Pactar con el FMI, la meta más difícil y urgente de Alberto Fernández
En su viaje a España y Portugal el candidato opositor exhibió su preocupación por una renegociación en la que buscaría postergar plazos y flexibilizar la meta fiscal
La calma es una ilusión. Pero haber atravesado una semana de estabilidad en el precio del dólar y sin las escenas de pánico en los bancos que se temieron antes de la imposición de las restricciones cambiarias les quitó un enorme peso de encima a Mauricio Macri y también a su rival, Alberto Fernández.
A su modo, los dos viven en estrés por el juego de responsabilidades y poderes cambiados que dejó el resultado imprevisto de las PASO. Culpan al otro por la crisis y, a la vez, experimentan la incapacidad para gestionarla hasta que las elecciones no establezcan quién mandará desde el 10 de diciembre.
A Alberto Fernández la gira ibérica de esta semana le sirvió para ensayar el papel presidencial, que da por sentado. Trató de dar señales de su programa ante empresarios y políticos interesados en que encarne un proyecto moderado, verdaderamente alejado de la última versión del kirchnerismo en el poder. Y aprovechó charlas en confianza para expresar la frustración que le genera esta suerte de interregno hasta el 27 de octubre, en el que todo lo que dice puede desatar una explosión mientras carece de herramientas para operar sobre la realidad.
En su entorno destacan el fastidio que le causa la idea de preparar dos debates presidenciales en medio de la situación crítica del país. No quiere arrancar incumpliendo una ley, pero en el peronismo hay quienes dan por hecho que de alguna forma terminarán por cancelarse.
La obsesión que desvela al candidato kirchnerista es la renegociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) del acuerdo con el país. Es un objetivo urgente en caso de ganar las elecciones; el nudo a desatar para que su proyecto económico y político sea viable.
En España le preguntaron en casi todas las reuniones a las que asistió cómo piensa enfrentar esa gestión. Explican quienes integran su equipo que aspira primero que todo a estirar los plazos de pago del stand-by de 57.000 millones de dólares, que según lo firmado por Macri habría que empezar a devolver en 2021. "Sería como sacarnos la soga del cuello", ejemplifica un asesor del candidato. Un alivio que impactaría en el resto de la deuda (y en el nivel de riesgo).
Un nuevo acuerdo, a ojos del candidato opositor, requeriría revisar condicionalidades. Ve incumplible el objetivo fiscal, que requeriría superávit primario en 2020. Cree que se necesitan nuevas metas, con un margen de déficit que permita impulsar medidas para despertar la actividad económica (como una rebaja significativa de impuestos a las pymes). ¿Estaría incluso dispuesto a pedir más desembolsos? Hoy nadie lo descarta.
En su paso por Lisboa dijo que mira con atención el modelo del gobierno socialista portugués. El primer ministro António Costa, anfitrión de Fernández el viernes, ganó notoriedad al renunciar en 2015 a la austeridad extrema y conseguir resultados exitosos, después de un ajuste draconiano aplicado por su antecesor de centroderecha en el marco de un acuerdo con el FMI y otros organismos internacionales.
El llamado "milagro portugués", sin embargo, está lejos de ser una utopía de izquierda. Costa dispuso medidas de estímulo y revirtió recortes específicos, pero aplicó una férrea disciplina fiscal (acaba de llegar al déficit cero) y cumplió en tiempo con los compromisos pactados en el rescate financiero de 90.000 millones de dólares que le dieron los organismos al gobierno anterior. No tocó la reforma laboral aprobada por la derecha en plena crisis. No volvió atrás con la reforma previsional que estiró en un año la edad jubilatoria. No volvió a tomar a los más de 50.000 empleados públicos cesanteados antes de su llegada al poder. Logró el equilibrio fiscal a fuerza de congelar inversión en obra pública y con medidas que ayudaron a atraer inversión inmobiliaria extranjera de dudoso origen. Aun así, mantiene una relación deuda/PBI del 120%. Su pertenencia a la UE lo aleja de una crisis financiera. A diferencia de Portugal, en la Argentina ni el gobierno actual hizo las reformas exigidas por el FMI ni el favorito a sucederlo se muestra dispuesto a cumplir el pacto que viene en la herencia. Pero hay que quedarse con el elogio de Fernández a la disciplina fiscal de Costa. Fue una señal al FMI, lo mismo que cuando dijo en España que es total su predisposición a honrar las deudas del país.
Otro aspecto que le interesó de Portugal es la conformación de la alianza que mantiene a Costa en el poder, la llamada "jerigonza" (esperpento). Costa lidera el socialismo, un partido moderado de centroizquierda. Lo apoyan en el Parlamento el Partido Comunista, decisivo en el mundo sindical, y el Bloco de Esquerda, izquierda radical urbana habitualmente comparada con el español Podemos. Fernández fantasea con la idea de liderar un peronismo racional equiparable a ese socialismo. ¿Podrá, como Costa, mantener en equilibrio las otras piezas de su frente -La Cámpora, la CGT, los piqueteros de Grabois-? ¿En qué espacio ubicará a Cristina Kirchner?
Apoyos que escasean
El problema mayor que encuentran el candidato y su entorno es la falta de apoyo internacional para la negociación con el FMI. La buena recepción que le dieron los gobiernos socialistas de España y Portugal poco promete en términos de apoyo en el directorio del FMI. Es lo que tiene a mano por ahora. El giro del candidato respecto del acuerdo UE/Mercosur puede ayudar al líder español, Pedro Sánchez, a patrocinar a un eventual gobierno de Fernández ante Alemania y Francia, que pesan en las decisiones del organismo.
Pero el poder real reside en Washington, donde el kirchnerismo tiene mucha historia por purgar. Y todo resulta más imprevisible en la era de la diplomacia tuitera y sin reglas de Donald Trump: en el caso de Fernández, un mundo por descubrir.
La carta más fuerte que espera tener Fernández es el resultado electoral. Espera ampliar el margen de las PASO para mostrar en la mesa del FMI legitimidad y al mismo un rechazo popular al programa firmado con Macri. Algunos diplomáticos expertos recelan de esa lógica de ir a "negociar con un plebiscito ganado". Lo intentó años atrás el gobierno de izquierda griego -admirado y visitado por Cristina- y terminó en un fiasco, forzado a aplicar un ajuste incluso superior al que se proponía evitar.
En el Frente de Todos descuentan que el FMI no enviará en septiembre el desembolso previsto de 5400 millones de dólares. El Gobierno coincide. Nada se moverá hasta que asuman en octubre las nuevas autoridades, con la búlgara Kristalina Georgieva como directora gerente. La duda es: ¿llegará antes o después de las elecciones del 27? La oposición cree que debe ocurrir con el resultado puesto, como preludio de las negociaciones formales con el próximo gobierno. La Casa Rosada espera lo contrario; un gesto del Fondo que asegure el oxígeno para evitar otro sacudón en los mercados.
Esas tensiones transcurren de nuevo en sordina. Macri y Fernández hablan más de lo que cuentan, sin desprenderse nunca de la inquina mutua. Hay, en cambio, otros contactos entre el oficialismo y la oposición más amables, con Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y, sobre todo, Hernán Lacunza, que se reveló como un pragmático con sentido político, dos rasgos que escasearon en sus antecesores.
Esos vínculos podrían ser claves para Fernández, en caso de ganar. Tener una oposición presente es una necesidad para él, urgido por mostrar moderación y desmentir la tesis de que el kirchnerismo persigue un regreso autoritario. No tendrá ya que convencer de eso a votantes argentinos, sino a los gobiernos extranjeros capaces de marcar su destino.
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