Otra vez la intolerancia: tensiones políticas en la fiesta de la cultura
Dios y el diablo, o eso pareció, al menos a juzgar por la vehemencia de las reacciones en una secuencia de fuertes contrastes. La antropóloga Rita Segato se llevó todos los aplausos; el secretario de Cultura, Pablo Avelluto , los silbidos y abucheos. El incidente lo promovieron unas veinte personas, pero el clima de persistente hostilidad en la apertura de la 45» Feria Internacional del Libro creció en la medida en que Avelluto siguió hablando. En la inauguración del año pasado también habían intentado quitarle la palabra. "Pueden gritar todo lo que quieran; tengo todo el tiempo del mundo", los desafió esta vez. No logró acallarlos: triunfaron la cobardía y el gesto fascista.
Habló seguidamente sobre un fondo de cánticos y silbidos. Un grupo de personas en el centro del vasto espacio colmado le dio la espalda y otro vociferó consignas en reclamo de la oficialización de los bachilleratos populares. La mayoría de los presentes lo escucharon apenas, distraídos como estaban por la persistencia del incidente. Avelluto se obstinó. Continuó hablando al aire, como si estuviese ensayando a solas un discurso frente al espejo. Solo la versión impresa permitió entender luego sus ideas. Por segunda vez, en dos años seguidos, las palabras del secretario de Cultura de la Nación fueron interrumpidas.
Cuando Segato subió al escenario languidecían los gritos de reprobación. Los últimos murmullos se apagaron con el estruendo del aplauso que recibió a la antropóloga. "Espero no defraudarlos", dijo con modestia, como un modo de atenuar las expectativas. Y vaya si lo hizo, a juzgar por la ovación con que fue despedida al cabo de su discurso, que comenzó con una cita de Elizabeth Costello, protagonista de una novela de J. M. Coetzee. "La profesora Costello, de mi misma edad -empezó diciendo-, es el ángel de la guarda femenino que protege a quienes, como yo, no se sienten felices con las formalidades y circunstancia a que debe curvarse quien sobrevive a costa de una profesión letrada. Lo que a mí me gusta y donde me amparo en el célebre personaje que circula por las novelas de Coetzee no es el tema del cual habla, sino el hecho de que habla de algo a lo cual no ha sido convidada a hablar, es decir, su indisciplina, su fineza indómita".
Segato dividió su discurso en siete desobediencias y un epílogo. Esa octava desobediencia trajo un fárrago de vítores y un aplauso unánime.
"Abajo el mandato de masculinidad -elevó la voz-. ¡Sí al aborto legal, seguro y gratuito! ¡Ni una menos!". Pidió entonces justicia por una niña de 11 años, militante de La Garganta Poderosa, violada y asesinada en La Rioja. Pidió también por los bachilleratos populares, y el núcleo más duro de la audiencia bramó en señal de agradecimiento.
Antes, habían dado sus discursos Enrique Avogadro, ministro de Cultura de la ciudad; María Teresa Carbano, directora de la Fundación El Libro, y Iolanda Batallé y Joan Subirat, miembros de la numerosa comitiva de Barcelona, ciudad invitada de honor en esta edición. Hubo exceso de protocolo y la siempre tentadora idea de repasar los triunfos de la propia gestión, la celebración de una cultura plural y diversa, y hasta una mención a la reapertura de la avenida Corrientes, ahora peatonal en algunos momentos del día. Demasiada corrección política y demasiados mensajes a tono con cierta ansia electoralista. Hubo, sí, alguna demanda más puntual al Estado en beneficio de la industria del libro, que según precisó Carbano no detiene su caída a juzgar por los números que compartió: en 2018 se produjeron 43 millones de ejemplares, contra 83 millones en 2015; en cuanto a las ventas, en el primer trimestre de este año cayeron un 12% en su comparación interanual.
Híbrido cultural
Hubo que dejar atrás los discursos y las hostilidades de la apertura formal, desde hace años un evento político, para encontrarse con la verdadera feria, que acaso para escándalo de los puristas no es una catedral de las letras, sino un híbrido cultural que está atravesado por las tensiones de la época.
Aunque hay quienes ponen en discusión la utilidad de esta fiesta y acaso su prestigio, basta con observar los bulliciosos contingentes de niños para tomar partido en su favor. Es cierto que a estas alturas se trata casi de un entretenimiento de masas (se estima que la visitarán más de un millón de personas, como viene sucediendo en los últimos años), un paseo que las familias hacen como quien va a caminar a la vera del río o a un parque de diversiones. Pero el error de quienes dan esos sermones, que casi siempre han tenido la fortuna de crecer rodeados de estímulos culturales, es creer que el mundo se les parece. Hay otro mundo muy distinto en el que los libros son cada vez más una rareza, y en ese mundo de privaciones, con padres que deben luchar a diario para ganarse el sustento, el libro es una pieza que raramente llega a las manos de chicos que, por lo demás, puestos a entretenerse tienen una verdadera plaza de juegos en la palma de la mano. El dato lacerante es que ese mundo no es solamente el de la pobreza (lo cual sería suficiente, claro está), sino el de las declinantes capas medias, un mundo fragmentado donde en un tiempo que ahora parece remoto la movilidad social era el fruto de una educación mejor que despertaba un verdadero apetito cultural. Con una educación pública en declive e índices de abandono escolar alarmantes, leer es un privilegio de quienes tienen el estómago lleno. O de quienes acuden a la escuela, para mejor decirlo, que pese a las reticencias de los chicos, antes y ahora, a leer aquello que les sugieren sus maestros, una derrota trágica e histórica de la pedagogía, sigue siendo el escenario donde muchos niños toman contacto con el libro por primera vez.
Así las cosas, cuando las familias fatigan los stands de la feria y algunos de esos niños se detienen encandilados frente a la tapa de un libro que ha llamado su atención y encendido su fantasía, como sucede ahora con estos mocosos que en el espacio de Santillana se disputan los ejemplares de Ana María Shua y Elsa Bornemann, de Luis Pescetti y Griselda Gambaro, tiene uno el sueño de que el lector que llevan dentro acabe de despertar de una vez y para siempre.
La batalla de los cuadernos
Si la jornada de apertura estuvo signada por la política, debe anotarse que en algo contribuyó con ese clima la venta en Penguin Random House de Sinceramente, el libro de Cristina Fernández de Kirchner, que desapareció en quince minutos en manos de un público ávido, que en algunos casos se llevó tres o cuatro ejemplares, y cuya tapa en azul, de inconfundible cuño gráfico con su letra manuscrita, es una cita de las portadas de los cuadernos Rivadavia en los que anotaban sus apuntes los estudiantes de las décadas del 60 y el 70.
En esos años, debía elegirse entre esos cuadernos o los Gloria, de calidad visiblemente más modesta, de manera tal que llevar en el portafolios un Rivadavia era el sueño de la mayoría y la seña de un pasar económico más holgado. La pregunta del millón no es ya si la expresidenta escribió ese texto, pues ya sus editores han respondido insistentemente que sí y no hay razones para no creerles, sino si alguien eligió esa portada para oponerla a los famosos cuadernos Gloria, de sello nacional y popular, donde un chofer incontinente anotó minuciosamente el detalle de escandalosos hechos de corrupción que al parecer comprometen a quienes fueron altas autoridades de la República.
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