Preparativos para un desenlace inconcluso
Batakis quedó expuesta a la furia de los mercados mientras en la coalición inquieta su estabilidad; la preocupación por la falta de reacción del Presidente y las razones del silencio de Cristina
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La reunión de gabinete del último miércoles no fue como las anteriores, expositivas, enumerativas, según los propios ministros, aburridas. La nueva integrante del equipo se encargó de sacudir el ambiente cuando le tocó hablar al pintar un cuadro económico desesperante. Así Silvina Batakis se presentó ante sus pares, que quedaron profundamente desanimados, no solo por los ajustes de partidas que les auguró en sus áreas, sino por la falta de expectativas a futuro.
“Fue un panorama catastrófico, muy alarmista. Había mucha desmoralización”, dijo después uno de los ministros presentes. Fue un brusco baño de realidad para varios que se encontraban por primera vez con los efectos de la crisis en su propio territorio. Era el objetivo de Batakis, quien días antes había confesado en charlas reservadas que veía con preocupación la falta de percepción en el propio Gobierno de la gravedad del contexto económico internacional y de las deficiencias de la Argentina. Lo ilustró con el caso de un funcionario, al que no identificó, que hizo un viaje al exterior con una quincena de personas y pasó gastos por 60.000 dólares. La ministra replicó el mismo mensaje en las reuniones desgranadas con los gobernadores. “Fue un planteo crudo. Nos dijo que no tiene un peso, que en el primer semestre se emitió casi todo lo pautado para el año y que el déficit está en 4,5% en vez de 2,5%”, describió uno de los mandatarios que la vieron.
La titular de Hacienda buscó desplegar una serie de reuniones políticas y al mismo tiempo dosificó anuncios de bajo impacto real frente a un escenario financiero y monetario con todos los indicadores absolutamente desbocados. Se la vio demasiado sola y voluntarista ante una realidad desbordante. Recién al final de la semana aparecieron los encuentros con Miguel Pesce y con el presidente Alberto Fernández, con la idea de pulir medidas más contundentes para calmar a los mercados y a la calle. Una ráfaga de coordinación.
Entre la Batakis asertiva de la reunión de gabinete y la imagen solitaria ante los mercados quedó marcada una tensión que hoy define una realidad inequívoca del Gobierno: la crisis desatada por la salida de Martín Guzmán fue pésimamente administrada y tres semanas después sus efectos se acumulan sin solución. Mientras en Economía hablan de llegar a septiembre para que baje la demanda de la energía y el turismo, en los pasillos del poder se preguntan si la ministra está destinada a cubrir un rol transicional hasta que se produzca una reformulación más amplia del gabinete. Por eso se decidió sostener su viaje a Washington, a pesar de que se suspendió la bilateral con Joe Biden. El objetivo implícito del viaje que emprendió anoche es transmitir ante el FMI y ante los mercados que es la sucesora real de Guzmán. Va a necesitar ese empoderamiento para empezar a hablar con Kristalina Geogieva de un waiver en las metas del tercer trimestre. Lleva dos argumentos: la guerra en Ucrania y las cuentas desordenadas de Guzmán. El staff del Fondo no deja de tener disgustos con la Argentina: el arquitecto del acuerdo era el asesino.
La cúpula del Frente de Todos logró con Batakis resolver un problema coyuntural un domingo de furia en el que apenas se buscó evitar un lunes de catástrofe. Pero no termina de dar las señales necesarias para consolidar su hoja de ruta de emergencia. Alberto Fernández solo se refirió a ella el día de su conferencia de prensa inaugural. Le pesa todavía la frustración de haberse aferrado a Guzmán y ahora no quiere repetir el error.
El Presidente sigue en estado de conmoción y no puede salir de ese rincón abismal. Al menos cuatro personas que interactuaron con él esta semana lo describieron del mismo modo: abatido, sin reacción, elusivo cuando le preguntan por temas acuciantes. La amarga queja que dejó correr en su reunión del martes en la localidad de Pila (que cayó pésimo en el kirchnerismo porque dijo que no puede liderar sin que eso derive en una pelea con la vicepresidenta) expuso una sensación de impotencia que refleja su gran problema: la relación imposible con Cristina Kirchner. Un ministro que habló ese día con él lo notó “muy golpeado”. Los alcaldes allí presentes relataron que lo vieron “emocionalmente quebrado”. Un funcionario que lo conoce desde hace tiempo admite que gran parte de la perturbación deriva de la relación forzosa que en las últimas semanas debió mantener con la vicepresidenta. Ese vínculo lo expone a su debilidad. Y ella es impiadosa y lo daña. Le llegó a decir en un tono de broma mal disimulado que Francisco es un bebé tan lindo que no parece hijo de él.
Claramente Alberto estaba más tranquilo en la etapa del aislamiento. Fernández siente que ella y La Cámpora lo traicionaron cuando casi hacen caer el acuerdo con el FMI y que obstaculizan constantemente su gestión. Y como él no piensa romper la alianza con ellos, está en un callejón sin salida. Ahora todas las partes aceptan que los encuentros tras la salida de Guzmán no fueron buenos y que por eso no se tradujeron en hechos. Se habló allí de formulaciones que ya debían haberse producido y que nunca terminaron de concretarse. Ayer hubo otro intento. Pero Alberto no es el reformista que le demandan sus socios. Y ahí se traba todo nuevamente.
Toda la resistencia que exhibe para hablar con Cristina Alberto la transforma en disposición para dialogar con Sergio Massa. El miércoles hizo esperar a la embajadora de Israel, Galit Ronen, hasta terminar un almuerzo de tres horas con el diputado. Al día siguiente volvió a hablar con él. Están en contacto permanente. Massa está hiperactivo, habló dos horas con Wado de Pedro el jueves, se involucró en la agenda de Batakis en Estados Unidos, y se reunió con un grupo de economistas que lo asesoran. Siente que en la descomposición del Gobierno ocupa un rol ejecutivo que, en su mirada, es una pequeña muestra de lo que podría hacer si desembarcara en el gabinete. Esa sigue siendo su aspiración. Transmite la idea de que “con Batakis no alcanza” y le insiste al Presidente con su vieja propuesta de reducir y replantear los ministerios. Fernández prefiere tenerlo cerca, porque es una manera de fortalecerse frente a Cristina, pero no cree en la reformulación que le propone. Lo suyo es un liderazgo homeopático. “¿Quiénes vendrían y para hacer qué? Entraron Rossi, Domínguez, Scioli, Manzur, ¿y cuánto cambió?”, se pregunta uno de los funcionarios que mejor interpretan su lógica.
A diferencia de Alberto, Massa habla seguido también con Cristina y mucho más con Máximo Kirchner (hubo un encuentro muy hermético entre madre e hijo en Santa Cruz esta semana, sobre el que se tejieron algunas conjeturas). Comparte con ella su visión negativa sobre el rumbo del Gobierno y sus pronósticos electorales pesimistas. En la cumbre del Frente Renovador de hace una semana en San Fernando trazó un panorama crudo, admitió la falta de acuerdo tras la crisis desatada por la partida de Guzmán y expresó su preocupación por la falta de comprensión del Presidente sobre su rol.
El acertijo
La gran incógnita, como casi siempre, es el papel de Cristina y su papel a partir de la salida de Guzmán. Ella da mínimas señales de acompañamiento institucional, solo para evitar un desmoronamiento peor. Es notable cómo esta semana todos los circuitos kirchneristas se replegaron en un misterioso silencio. En las situaciones terminales rige un verticalismo oriental. Sin embargo, en las últimas semanas un inusual debate envolvió los alrededores del Instituto Patria. Hubo cuestionamientos al secretismo de las cumbres en Olivos cuando el país se desarma. Son incomodidades ineficaces, pero marcan que todos los liderazgos se desgastan cuando el panorama se agrava.
Lejos de esos planteos, Cristina aceptó hablar con Alberto Fernández y recibir los llamados diarios de Batakis, quien la mantiene al tanto de todos sus movimientos para evitar el efecto Guzmán. También puso a Axel Kicillof en línea con la ministra y habilitó las gestiones de Martín Insaurralde para que le organizara una reunión con intendentes peronistas. Llama a los ministros como una controller de la gestión. Eso y su silencio. Hasta ahí llegó su aporte. Quienes hablaron en estos días con la vicepresidenta anticipan que de ninguna manera le va a dar un apoyo explícito en público porque su diagnóstico económico sigue siendo muy negativo y no quiere quedar identificada con ese proceso. “No sabe cuánto va a durar Batakis en el cargo, así que por las dudas se mantiene a distancia. No es un problema con ella, simplemente no va a apoyar a nadie por el deterioro acelerado de todo el cuadro”, comenta uno de ellos.
Cristina, como Massa, presume que, tal como está planteado hoy el escenario, el Gobierno es insostenible. Si el diagnóstico fuera cierto, significaría que la estrategia de Alberto de hacer retoques mínimos para ir ganando tiempo y ver cómo llega al 2023 se está quedando sin oxígeno. El continuismo inercial que propone está severamente dañado por el pánico de los mercados y por un clima social alterado, que le empiezan a marcar un tiempo de descuento. El desgajamiento de los aliados es permanente. Los gobernadores dejaron sillas vacías porque fueron arreados desordenadamente a una reunión que ni siquiera sabían para qué era. Están tan preocupados por la situación que se encontrarán el miércoles en el CFI. El chat entre ellos giró en las últimas semanas de diálogos sobre obras y fondos a conversaciones adustas sobre gobernabilidad. Con sus críticas a Alberto, Omar Perotti dio ayer una señal nítida del ánimo que impera. En una cuerda parecida la CGT prepara una movilización para agosto, según define uno de sus líderes, “como una reacción ante la falta de coherencia de la política, la gran responsable de la inestabilidad macroeconómica”. Algunos ministros empezaron a hacer gestos desesperados para encontrar puentes de contención entre las terminales de la coalición. Preparativos para un desenlace indescifrable.
Todo esto expone al Presidente a un set de opciones ingratas, que él todavía rechaza. La menos cruenta sería tolerar el replanteo político que le reclaman Cristina y Massa, un rescate que implicaría aceptar su marginalidad. Y en lo económico, significaría administrar una devaluación que economistas del peronismo juzgan inevitable de todos modos. Las alternativas vinieron de la mano de las especulaciones que proliferaron esta semana sobre una eventual disrupción institucional, que impactaron en el interior de la Casa Rosada. Un tema tabú que de pronto se naturalizó peligrosamente. Cualquier opción sin Alberto en la presidencia es trágica para Cristina, tanto si debe hacerse cargo en medio de un caos como si se aleja con él. Cuentan en Olivos que en una charla de hace dos años ella le aseguró que si por alguna razón él dejaba el poder, ella no se quedaría. Hoy suena lógico: le resultaría imposible manejar la situación desde el alto nivel de rechazo que genera en más de la mitad de la población y en la situación de endeblez judicial que ella misma transmitió en el video que difundió el lunes.
En la instalación de ese clima enrarecido contribuyeron empresarios y dirigentes que hablaron sin cuidado de plazos y apocalipsis. También hizo su aporte a la agitación Juan Grabois cuando, preocupado por el crecimiento de la izquierda (que comparte con Máximo Kirchner) y por la falta de respuestas a su salario básico universal, salió a la calle y verbalizó los saqueos. Hay una curiosa superficialidad para interpretar al caos, como si fuera un proceso ordenador que naturalmente podría derivar en una reconfiguración del poder. Quizás anide allí cierta subestimación de la anarquía. Con un agravante que sería histórico: no estaría el peronismo para correr al auxilio del sistema como en 1989 o 2001, porque sería el mismo peronismo el que estallaría. Por esta razón, los líderes de Juntos por el Cambio pasaron de una fase de relativización a un análisis más profundo sobre las implicancias de una eventual implosión. El tema se evaluó seriamente en la mesa de la Jefatura de Gobierno porteño, como un escenario muy inconveniente. Hay una directiva de evitar pronunciamientos que agraven la situación. Hubo consenso en que la idea que instaló el kirchnerismo de convocarlos a un diálogo no era una propuesta seria.
Si bien el clima social es crítico, quienes recorren las barriadas más humildes del conurbano, el punto cero de cualquier estallido, no reportan ánimos de rebelión. Tampoco hay dirigentes instigando. La gente, cada vez más desanimada, solo busca ver cómo sobrevive con ingresos declinantes. No parece haber articulación para una protesta desde abajo mientras haya un flujo de dinero como el que aportan los planes sociales. Pero no hay que minimizar la situación. En las últimas semanas empezaron a frenarse las changas y la construcción paró en seco por el aumento de los precios de los materiales. También hay indicios de un incremento incipiente en el delito menor, el de supervivencia. Una señal de lo profundo que pueden ser los efectos de un desgarramiento institucional.
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