Podía fallar, y falló. El experimento de la boleta electrónica era una incógnita y generó caos en los centros de votación
Las fallas en las máquinas no solo provocaron filas interminables y malestar en la gente, sino que enfrentaron a la jueza Servini y al gobierno porteño en la elección desdoblada
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Las elecciones “concurrentes” en la Ciudad fueron un caos. A las filas de horas y el malhumor de la gente –a esta hora, muchos todavía siguen esperando–, se sumó la pelea pública de la jueza federal María Romilda Servini, la responsable de la organización de los comicios, con el gobierno porteño, al que culpó de haber actuado con “improvisación” e “impericia” y haber complicado las elecciones que son 100% de su incumbencia: las presidenciales.
Servini pareció amenazar, incluso, con escindir las dos elecciones cuando escribió que el mal funcionamiento de las máquinas de voto electrónico (las usadas para elegir solo a los candidatos porteños) no podía impedir el avance de la elección nacional. Además, dejó firmado que iba a hacer la correspondiente “denuncia”.
Servini, que como jueza vio pasar a diez presidentes y hace gala de llevar más de 30 elecciones en su haber, tuvo hoy el respaldo explícito de sus superiores de la Cámara Nacional Electoral, los tres jueces que son la máxima autoridad en el control de los comicios.
En el tribunal, que se reunió al mediodía –fuera de agenda– para discutir el tema, se quejaban de la improvisación. Un experimentado funcionario judicial decía ayer que es increíble que nadie del gobierno porteño los haya llamado para hablar de cómo implementar el nuevo sistema.
Para colmo, Ezio Emiliozzi, el responsable del Instituto de Gestión Electoral, que organizó el voto con boleta electrónica en la ciudad, renunció en plena campaña aduciendo “problemas de salud”, cuando acababa de firmar la licitación con la empresa que proveyó las máquinas.
En la Ciudad también tenían sus quejas. Discrepan con los números de Servini y dicen que no son 240, sino menos de la mitad las máquinas que tuvieron problemas –”menos del 1%” del total, arriesgaban– y sostienen que eso se “normalizó” temprano; también dijeron que las demoras obedecieron a que había autoridades de mesa (las autoridades dependen de Servini) que no permitían que los votantes entraran a las aulas de a dos, de modo que mientras uno votaba a los candidatos porteños el otro otro lo hiciera por los nacionales.
Mientras, en las calles porteñas las colas se extendían cada vez más y no pocos porteños daban la vuelta cuando veían la espera que tendrían por delante. Justo en unas elecciones en las que la política y la Justicia electoral habían insistido con la necesidad de que la gente fuera a votar.
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