Por qué no hay segundas dosis de las vacunas
La brújula enloquecida de las relaciones exteriores argentinas compromete al país y al propio gobierno de Fernández; tal volatilidad es también un obstáculo para conseguir las vacunas, que no llegan o que son insuficientes
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Fernán Quirós, ministro de Salud de la Capital, reveló hace poco los resultados de un estudio que pasaron inadvertidos. Sobre 700 casos de personas vacunadas, casi el 100 por ciento inmunizado con las dos dosis evitaba la muerte en caso de un nuevo contagio. Con una sola dosis, en cambio, el porcentaje se reducía a entre el 50 y el 60 por ciento. Es decir: las dos dosis de las vacunas evitan la muerte; una dosis no la elude. El estudio se hizo, desde ya, sobre las variantes del Covid-19 que ya existían, pero luego aparecieron nuevas variantes, como la actual Delta, con mucha más capacidad de contagio. El porcentaje de los que pueden morir con solo una dosis, y contagiados con las nuevas variantes, aumenta, por lo tanto, considerablemente. Todas las vacunas (incluidas las más renombradas, como Pfizer, Moderna o Janssen) fueron diseñadas para la primera versión del virus, no para sus posteriores variantes, como la británica, la de Manaos y ahora la de la India (Delta). La faltante segunda dosis será dentro de poco en el país un problema sanitario y político.
La Argentina camina en ese contexto hacia los 100.000 muertos. Ayer superó los 90.000. El año pasado, cuando el Gobierno decretó el cierre más largo de la economía que se haya registrado en el mundo, el Presidente dijo que prefería 10 puntos más de pobreza antes de que el país enfrentara una tragedia de 100.000 muertos. Tiene ya casi 10 puntos más de pobreza y es probable que alcance también los 100.000 muertos. La vacunación recorre, a su vez, una senda política y electoral, no inspirada en la salud pública. La provincia de Buenos Aires está vacunando a las personas de 40 años, que, si son sanas, nunca morirían de coronavirus. La segunda dosis no llega nunca a ningún rincón del país para la mayoría de los argentinos. Si se impusiera un rígido criterio de salud pública (sin influencia política y electoral) el Gobierno debería vacunar cuanto antes con las dos dosis a todas las personas mayores de 60 años y a los menores de 60 con enfermedades prevalentes. Las nuevas variantes están afectando, inclusive, a países que parecían que habían superado la pandemia, como Israel, que estudia reimplantar la obligatoriedad del tapaboca en espacios públicos. Los casos de Israel (alarmó a sus gobernantes 127 infectados en un día) son insignificantes comparados con la ola de nuevos enfermos diarios que padece la Argentina. Aquí no existe todavía un contagio comunitario de la variante Delta, como sí sucede en Israel y en Gran Bretaña, otro país que vuelve a entrar a la pandemia cuando parecía que estaba saliendo de ella. Sin embargo, la comunidad científica anticipa que en ocho semanas más estará en la Argentina la circulación comunitaria de la variante Delta del coronavirus.
En el país hay muchas personas mayores de 80 años con una sola dosis de la vacuna Sputnik V. Al revés de los otros inmunizantes, la segunda dosis de esa vacuna de origen ruso es un complemento, no un refuerzo. En cifras redondas, hay 7,5 millones de personas vacunadas con la primera dosis de la vacuna Sputnik V y solo 1,5 con las dos dosis. Esto es: solo una de cada seis personas vacunadas con el inmunizante ruso tiene las dosis completas. Un abismo. Los rumores que circulan entre científicos es que Rusia tendría problemas para acceder a insumos importados para la segunda dosis o que está mejorando el desarrollo de la versión original del componente, que fue cuestionado por Europa y Brasil, por ejemplo. Roberto Debbag, uno de los más prestigiosos infectólogos argentinos, abrió el debate por la segunda dosis para las personas mayores en declaraciones que hizo el domingo último en LN+. Debbag señaló que las autoridades sanitarias deberán definir cuanto antes con qué vacuna complementarán la primera dosis de la vacuna Sputnik V, si es que, desde ya, no consiguen la segunda dosis de ese inmunizante. Para Debbag, en las próximas ocho semanas deberían estar vacunadas con las dos dosis todas las personas mayores de 60 años o menores de esa edad con enfermedades de riesgo. Aunque no lo nombró, la ministra de Salud, Carla Vizzotti, le respondió. Señaló inmediatamente después que la primera dosis de la Sputnik V protegía perfectamente a las personas y que la segunda dosis se podía aplicar después de transcurridos los tres meses sin mayores riesgos. No se refirió a los casos de las personas vacunadas con una dosis y que se infectan con el virus. A su vez, Quirós señaló que la Capital comenzará a vacunar a los mayores de 40 años, pero que reforzará la aplicación de la segunda dosis en las personas mayores. Vizzotti aludió a Debbag, aunque no le contestó; Quirós aceptó el consejo del infectólogo. Pero aplicar la segunda dosis con el mismo principio activo que la primera se puede hacer con los vacunados con AstraZeneca o con Sinovac o Sinopham, cuyas vacunas empezaron a llegar con más frecuencia y cantidades, pero no con la Sputnik V. Las segundas dosis de AstraZeneca y de las chinas son un refuerzo, no un complemento. Sea como fuere, el debate por la segunda dosis apenas comenzó, pero comenzó.
A todo esto, nada se sabe sobre los progresos, si es que los hubo, de las negociaciones con las vacunas norteamericanas Pfizer y Janssen. La vacuna del laboratorio Moderna es un caso más complicado, porque su investigación y desarrollo fue ampliamente financiado por el Estado norteamericano. Depende, por lo tanto, de la autorización del gobierno estadounidense para exportar su vacuna. El gobierno de Alberto Fernández reiteró que continúan las negociaciones con Pfizer y con Janssen, pero es lo mismo que dice desde hace varios meses. Es más que evidente que el Gobierno optó por vacunar a los más jóvenes, porque hay estudios que señalan que los jóvenes vacunados en el mundo inclinaron sus simpatías electorales hacia los gobiernos. Existe literatura política escrita al respecto. Y es también fácilmente perceptible que la administración kirchnerista eligió una estrategia política internacional con las vacunas que evita los inmunizantes producidos en los Estados Unidos. Las vacunas son rusas y chinas o es la anglo-sueca AstraZeneca, que tiene un socio local.
La elección estratégica no se advierte solo en el caso de las vacunas. Según fuentes diplomáticas, Washington le hizo saber al gobierno de Alberto Fernández su malestar por la abstención de la Argentina cuando se votó el documento de la Organización de Estados Americanos que cuestionó la vigencia de los derechos humanos y las elecciones libres bajo la tiranía de Daniel Ortega en Nicaragua. El documento de la OEA llegó a la votación con el patrocinio de la Casa Blanca. Antes el secretario de Estado, Antony Blinken, llamó al canciller argentino, Felipe Solá, para pedirle el voto a favor de la Argentina. La abstención habría estado espoleada por llamados de Caracas y de La Habana más que por influencias internas de la coalición gobernante. Influyó también la errática política exterior del presidente mexicano López Obrador, con enorme influencia en la política exterior argentina. Tironeado por Washington, México, La Habana y Caracas, la administración de Alberto Fernández tuvo posiciones volátiles, contradictorias e inexplicables. Después de abstenerse en la OEA, el gobierno suscribió, otra vez con México, un documento que cuestionaba al régimen de Ortega tanto como el del organismo interamericano. Pero inmediatamente después se negó a firmar, también con México, un documento de las Naciones Unidas que señalaba la falta de respeto a los derechos humanos y la existencia de presos políticos en Nicaragua. Un día después, el embajador argentino en las Naciones Unidas, Federico Villegas Beltrán, pronunció un discurso en el Consejo de Derechos Humanos de la organización diplomática más importante del mundo en el que criticó a Ortega con más énfasis que el propio documento de la ONU. Es imposible ser más inconsistente.
Allegados a Cristina Kirchner subrayaron, además, que el Gobierno está sobreactuando si cree que queda bien con ella acercándose a Ortega. La vicepresidenta tiene especial aversión por el déspota nicaragüense. No por cuestiones políticas, con las que podría solidarizarse, sino porque existe una tragedia familiar en el clan Ortega. El dictador fue denunciado por abuso sexual por una hijastra de él. Zoilamérica Narváez, hija de un primer matrimonio de la esposa de Ortega, la poderosa Rosario Murillo, aseguró públicamente que su padrastro, Ortega, la acosó sexualmente desde que tenía 11 años y la violó repetidamente desde que tenía 15. Rosario Murrillo salió en defensa de su marido y calificó a su hija de “mentirosa, loca y traidora”. Eso sucedió en 1998; desde entonces, Ortega le entregó a Murillo su alma, y luego el poder. La hija de Murillo, Zoilamérica, vive exiliada en Costa Rica. Cristina no le perdona a Ortega ese pasado imperdonable.
La brújula enloquecida de las relaciones exteriores argentinas compromete al país y al propio gobierno de Alberto Fernández, que necesita del apoyo de los principales países de Occidente para arreglar sus deudas con el Fondo Monetario y con el Club de París. Tal volatilidad es también un obstáculo para conseguir las vacunas que no llegan o que son insuficientes. El error sucedió hace nueve meses, cuando se eligió a los laboratorios aliados y se descartaron a otros. Ahora, solo se están pagando las inevitables consecuencias.
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