PASO 2021: las palabras y el mensaje que dejan las urnas
Comencé la jornada electoral del domingo leyendo una frase pronunciada por Victoria Tolosa Paz -primera candidata a diputada nacional por el oficialismo, en la provincia de Buenos Aires- que resumía de modo exacto lo que muchos criticamos de este tipo de procesos eleccionarios.
Dijo ella: “Vamos a escuchar lo que el pueblo de la provincia tenga para decirnos”. Podríamos responderle: “Si quieren escuchar lo que el pueblo tiene para decirles, entonces, primero facilítenle herramientas institucionales para que él hable, y si quieren que el pueblo controle al poder, asegúrenle entonces instrumentos para que pueda responsabilizarlos a ustedes por lo que hacen mal.” Lamentablemente, sin embargo, la única herramienta institucional relevante que nos dejaron es el voto.
La mala noticia es que el voto, en la actualidad, no solo actúa en “soledad” (ya que todos los demás puentes de comunicación -existentes e imaginados- entre pueblo y gobierno fueron “quemados”), sino que -sobre todo- el sufragio no nos permite hablar o conversar con nadie: de hecho, nos quita la palabra. En el mejor de los casos, con el voto emitimos algunos ruidos que, luego de los comicios, cualquier dirigente o analista tiende a interpretar como se le da la gana: el que gana dirá que lo suyo fue un éxito, y el que pierde señalará, en cambio, que lo del ganador, en verdad, no fue tan bueno.
Todas estas lecturas caprichosas, por supuesto, resultarán posibilitadas por las palabras que no pudimos decir, y por la labilidad de esos datos, imprecisos y siempre opacos. La “guerra de interpretaciones” que emerge luego de cada comicio resulta tan penosa como inevitable: el puro producto de nuestra imposibilidad de decir.
Ahora bien, ¿por qué es que puede afirmarse, efectivamente, que el voto no nos permite, en verdad, expresarnos políticamente de un modo apropiado?
Primero: al privarnos de la palabra, el voto nos deja con todo lo importante por aclarar (por caso: qué corregir, cómo hacerlo, por qué, con quiénes sí y con quiénes no).
Segundo, y peor que eso: se espera que con el voto manifestemos aquello que el voto no nos permite -ni permitirá nunca- manifestar. Piénsese en esto: se pretende que con el voto digamos algo sobre el futuro (hacia dónde ir), el pasado (qué se hizo mal), el presente (cómo vivimos las políticas de hoy); que digamos algo sobre los candidatos que nos gustan y los que no queremos. Y que digamos algo, además, sobre las políticas que preferimos y las que rechazamos…¡Todo con un solo voto!
Tercero, y mucho peor, aparece el problema de la “extorsión electoral”: para apoyar lo que queremos apoyar, a través del voto, quedamos habitualmente obligados a avalar aquello que repudiamos.
La expresión del voto
En la elección de ayer, por ejemplo, muchísimas personas habrán querido respaldar al Gobierno, pero rechazando enfáticamente algunas políticas (las políticas frente al Covid-19 o la vieja corrupción persistente); mientras que otras habrán deseado apoyar a la oposición, pero dejando en claro, por ejemplo, su repulsión frente a las viejas fórmulas económicas.
Finalmente, y con su solo voto, tales personas (millones tal vez?) aparecerán comprometidas con lo que repudian (la corrupción, las viejas políticas), para poder respaldar lo que apoyan.
Comienzan a circular, entonces, las lecturas de siempre: algunos dirán que “los argentinos siguen votando corruptos”, mientras que otros clamarán que “los argentinos siguen votando a quienes los hundieron económicamente”. Nosotros, mientras tanto -los acusados- seguiremos dicho festival de declaraciones que nos convierten en blanco de crítica, como azorados espectadores, en silencio, sin canales institucionales que nos permitan aclarar, a través de la conversación, qué es lo que quisimos decir, qué es lo que rechazamos, qué es lo que deseamos, y por qué.
El resultado final de las elecciones parece mostrar un reproche muy fuerte, atronador tal vez, de la mayoría del pueblo contra el Gobierno.
Ojalá consigamos la forma de precisar exactamente qué le criticamos a una administración improvisada y arrogante. Ojalá que obtengamos, también, la oportunidad de aclarar qué valoramos y qué no aceptamos más de la oposición.
Y ojalá, sobre todo, que hallemos ámbitos públicos, colectivos, en donde encontrarnos quienes pensamos distinto, para comenzar a conciliar, por fin, nuestras diferencias.
El autor es constitucionalista y sociólogo.
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