Pensar en alternativas que superen al tedeum
Cuando con su acostumbrado tono cordial el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, recordó ayer el primer tedeum patrio, se refería a un preciso momento histórico. Entonces, ¿acaso hubiera sido pensable otra ceremonia en este ámbito por parte de los patriotas de Mayo? No obstante, cabe la pregunta sobre cuál puede ser hoy su significado para las actuales generaciones. Nunca es agradable ni republicana la figura de un clérigo aconsejando o amonestando desde el púlpito a los políticos, y sobre todo a las más altas autoridades del Estado, aunque puedan a veces merecer esas reprimendas.
En su momento, Bergoglio fue conocido por su hostilidad con los Kirchner, que recurrieron a cambiar de diócesis para la fecha patria buscando prelados más sumisos al Poder Ejecutivo. Su sucesor ayer bregó por un gran consenso nacional, recurriendo a ciertas expresiones del actual Pontífice, de sabor poéticamente marechaliano: "La realidad es más importante que la idea y el todo más que la parte". Acaso el aporte más personal de Poli fue hacer referencia a la necesidad de gestar una cultura "con inteligencia, creatividad, imaginación, reunidos en una mesa de diálogo que acentúe las coincidencias y no tanto las diferencias". Una idea más acorde con las realidades presentes y prudentemente alejada de una concepción uniforme del país.
Pero volviendo a la historia, es útil recordar que la ceremonia del primer tedeum patrio se inscribió en la lógica de su tiempo. Desde entonces constituye, indudablemente, un encuentro de fuerte impronta católica, para agradecer al Señor por la patria. Sin embargo, a más de dos siglos de la fragua de la Argentina como Estado independiente, el tedeum continúa celebrándose en un formato que poco tiene de distinto del de 1810. ¿Debería ser tan marcadamente católico? ¿Es necesaria una homilía del celebrante?
Desde 1983, la ciudadanía fue encaminándose hacia una visión de la sociedad plural y de mayor respeto y aceptación de las ideas de los demás. El concepto de "nación católica", es decir, de un país donde el "ser nacional" está identificado con el catolicismo, que tanta y tan problemática incidencia tuvo en el siglo XX, dio paso a una visión social en donde la autonomía personal es lo que mejor se adecua a las libertades constitucionales que nos rigen.
Iglesia y Estado no tienen la relación de hace dos centurias. La primera se ha independizado del Estado (aunque aún queda alguna rémora que debería solucionarse), y el segundo ha entendido la necesidad de relacionarse desde la cooperación y el respeto, tanto con la Iglesia Católica como con las demás confesiones y expresiones religiosas. Quizá sea el momento de pensar en alternativas que superen al tedeum. No se discute aquí la importancia de expresar, con la presencia de las más altas magistraturas del Estado, un signo claro de gratitud a la trascendencia. No obstante, el agradecimiento puede hacerse de diversas maneras e involucrando a otras denominaciones cristianas y otras religiones, dando lugar a nuevas voces que integran nuestra sociedad.
En efecto, la oración atribuida a San Francisco ("Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Donde hay odio, que lleve yo el amor. Donde hay ofensa, que lleve yo el perdón. Donde hay discordia, que lleve yo la unión") que recitó al final el presidente de la República fue más que oportuna. Ojalá que la plegaria en la voz de un presidente que poco afín parecería a la regla franciscana ilumine igualmente los espíritus de todos. Plegaria tan evangélica como ecuménica. No porque sí, Juan Pablo II, cuando inauguró las celebraciones mundiales de las grandes religiones por la paz eligió la ciudad de Asís. Texto que, además, mucho bien podría hacernos a los argentinos hoy.
Director de la revista Criterio
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