Para Milei el país sigue siendo gobernable
La sanción de la Ley Bases que consiguió en el Senado es un triunfo que se agiganta por las dificultades que enfrentó; la decisiva renovación del swap con China
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La razón por la cual Javier Milei debe festejar que la Ley Bases haya sido aprobada anoche en el Senado, y en la mayor parte de sus cláusulas específicas, hunde sus raíces en la historia política: los gobiernos no peronistas deben pasar el examen de conseguir una sanción favorable, en especial del Senado, que nunca han dominado. Es más que la señal de que un programa determinado puede realizarse. Es la señal de que el país sigue siendo, para ese gobierno, gobernable. Y que lo será con un programa de reformas muy similar al que La Libertad Avanza había ideado. Por esta razón la aprobación del proyecto oficial, que requirió del desempate de la vicepresidente Victoria Villarruel, y que avanzó después sin demasiados inconvenientes en el tratamiento particular, fue un triunfo que la Casa Rosada tiene todo el derecho de celebrar.
También obtuvo otra victoria. O, con mayor precisión, evitó una peligrosísima derrota. El Banco Popular chino aceptó una renegociación de los 5000 millones de dólares disponibles en el swap de monedas que beneficia al Banco Central argentino. Los chinos tuvieron a Milei, a Luis Caputo y a Santiago Bausili con el corazón en la boca hasta último minuto. El eventual fracaso de ese acuerdo hubiera sido calamitoso para la relación con el Fondo Monetario Internacional. Hoy ese organismo tiene que aprobar un nuevo desembolso del crédito otorgado a la Argentina. Sería imposible que eso sucediera si la Argentina hubiera entrado en default con China. O si hubiera pagado al contado la deuda.
Conseguir, aunque sea por un margen ínfimo, la sanción de la Ley Bases en la Cámara alta, fue decisivo para el oficialismo. Para entender el significado del escenario opuesto, habría que recordar el fracaso de Raúl Alfonsín cuando intentó modificar el régimen sindical para que, entre otras novedades, las minorías tuvieran representación en la conducción de las asociaciones profesionales si alcanzaban el 25% de los votos. El neuquino Elías Sapag inclinó la votación para que naufragara la “Ley Mucci”, que llevaba por su autor, el ministro de Trabajo Antonio Mucci. Sapag bajó el pulgar después de recibir la visita de Jorge Triaca y Saúl Ubaldini, secretarios generales de sendas CGT, quienes por un instante suspendieron su ancestral rivalidad en homenaje a la supervivencia de su corporación. Alfonsinistas muy calificados consideran hoy que ese fue el tempranísimo comienzo, a 100 días de haber llegado a la Casa Rosada, del calvario de la administración radical. No sólo porque la imposibilidad de esos cambios cobijaba otras dificultades, como la de privatizar empresas del Estado. El verdadero daño fue que ese revés inauguró la sensación de que Alfonsín no era el titular del poder, a pesar de ser el titular de la administración.
Milei necesitaba entre ayer y hoy demostrar que podía obtener el apoyo, aun al cabo de una trabajosa negociación, de una mayoría del Senado. Y, por lo tanto, del Congreso. Esa necesidad está sobredeterminada por otro factor: el intento de incorporar al tribunal supremo al controvertido Ariel Lijo, siguiendo un consejo de Ricardo Lorenzetti, tensó la relación del Poder Ejecutivo con la Corte. Es dificilísimo gobernar si se está en conflicto con el Parlamento y con la Justicia al mismo tiempo.
La oposición peronista, que va del kirchnerismo más militante a la dirigencia de las centrales obreras, entendió el riesgo de Milei a la perfección. Así se explican los disturbios en la plaza del Congreso, que avivaron la memoria de la tumultuosa presión física que ejercieron esos mismos actores en 2017, cuando el Parlamento trataba la reforma tributaria y previsional de Mauricio Macri. Una coreografía vandálica, destinada a bloquear el trabajo del Congreso, en el mejor de los casos a que se levante la sesión o, por lo menos, a impedir que los senadores que rechazaban el proyecto se movieran de esa posición. El Gobierno ordenó reprimir, inclusive a algunos legisladores que, como Eduardo Valdés, Leopoldo Moreau y, en especial, Carlos Castagnetto, que quedaron afectados por el gas pimienta. Vieja amiga de Valdés, Patricia Bullrich tuvo mejor suerte que en 2017: aquella vez el avance de las fuerzas de seguridad provocó que se levantara la sesión. Mejor no pensar el espanto que habrá experimentado ayer Cristina Kirchner asistiendo a esas escenas de violencia, ella, que denunció un atentado cuando una movilización similar destrozó las ventanas de su despacho en la planta baja del Senado, en marzo de 2022. ¿O profesa el doble estándar?
En este contexto, la aprobación preliminar de las leyes que había sancionado la Cámara baja, es un éxito considerable para Milei. Mirada con más detalle, se parece bastante a una hazaña. El Presidente no cuenta con más de 38 diputados y siete senadores. Y pretendió que le aprobaran dos textos que equivalen, para la vida parlamentaria convencional, a una decena de leyes. Con materias de altísima sensibilidad: desde privatizaciones hasta cambios tributarios, pasando por ventajas para grandes inversores y obtención de una delegación de facultades. El oficialismo consiguió imponer en buena parte de la sociedad la idea de que la clase política, la maldita “casta”, complicó la vida de Milei retaceándole dos leyes por alrededor de medio año. Pero, si se compara la audacia del articulado con su propia indigencia legislativa, el Gobierno consiguió un milagro. En especial si se recuerda que la negociación se produjo en medio de un severo ajuste fiscal que afecta a todas las provincias. Milei debería hacerle un homenaje a Guillermo Francos.
El tamaño de estas dificultades explica las concesiones que debió hacer el Poder Ejecutivo, que negoció hasta último momento a través del jefe de Gabinete Francos; de su segundo, José Rolandi; y de la encargada de Planeamiento Normativo, María Ibarzábal, una abogada del círculo íntimo de Santiago Caputo. También por medio de la disciplinada Villarruel, quien hace oficialismo a pesar de los malos tratos de la Casa de Gobierno. Y de dos senadores que se destacan sobre el resto: Luis Juez y Juan Carlos Romero. No se privatizarán Aerolíneas Argentinas, ni el Correo, ni los medios públicos de Radio y TV; además, se terminarán las obras públicas que estén avanzadas en un 80%. Son resignaciones que se suman a otras, como el aumento de regalías mineras para proyectos futuros. O la embajada en la Unesco para la neuquina Lucila Crexell, nieta de aquel Sapag que castigó a Alfonsín. La “senajadora” cobró por adelantado: antes de votar se cercioró de que su pliego avanzara hacia la Comisión de Acuerdos. Negociación con Santiago Caputo. Ahora deberá conseguir la piedad del kirchnerismo. Hay mucha envidia allí: la imaginan en París y ya la llaman La Gioconda. También el Gobierno debió entregar el mantenimiento de la cuota sindical semi compulsiva para todos los trabajadores, incluidos los de la administración pública. Recuerdos de Triaca y Ubaldini.
Para ponderar la situación política en la que hoy se encuentra el Gobierno, conviene comparar el resultado provisional de anoche con escenarios alternativos. Milei podría haber visto cómo rechazaban sus proyectos. Pero la historia podría haber tenido ideas peores. En febrero, la señora de Kirchner expuso delante de varios gobernadores y dirigentes de su partido, un plan de acción preciso. Para evitar que el ajuste lo pagara la oposición y no La Libertad Avanza, ella planeó formar una mayoría en ambas cámaras que coparticipara el impuesto PAIS, el impuesto al cheque, que restableciera el fondo sojero y el incentivo docente y que rechazara el DNU 70. También se pensó en un pacto con los radicales acorralados por los recortes al presupuesto universitario. Si uno lo fraseara en los términos a los que solía apelar la autora del programa para referirse a iniciativas de sus opositores, ella imaginó una desestabilización que desembocaba en un golpe fiscal. La distancia entre esa hoja de ruta y el resultado, aunque más no sea parcial, de la sesión de anoche, es la medida del triunfo de Milei.
Ese desenlace tuvo, además, una estética providencial para el marketing del Gobierno. Si, por vía de una hipótesis alucinada, anoche el Senado hubiera dado el visto bueno a las leyes por amplia mayoría, el principal axioma de La Libertad Avanza, en el que se sostiene buena parte de la popularidad del Presidente, habría sido puesto en duda: la existencia de una “casta” perversa que lo quiere derribar se convertiría en mito. Ahora quedó planteada una insólita paradoja. El oficialismo salvó, al mismo tiempo, sus leyes, y ese artefacto casi místico, llamado “principio de revelación”, por el cual la inmersión en el fracaso demuestra la verdad de la doctrina. Hay que celebrar, en un extremo de humor negro, que hayan aparecido esos villanos incendiando un par de autos. Una tranquilidad para el joven Caputo, el Mago del Kremlin: Ciudad Gótica sigue siendo Ciudad Gótica. La casta está en orden. A propósito del Mago, sólo una curiosidad: ¿quién fue la muchacha que ayer, mientras él ofrecía su habitual off the record en el Patio de las Palmeras, se acercó para filmarlo y después se escabulló sin dar explicaciones? Periodista no era, dicen. Trivialidades.
El pacto
La inteligencia artificial puede, con sus algoritmos, predecir el comportamiento de las muchedumbres. Pero no había ecuación capaz de vaticinar, a última hora de anoche, cómo votarían cada artículo en particular los 72 miembros del Senado. Es en esta instancia cuando empezaría a funcionar el pacto entre Martín Lousteau y el kirchnerismo. Versión reducida de aquel soñado por la señora de Kirchner. Ese acuerdo, al que se iban a sumar algunos otros radicales, había amenazado con desfigurar la Ley Bases. Sobre todo, porque la delegación de facultades parlamentarias al Poder Ejecutivo sería restrictiva. La libre disponibilidad de las divisas para nuevos proyectos exportadores enmarcados en el RIGI se reduciría a la mitad. Las privatizaciones también serían limitadas, igual que el blanqueo impositivo.Pero el Senado fue en otra dirección.
Uno de los triunfos más relevantes del Gobierno es que hoy a la madrugada consiguió los votos para esas iniciativas específicas. En muchas de ellas, logró superar las 36 adhesiones que había logrado para la votación en general. El acuerdo entre Lousteau y el kirchnerismo, hacia las 4 de la madrugada, había fracasado. La mayoría de los senadores puso en las manos de Milei un instrumento para que avance con su gestión. Y le quitó, si se quiere, un argumento: en adelante será menos verosímil el lamento porque “la casta” lo bloquea.
En la alta madrugada, quedaban preguntas sobre el destino de las disposiciones parciales de la reforma impositiva.
Es muy difícil comprender este ajedrez legislativo fuera del contexto político en el que se mueve cada actor. Uno de los enigmas que se despliegan en la vida pública se refiere al diseño que tendrá la representación de los sectores medios, casi siempre no peronistas, pulverizada desde la derrota de Juntos por el Cambio frente a La Libertad Avanza. Milei es, al mismo tiempo, beneficiario y víctima de esa fragmentación. Le permitió llegar al poder. Y le impide tener una mayoría eficaz en el Congreso. El proceso parlamentario viene demostrando que es muy difícil hoy saber dónde empieza y termina el oficialismo y donde empieza y termina la oposición.
Un factor que condiciona esta geometría es el ideológico. Para mantener su alianza con todos los radicales y con la Coalición Cívica, Macri debió hacer un gradualismo no sólo fiscal, sino conceptual. No podía correrse demasiado a la derecha sin exponer a esa alianza a una fisura. A Milei no le interesa ese experimento. En su radicalización, desprecia a muchos aliados del Pro que, a su vez, no quieren estar con él.
Otra motivación tiene que ver con los pronósticos. En la conducta de los políticos influye muchísimo su presunción sobre el futuro. Una parte de Juntos por el Cambio sospecha que a Milei le puede ir bien. Entre otras cosas, porque confía en las ideas de Milei. Allí está, por ejemplo, Patricia Bullrich. O estará dentro de poco Cristian Ritondo, el entrañable “Pucho”, quien se imantó con Karina Milei y Eduardo “Lule” Menem y ya consiguió que le asignaran unas 20 delegaciones de la Anses en el conurbano bonaerense. “Pucho” no es Crexell. Si quisiera vivir en París, no necesitaría del Estado.
Ritondo, por supuesto, niega ese entendimiento. Lo niega exaltado.
Otro sector de esa vieja composición cree que a Milei le irá mal. Que su receta no puede tener éxito y que abrirá, con el paso de los meses, un espacio para una oposición de pasable centro izquierda. Allí está Lousteau y un sector del radicalismo. En este senador influye muchísimo también, como en cualquier otro dirigente, su juego territorial. Él y su jefe político, Emiliano Yacobitti, están en conversaciones con el PJ porteño para explorar una combinación electoral para el año que viene. ¿Lousteau diputado y Leandro Santoro senador? Algo parecido. Tal vez no sea viable. Pero hoy esta fantasía rige sus conductas. Por ejemplo, la convergencia en la votación senatorial.
Sin embargo, sería un error sacralizar esta clasificación. El mismo gobierno que ve en Lousteau al demiurgo de todos los males, confía en amigos íntimos de Lousteau y de Yacobitti, como el espía jubilado Antonio Stiuso y su secretario privado, Lucas Nejamkis, para sostener al improvisado Sergio Neiffert, amigo íntimo de Santiago Caputo, al frente de la AFI. Nejamkis es, acaso, uno de los “punteros” más activos que encontró el juez Lijo para sostener su carrera hacia la Corte. La plasticidad de las Fuerzas del Cielo.
Más allá de las tácticas y el oportunismo, la fallida estrategia parlamentaria de Lousteau todavía carece de un capítulo indispensable: no está “politizada”, en el sentido que Fernando Henrique Cardoso da a esas palabra, es decir, no consigue establecer un puente con los intereses cotidianos de la gente. Algo parecido confesaba un diputado radical sobre la ley jubilatoria aprobada la semana pasada: “Esperábamos ganarnos el afecto de los votantes, pero nos castigan por crearle problemas a Milei”. Esa limitación se sostiene sobre otra: estos dirigentes opositores no consiguen refutar el mensaje principal, y demagógico, del Presidente. No consiguen encarnar una regeneración que impida que se los identifique como “casta”.
En una zona gris se ubican Macri, que trabajó para conseguir la aprobación en el Senado, y los radicales adversarios de Lousteau, como Carolina Losada, Gustavo Valdés, Alfredo Cornejo o Rodrigo De Loredo. Ellos están condenados a una física inflexible: si quisieran tomar distancia de Milei deberían exponerse a la condena de su propio electorado. Si la realidad fuera un experimento controlado en un laboratorio, Macri y estos radicales necesitarían que a Milei no le fuera tan mal, como para hundirse con él, ni tan bien como para que los deje sin clientela. Es un equilibrio exasperante, sobre todo para ellos.
Es bastante difícil imaginar que en Diputados se pueda reponer la versión original. ¿El radicalismo o el bloque de Miguel Pichetto endurecerían la redacción que aprobó la otra Cámara? Improbable. Aun así, el Gobierno tendrá un instrumento más que aceptable para su política económica. Por ejemplo, contará con un régimen especial para atraer inversiones en un momento en que subió mucho el precio del cobre y cuando grandes empresas petroleras están involucradas en emprendimientos de licuefacción de gas que podrían mejorar muchísimo el panorama energético. Es posible que también cuente con los recursos adicionales del blanqueo y la moratoria. Balance: Milei no sólo demostró que puede gobernar. Demostró que puede gobernar con un programa parecidísimo al que tenía en su cabeza antes de la sesión senatorial.
La otra incógnita
Sin embargo, los grandes desafíos no tienen una relación tan directa con las leyes. Para que la maquinaria económica funcione, Milei y Luis Caputo deben despejar la gran incógnita de su plan: el régimen cambiario y monetario. La urgencia para hacerlo quedó expresada en la decisión de acelerar el paso hacia un nuevo acuerdo con el Fondo, que permita aumentar los recursos del Estado. Se entiende la premura: la brecha cambiaria comenzó a ampliarse, agravada por la caída en el precio de la soja y una paridad que no seduce al productor.
Caputo vuelve, como en 2018, a correr a los brazos del FMI. Anunció que, con un nuevo programa, espera conseguir nuevos fondos, tal vez 8000 millones de dólares, a los que podría agregar otros desembolsos del Banco Mundial y el BID. ¿También un repo acordado con los bancos sostenido en los Bopreal? Se sinceró Caputo. Para la última Navidad, él había desmentido con un solemne comunicado oficial que hubiera la menor posibilidad de negociar un nuevo crédito con el Fondo. Aunque esa misma noche Milei admitía, frente a Luis Majul, esa alternativa, que se anunció antes de ayer. Lo más simpático: Caputo ahora revela que viene hablando de ese desembolso desde agosto del año pasado. ¿Lo hacía como futuro funcionario de Milei o de Horacio Rodríguez Larreta, cuyo equipo integraba por entonces? ¿O para ambos? Pequeños embustes, siempre inevitables cuando se hace política. Minucias para los historiadores del futuro.
La marcha hacia un nuevo acuerdo con el Fondo fue posible porque ayer el Banco Popular de China admitió renegociar los 5000 millones de dólares que le prestó a Alberto Fernández. Si no se hubiera llegado a ese acuerdo, hoy el Fondo no podría aprobar el desembolso de rutina. Clemencia del comunismo asiático que tendrá desconcertado al fanático Milei. Todavía queda un interrogante por despejar. El anuncio de ayer supondría, en una primera lectura, que los chinos cobrarán dos años más tarde de lo previsto en un comienzo. Pero con el Club de París se pactó que cobraría seis años más tarde de lo establecido en el contrato inicial. Es decir: el Club de París queda en desventaja respecto de China, algo que está prohibido por las reglas del crédito público internacional. Un pequeño detalle: uno de los acreedores principales del Club de París es Japón, país decisivo en el Fondo y cuyas autoridades tienen un lógico celo en no quedar perjudicadas en comparación con las de China.
Esta arquitectura de reformas legislativas, programas negociados en Washington y créditos internacionales son el tubo de Erlenmeyer del que debe salir un resultado: la reanimación de la economía desde el piso, todavía insondable, de una grave recesión. Si eso sucede, Milei será el agente de una reconstrucción política. Y quienes hoy lo enfrentan, sobre todo en el campo del no peronismo, estarán sometidos a un repliegue. Si no lo logra, estará abierto, no garantizado, el campo para una alternativa. Hagan sus apuestas.
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