Elecciones 2019. Alberto Fernández: el armador de sueños ajenos que se convirtió en su propio jefe
Llueve. La reunión es en cinco minutos y Alberto Fernández está llegando tarde. Tiene fama de impuntual. Quien lo espera lo sabe. Pero esta vez tiene un problema extra: toda la zona del Congreso está vallada. Es diciembre de 2017, se discute la reforma jubilatoria y en la plaza todavía hay restos de una batalla campal.
Parado en la puerta del Instituto Patria, Juan Cabandié, promotor del encuentro, mira la hora. Fernández franquea la puerta y les sonríe a los hombres que conversan en el hall. Ellos lo miran, atónitos, como quien ve a una aparición. Alberto encara las escaleras. Arriba lo espera Cristina Kirchner.
Es el primer diálogo después de nueve años de una pelea que parecía definitiva. Casi una década en la que ninguno de los dos cuidó las formas. Él, que fue kirchnerista antes de que el kirchnerismo existiera, y que como jefe de Gabinete fue el general más fiel, desde el llano la acusaría de haberse radicalizado, de negar la pobreza, de haber encabezado una "deplorable intromisión en la Justicia", de tener una "enorme distorsión de la realidad". Ella le adjudicó la peor traición: lo acuso de haber sido, a escondidas, "vocero" del Grupo Clarín.
Fue a pesar de esa pelea, o gracias a ella, que Fernández acaba de ganar la presidencia de la Nación. Su inminente llegada a la Casa Rosada es el resultado de una reconciliación.
Un año y medio después de aquella reunión, Cristina Kirchner le ofreció una fórmula en el que ella iría de vice, detrás de él.
Profesional de la política, hasta entonces Fernández había sido siempre artesano de carreras ajenas. Armador, publicista, vocero, recaudador… Ahora, con casi 60 años, él, que militaba desde los 14, tenía la chance de jugar por primera vez para sí mismo. Ser su propio jefe.
"Era su último barco. No lo podía dejar pasar. Se subió y se dijo a sí mismo: ‘Voy a ser el capitán yo", cuenta una persona que lo trata de cerca desde hace décadas. Añade que la tenacidad y la convicción de que puede ganar cualquier discusión para convencer a cualquiera son características que lo acompañan desde siempre.
La familia
Cristina le ofreció la candidatura a Fernández un mes después de la muerte de la madre de él, Celia Pérez. Su padre adoptivo, Carlos Pelagio Galindez, había fallecido muchos años antes. Fue él quien lo guió por el camino del Derecho. Galindez también era abogado, de carrera judicial. Fue muchos años defensor oficial en el fuero penal y el 5 de agosto de 1975 María Estela Martínez de Perón lo nombró juez en la Sala Sexta de la Cámara del Crimen. Como camarista duró menos de un año. El 28 de mayo de 1976 el Boletín Oficial publicó el decreto de Jorge Rafael Videla que ordenó su "cese en el cargo". Ese mismo día, la dictadura echó a otros ocho jueces.
Los memoriosos de la Justicia recuerdan a Galindez como un hombre tranquilo y afable. Le adjudican una simpatía con el peronismo, a pesar de que su padre había sido dirigente del radicalismo en La Rioja.
La madre de Fernández se separó de su padre biológico (también fallecido) cuando él era muy chico. Cuando se refiere a su padre, Fernández habla siempre de Galindez.
Tanto Alberto como su hermana Valentina Fernández (Picky) empezaron sus carreras en Tribunales. Ella también es abogada y ya no trabaja en la Justicia. Tienen otro hermano, Pablo Galindez, que es parte del grupo de amigos de Alberto. Fernández cursaba las primeras materias en la facultad cuando entró como "pinche" en un juzgado de instrucción del quinto piso del Palacio. "Era muy bueno, podría haber llegado a camarista, pero le gustaba demasiado la política", recuerda el abogado Mariano Cúneo Libarona, que en aquella época trabajaba en el juzgado de al lado. Pasó después por la Cámara Federal, antes de ser funcionario.
"Es un nacido y criado en la Justicia", dice Alberto Piotti, exjuez federal de San Isidro y compañero de cátedra de Fernández en sus primeros años de carrera docente en la Facultad de Derecho de la UBA. Trabajaban en la justicia penal en simultáneo y escribieron juntos, en 1985, el libro "Defensa de la Democracia. Nuevo enfoque sobre la represión de los delitos que atentan contra el orden constitucional". Según Piotti, casi todo lo hizo Alberto, que lo superaba en dedicación.
Clan Puccio
Fue por Piotti que Fernández se convirtió en abogado defensor de uno de los miembros del clan Puccio, la familia que en los 80 secuestró en su sótano y mató a tres personas en San Isidro. Como juez, Piotti hacía una lista de "conjueces" para que lo reemplazaran -a él, al fiscal o al defensor oficial- en caso de necesidad. Lo puso a Fernández y así le tocó, durante unos meses, ser el abogado de Guillermo Fernández Laborda, homicida confeso.
En los equipos de Tribunales jugaba de arquero, como toda la vida, desde los partidos del colegio en parque Saavedra hasta la Quinta de Olivos, cuando atajaba en el equipo de Néstor Kirchner.
De chico, siempre voluntarioso, llegó a calzarse los pantalones cortos teniendo escarlatina para ser titular en el campeonato del colegio. Del barrio de su infancia, La Paternal, heredó el amor por Argentinos Juniors. Iba a la escuela Avelino Herrera, sobre la calle San Blas, a la vuelta del estadio que hoy se llama Diego Armando Maradona.
La secundaria la hizo en el colegio Mariano Moreno, de Almagro. "Alberto era delegado de su curso, igual que yo. Nosotros somos de la generación de La noche de los lápices. Vivimos una pequeña primavera democrática en el colegio y después, la dictadura", cuenta Miguel Núñez, que iba al turno tarde. Núñez se reencontró con Fernández en el gobierno de Kirchner. Fue durante toda su gestión el vocero presidencial. Juntos militaron en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), de orientación peronista, cuenta. "Desde chico Alberto compartía reuniones con los pibes más grandes. Participábamos de las marchas y asambleas. Era un colegio muy politizado".
Fanático de Litto Nebbia, ya andaba con la guitarra al hombro. "Le gustaban Los Gatos, aunque ya habían pasado de moda. A la vuelta del colegio ensayaba Santaolalla con su banda Arco Iris y nos colgábamos todos los pibes para verlos", cuenta Núñez. Con los años, la política le daría a Fernández la posibilidad de cantar con él.
Durante los últimos años de la dictadura Alberto era habitué del centro cultural El Viejo Café, que era regentado por Javier Grosman, que después sería organizador de su búnker presidencial. "Se jugaba al backgammon, se hablaba de política y se tocaba música -cuenta Grosman-. Alberto vino con un grupete, con su hermana Picky. Abríamos y cerrábamos las noches con El unicornio azul".
En la época de la facultad, Alberto Fernández ya vivía en Palermo. Sus amigos cuentan que a pesar de la guitarra y de que escribía canciones de amor, siempre se resistió al look hippie de los 70. Terminó Derecho con 7,80 de promedio.
La entrada en política
"En la facultad, en nuestra época, prácticamente no había actividad política", cuenta un amigo de Fernández que estudió con él. "Era la época del proceso. La primera elección que recuerdo fue cuando casi nos estábamos yendo". Eran elecciones para delegados estudiantiles. "Participamos de un frente del peronismo con la Democracia Cristiana, algo de Desarrollismo y nosotros, que éramos una agrupación del peronismo pero fuera del peronismo. Fue post Malvinas", relata. "El primer dirigente importante que tratamos en esa época fue Carlos Grosso". Grosso, dirigente del PJ porteño, sería después intendente de Carlos Menem y asesor dilecto de Mauricio Macri en las sombras.
Fernández y su grupo estuvieron, al principio, a favor de la guerra, recuerdan sus amigos. Claudio Moroni, que estudió con él y lo acompañó luego en la función pública, llegó a anotarse incluso como voluntario para ir a las islas.
"Alberto era muy malvinero. Todos lo éramos", dice Eduardo Valdés, que lo conoció en el bar de la facultad, fue funcionario del kirchnerismo con él y hoy integra su grupo de confianza. "Después nos dimos cuenta de que esa guerra que a uno lo había atravesado, donde había perdido amigos, era una locura". Valdés asocia a ese primer espíritu "malvinero" el paso de Fernández por el partido nacionalista de Alberto Asseff.
Fue en 1983 cuando, relata Asseff, Fernández llegó a ser presidente del ala juvenil del Partido Nacionalista Constitucional (PNC). Fernández lo justificó como una aventura de transversalidad. "Yo formaba parte del comando de campaña de (Ítalo) Luder presidente, y me pidieron que ayudara a armar un partido para que pueda incorporarse al frente. Se trataba de un grupo de exradicales", lo relativizó. Es una etapa que en su entorno nadie se interesa por recordar.
Una foto de 1984 lo muestra a Fernández inaugurando un local de la PNC en Temperley. Asseff todavía se queja de que abandonó el partido "sin contemplaciones", por una oferta laboral. El entonces ministro de Economía de Raúl Alfonsín, Juan Sourrouille, le ofreció, en 1985, ser director de Sumarios de su cartera y Alberto Fernández ingresó por primera vez a la función pública. Así, convocado por el radicalismo, empezaría su larga historia en las entrañas del Estado.
El menemismo
Alberto Fernández empezó a destacarse en la escena política como un justicialista disidente. Durante la campaña presidencial de Menem escribió una carta muy crítica del candidato oficial diciendo que no iba a votarlo. "Yo estaba a cargo el PJ de la ciudad y me empezaron a llegar telegramas pidiendo la expulsión de Alberto Fernández", relata Valdés.
Pero aquella diatriba no le impidió escalar en la administración pública. Durante el primer menemismo logró un cargo estratégico como superintendente de Seguros de la Nación. A esas oficinas convocó a su amigo Moroni. El periodista de Página 12 Julio Nudler escribiría en 2004 que Fernández y Moroni, entre 1994 y 1996, "presionaron al liquidador del Instituto Nacional de Reaseguros (Inder), Roberto Guzmán, para que reconociera una deuda de casi 1200 millones con el sector de los seguros, cuando Guzmán demostró fehacientemente que el pasivo a lo sumo llegaba a 500 millones y frustró así uno de los mayores robos contra el Estado".
Fernández y Moroni dijeron siempre que fue una locura de Guzmán y que jamás fueron denunciados por eso. Página 12 se negó a publicar el artículo de Nudler, que denunció que lo habían censurado para ocultar la corrupción de Alberto Fernández, y Horacio Verbitsky le respondió con una nota que contradijo aquellas acusaciones.
Con la renuncia de Domingo Cavallo, en 1996, Fernández dejó la Superintendencia y fue convocado por el por entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde para integrarse a su administración como funcionario del Grupo Bapro.
Desde sus oficinas del banco, se involucró en la primera elección de jefe de gobierno porteño. Era 1996. Trabajó en el armado de la lista que encabezaba Gustavo Beliz, que terminó cuarta. En 1999, se presentó como precandidato en un binomio con Jorge Argüello y perdió por pocos votos. Finalmente, en 2000, obtuvo el que sería, hasta hoy, su único cargo electivo, cuando integró la lista de legisladores porteños que acompañó a la fórmula de Cavallo y Beliz. Aunque su boleta perdió, Fernández, que estaba en el puesto 11, consiguió una banca en la Legislatura.
Era una lista producto de múltiples alianzas. En el puesto 22 estaba la actriz Elena Cruz, que había lamentado públicamente que Videla estuviera detenido y lo había considerado un "preso político". Cuando Fernández renuncia a su banca para asumir como jefe de gabinete de Néstor Kirchner, se produjo un corrimiento que permitió a Cruz ocupar su lugar en la Legislatura por unos meses, en medio de un escándalo.
En el número 43 de esa lista estaba Paula Bertol, que hasta el mes pasado fue la embajadora argentina en la OEA. "Salíamos a repartir volantes por la calle. Yo iba muy atrás, pero los veía juntos. La relación de Alberto Fernández con Cavallo era muy buena, se los veía muy unidos, divertidos, compinches. Siempre me llamó la atención el cambio de relación de Alberto con Cavallo, porque el kirchnerismo fue durísimo contra el ex ministro", dijo Bertol a LA NACION.
El 3 de mayo de 2006, Bertol era diputada del Pro y Fernández fue al Congreso como jefe de gabinete. Ella le recordó su pasado juntos y el trabajo "empeñoso y protagónico" de Fernández para que Cavallo se convirtiera en jefe de gobierno. Él se rió y le contestó socarrón: "La diferencia, Paula, es que yo evolucioné".
El operador de Néstor
Duhalde no se acuerda cuándo conoció a Fernández, pero en 1999 ya le tenía la confianza suficiente para encomendarle que fuera el recaudador de su campaña presidencial. "Alberto siempre estuvo en el bolillero de las personas que uno apreciaba y en las que confiaba plenamente", dice ahora el expresidente.
Fernández ya había empezado a trabajar por entonces en la edificación de un grupo que le iba servir a su entonces jefe para contener a peronistas que emigraban hacia el Frepaso. El 1° de octubre de 1998 había nacido el Grupo Calafate.
Era un grupo que nucleaba a peronistas que buscaban frustrar un tercer mandato de Menem. Incluía, además de a Fernández, a Julio Bárbaro, Alberto Iribarne, José Pampuro, Carlos Tomada, León Carlos Arslanian, Carlos Kunkel y Esteban Righi. También, a Cristina Kirchner, por entonces diputada, y a su marido, Néstor Kirchner, el gobernador de Santa Cruz y el único del grupo que tenía territorio.
Fernández había conocido a Néstor en 1996. Se lo presentó su amigo Valdés, a quien Alberto le había pedido que le hiciera el contacto. Valdés cuenta que un día Néstor leyó algo de Alberto que le interesó. "¿Este es el que quería que nos encontráramos?", le preguntó. Y fue así como organizó la primera cena en el restaurant Teatriz, en Riobamba entre Juncal y Arenales, un clásico de los Kirchner, que durante años sería el escenario de sus encuentros, comidas que solían convertirse en larguísimas sobremesas. "A los diez minutos parecía que se conocían de toda la vida. Hubo empatía de inmediato y empezamos a juntar a todos los de nuestra generación que no estaban a gusto con Menem", cuenta hoy Valdés.
Como Cristina estaba en Buenos Aires y Néstor en Santa Cruz, fue con ella con quien Alberto Fernández tenía un trato fluido toda la semana. "En esa época estaban los lupines y los cristinos. Alberto era cristino", sonríe Valdés.
Pampuro coincide: "Néstor era más chabacano en sus relaciones, era un peronista de tuteo fácil, de chistes a veces algo soeces, un tipo bárbaro que llegaba mucho. Cristina tenía otra sofisticación, no solamente su imagen, también su razonamiento y me daba la sensación de que Alberto cerraba más con eso".
Pampuro, hombre de confianza de Duhalde, fue un aliado clave para el siguiente desafío que iba a ponerse Fernández: convencer al jefe de que eligiera a Kirchner para que fuera su sucesor. "Alberto estaba muy convencido de que tenía que ser Néstor y era un cruzado", cuenta Pampuro.
Duhalde, que venía de una búsqueda infructuosa de candidatos, terminó de decidir su bendición a Kirchner un domingo en un avión que lo llevaba de El Calafate a Buenos Aires y le encomendó a Pampuro que se lo comunicara. "Lo llamé primero Alberto y le dije: ‘Mirá, Eduardo me dio el ok definitivo... te lo transmito’. Corté y a los dos minutos me llamó Néstor."
Ahora Duhalde dice provocador: "Lo elegí porque no me quedaba otro. Todos los demás se me habían bajado".
"A partir de que Duhalde lo elige a Néstor, Alberto se transforma en un primus inter pares entre nosotros", cuenta Valdés. Hasta el núcleo santacruceño de los Kirchner, que desconfiaba de las verdaderas intenciones de Fernández, le reconocen la gestión.
El propio Alberto se la recordó a Cristina en los tiempos de pelea. "Yo ya acompañaba a Néstor Kirchner cuando en el país solo un escueto 2% de argentinos sabían de él. Lo hice cuando muchos creían que todo nuestro esfuerzo era en vano. Usted misma, a veces, se reía de nuestra obcecación", escribió en una carta que publicó en LA NACION.
Pampuro confirma la hazaña: "A los intendentes teníamos que darles el nombre escrito en un papel porque no lo sabían escribir".
Hombre de poder
Reconocido como el "kingmaker", Fernández se erigió inmediatamente como el jefe de campaña y, después, como jefe de Gabinete. Ayudó a Kirchner a construirse. Con Néstor y Cristina constituyó un núcleo abroquelado que ejercía el poder de forma radial. Mediador entre el gobierno y los privados, tenía conocimiento y control sobre todas las áreas en un país que aún sentía las réplicas de la crisis del 2001.
"Era obvio que las decisiones finales las tomaba Néstor, pero en todo el proceso de toma de decisiones Alberto estuvo muy al lado, muy al lado. No creo cometer un infidencia si digo que Néstor y Alberto almorzaban y cenaban todos los días juntos, con Cristina", dice Carlos Tomada, un hombre muy cercano a Fernández que fue ministro de Trabajo de aquel gobierno.
Portavoz central de las decisiones, Fernández estuvo siempre muy pendiente de lo que la prensa dijera. Y fue uno de los escultores del progresismo del primer mandato de Kirchner. Desde el anuncio del "recambio generacional" en la fuerzas de seguridad y el diseño jurídico de la reforma de la Corte Suprema, que barrió con la mayoría menemista, hasta la recuperación del predio de la ESMA y la transformación del Salón Blanco de la Casa Rosada en un auditorio por el que desfilaron figuras del rock nacional.
Para Julio Vitobello, amigo de Fernández y exfuncionario del kirchnerismo, "el aporte fundamental de Alberto fue modernizar todo lo que Néstor traía" de Santa Cruz. "Con el grupo de los actores, por ejemplo.. ese peronismo porteño le una impronta más moderna, más amplia, más progresista"..
"A mí nunca un juez me citó para que de explicaciones", se defendió durante la campaña Alberto Fernández cada vez que alguien le preguntaba por la corrupción de la década kirchnerista. Fue un tema incómodo e ineludible: su compañera de fórmula carga con 12 procesamientos.
No fue acusado él, pero uno de los primeros casos judiciales que enfrentó el gobierno fue la causa contra la secretaria de Medio Ambiente Romina Picolotti, una funcionaria que él había llevado al Gobierno y que estaba acusada por manejos irregulares de fondos y gastos lujosos. Fernández dijo entonces que era todo una "operación política".
Estratega incansable de armados políticos, Fernández fue quien tejió la transversalidad con el radicalismo que dio a luz al eslogan "Cristina Cobos y vos". Uno de los hombres de confianza de Fernández, Héctor Capaccioli, terminó procesado por la recaudación para esa campaña, ante la presunción de que se nutrió con dinero del lavado de droguerías.
La convergencia fue un éxito y Cristina Kirchner ganó las elecciones. Pero la alianza con su vicepresidente iba a quebrarse.
En 2008, estalló el conflicto con el campo y el Gobierno terminó derrotado por el voto "no positivo" de Cobos en el Senado. Fernández había sido el encargado del diálogo con la Mesa de Enlace. Renunció al gobierno de Cristina el 23 de julio de 2008 en una carta donde solicitaba la oxigenación del gabinete. La firmó "Sinceramente".
La reconciliación
Diez años después, "Sinceramente" se llamó el libro en el que apoyó su campaña Cristina Kirchner post reconciliación.
"El día después de la reunión de Alberto y Cristina en el Patria -recuerda Cabandié-, lo llamo a Alberto. Él me cuenta que primero ella habló durante largos minutos y que él le dijo que tenían que hablar de todo lo que pasó en estos años. ‘Vos tenés que explicarle a la sociedad tales y tales puntos', y se los anotó en un papel. Cristina hizo de ese papel casi el índice de lo que es el libro Sinceramente".
Cuando renunció a la Jefatura de Gabinete, Alberto Fernández reabrió el estudio que todavía conserva en la Avenida Callao al 1900. Desde allí trabajó para las campañas de Sergio Massa y Florencio Randazzo, por entonces adversarios de Cristina Kirchner que dividieron el voto peronista y la arrastraron a la derrota.
El departamento donde funciona la oficina lo había comprado en los 90 a medias con Marcela Losardo, su socia de toda la vida. Lo cerraron durante el kirchnerismo, cuando ella lo acompañó en el Gobierno y fue secretaria de Justicia.
Fernández volvió al estudio en 2008, acompañado por María Cantero, su secretaria desde los tiempos de la Superintendencia de Seguros, que hoy está instalada en las oficinas de la calle México con él.
"Desde la oficina de la avenida Callao, Alberto elaboraba un newsletter, es decir, un informe semanal para empresarios, donde les decía cómo veía la evolución de la economía argentina y mundial, y cómo era la situación política", cuenta Felipe Solá, que los pronósticos señalan como el futuro canciller. "Yo creo que escribir le ayudó muchísimo a tener un rápido diagnóstico de las cosas y vivía de eso. Más que de su profesión de abogado, creo que vivía más de escribir su propio informe", dice Solá.
El newsletter lo armaba él, lo diagramaba y elegía las fotos. Nada sorprendente. Fernández jamás aceptó delegar. Quienes lo conocen bien coinciden en que es obsesivo y perfeccionista. Siempre prefirió hacerlo todo él.
La parte jurídica del estudio siempre estuvo a cargo de Losardo, con un perfil más técnico. Losardo y Fernández se conocen de los tiempos de la facultad. Ella era muy amiga de la primera mujer de él, Marcela Luchetti, la madre de Estanislao, su único hijo. Losardo fue testigo de ese casamiento, en 1995, en la Iglesia del Pilar. Fernández estuvo después, durante muchos años, en pareja con Vilma Ibarra, la hermana del exjefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, y ahora, con la periodista Fabiola Yáñez.
Por estas horas en los tribunales tratan a Losardo como la próxima ministra de Justicia. Ella le jura a quien le pregunte que no habló con él de futuros cargos, pero ya están pensando cómo van a volver a cerrar el estudio. También les auguran un retorno al Gobierno a sus otros amigos de toda la vida. Conserva una mesa de compañeros de la facultad, donde está Moroni, y otra de peronistas porteños, un grupo que comparte con viejos compañeros de militancia, como Iribarne, Arguello, Vitobello y Valdés. "Todos con Alberto", se llama hoy el grupo de WhatsApp que comparten.
La vida social de Fernández estuvo siempre muy ligada a la política, que fue su interés central, cuentan quienes lo conocen. Nunca le gustaron los eventos sociales ni le interesaron los programas que no incluyeran fútbol, música, libros o política.
Y siempre estuvo especialmente relacionado con el mundo del Derecho. En el Club Americano tiene desde hace varios años una mesa de almuerzos con el exjuez y exministro Arslanian, el juez de la Corte Suprema Juan Carlos Maqueda e Iribarne. En los últimos tiempos, además, Arslanian sumó a Solá.
Tras la derrota del peronismo en 2017 -y casi en simultáneo con su reconciliación con Cristina- Alberto dio a luz su propia usina política. En diciembre convocó a sus oficinas de la avenida Callao a dirigentes sub 50 que tuvieran experiencia en el Estado, pero que no cargaran con la mochila de haber ocupado primeras líneas. Les manifestó que soñaba con replicar el espíritu del Grupo Calafate y les dijo era indispensable la unidad del PJ para ganarle a Macri.
Unir lo que parecía imposible. Un desafío para el que Fernández, que conoce bien la historia del peronismo, se sentía confiado. "Con Cristina no alcanza y sin Cristina no se puede", fue la frase que marcó el nuevo emprendimiento político que lo tenía, por primera vez, como jefe.
Alberto aceleró los encuentros con esas caras nuevas en el bar Los Galgos, reuniones donde entronizó a su mano derecha, Santiago Cafiero.
Encontró la bendición a su proyecto el día que fue al odontólogo, que había viajado a Roma a atender a un histórico paciente. "Francisco me dijo que leyó un artículo tuyo y le gustó, escribile", le dijo el dentista. Aquella intervención derivó en un viaje al Vaticano que se concretó un mes después de la milagrosa reconciliación. El misterio, a partir de ahora, es si la relación con Cristina Kirchner resistirá las fricciones del poder.
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