Otro reflejo del rostro sin máscara de una Argentina negra
Es muy difícil decir cuándo un país toca fondo. Sin embargo, el atroz episodio centrado en el asesinato del fiscal de la causa AMIA , Alberto Nisman , parece indicar que la Argentina tocó su fondo y por él se arrastra.
Todo lo que hasta ahora ha sucedido alrededor del caso, con muy pocas excepciones, expresa el juego sórdido de las fuerzas que se han movido, no siempre protegidas por las tinieblas, en torno al caso. O también los sectores de la sociedad y la vida pública, los partidos, las organizaciones sociales, la ciudadanía, que en general no atinan a organizar una respuesta a la altura de las circunstancias.
Tal vez porque lo que es inaudito -no solamente la muerte del fiscal, sino también la multitud de acontecimientos que han salido a la luz o que han tenido lugar después del crimen- paraliza, inhibe la acción y crea una circunstancia en la que nuestra capacidad de respuesta se reduce en lugar de ensancharse.
Esto, en parte, es una consecuencia del miedo, dado que el caso del fiscal Nisman tiene un componente mafioso que genera un temor paralizante.
Pero es, también, consecuencia de la propia naturaleza de los acontecimientos: delante de lo inaudito parece que nada se puede hacer, lo que es insólito parece no tener una respuesta posible, no hay recursos para tratarlo y nuestra voluntad flaquea.
Mientras tanto, paradójicamente, podríamos decir que nada tiene de inaudito este sórdido acontecimiento.
Como nadie ignora, el episodio está revelando una Argentina negra compuesta por hondas raíces y amplias ramificaciones, que alcanzan el Poder Ejecutivo Nacional, a franjas considerables de la burocracia estatal, a sectores del Poder Judicial, actores civiles paraestatales.
Y miradas, así, las cosas, mal podría sorprendernos el fruto sangriento frente al cual estamos parados. Es el rostro sin máscara de esa Argentina negra que presentimos o que conocemos parcialmente y que hoy se nos presenta en su totalidad.
Sin temor, hay que mirarla a la cara. No lo estamos haciendo del todo. Mirarla a la cara sin concesiones de ningún tipo es el primer paso para que podamos comenzar a desmontarla, tarea que será extremadamente difícil.
Hace falta un acuerdo político amplio, un programa coherente de acción y una voluntad firme para pagar los costos políticos inherentes al cambio, porque si una forma perversa de organización del Estado y de sus relaciones con la sociedad ha de ser cancelada, entonces habrá que afectar vastos intereses en el corto plazo, mientras que los beneficios colectivos podrán percibirse en plazos más largos.
Sin duda, habrá un acompañamiento social, pero éste será dubitativo. La sociedad está bastante acostumbrada a los mecanismos enfermizos que por otro lado dice cuestionar.
El episodio Nisman, con todo lo que de inaudito tiene, podría considerarse un punto de no retorno, una inflexión, una de aquellas circunstancias que tienen el poder de organizar la acción colectiva.
Pero no veo personalmente razón por la que debamos ser optimistas. Para que ello ocurra se requieren liderazgos, esa acción colectiva no será espontánea si ha de enderezarse en una dirección correcta.
Cuando el caso nos muestra los perfiles más siniestros de la burocracia, o los más arbitrariamente absurdos (como en el acuerdo con Irán), o los espacios del Poder Judicial que desfiguran cualquier noción de justicia, o las franjas de los partidos políticos que medran a la sombra de estos arreglos, entonces se hace patente que no se trata, la Argentina negra, de una Argentina que vino del espacio exterior, sino que tiene sus raíces en nuestra Argentina, la que es como es.
El autor es politólogo y presidente del Club Político Argentino
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