Política en la 1.11.14: una campaña bajo la peligrosa sombra de la guerra narco
En la villa más grande del país, el FPV y Pro infiltran el brazo del Estado en un laberinto de pasillos marcado por la miseria, las adicciones y ajustes de cuentas; cómo sobreviven los vecinos a la violencia y la estigmatización
Cuando llega al cruce de la manzana 26 y la avenida Perito Moreno, frente a la cancha de San Lorenzo, Alejandra López, de 32 años, frena el paso y se prepara para lo que le espera unos metros adelante. De pronto, tres personas se le van al humo, una de frente y una de cada costado. Hacen gestos ampulosos, le hablan casi a los gritos, cada vez más cerca. Está rodeada. No es una esquina cualquiera. Estamos en "Las Tres Bocas", uno de los rincones más peligrosos de la 1-11-14.
Es la villa más grande la Argentina. El escenario de una guerra entre bandas de narcotraficantes que lleva más de una década y que este año ya se cobró siete muertos, todos acribillados por sicarios, en plena calle. El último, hace sólo cinco días, en el otro extremo de la manzana.
Alejandra, que vivió toda su vida en distintas villas de la zona y conoce de memoria cada pasillo, no pierde la calma ni se deja avasallar. Para ella, inspectora de la Unidad de Gestión e Intervención Social (Ugis) del gobierno de la ciudad y referente de Pro en la 1-11-14, esto es cosa de todos los días. Los que la rodean no le quieren robar. Son vecinas indignadas. Se quejan porque, desde la noche anterior, del piso de sus casas brota agua de las cloacas. El olor impregna todo el lugar y una laguna oscura y pestilente se extiende hasta la mitad de la avenida.
-Las obras de la Perito Moreno las hizo Aysa, ma. Corresponde a Nación- se defiende como puede Alejandra, que ya se encargó de llamar al "báctor", como le dicen acá al camión atmosférico, para destapar las cañerías.
-Cuando viene gente de Aysa nadie cacarea nada, eh- contraataca, mientras se aleja para visitar a otro vecino de la cuadra, con un hijo discapacitado. Justo en ese momento suena el teléfono que lleva en su campera fucsia. Atiende con la mano derecha y enseguida se toma la frente con la izquierda. Le veo un tatuaje que dice "Maktub", una palabra árabe que significa "estaba escrito". Una vecina le avisa de una nena de siete años a la que dejaron sola en su casa y no tiene nada para comer.
-Decime manzana y casa, que voy para allá.
Cuando faltan sólo dos semanas para las elecciones, la actividad política en la villa tiene muy poco que ver con las campañas comunes, de ésas que se hacen en la Buenos Aires de las postales. Acá no se reparten boletas ni se pegan afiches en los postes de alumbrado. La mayoría de nombres que se leen en los paredones no son de candidatos a presidente, sino de pibes que encontraron una muerte temprana y violenta. Lo que marca el ritmo es la situación de emergencia permanente de las más de 70.000 personas que viven en la villa, en gran parte peruanos, paraguayos y bolivianos. Son habitantes de un inframundo, en el que las necesidades y la violencia de adentro se sufren tanto como la estigmatización y el rechazo de afuera.
Con programas de Ciudad y de Nación, Pro y el kirchnerismo se las arreglan para infiltrar el brazo del Estado en un laberinto de pasillos marcado por la miseria, las adicciones y los ajustes de cuentas. Obligados a optar entre el choque frontal con los narcos y el trabajo social, los dirigentes territoriales, los curas y los trabajadores comunitarios se resignan a una convivencia forzada, en la que se debe respetar una regla no escrita pero inviolable: no hay que meterse con los narcos.
El desafío es dar una pelea sin armas para que los jóvenes del barrio no terminen como soldados o víctimas de la guerra que se libra sobre sus cabezas. Para eso deben hacer frente a otros problemas: la violencia de género y los conflictos familiares encabezan el ránking de consultas que recibe la oficina local de Atajo, el programa del Ministerio Público en las villas.
Apenas corta el teléfono Alejandra sale disparada. La cuadra por la que caminamos es uno de los sectores vedados para los de afuera, una ruta caliente del mapa de la guerra narco. Ahí se produjo en 2013 la "Masacre del Pool", como se conoció el asesinato de tres paraguayos y dos argentinos, a los que acusaron de haber "perdido" un cargamento de marihuana.
Unos metros más adelante, en abril de este año, acribillaron en plena calle a cuatro personas. La Justicia asegura que es una zona dominada por narcos paraguayos. Del otro lado de la avenida Riestra se disputan el territorio dos bandas de peruanos, la más poderosa, la que lidera Marco Antonio Estrada González, el legendario "Marcos".
Caminamos a paso acelerado y no alcanzo a reconocer las escenas del crimen. Es mediodía y la calle que separa la manzana 26 de la 9B parece tranquila. A la derecha, un joven de mameluco azul corta un tanque metálico con una moladora, justo en la entrada de un locutorio donde unos pibes se divierten con juegos en red. Las bandas de narcos, determinó la Justicia, cuentan con "satélites", que se encargan de las tareas de vigilancia, y con "soldados", personal armado para garantizar la seguridad de las operaciones. Hoy la zona parece despejada.
A unas cuadras de ahí, Alejandra dobla y se mete por un pasillo angosto, de menos unos 80 centímetros de ancho. A medida que avanzamos, se pone cada vez más oscuro. A cada lado, las casas tienen hasta cinco pisos y, hacia arriba avanzan sobre el pasillo que las separa hasta que llegan a tocarse y tapar el cielo por completo. Cada curva es un callejón sin salida, una invitación a la emboscada. Pero ella camina a paso firme y despreocupado.
Desde una ventana se oye "Te perdoné tantas veces", una canción de la bailantera Dalila, con la que Alejandra se siente identificada. "Siempre renegué de mi pasado, pero fue lo que me terminó salvando en las situaciones más difíciles", dice. En la calle desde los 15 años, conoció el mundo de las cárceles, a las que iba a visitar al padre de su única hija, que la dejó viuda hace dos años. Empezó a militar en política en la Corriente Martín Fierro, una agrupación kirchnerista con presencia histórica en la villa, pero hace cinco años trabaja para Pro. "Faltan cosas, pero en el barrio hubo un antes y un después con la llegada de Macri."
Vuelvo a la 1-11-14 esa misma noche para presenciar una reunión del cuerpo de delegados. Para atravesar el barrio debo recurrir a un remise del lugar, porque los taxis no entran a la villa, menos a esa hora. Sobre Bonorino se hace imposible avanzar y hay que tomar un camino alternativo. Lejos de la imagen desoladora que esperaba encontrar, la zona es un hervidero. Los vecinos caminan entre puestos de comida ubicados sobre la calle. En el aire se huele el olor a lomo salteado, una de las comidas preferidas de los peruanos.
Delegados ausentes
La reunión se hace bajo un alero de la Iglesia Madre del Pueblo, a metros de Perito Moreno y Fernández de la Cruz, en el extremo sur de la 1-11-14. Son representantes de cada una de las manzanas, elegidos en 2012, para dar cumplimiento a una ley, sancionada en 2000 por la Legislatura, que ordena la urbanización de la villa. Se eligieron 57 delegados, pero en la reunión sólo hay ocho. El cuerpo se fue desintegrando por los enfrentamientos políticos y por los escasos avances en el proceso de urbanización, situación por la que los delegados que se juntaron esta noche acusan sin dudar a Mauricio Macri. "Siempre faltan cosas, pero la presencia del Estado creció mucho en los últimos años, tanto de la ciudad como de la Nación", me dice, al día siguiente el cura de la parroquia, Gustavo Carrara, del grupo de curas villeros.
Vuelvo a ver a uno de los delegados tres días más tarde. En la esquina de Bonorino y Riestra, un grupo de vecinos hace cola frente a una mesa detrás de la que flamea una bandera de La Cámpora. Es un operativo para distribuir decodificadores de televisión digital. En otra de las esquinas, hay dos trailers del gobierno nacional, uno donde se hacen trámites para obtener el DNI, la asignación universal y para entrar en el plan de garrafas subsidiadas, y otro de la Gendarmería.
"Estamos todo el año, no sólo para la campaña", me dice el delegado, también dirigente de La Cámpora. La agrupación tiene cinco unidades básicas y una cooperativa textil en el barrio. A metros de ahí, una de las pocas pintadas políticas que se ve en la zona. "No fue magia. Cristina, presidenta de nuestros corazones." Al lado, los nombres de los candidatos: Scioli, Zannini y Kicillof.
En el interior del barrio hay muchas de la Corriente Villera Independiente, con presencia consolidada, al igual que el Partido Obrero y un sector de la UCR. En Agustín de Vedia y Perito Moreno, todavía sobrevive un pasacalles de Urribarri. Lo colocó Jerry Guanca, el referente de la Corriente Martín Fierro y el único comunero electo de toda la ciudad que vive en una villa. "Me llevó cuatro horas colgarlo; ahora que se descuelgue solo", bromea en la sede de Mate Cocido, el local donde ofrece todo tipo de actividades comunitarias.
En la reunión de delegados también le apuntaron a dos referentes que dejaron de ir a las asambleas hace mucho. Son Blanca Arce, de la manzana 21, y Adrián Garay, de la 15. Los dos responden a Miguel Ángel Rodríguez, más conocido como "El Comandante". Ex dirigente montonero y, según cuentan sus allegados, ex asesor de Hugo Chávez, es un peronista de 68 años, conocido por su larga influencia en las villas de la zona sur de la ciudad. Como director de Tránsito de Carlos Grosso, en 1991 fue preso por vender licencias truchas de taxis.
Ex funcionario de la Ugis, hoy no tiene cargos, pero sigue siendo el jefe político del macrismo en las villas de la zona. Por medio de Garay, controla la principal herramienta de Pro para la inserción territorial: un puñado de cooperativas que emplea vecinos y que se encarga de los arreglos eléctricos, de la instalación de cloacas y de la remodelación de viviendas.
Conozco a Garay, el "Negro", dos días después de la reunión de delegados. Lo encuentro sobre la calle Varela, en el costado oeste de la villa, en el local de Cableideas, una empresa con la que ofrece servicios de teléfono, internet y televisión por cable a los habitantes del barrio. Cordobés, de 41 años, tiene una historia de drama y superación. Adicto a la cocaína entre los 14 y los 34 años, apuesta a que sus hijos no pasen por lo mismo.
"Tengo 12 hijos y no sé lo que es ser padre", cuenta, como reseña rápida de sus años más oscuros. Después me presenta a cuatro integrantes de una de las cuadrillas de electricidad del barrio, entre ellos su yerno, su hermano y un amigo, "Corrientes", que lleva una gorrita que dice "Horacio, jefe de gobierno". Macizo y de cuello ancho, El "Negro me aclara que su identidad partidaria pesa menos que su pertenencia barrial: "Tengo que trabajar con Pro, porque son los que están ahora. Pero yo tengo la camiseta de la 1-11-14".
Por un pasillo que conduce al corazón de la zona peruana, el "Negro" me lleva hasta Nueva Esperanza, un comedor comunitario con veinte años de trabajo en la villa. La dueña decidió dejar de dar de comer en el lugar y, en cambio, entregar viandas, para evitar las peleas que se armaban. Camino al lugar veo varios afiches de La Casona, un boliche que promociona baile del caño y show de strippers.
En el trayecto, él va mirando para arriba y señalando los focos de luz que colocaron las cooperativas. "Pro ha hecho muchas cosas en el barrio. Mirá esta vereda por la que vamos. Antes era todo barro acá". Después llegamos a la esquina de San Jorge, otro de los puntos señalados por la Justicia como puesto de venta de drogas. Protegido por una reja, en el lugar hay un altar con una escultura del santo montado a un caballo blanco.
El "Negro" se enoja con los que presentan a la villa como una tierra bajo dominio narco. "La droga está en todos lados. Los enemigos no están en el barrio, sino afuera. Son los que te discriminan y no te dan la posibilidad de salir adelante. Para conseguir trabajo los vecinos tienen que mentir sobre el lugar en el que viven. Es mentira que acá no se puede entrar", se enoja. Justo en ese instante, pasamos al lado de un viejo Peugeot 504, que tiene un perro acostado sobre el capó. "Mirá, ¿Ves? Acá hasta los perros viven tranquilos".
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