Otro show del oficialismo entre lo insólito y el absurdo
La pretensión de cambiar los principios de la arquitectura mundial mientras no se logran arreglar las goteras que vienen arruinando la casa propia no se negocia
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El oficialismo en todas sus variantes enfrentadas parece empecinado en repetir ante el abismo un baile que transcurre entre lo insólito, el absurdo y la temeridad, sin que sus propios autores acierten a explicarlo con consistencia y verosimilitud. En política interna y externa y en economía todo se desarrolla según el mismo patrón.
Por su carácter novedoso, cabe empezar por el sorprendente y enigmático justificativo que en las últimas horas empezaron darle desde Olivos y la Casa Rosada al viaje presidencial por Europa, recién concluido.
La versión oficial dice que Alberto Fernández, en su condición de titular de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) encaró una más que ambiciosa gestión secreta ante el presidente de Francia, Emanuelle Macron, y el canciller de Alemania, Olaf Scholz. Se propone nada menos que cambiar desde la periferia el curso de los acontecimientos que tiene en vilo al centro del mundo, tras la invasión de Rusia a Ucrania.
“En las próximas semanas se verá si prospera, pero la propuesta fue escuchada con mucho interés”, afirman con aire de misterio y sin sonrojarse alrededor del Presidente.
Por ahora, queda abiertas todas las incógnitas sobre esa supuesta misión, pero entre las respuestas más probables no aparecen más de dos. Una sería que se trata de una singular estrategia para ganar tiempo (otra más), en busca de defender, por la vía del absurdo, una gira hasta ahora inexplicable, salvo por la necesidad del Presidente de alejarse de los muchos trastornos domésticos (en sentido amplio) que lo aquejan.
La otra opción es que se está ante un ensayo real, tan audaz como rayano con la megalomanía, al que los allegados a Fernández revisten de algún viso de viabilidad.
La imposibilidad (o la incapacidad) de poner límite a la escalada sin fin de las disputas internas de la coalición gobernante cimentan las dudas respecto de esta posibilidad. Otro tanto podría decirse de la presentación que Fernández hizo de la Argentina como fuente alternativa para la provisión de gas a Europa, a pesar de que el país es hoy y todavía por algunos años un importador de ese combustible, cuya provisión para este invierno ni siquiera está asegurada. Pero el cliché dice que nadie es profeta en su tierra.
Lo relevante, en todo caso, es que en el círculo íntimo de Fernández lo promueven y difunden con entusiasmo, como un hecho relevante de la gestión presidencial. Oportunamente, Carlos Menem también intentó ser gestor de la paz en Medio Oriente.
“En las conversaciones con Macron y Scholz, Alberto planteó que era necesario pensar más allá de las antinomias Rusia-Ucrania, Rusia-OTAN, porque las consecuencias de la guerra ya se sienten en todos lados y amenazan con provocar una hambruna mundial, especialmente en África. El Presidente explicó que bajo esa premisa se pueden incorporar más actores para buscar el alto el fuego”, detalló un miembro destacado de la comitiva presidencial. ¿Entre esos actores incluirán a Cristina Kirchner para ablandar el duro corazón de Vladimir Putin? Sigue el hermetismo.
De todas maneras, no es la primera vez que la gestión de Fernández se propone desafíos de escala planetaria. Ya lo hizo durante la renegociación de la deuda con los acreedores privados y en las discusiones para acordar con el Fondo Monetario Internacional, en las que se pretendía sentar un precedente mundial. Eso explica la larga y gravosa demora que se registró antes de llegar a un acuerdo. La pretensión de cambiar los principios de la arquitectura mundial mientras no se logran arreglar las goteras que desde décadas vienen arruinando la casa propia no se negocia. Pero el tiempo pasa y los problemas argentinos se profundizan. Fernández y Guzmán ya lo comprobaron y lo sufrieron en carne propia. No se sabe si lo registraron.
Edulcorante para otra guerra
En simultáneo, se escuchan voces que otra vez procuran editar, para edulcorar, la andanada que dispararon los Kirchner madre e hijo sobre el Presidente en solo una semana.
Los embates precedieron y sucedieron al raid mediático en el que Fernández buscó usar los micrófonos, las cámaras, los sitios digitales y los diarios europeos para ensayar renovados y más firmes gestos de autonomía y fortaleza. Sin embargo, luego él mismo volvió a relativizarlos, incluido su proyecto reeleccionista, acusando al periodismo de haberlos potenciado. Nada nuevo.
La relativización de sus propias declaraciones exponen la fugacidad del paso de “la resiliencia pasiva a la resiliencia activa”, como habían descripto el despertar europeo presidencial algunos de sus funcionarios. Ahora esperan que al menos no retroceda.
Ese es el mayor temor que sienten los más estrechos colaboradores de Fernández. Con sus declaraciones el Presidente “subió un escalón importante en la disputa interna, si ahora se baja puede ser durísimo para él y para todos nosotros. No puede haber vuelta atrás”, decía a mitad de semana un alto funcionario de inmaculado ADN albertista. Sin ser creyente, empezó a rezar.
Tanto fuentes cercanas a Fernández como del universo kirchnerista, coinciden en sostener ahora, después de tanto fuego, que todos los enojos y los ataques se concentran en Martín Guzmán y que excluyen al Presidente. Como si lo dicho no hubiera sido suficientemente literal y no admitiera demasiadas exégesis. Pero, sobre todo, como si una cosa y la otra se pudieran escindir.
La indivisibilidad de Fernández y Guzmán se reafirmó desde que el Presidente decidió sostener a su ministro, casi atándose a la suerte de los benévolos pronósticos de recuperación económica que el titular de Economía y sus asediados pares Matías Kulfas y Claudio Moroni proveen sobre la marcha de la actividad económica, el consumo y el empleo.
Los motivos de esta flamante relativización de la disputa que pregonan ambas partes se encuentra en que nadie quiere aparecer como destituyente ni como parte actora de un divorcio. Pero todo es demasiado explícito. Solo se puede hablar de una continuidad del vínculo por conveniencia. Aunque cueste muy caro. Hay demasiado para perder, reconocen todos.
Inflación contra la inflación
Nada de eso debería sorprender en la danza constante ante el abismo. El Gobierno y la oposición interna cristicamporista en algo han coincidido en los últimos días. Ambos han aplicado y lanzado medidas que indican que la estrategia para combatir la inflación es provocar más inflación.
El modelo expansivo del gasto y el consumo es la receta a la que ambos se atienen, aunque no necesariamente con las mismas medidas. Puede parecer absurdo, pero tiene alguna lógica. Aunque las consecuencias puedan resultar catastróficas.
La discusión insaldable por el aumento de las tarifas de los servicios públicos es el mejor ejemplo. Cualquier solución a esta altura tiene efectos negativos. Políticos y económicos. Y nadie quiere afrontarlos.
Es la consagración local de lo que el filósofo coreano Byung Chul Hang llama “la política paliativa”, adoptada como respuesta al rechazo o fobia al dolor de la sociedad posmoderna, agravados por la pandemia.
“La política paliativa no es capaz de tener visiones ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas (…) Se prefiere echar mano de analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos”, dice el autor radicado en Alemania.
Algunos intelectuales kirchneristas suelen interpretar los planteos de Byung Chul Hang a su favor, por proponer una política agonal antes que consensual, sin reparar en que a las disputas que promueve su lidereza les sobra retórica y carecen de viabilidad y sustento para mejorar la realidad. Los sesgos se imponen siempre.
Las propuestas recientes para crear un salario básico universal o anticipar dos actualizaciones del salario mínimo que presentó el cristicamporismo, sin contar con los recursos para hacerlo ni prever las consecuencias (no solo respecto del cumplimiento del acuerdo con el FMI) resultan tan extravagantes como la dolarización que promueven desde la otra punta de la grieta. Textos sin contexto.
El Gobierno, en modo “resiliencia activa moderada”, rechazó la implementación de un salario universal, pero con lógica estrictamente política (y manifiesta debilidad estructural) aceptó a medias la propuesta del primogénito kirchnerista.
Así, después de haber lanzado una especie de IFE devaluado, adelantó una de las dos actualizaciones del ingreso básico que se deberían hacer este año. Su efecto central se verifica en la asistencia social, en algunos salarios de las administraciones públicas subnacionales y, de manera marginal, en ciertos sectores informales de la economía. Por eso, la búsqueda de morigerar el impacto mayoritario sobre las cuentas públicas reafirma el equilibrio inestable al que está obligado permanentemente Fernández. El cristicamporismo siempre le corre el arco y le mueve la cuerda floja, desde la izquierda y hacia abajo.
En el equipo económico procuran relativizar el efecto que tendrá la erogación de los aproximadamente mil millones de pesos que costará el anticipo. Le asignan un lado positivo a la inflación, ya que finalmente terminará licuando esa erogación y otras similares, como los aumentos de salarios del sector público. A pesar de lo que implique para la inflación poner más dinero en la calle. Otro tanto ocurre con el incentivo a cerrar paritarias por menos tiempo y más porcentaje que alienta el cristicamporismo.
Ya lo advirtió quien fuera viceministro de Economía de Cristina Kirchner. Emanuel Álvarez Agis recordó esta semana en declaraciones radiales que, en un contexto de alta inflación, la carrera sin freno de precios y salarios suele terminar en un choque con efectos graves para todos (o casi todos). Pero la maximización de la renta de cortísimo plazo es la lógica que impregna casi todas las disputas. Una racionalidad muy peligrosa.
El oficialismo sigue bailando frente al abismo al ritmo de lo insólito, el absurdo, la improvisación y la temeridad.
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