Para la oposición, más obligaciones que derechos
Las elecciones no adelantaron ningún tiempo: no hay candidato presidencial inevitable y el presente sigue ofreciendo más fragilidades que certezas para cualquier proyecto
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Ni epitafios ni consagraciones. El rotundo triunfo opositor en el plano nacional y la módica victoria bonaerense otorgan menos motivos para un desmedido festejo de la dirigencia de Juntos por el Cambio que las responsabilidades que entrañan. Se impuso el himno a la mesura.
La confirmación del resultado general de las elecciones y el acortamiento de la distancia en la provincia de Buenos Aires ofrecen la singularidad de moderar el impacto de la contundente derrota del oficialismo tanto como de atenuar la celebración de Juntos por el Cambio. A todos les queda mucho por construir y revisar. Es el extraño sabor de la paradoja. Para los cambiemitas, un placer más limitado que el soñado. Para el peronismo, es el módico, pero esencial, gusto de la sobrevida.
Esa dualidad de sensaciones iniciales que arrojan los resultados no impide a los opositores festejar un hecho histórico: la ampliación de su base de sustentación en casi todas las provincias, que se traduce en una victoria práctica al quitarle el quorum al peronismo por segunda vez desde la recuperación de la democracia.
El cambio en la composición de la Cámara alta es un hito en sí mismo que cobra mayor relevancia cuando se advierte la encrucijada que significa para la coalición gobernante, y especialmente para la jefa política de la facción dominante. Allí, el 10 de diciembre caducará el imperio absolutista de Cristina Kirchner, la gran ausente de anoche, como siempre que escasean las buenas noticias. Ahora ella deberá afrontar la difícil tarea de conjugar el verbo negociar. Aunque siempre estará a mano el contrato de compraventa, pero a precios más elevados.
La experiencia de 2009, primera vez que el peronismo perdió el quorum, es una lección de la que Juntos por el Cambio deberá tomar nota. Aquella vez la alegría antikirchnerista duró menos de medio año.
Es cierto que nada se parece a lo que ocurría entonces. Esta vez la oposición está mayoritariamente unida en un mismo espacio y es opción real de poder. Aunque sea anecdótico, vale recordar que, además, Juntos por el Cambio cuenta con quien hace 12 años fue el artífice de la recuperación de la mayoría kirchnerista: Miguel Pichetto. Ironías y lecciones del destino. El peronismo sabe defender el poder.
El resultado de ayer tendrá consecuencias para la oposición cambiemita más inmediatas que la reconfiguración del Congreso. Lo anticipó anoche Alberto Fernández, en su curioso mensaje leído, que pareció el discurso de asunción de un presidente derrotado. Sin precedente. Fernández sigue ofreciendo innovaciones.
El primer mandatario convocó a un acuerdo, con eje en la negociación con el FMI, para luego criticar duramente a la oposición cambiemita por haber contraído la deuda. Antes, al salir de votar, había acusado a los opositores de no tener vocación de diálogo. Si no fuera por lo explícito, sería un presente envenenado.
Las imágenes que mostraron anoche los actos del FDT y de Juntos por el Cambio anticipan que no será fácil un diálogo constructivo, en medio de tanta desconfianza y desvarío. El búnker del kirchnerismo sobreactuó una supuesta victoria, después de haber magnificado hace dos meses una estrecha derrota. La sede cambiemita no destilaba ninguna euforia, a pesar del triunfo. Una constatación de que todo depende de las expectativas.
Obligaciones para Juntos por el Cambio
Sin embargo, Juntos por el Cambio está obligado a dar respuesta no ya a la difusa oferta del oficialismo, sino a una sociedad que desesperadamente espera soluciones, no solo del Gobierno, sino de una dirigencia política en la que cada vez cree y confía menos. La ratificación en las urnas que obtuvo el antisistema Javier Milei debería operar como llamado de atención.
La posición unánime que primaba hasta anoche en la cúpula cambiemita sobre un posible acuerdo era de cautela estratégica. La coincidencia residía en pedir precisiones sobre lo que el Gobierno propondría en la certeza de que no habría consenso entre las diferentes ramas del oficialismo. Tal vez un exceso de optimismo.
La ausencia de Cristina Kirchner en el lisérgico acto frentetodista de anoche podría estar anticipando lo que vendría: una defección estratégica del cristicamporismo para dejar a Fernández a cargo por primera vez. Puede ser una complicación extra para la oposición. Aunque nadie sabe si será un hecho o una puesta en escena. Tampoco nadie sabe si Fernández asumirá al fin el rol presidencial tras la derrota disfrazada de victoria.
Los resultados lejos estuvieron, además, de zanjar el proceso de reconfiguración de liderazgos en la oposición que se abrió hace dos años con la pérdida del poder nacional y bonaerense. Es cierto que los dos candidatos de Horacio Rodríguez Larreta (María Eugenia Vidal y Diego Santilli) se impusieron en sus distritos, pero también sus victorias fueron inferiores a las esperadas tras las PASO. Otra vez, una cuestión de expectativas.
Los rivales internos de Larreta ya se preparaban antes de las elecciones para enrostrarle que esos distritos tendrían una caída en la representación parlamentaria partidaria. Un desafío inmediato para el jefe de gobierno que sus desafiantes, con Patricia Bullrich al frente, no dejarán pasar.
Sin embargo, esta actualidad, menos gratificante de lo esperado, podría beneficiar a Larreta en el mediano plazo, aunque lo obligue a redoblar la tarea de construcción de liderazgo. Las elecciones no adelantaron ningún tiempo. No hay candidato presidencial inevitable. Así estaría a salvo del desgaste prematuro al que le temía. Salvo que ese desgaste haya empezado este domingo agridulce.
El resultado también le permite a Larreta sostener su alianza distrital con Martín Lousteau. La victoria de Vidal, en la que dejó un punto porcentual respecto de las PASO, no le alcanza a la exgobernadora bonaerense para erigirse en la candidata indiscutida a sucederlo en la jefatura porteña. No hay imprescindibles.
El triunfo de Diego Santilli en la provincia frente al peronismo unificado, difícil de imaginar hace seis meses, debería fortalecer a Larreta. Pero lo relativiza el hecho de haberlo logrado por una diferencia menor que la sacada en las PASO por las dos listas cambiemitas. Otra vez, las expectativas. Tampoco hay candidato a gobernador inevitable. La interna bonaerense de Juntos por el Cambio sigue abierta y otorga oportunidades a todos, mientras sigan unidos. Otra lección.
La matizada victoria bonaerense, que le dio sobrevida al Frente de Todos, aporta, además, un elemento aglutinante. La fragmentación o el colapso oficialista que pronosticaban algunos consultores tras una derrota contundente no será, al menos, inmediata. Eso les quita incentivos a las ilusiones secesionistas de algunas facciones cambiemitas de extracción radical. Fuera de la coalición, por ahora, no hay vida para ningún proyecto de poder.
Los radicales que aspiran a competir en la interna presidencial también deberán regular sus aspiraciones y acordar cómo seguir. El presente sigue ofreciendo más fragilidades que certezas para cualquier proyecto. Nadie puede prescindir de nadie y todos necesitan demasiado de todos.
“La victoria no da derechos”. La máxima que instauró Mariano Varela, el ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, constituye ahora para Juntos por el Cambio un imperativo de orden práctico, más allá de su categoría ético-moral. Las elecciones dejaron poco para festejar. Y mucho para trabajar. Hay un país esperando soluciones.
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