vuelta. Hay que esperar en los días que vienen una catarata de alusiones del kirchnerismo al referente libertario. “Tenemos que evitar que lo invisibilicen”, dice una fuente del comando peronista.
Las encuestas que consume Massa muestran que Milei no cayó tanto como le atribuyen otros analistas de opinión pública. La consultora en la que él más cree es Inteligencia Analítica, que fundó su cuñado Sebastián Galmarini. El último sondeo difundido por esa empresa le da 4,5 puntos de diferencia a JxC sobre UP, con Bullrich muy arriba de Larreta (24,8% a 9,5%) y Milei en casi 20%. A Massa lo ubica con 23,1% y a Grabois, con 6,7%.
Un escenario así pone al ministro-candidato en la obligación de fortalecer su posición en la interna propia para terminar como el más votado en agosto y entrar con buenas expectativas a la campaña por la primera vuelta.
Los números que analizan en distintos planos del oficialismo aún son poco alentadores. La intención de voto de la marca Unión por la Patria no se movió desde la definición de candidatos. Tiene un techo de 30 puntos en casi cualquier sondeo conocido. Intendentes del conurbano han expresado en privado su nerviosismo porque esperaban un impacto positivo que sigue sin ocurrir. En ese bastión del peronismo es donde Massa debe sacar una diferencia amplia para estar en carrera. En Santa Fe los postulantes para las decisivas PASO de este domingo admiten que tienen en cifras muy flojas a la oferta presidencial del oficialismo -que incluye al rosarino Agustín Rossi–. En Córdoba un Massa kirchnerizado no mueve la aguja. Y algunos sondeos que circulan entre dirigentes camporistas de la ciudad de Buenos Aires reflejan marcas nada despreciables de Grabois, un dirigente que tiene estructura porteña propia y despierta más pasiones en Palermo Hollywood que en González Catán.
La concordia peronista florece en ese estado de palmaria fragilidad y se alimenta de una oposición invertebrada, incapaz de gestionar su condición de favorita. Por eso cualquier viento fuerte –como el inoportuno despertar del dólar– se asemeja a una amenaza existencial para el club de los patriotas que evitaron algo peor.
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