“Presidente de transición”, la idea que cobra fuerza en el oficialismo tras la dura derrota electoral
Fernández quería emular a Néstor Kirchner pero se limitaría a cumplir el rol de Duhalde; el operativo clamor por la reelección fue pasado al archivo; la “task force” albertista y la presión por los cambios
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La debacle electoral de las PASO puso al Frente de Todos en estado de asambleísmo. En distintos campamentos internos se discute cómo debería afrontar el Gobierno el espinoso camino que lo conducirá a las elecciones legislativas y no faltan las voces que alertan que la derrota podría ser aún más amplia “si Alberto no se despierta”.
Ese temor, mezclado con la impotencia que provocó el resultado adverso, macera en la coalición oficialista la idea de que Fernández tiene el destino de un “presidente de transición”. Esto es, un mandatario que tratará de llegar a puerto en 2023 y que, en el mejor de los casos, traspasará el bastón de mando a otro dirigente del Frente de Todos.
El operativo clamor por la reelección previo a las PASO, motorizado sin ingenuidad por varios ministros del Gabinete, pasó rápidamente al archivo tras el porrazo electoral que padeció el oficialismo. “Somos una acumulación de errores no forzados”, se lamentó un funcionario de primera línea, que suele reunirse con Fernández, abatido por el veredicto de las urnas.
Incluso antes de desembarcar en la Casa Rosada, en el análisis de los principales dirigentes del Frente de Todos había dos opciones en el horizonte de Fernández: una lo equiparaba con Néstor Kirchner, bajo cuyo mandato se potenció la recuperación económica tras la crisis de 2001; la otra lo emparentaba a Eduardo Duhalde, que encabezó el gobierno de transición previo.
En la visión de esos dirigentes, Duhalde tuvo que hacer el “trabajo sucio” para estabilizar la economía y luego Kirchner se llevó los laureles, ambos de la mano de Roberto Lavagna. Fernández, que quiso ser Néstor, debería limitarse ahora a cumplir el rol de Duhalde. Claro que en su entorno resisten esta caracterización: “Si nos va mal, nadie tendrá 2023”, advierten.
“En ese escenario, en dos años le estarán poniendo la banda a Larreta”, suman los “albertistas” para disuadir a quienes –especialmente desde el kirchnerismo- ya no ocultan sus diferencias con el Presidente y le piden cambios en el Gabinete de manera desembozada. Los apuntados son Martín Guzmán, Santiago Cafiero y Matías Kulfas, en ese orden.
Sobre el ministro de Economía pesan cuestionamientos por la persistencia de la inflación y, a la vez, porque es reacio a la inyección directa de fondos para mejorar el poder de consumo. “Si no pone guita en la calle, se lo van a comer como a un pancho”, advierte un conocedor de la interna oficialista.
Hay otro elemento que incrementa el cortocircuito del kirchnerismo con Guzmán: el joven ministro se apoya políticamente en el Movimiento Evita, que acaba de ser defenestrado por Cristina Kirchner ante un ministro de Fernández. A tal punto, que a sus militantes se les bloqueó el acceso a Tecnópolis en el acto de cierre de la campaña hacia las PASO.
Cafiero, por su parte, carga con la cruz que en su momento llevó Marcos Peña: las críticas al jefe de Gabinete se convierten en una forma elegante de evitar un señalamiento directo al Presidente. Pero lo que fastidia a diversos sectores del FDT es la “tibieza” que atribuyen al “albertismo” para la defensa de la gestión: “Nos falta épica, mística”, añoran.
El propio Fernández se hace cargo de esa demanda interna en las charlas que mantiene con sus colaboradores. Tras la derrota de las PASO, algunos ministros de su riñón –Gabriel Katopodis, Juan Zabaleta, Carla Vizzotti, Matías Lammens- acordaron integrar una suerte de “task force” albertista para apuntalar al Presidente en el Conurbano.
Cafiero lo acompañó ayer a Almirante Brown, de los pocos distritos del Conurbano donde la performance del FDT tuvo números parecidos a los de 2019. Allí almorzó con intendentes de la zona, aunque llamó la atención la ausencia de uno de ellos que se encuentra ahora mismo en Miami. También fue de la partida Sergio Massa, que previamente se había reunido con Fernández en Olivos. El titular de Diputados habló con el Presidente sobre las medidas económicas que serán anunciadas mañana.
La noche anterior, Massa había tenido una larga reunión con Máximo Kirchner. ¿Intenta mediar para bajar la tensión? En La Cámpora no andan con medias tintas: “Tenemos que definir si seguimos paveando o si reaccionamos”, dijo ayer con crudeza Andrés Larroque. El “Cuervo” es uno de los que pide, puertas adentro, cambios en el Gabinete.
“Esto es como andar en bicicleta, el equilibrio se mantiene solo si se va para adelante”, dice un diputado del Instituto Patria que reclama al Ejecutivo que se ponga en movimiento. La alternativa, asegura a modo de sugerencia, es bajarse para evitar una caída. El mensaje es claro: hay que dinamizar la economía cueste lo que cueste, o dejar que lo haga otro.
En la trinchera del territorio, los gobernadores y los intendentes del PJ miran a la Casa Rosada y se preguntan qué hará Fernández para revertir la situación. Muchos de ellos perdieron en sus distritos en forma inesperada, como ocurrió con el chaqueño Jorge Capitanich o, sin ir más lejos, Axel Kicillof.
El mandatario bonaerense está tocado, al igual que Fernández. Acaba de perder la PASO y se desvanecen sus pretensiones de controlar la Legislatura. Difícilmente un gobernador derrotado en las urnas puede convertirse en el “candidato natural” a la Rosada. Lo intentó Duhalde tras perder las legislativas en 1997 y así le fue. Lo mismo le sucedió a Daniel Scioli entre 2013 y 2015.
En el círculo más cercano a Fernández tienen claro que Kicillof es el preferido de Cristina Kirchner para sucederlo en la Rosada en 2023. Pero en La Plata se esfuerzan por desmentirlo y afirman que el gobernador se prepara para dos mandatos en la Provincia, si las urnas acompañan. El tercero en discordia es Massa, que nunca ocultó sus ambiciones presidenciales.
La inesperada derrota electoral en las primarias del último domingo vuelve a azuzar en el Frente de Todos esa interna a mediano plazo. Fernández será afectado por el síndrome del pato rengo si llegaran a repetirse los resultados de las PASO en las elecciones de noviembre, pero a la vez el FDT tendrá dos años para tratar de recomponerse.
“Acá no está en juego la unidad; eso es lo único que no se discute”, afirma una fuente al tanto de las conversaciones –algunas subidas de tono- entre los principales referentes de la coalición de gobierno para tratar de diseñar algo parecido a una estrategia que les permita mejorar la magra performance electoral. Claro que les resulta muy difícil ponerse de acuerdo.
Los “albertistas” dicen que la aparición de Cristina Kirchner en el último acto antes de las primarias, con su discurso de casi una hora a la vieja usanza incluido, perjudicó al Gobierno. “Ellos (por Juntos por el Cambio) escondieron a los halcones, como indica el manual de campaña; nosotros hicimos todo lo contrario”, afirma por lo bajo un funcionario.
El kirchnerismo relativiza esas apreciaciones. En La Cámpora circuló en las últimas horas una explicación según la cual JxC no sacó más votos que en 2019 –estuvo en torno al 40% a nivel nacional-, sino que el que los perdió fue el Frente de Todos. “Tenemos que recuperarlos; para eso hay que darle previsibilidad a la gente”, aseguran en la agrupación de Máximo Kirchner.
En lo que todos coinciden es en que otra derrota de la misma dimensión en las elecciones de noviembre será una pésima señal para Fernández como referente del Frente de Todos. Por eso algunos dejan al pasar un mensaje no exento de ironía cabalística: “El peronismo te acompaña hasta la puerta del cementerio; yo dejaría de montar el bunker en Chacarita”.
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