Para el Gobierno solo hay malas opciones
Escasean los analistas y referentes económicos y políticos capaces de ver una “mejor mala idea” que libere al Gobierno del dilema de enfrentar un “fogonazo inflacionario” y una crisis cambiaria
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Un diálogo memorable de la película Argo podría desarrollarse por estos días en la Casa Rosada si Alberto Fernández tuviera a mano algún creativo, pero realista, consejero. Su gobierno enfrenta un horizonte plagado de malas opciones, salvo para algunas mentes afiebradas que suelen poblar el tinglado oficialista.
En la antológica escena, el agente de la CIA Tony Méndez (Ben Affleck) propone al secretario de Estado de EE.UU. Cyrus Vance (Bob Gunton en el film) un excéntrico plan para liberar a los diplomáticos estadounidenses tomados como rehenes en 1979 por estudiantes iraníes en la embajada norteamericana en Teherán. Para justificar la insólita propuesta, Méndez/Affleck dice que “solo hay malas opciones”. El argumento no logra convencer, por lo que, ante el escepticismo irreductible de Vance, el supervisor de Méndez remata: “Esta es la mejor mala idea que tenemos. Por lejos”.
Fernández puede estar en situación de tener que buscar esa solución. La acumulación de problemas económicos irresueltos, la fragilidad política de su figura, agravada por la debacle de las PASO, las crecientes tensiones y diferencias internas en la coalición gobernante son el sustrato donde se desarrolla la escena que pone al Presidente frente a una difícil encerrona.
En tal contexto escasean los analistas y referentes económicos y políticos capaces de ver una “mejor mala idea” que libere al Gobierno del dilema de enfrentar un “fogonazo inflacionario” y una crisis cambiaria en los próximos meses o adoptar medidas que tengan costo político y ahonden la conflictividad entre los socios de la alianza, además de complicar más el vínculo con su base de adherentes. Entre los economistas que asesoran a la oposición cambiemita hay consenso absoluto al respecto. Pero no están solos: en el oficialismo escuchan voces coincidentes.
Así se explican varias de las medidas adoptadas y las declaraciones escuchadas en los últimos días. Es el caso del Plan Feletti, al que en el mejor de los casos nadie le augura mejor suerte que la de una victoria pírrica de corto plazo. Lo admiten desde el ministro de Producción, Matías Kulfas, en cuyo organigrama aún se encuentra la Secretaría de Comercio Interior ya independizada de facto, hasta el golden boy del kicillofismo, Augusto Costa. Para no citar voces más distantes. Apenas “malas ideas”.
Otro tanto ocurre con las dilatadísimas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, mientras la fecha límite para hacer frente a pagos imposibles de afrontar se sigue acortando aceleradamente. Para complicarlo aún más, desde los sectores más duros –pero ya no marginales– del cristicamporismo empezaron a menear la idea de no acordar con el Fondo y no pagar los próximos vencimientos, salvo que se concedan beneficios que por ahora no están contemplados en ningún menú.
Esa es la “mejor mala idea” que se les ha podido ocurrir, mientras una mayoría, incluido el propio Fernández, la ven aún como la peor opción en danza. Aun cuando solo fuera el agite de un fantasma con la ilusión de que así podrían forzar una mejor negociación. El problema es que para acreedores, inversores y gobiernos extranjeros sensatos lo que se ha vuelto fantasmal es la Argentina.
Las imágenes y las palabras del acto de La Cámpora que presidió Máximo Kirchner anteayer, en Lanús, sirvieron para sacar de la marginalidad las ideas que encarnaron Amado Boudou, Hebe de Bonafini y Luis D’Elía seis días antes en la Plaza de Mayo. El heredero bipresidencial no titubeó en interpelar en público a Fernández y a Axel Kicillof: “Señor Presidente, señor gobernador, si tienen alguna duda si estamos dispuestos a ir para adelante, chiflen que nosotros estamos”. Retroceder nunca, rendirse jamás es la película que proponen.
En el mismo discurso admitió las diferencias en el oficialismo y advirtió: “No nos vamos a quedar callados. Queremos discutir y saber hacia dónde va nuestro país”. Parece que ni siquiera él lo tiene claro, pese a ser uno de los tres dirigentes más importantes del oficialismo. Por las dudas, rechazó que el FMI imponga condiciones. “El pueblo no puede aguantar otro ajuste”, dijo. Quien quiera oír que oiga,
Ese es el nudo de la cuestión. Estabilizar las desestabilizadas variables de la economía sin adoptar medidas que tengan algún costo político parece inviable, excepto que se intente transitar algún camino excéntrico, de sustentabilidad mucho más que dudosa.
En la pelea por el control de los precios, el kirchnerismo libra una batalla más profunda, destinada a retroalimentarse. Convencido de que el establishment quiere la derrota del oficialismo y ya lo sentenció, solo le queda avanzar hacia una colisión. En ese trance, el líder de La Cámpora repuso el concepto y la vigencia de “la oposición destituyente”, integrada por los medios críticos y el “poder económico”. Viaje a lo profundo de 2008. Aunque es cierto que a los paranoicos también los persiguen y que suelen crear condiciones para que lo hagan.
No por extravagantes a algunas ideas les falta lógica. Es el caso del control de precios. No solo porque a esta altura y cuando restan apenas 20 días para las elecciones carece de otras herramientas, al menos para decir que intenta mejorar la economía personal de los argentinos y encomendarse a que le valoren las intenciones. En los sondeos de varias encuestadoras, para la mayoría de los entrevistados el principal responsable de la inflación es el gobierno de Fernández. Lo advirtió la consultora Trespuntozero en su último trabajo.
Ante tal escenario, la última encuesta de Poliarquía ofrece un dato que expone la dificultad de Fernández para encontrar una salida distinta a la que le muestran Máximo Kirchner, Boudou, Bonafini y D’Elía, a quienes Cristina Kirchner no ha enmendado.
En ese relevamiento se muestra que un tercio de quienes votaron a la fórmula Fernández-Fernández no volverían a votarla. No es lo más inquietante. El Gobierno solo mantiene el apoyo de quienes se identifican como kirchneristas, que representan el 83% de su base de sustentación, mientras sigue cayendo el soporte de quienes se identifican como peronistas. En los últimos dos meses el porcentaje de estos se redujo 13 puntos. A Fernández lo quieren los que menos lo quisieron siempre. Los sueños de autonomía pertenecen a otra era geológica.
El dato explica también los afluentes que se van sumando al río que corre bajo la superficie oficialista. Es la corriente de los peronistas que empiezan a revisar su sociedad con el kirchnerismo. La vieja liga de gobernadores en plan de desperezarse no es ajena.
“Si el peronismo no se rebela frente al kirchnerismo, no es peronismo ni tiene futuro de cara a 2023. Cada vez queda más claro que con Cristina y La Cámpora no se puede ni alcanza”, dice un dirigente que se ilusionó y ya se desilusionó de Fernández. Ahora articula diálogos con referentes territoriales que no quieren confusiones con el cristicamporismo. Trailers de lo que se verá después del 14 de noviembre.
Los dos años de mandato que le quedan a Fernández configuran una incógnita acuciante y abren profundas inquietudes. Nadie va tan lejos como D’Elía, quien con la sutileza que lo caracteriza recordó a Fernando de la Rúa, pero abundan las construcciones de escenarios posibles de inestabilidad ante la creciente certeza de que por delante “solo hay malas opciones”.
Ese futuro inminente y amenazante empieza a impactar al interior de Juntos por el Cambio. Más aún después del venenoso convite a un indefinido acuerdo político-social que menea el oficialismo. Los cambiemitas quieren evitar ser succionados por el efecto arrastre. Por ahora se limitan a decir que no reniegan de ningún diálogo, pero que el Frente de Todos debe gobernar y resolver los problemas.
“La oposición corre el riesgo de quedar atrapada por la dialéctica de la campaña oficialista”, advierte la consultora Shila Vilker. “Puede terminar siendo el ‘no’ del ‘sí’ frentetodista, que no es superador, sino la contracara”, sobre la base de los datos de Trespuntozero.
En ese sondeo no se reflejan cambios sustantivos en el humor y las preferencias sociales. Lo mismo registra Isonomía. Sin embargo, esa aparente estabilidad implica un escenario indeseado para el oficialismo. No solo queda un par de puntos por debajo de los candidatos de JxC, sino que su techo empieza a bajar. Quienes dicen que nunca votarían al FDT son más ahora que antes de las PASO.
Lo relevante es que ese deterioro no se traduce en una mejora de los cambiemitas, sino que el que mejora las probabilidades de ser votado es Javier Milei, a pesar de sus exabruptos y excesos.
“Hay votantes del interior que dicen envidiar a los porteños porque tienen la posibilidad de votar a Milei. Él interpela a los que están hartos y enojados”, dice Vilker. Parecería corroborar la máxima expuesta por el escritor Martín Caparrós anteayer en el suplemento Ideas: “La derecha brutal se aprovecha del autoritarismo moralista de cierto progresismo para presentarse como la oposición más crítica”. Los números lo avalan.
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