Presupuesto: una sesión marcada por la impericia del oficialismo y la desconfianza opositora
El presidente Fernández había pedido la postergación del debate para evitar una derrota; fuerte debate interno en Juntos por el Cambio y desconcierto en el Frente de Todos ante la derrota,
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El mensaje de la Casa Rosada llegó temprano por la mañana. Provenía de Olivos, del presidente Alberto Fernández. De inmediato, Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, convocó a los principales jefes de bloque al pequeño salón que se ubica detrás del sitial de presidencia. Habían pasado 18 horas de un debate agónico y la única certeza, hasta entonces, era que el oficialismo no había logrado, durante la madrugada y pese a todos sus intentos, reunir la mayoría de los votos para aprobar el proyecto de presupuesto 2022.
Ya reunidos en la sala, Massa les comunicó a los jefes de bloque lo que le había transmitido el presidente. “Al Gobierno le resulta indispensable contar con el presupuesto 2022 para poder avanzar en las negociaciones con el FMI –dijo Massa, en tono solemne-. Si no hay número para aprobarlo hoy, está dispuesto a que se postergue la discusión del proyecto hasta la semana próxima. El ministro (Martín) Guzmán vendrá el lunes próximo para hacer las revisiones que correspondan”.
Sus interlocutores escucharon en silencio. Allí estaban Máximo Kirchner, jefe del bloque oficialista; Mario Negri, Cristian Ritondo, Juan López, Rodrigo de Loredo, Luis Di Giacomo y Alejandro “Topo” Rodríguez, jefes de los bloques de la UCR, Pro, Coalición Cívica, Evolución Radical, Provincias Unidas y del interbloque Federal, respectivamente. Kirchner no podía ocultar cierto fastidio por la situación y encaró a Massa.
“Llamala a (María Eugenia) Vidal también, que ponga la cara y que escuche por qué tiene que aprobar el presupuesto. Llamalo a (Rogelio) Frigerio, a (Diego) Santilli, a (Emilio) Monzó, porque cuando venga el acuerdo con el FMI van a tener que votarlo a dos manos después del quilombo que nos dejaron”, espetó.
Los opositores dejaron pasar el comentario y volvieron a las bancas para llevar el mensaje presidencial a sus tropas y definir los pasos a seguir. En el recinto, mientras tanto, la sesión continuaba; el diputado oficialista Itaí Hagman intentaba continuar su discurso, pero nadie le prestaba atención: la bancada opositora se había convertido en un gran conciliábulo. Fue entonces cuando Massa pidió pasar a un breve cuarto intermedio.
Mientras los jefes de bloque debatían en el salón Delia Parodi, a un costado de Pasos Perdidos, en el recinto reinaba la expectativa y la incertidumbre. En Juntos por el Cambio la noticia de una eventual postergación de la sesión no fue bien recibida por el ala dura de la bancada, convencida de que la única pretensión del oficialismo era ganar tiempo para quebrar a la oposición y cooptar aliados, no para modificar el proyecto de presupuesto, a su juicio un mamarracho de proyecciones macroeconómicas poco creíbles.
“Te apuran, te maltratan, intentaron quebrarnos y encima quieren que les demos más tiempo para aprobarlo. Si aceptamos somos unos masoquistas”, bramaban los halcones.
Mientras tanto, en la tropa oficialista, todo era desconcierto. Algunos no podían entender cómo se había llegado a esta instancia límite, si Massa y Máximo Kirchner les habían asegurado, antes del arranque de la sesión y en reunión de bloque, que reunirían los votos para aprobar el presupuesto con la abstención o la ausencia de algunos diputados radicales. El argumento les resultó creíble, pues no sería la primera vez que el radical Gerardo Morales, gobernador de Jujuy, movía sus piezas para favorecer alguna votación oficialista. Pero Morales, esta vez, miró para el costado: al día siguiente debía calzarse el traje de presidente del comité nacional del radicalismo y no quería que ninguna mácula empañase su asunción; menos aún en medio del enfrentamiento con su archirrival, Martín Lousteau.
Algunos diputados del peronismo ortodoxo, más avezados, ya veían venir el choque de trenes. Desde la tarde anterior a la sesión ya sabían, por contactos que habían mantenido por lo bajo con algunos referentes opositores, que el cuadro de situación era más complejo que el que les habían pintado Massa y Máximo Kirchner. Pero en un bloque donde la tropa es kirchnerista es mayoría, sus reparos no fueron escuchados.
Contrapropuesta y crisis
A pocos metros del recinto, en el salón Delia Parodi, los opositores continuaban la reunión con Massa y los referentes oficialistas. Presionados por el ala dura, presentaron una contrapropuesta: solicitaron que el proyecto en cuestión retorne a la Comisión de Presupuesto para que sea revisado; no tolerarían modificaciones de maquillaje ni más relato. El oficialismo asintió pero no quiso asumir el costo de la claudicación: para ello envió al rionegrino Di Giacomo, su aliado y jefe del bloque Provincias Unidas, a que presente él la moción en el recinto.
La sorpresa de los opositores fue mayúscula; entreveían una nueva jugarreta del oficialismo. Cuando los ánimos empezaban a caldearse nuevamente, el presidente de la Comisión de Presupuesto, Carlos Heller, a pedido del diputado Julio Cobos, debió hacer suya la moción de que el proyecto retorne a la Comisión.
El interbloque Federal, en la voz de Graciela Camaño, aceptó la propuesta. “Somos ocho diputados federales y les pedimos al oficialismo humildad. Este presupuesto es imposible votar si los funcionarios no dan las explicaciones que corresponden. Está flojo de papeles. Tengan la humildad de aceptar de que no tienen el número”, enfatizó.
Desde Juntos por el Cambio, Juan López, de la Coalición Cívica, también acompañó la moción no sin antes dedicar duras críticas al oficialismo. “¡En Juntos por el Cambio hay unidad, hay debate democrático, hay responsabilidad! ¡Ustedes fracasaron, perdieron la mayoría, se van a tener que acostumbrar a dialogar, es un trabajo, es un aprendizaje!”, enfatizó.
“Sé que para ustedes la política es conflicto; para nosotros la política es consenso. Acostúmbrense a dialogar”, lanzó, por su parte, Rodrigo De Loredo (Evolución Radical)
Las palabras opositoras provocaron la reacción de Kirchner quien, con ademanes nerviosos, reclamaba la palabra. Massa le pedía paciencia; tal vez intuía que una intervención suya, en ese momento, podía desbaratar un acuerdo que, aunque frágil, parecía encarrilado. Al final tuvo razón. Cuando el hijo de la vicepresidenta empezó a desgañitar su discurso, cuando desde la bancada opositora se escuchó un bramido unánime de rechazo que copó el recinto, Sergio Massa confirmó que la sesión estaba perdida.
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