Polarización y conurbano, las prioridades de Cristina Kirchner
Cristina Kirchner ofreció una nueva demostración de que su control del oficialismo es inapelable. Cuando Sergio Massa había alcanzado un acuerdo con la oposición para las sesiones de la Cámara de Diputados, una intervención de Máximo Kirchner rompió el puente. La estrategia central de la vicepresidenta es la ruptura. Ella pretende asegurarse la orientación conceptual de la gestión. Y garantizar con recursos presupuestarios la fidelidad de su base electoral. Su método para conseguirlo no consiste en elaborar un programa. Prefiere mantener un inventario de conflictos. Es sabido: quien define los conflictos define el juego del poder. Como Perón, como Menem, la señora de Kirchner insiste en una regla tradicional del peronismo: solo el jefe hace política. El último en aprender la lección ha sido Massa.
El sábado al mediodía hubo un anticipo de lo que sucedió anteanoche en el Congreso. Cristina Kirchner almorzó en Olivos con Alberto Fernández. Uno de los temas que más tiempo consumió fue Horacio Rodríguez Larreta. La vicepresidenta instruyó a su anfitrión sobre algunas verdades que para ella son bastante obvias. Larreta no es distinto de Mauricio Macri. Son lo mismo. Para demostrar el teorema, recurrió a un argumento definitivo: "Acordate de que a mí la que me perseguía y allanaba era la Metropolitana, la policía de Larreta". El Presidente balbuceó que entre Macri y Larreta había algún matiz. Pero su invitada volvió a mirar el plato y cabeceó como diciendo: "No hay caso, al que no quiere entender es inútil explicarle".
La señora de Kirchner parece tratar a Fernández como una madre sobreprotectora que elige los amigos de su hijo. Es una falsa impresión. No está cuidando a Fernández. Se está cuidando a sí misma. Sabe que de la relación con un sector de la oposición encabezado por Larreta Fernández podría obtener un monto de inconveniente autonomía. Fernández y Larreta son los dos dirigentes con mejor imagen en el país. Ese vínculo podría renovar la agenda pública. Y reciclar su personal. Esa dinámica perjudicaría a la vicepresidenta. Y a Mauricio Macri, que ejerce, dentro de Juntos por el Cambio, la misma intransigencia que Cristina Kirchner en el Frente de Todos. Un sondeo de Wonder Panel y Navarro Research acaba de demostrar en números la simetría perfecta entre estos dos dirigentes. Cada uno triunfa donde el otro se hunde. Ciudad de Buenos Aires y conurbano bonaerense son los dos extremos. También comparten un problema: una imagen negativa de casi 60%.
El retrato de Larreta que propuso la vicepresidenta en el almuerzo se proyectó anteayer en su cuenta de Twitter. Allí remitió a un largo mensaje de la diputada porteña Lucía Cámpora, brindando ejemplos de cómo el oficialismo porteño avanza en la Legislatura con proyectos que se niega a tratar en el Congreso de la Nación. Ahora habrá que observar la conducta de Alberto Fernández respecto de Larreta. En una reunión similar a la del sábado, ocurrida hace un par de meses, la señora de Kirchner se quejó de que, mientras sus causas seguían abiertas, ningún funcionario del gobierno anterior pisaba Tribunales. A los pocos días, comenzaron a activarse los procesos contra Juntos por el Cambio. No fue magia.
Anoche, en una entrevista con A Dos Voces, por TN, el Presidente volvió a presentar a Larreta como su amigo, y prometió seguir dialogando con él.
La Cámara de Diputados parece dominada por el mismo criterio. A última hora del martes, Massa había acordado con la oposición renovar el protocolo de sesiones virtuales, con la excepción de los proyectos de reforma judicial, presupuesto y reforma previsional, que tendrían tratamiento presencial. Intentó que el proyecto judicial no figure por escrito: "Igual lo vamos a tratar de manera presencial, después de 30 días. Les doy mi palabra", juró. Los interlocutores sonrieron. Massa, buen entendedor, retiró la propuesta.
El presidente de la Cámara había logrado disolver su conflicto con el radical Mario Negri. Nada disfruta más Massa que manipular a Negri, ninguneándolo. En ese deporte cuenta con la invalorable colaboración de Cristian Ritondo, presidente del bloque del Pro. Un socio institucional de Negri y compinche político de Massa. Como consecuencia de este juego de colegio secundario, Massa y Negri dejaron de hablarse un par de meses.
Cuando todo parecía superado, irrumpió en escena el diputado Kirchner. El presidente de la Cámara pidió un cuarto intermedio. Sería irreverente decir que fue para recibir instrucciones. Pero cuando retomaron la reunión el clima había cambiado. Altaneros, ahora los diputados oficialistas comunicaron que no aceptarían condicionamientos en la agenda. Sobre todo, la exclusión de la reforma judicial. Se precipitó una situación insólita. Una mayoría sesionando por la web y una minoría numerosa sentada en el recinto. La noche de los dos congresos.
A la una de la mañana, Massa recurrió a algunos amigos radicales para negociar una salida. Ofreció volver al entendimiento original, pero sin que se mencione por escrito que la reforma judicial se trataría de modo presencial. La oferta tenía el visto bueno de Leopoldo Moreau, controller de calidad del Instituto Patria. Esa salida desató una polémica en el interbloque de Juntos por el Cambio. Un grupo pidió pasar a cuarto intermedio, firmar el acuerdo y volver a sesionar para que se aprueben las leyes. Otros diputados se opusieron con un argumento lógico: "¿Cómo volvemos de los discursos, cuando nos atamos a las columnas del templo antes de aceptar una sesión virtual?".
Los hechos siguieron su curso. Se votaron las leyes con la sola presencia del oficialismo en la sesión electrónica. Los partidos de la oposición impugnaron la validez de lo aprobado. Un ademán retórico. Nadie supone que un juez les dará la razón. El único que lo hizo fue Alberto Fernández, quien en el discurso del Día de la Industria declaró que "el Congreso no sesionó". La Casa Rosada debió, por la tarde, corregirlo. Había tenido una fugaz desconexión. "Como Duhalde", dijo un chistoso. Bromas de mal gusto.
El contrato quedó para ser firmado en los próximos días. La gran batalla, que es la reforma judicial, será tratada con los diputados en sus bancas, en un recinto a determinar. En Juntos por el Cambio apuestan a que ese nivel de exposición inhibirá a los indecisos, sobre todo a los diputados de Consenso Federal, el bloque que se referencia en Roberto Lavagna. Aunque siempre hay algún descreído: "Esos legisladores van a ayudar a la aprobación de la reforma. Pactarán con el kirchnerismo en qué puntos van a disentir. Son todos peronistas".
Un sector importante del oficialismo cree que pagaría un costo altísimo si trata leyes relevantes con la principal oposición ausente del debate. Massa está en ese grupo. Sabe que cuanto más extrema es la polarización, menos espacio queda para lo que él pretende representar en la política. A la vez, en Juntos por el Cambio muchos dirigentes están alarmados con la perspectiva de embarcarse en una disidencia testimonial, tan altisonante como estéril. La ruptura fue un triunfo objetivo de Cristina Kirchner. Demostró que su inflexibilidad no es inviable. El Frente de Todos consiguió aprobar las leyes sin la oposición.
El plan de la señora de Kirchner es bastante nítido. Consiste en absorber a Fernández y a Massa hasta suprimir cualquier matiz interno. El otro vector es fortalecer su dominio sobre el conurbano bonaerense, que es su territorio. Para alcanzar este objetivo, Máximo Kirchner trabaja mañana, tarde y noche con la dirigencia del distrito. Aspira a saturar la lista de diputados bonaerenses del año próximo y, de ese modo, profundizar su influencia en el Congreso.
El otro instrumental es pecuniario. El kirchnerismo acaba de introducir un cambio muy significativo en la estructura de poder. Durante doce años, los gobernadores bonaerenses, Felipe Solá y Daniel Scioli, debieron mendigar mes a mes los recursos para pagar los sueldos. Vivían en ajuste. Axel Kicillof es tratado de otro modo. En la última ampliación presupuestaria se votó una asignación de 50.000 millones de pesos para la provincia de Buenos Aires. Además de préstamos por 15.000 millones más. Por primera vez Cristina Kirchner siente que ella domina ese distrito, sin temor a que el dinero que gira hacia La Plata se le vuelva en contra.
Polarización política y asistencia al conurbano. Ahí están los dos dispositivos de la vicepresidenta para controlar el oficialismo. En ese diseño, el Presidente se va limitando a ser un mero administrador de la cotidianeidad. La receta puede ser eficaz para que Cristina Kirchner conserve el mando. ¿Es eficaz también para recuperar la economía?
La ruptura sistemática tiene aislado al Gobierno de los factores productivos. Nunca pasó, y mucho menos con un gobierno peronista, que los grandes empresarios, reunidos en AEA, desarrollen su propia relación con la CGT. Fernández, que hizo campaña prometiendo un Consejo Económico y Social, no convoca a ninguno de los dos. Con el sindicalismo privado está casi enfrentado. Su amigo Héctor Daer, el devaluado titular de Sanidad, sabe que para volver al calor presidencial debe unificarse con la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA), de Hugo Yasky. Daer no consigue que sus compañeros acepten esa alianza. El Presidente les responde con el peor de los agravios: la foto con los Moyano. Los camioneros se toman en serio ese respaldo. Pablo, el heredero de papá Hugo, busca votos para convertirse en titular de la CGT.
El rumbo de estas alianzas inquieta a un sector del oficialismo. Numerosos dirigentes temen que la economía se siga deteriorando hasta precipitarse en una convulsión. Ayer la UIA emitió un documento con cifras escalofriantes: 63% de las empresas no produce o tiene caídas de más del 50%. Y 62% de ellas tiene caídas superiores al 30% de sus ventas. El informe consigna, además, que el gobierno argentino es el que menos ayuda ofreció al sector productivo, comparado con Brasil, Chile y Perú.
El mercado cambiario regula, como siempre, el ritmo de la crisis. Massa está entre los alarmados. Por eso alienta, en conversaciones con el empresariado, y con el infaltable auspicio del banquero Jorge Brito, la incorporación de Martín Redrado al gabinete. Redrado envió mensajes amistosos a Máximo Kirchner. Pero todavía no consiguió el indulto de la Reina Madre. Causa malestar desde que declaró contra la expresidenta, Miguel Pesce, Axel Kicillof, entre otros, en la causa del dólar futuro. Claudio Bonadio los procesó con los argumentos de Redrado. Los amigos de Massa, uno de los mejores amigos de Bonadio en la política, juran que él no fue el instigador.
Los que consideran que la economía se está dirigiendo hacia el corazón de la tormenta ven en la toma de tierras baldías la escenificación operística de sus presentimientos. El fenómeno es complejo y tiene, en su raíz, un enorme problema habitacional que para el Estado parece carecer de interés. Convergen en él los problemas de hacinamiento, que se volvieron más intolerables con la pandemia. La malversación de una ley que suspendió los desalojos por un tiempo, no para los intrusos sino para quienes no pueden cumplir con un contrato. El negocio de quienes ven la oportunidad de quedarse con terrenos, para luego revenderlos, en una práctica que tiene más de 25 años. También la acción menos evidente de los movimientos sociales.
Ese imperio de la anomia se vuelve más inquietante por la falta de rumbo del oficialismo. Sabina Frederic justificó las ocupaciones. Es la ministra de Seguridad, es decir, la auxiliar de la Justicia para que se cumpla con la ley. Pero la preocupan los problemas de desarrollo social. Como si Daniel Arroyo no existiera. Mientras ella justifica las tomas, Sergio Berni lanzó un video afirmando que "el derecho a la propiedad privada es innegociable". Ilustra la afirmación con imágenes de terrenos invadidos.
Un intendente, alarmado, explicaba ayer: "Nos sale carísimo, porque una vez que se asientan, hay que llevar agua, luz, ladrillos… Todo sale de los recursos municipales". Algunos de ellos acuden a barras bravas para, en la impunidad de la noche, desalojar a los intrusos a los golpes.
Estas imágenes del vandalismo estatal se superponen con las de los diputados, que no pueden acordar siquiera el funcionamiento del Congreso. Suenan en el fondo de este video imaginario las palabras de Fernández: "Enseño leyes desde hace 30 años. Soy hijo de un juez. Yo sé lo que es el Estado de Derecho".
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