Por qué Milei echó y nombró ministros
Una cosa es el presidente desaforado y transgresor, que es la imagen que le gusta construir delante de sus seguidores, y otra cosa es el jefe del Estado que al final del día evalúa los resultados de su administración
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La política, vieja o nueva, se impuso otra vez. La designación de Guillermo Francos como jefe de Gabinete en lugar de Nicolás Posse fue el triunfo del sentido común sobre el amateurismo. No es bueno hacer leña del árbol caído, pero la designación en su momento de Posse en ese cargo clave del Gobierno fue la confesión pública de Javier Milei de que ni él imaginaba que llegaría tan pronto a la jefatura del Estado. Posse fue un ejecutivo de segundo nivel de la empresa de Eduardo Eurnekián, donde seguramente volverá ahora, sin ninguna experiencia política previa. Nunca comprendió la geometría de la política ni la complexión del Estado. Se fue habiendo cumplido la única promesa que hizo antes de asumir: nunca nadie lo vería en un reportaje periodístico, nunca se sometería a las preguntas de una conferencia de prensa y nunca accedería a contestar ninguna pregunta del periodismo, se la hicieran como se la hicieran. Fue el primer jefe de Gabinete, desde que existe ese cargo, al que los argentinos no le conocían la voz. Sin embargo, la Constitución señala, según la reforma de 1994, que el jefe de Gabinete es también el jefe de la administración pública y el responsable de ejecutar el presupuesto nacional. Su firma es indispensable para que algunos decretos del Presidente, como los de necesidad y urgencia o los que convocan a sesiones extraordinarias del Congreso, tengan validez. Es un cargo relevante, pero sucede que todos los presidentes lo subestimaron, y nombraron ahí a amigos personales o a meros operadores políticos, con poca voz y menos voto en la elección de las políticas del Gobierno.
Milei y Posse se conocieron en los pasillos de la empresa de Eurnekián y ahí, entre rumores de oficina y complicidades laborales, se hicieron amigos. El problema reciente del exjefe de Gabinete es que ahora se creyó, según las versiones cercanas a Milei, con más poder que el propio Presidente. Varios funcionarios están descubriendo que una cosa es el presidente desaforado y transgresor, que es la imagen que a Milei le gusta construir delante de sus seguidores, y otra cosa es el jefe del Estado que al final del día evalúa los resultados de su administración. Hay dos Milei, no uno. El drama político y personal de esos funcionarios es que descubrieron tal diferencia cuando ya estaban en la calle. Posse se atribuyó, por ejemplo, una gran poder dentro de los servicios de inteligencia, donde nombró al jefe de la AFI (ex-SIDE), Silvestre Sívori, y hasta llegó a frecuentar al jefe de la poderosa CIA norteamericana, William Burns, con quien se reunió, por lo que se sabe, cuatro veces en cinco meses. Milei lleva personalmente la relación con los Estados Unidos, la prioridad de su política exterior, según dijo, y solo permite que participe de esas conversaciones y acuerdos la canciller Diana Mondino. ¿Qué hacía Posse, entonces, visitando con tanta frecuencia al más importante servicio de inteligencia del mundo? Nunca nadie dio ninguna explicación. La caída de Posse significó también la caída de Sívori, un abogado que sabía tanto de servicios de inteligencia como de fisión nuclear. Dicen los rumores que los servicios de inteligencia, que reconocían en Posse a su jefe, hurgaban en la vida de los miembros del gabinete y hasta en las cosas de la hermanísima Karina Milei. Si Posse ordenó investigar a la poderosa hermana del Presidente, el exjefe de Gabinete merecía que le abrieran la puerta de salida, pero por algo menos trascendente que la administración del país: no sabía distinguir entre lo posible y lo imposible. Simplemente.
Tal vez con la intención de mostrar en el acto una diferencia con su antecesor, Francos convocó a una conferencia de prensa en la misma mañana en que asumió el cargo de jefe de Gabinete. No es una diferencia menor, aunque ya se conocía la predisposición del nuevo jefe de Gabinete a prestarse a la indagación periodística. Suele ir a programas periodísticos y concedió también reportajes a medios gráficos. No es una figura ausente de la política cotidiana, como lo era Posse. El Ministerio del Interior desaparecerá tal como se lo conoció, porque la Constitución establece que jefe de Gabinete no pude desempeñar simultáneamente otro ministerio. Interior dejará, en efecto, de ser un Ministerio y se encogerá a una simple Secretaría del Interior por primera vez en la historia. Quedó a cargo de esa cartera, sin el nombre de ministro, quien fue el segundo de Francos en el Ministerio del Interior, Lisandro Catalán, un funcionario de su extrema confianza. En las negociaciones en el Congreso, Francos dejaba a Catalán cumpliendo esos menesteres cuando se tomaba un recreo entre tanto fárrago. En sus diálogos habituales con los gobernadores, sean peronistas o no peronistas, y cuando les anuncia una solución, Francos termina esas conversaciones siempre de la misma manera: “Hablá con Lisandro. Él sabe todo”. Catalán no tendrá el cargo de ministro del Interior, pero será la extensión de Francos en esa cartera. El poder de Francos creció mucho más de lo que se percibe a primera vista.
Francos es la política en estado puro. Conversa, negocia, habla, concede, presiona. Consiguió que la Cámara de Diputados aprobara en general dos veces la Ley Bases con el impresionante número de 142 votos a favor, hace menos de un mes, el 30 de abril, y casi con el mismo número en enero pasado. No le tiene miedo al Congreso porque fue muchos años diputado nacional. Ahora está enredado en el Senado para conseguir la sanción definitiva de la Ley Bases, aunque seguramente ese proyecto saldrá con modificaciones de la Cámara alta y deberá volver a Diputados. Todo empezará de nuevo. Francos no se asusta; esa es la misión de los ministros políticos. Tejer y destejer. Para eso, habla con gobernadores, con legisladores y con todas las vertientes cercanas al mileísmo. Dicen que tiene más predisposición a acordar con el peronismo que con otros partidos. “Pero, ¿quién tiene lo votos en el Congreso o quién tiene la primera minoría?”, preguntan a su lado ensayando una respuesta a aquella suspicacia política. Quieren decir que negocia con el peronismo porque es el partido que tiene más votos en el Congreso; Francos busca los votos parlamentarios desde la condición de ministro del gobierno institucionalmente más frágil desde 1983. Francos nunca dejó de frecuentar a Karina Milei o de conversar con Santiago Caputo, el asesor todoterreno del Presidente. Incluso, muchas veces lo sumó a Caputo (o aceptó que se sumara) a las negociaciones en el Congreso.
Javier Milei, su hermana y Caputo (Santiago) conforman el tridente más influyente de la actual política argentina. Un experimentado político no puede ignorar esa realidad. El nuevo jefe de Gabinete dijo en su primera conferencia de prensa que todos los cargos que dependen de sus nuevas funciones están en revisión. Era hora. Uno de los problemas de la administración de Milei es la ineptitud de muchos de sus funcionarios de segunda línea, que a veces ni siquiera saben redactar una resolución. En efecto, la política les ganó a los novicios, justo cuando el estrellato internacional del Presidente tiene una magnitud equivalente a la de los problemas argentinos no resueltos.
Un problema de enorme magnitud se resolvió este martes cuando la Corte Suprema de Justicia revocó las absoluciones de Cristóbal López y Fabián de Sousa en el caso de Oil Combustibles. Es un caso de defraudación al Estado, un delito mucho más grave que el de evasión impositiva. Oil Combustibles, la petrolera de López y De Sousa, se quedaba con la recaudación de impuestos que cobraba como agente de retención de la AFIP. Retenía impuestos y no se los entregaba al Estado. Fueron más 8000 millones de pesos de otra época (unos 1000 millones de dólares), que les sirvieron para expandir su amplio holding de empresas. Por este caso ya fue condenado el exjefe de la AFIP Ricardo Echegaray, acusado de haber permitido el enriquecimiento ilegal de López y De Sousa. Raro: habían condenado al que permitió el delito, pero no a los que lo cometieron.
Las tropelías impositivas de ese dueto empresario fueron reveladas en una excelente investigación del periodista Hugo Alconada Mon publicada en LA NACION. Luego, el entonces jefe de la AFIP en tiempos de Mauricio Macri, Alberto Abad, hizo la denuncia judicial contra los empresarios, lo que le valió, como al periodista Alconada Mon, la persecución mediática en los medios de López y De Sousa. También hubo, en el caso de Abad, persecución judicial. La Corte Suprema dejó ayer sin efecto las absoluciones de los dos empresarios y ordenó que una nueva sala de la Cámara de Casación dictara otro fallo. Aunque la Corte no decidió sobre el fondo de la cuestión, será obvio para la nueva sala de Casación que el máximo tribunal de justicia no está de acuerdo con las absoluciones de López y De Sousa. Casi una década después, una investigación periodística, que contenía graves denuncias, fue avalada por la última instancia de la Justicia. Cuando se miran así las cosas, la conclusión es que la política, vieja o nueva, es injusta con la prensa libre.
La decisión de la Corte subraya particularmente la importancia de que ese decisivo tribunal esté integrado por jueces honorables, alejados de cualquier sospecha. Llama la atención que en tal contexto Milei haya insistido con la candidatura del juez federal Ariel Lijo como integrante de la Corte, cuyo pliego acaba de enviar al Senado. Este cuerpo debe darle, con los dos tercios de sus votos, el acuerdo a Lijo y al académico Manuel García-Mansilla, aunque este último fue nominado para reemplazar al actual juez de la Corte Juan Carlos Maqueda, que cumplirá recién en diciembre los 75 años que la Constitución les impone a los jueces como edad máxima para ejercer la magistratura, salvo que exista una nueva propuesta del gobierno y un nuevo acuerdo del Senado por cinco años más. Fue una falta de respeto a un juez intachable como Maqueda en el mismo momento en que se promovía a un candidato como Lijo, quien recibió tantos cuestionamientos y críticas como nunca antes se había visto en los procesos de designaciones de jueces supremos.
Lijo fue propuesto por el juez de la Corte Ricardo Lorenzetti, quien tiene una buena relación con Milei y su hermana desde el año 2022. Lorenzetti merodeó a Cristina Kirchner, a Mauricio Macri, a Alberto Fernández y ahora a los hermanos Milei. Lorenzetti, que es un juez en absoluta minoría en la Corte, se propone cambiar la relación de fuerzas dentro del tribunal para volver a ser su presidente. La presidencia de la Corte es el único cargo que vale la pena para Lorenzetti. No obstante, se sabe que Lijo anticipó en conversaciones reservadas que, si llegara a la Corte, le gustaría ver de nuevo como presidente del cuerpo al juez Carlos Rosenkrantz. Nadie supo nunca si se trata de un intento para romper la actual mayoría que gobierna el tribunal, y que Rosenkrantz integra, o si fue el pronóstico de una traición a su padrino político: Lorenzetti. No importa. A Lijo lo aguardan todavía la sesiones públicas de la comisión de Acuerdos del Senado, de la que podrán participar quienes lo objetan, lo critican o lo detestan. El candidato a juez de la Corte deberá estar presente en esa audiencia para contestar eventuales preguntas. Es difícil imaginar a 48 senadores, número que constituye los dos tercios, votar delante de la cámaras de televisión a favor del acuerdo de un candidato tan cuestionado, tan improbable, tan vulnerable.
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