Otra fractura en la Argentina invertebrada
La instrumentación de un cepo más restrictivo debilitó internamente a Guzmán, pese a que venía acumulando poder; el pesimismo empresarial también permeó en el Gobierno, donde hay preocupación por la indefinición sobre el rumbo
Recién despuntaba la semana y un funcionario del Banco Central le avisó a Martín Guzmán que el Presidente había dado su aval para reforzar el cepo cambiario. Como en los viejos códigos de la mafia, el ministro de Economía entendió que el mensajero era el mensaje. Ni Alberto Fernández ni el presidente del BCRA, Miguel Pesce, estaban allí para comunicarle que su resistencia a la medida había sido quebrada. Con un solo llamado, no solo se vulneró el ánimo del académico de Columbia; también se terminaron de romper los puentes con un sector del empresariado que aún confiaba en una recuperación y con una clase media que esperaba señales de reconciliación.
"Fue una semana muy mala. El ministro es consciente de que se produjo una escoriación de su figura. Aunque él puede explicar técnicamente lo que dijo, está claro que la lectura que quedó fue otra", señalan en su entorno en referencia a la entrevista con LA NACION en la que, dos días antes, dijo que "cerrar más el cepo sería una medida para aguantar, y no vinimos a aguantar la economía". Irremontable.
Una persona que habló con él después del sensible traspié lo encontró inusualmente desilusionado, admitiendo que si no se va del cargo es solo porque debe encarar la negociación con el FMI. El ministro que había sido reconocido por el mayor logro del Gobierno hasta el momento -la negociación exitosa con los bonistas-, que después fue empoderado con la absorción de la Secretaría de Energía, y que contaba con el apoyo de todos los extremos de la coalición gobernante, de pronto fue degradado en el momento más sensible de la crisis. Alberto Fernández explicó muy claro esta semana que no creía en la meritocracia.
Sobrevolaron viejos fantasmas en la imaginación del Gobierno. La foto histórica del 28 de diciembre de 2017, el día en que Federico Sturzenegger hizo puchero en público porque lo forzaron a sentarse con Nicolás Dujovne para anunciar cambios en las metas de inflación. La imagen de una política económica fragmentada y contradictoria cobró actualidad con la puja Pesce-Guzmán por el cepo. También revivió el recuerdo de Lopetegui-Quintana, reencarnado en la ascendente Cecilia Todesca, una vicejefa de Gabinete economista que se transformó en protagonista clave en la mesa de decisiones. En asociación con Pesce y Matías Kulfas, reconocen la inspiración de Mercedes Marcó del Pont, en un viejo cuarteto del glorioso Banco Central del cepo de 2011, que se mantuvo unido a través del grupo Callao y que hoy se transformó en un contrapeso para Guzmán. "Sí, es una complicación", reconocen en el Ministerio de Economía.
Guzmán transmite una confianza anglosajona en la planificación y la generación de confianza. Pensó que el cierre del acuerdo con los bonistas, sumado a un presupuesto 2021 "consistente" y al inicio de las tratativas con el Fondo iba a demostrar la previsibilidad y la seriedad que se le reclama a la economía. Para sus detractores, son solo vicios de la academia. Cuando Pesce le mostró a Alberto Fernández la planilla que daba cuenta de que al ritmo de pérdidas de dólares en menos de dos meses se quedaba sin reservas, se terminó el debate.
En Economía no solo dudan de la eficacia de la medida, sobre todo si se toma en cuenta que después de los anuncios el Banco Central volvió a ceder más de 100 millones de dólares. El problema mayor es que no está clara cuál es la proyección que se hace para pensar en una futura normalización cambiaria. "Por ahora no se ve otro objetivo que no sea aguantar y esperar", apunta el economista Miguel Kiguel. El único horizonte a la vista es el ingreso de divisas del campo a partir de marzo, que sumado al aumento del precio internacional de las commodities y a la mala cosecha de EE.UU. permitan oxigenar las cuentas.
Un quiebre irreparable
Pero estas expectativas se contraponen con el efecto más corrosivo que tuvo el anuncio del martes: la definitiva ruptura del vínculo con los principales sectores productivos, un proceso que se inició con Vicentin, siguió con la destrucción de la foto del 9 de Julio en Olivos y las medidas contra las telcos, y culminó esta semana con la batería de restricciones cambiarias. "Mandar a las empresas a refinanciar deudas en el exterior es contradictorio con el cierre de la deuda con los bonistas", admiten dentro de Hacienda.
El retrato de las conversaciones entre algunos de los empresarios más importantes del país fue sencillamente demoledor. Nunca como esta semana se instaló con tanto peso la sensación de que el Gobierno no encuentra el rumbo, un vacío estratégico que hizo recordar a los peores momentos de desorientación de la gestión de Mauricio Macri. Eduardo Duhalde hizo en público comparaciones peligrosas que actores del círculo rojo evitan realizar en reserva. Algunos memoriosos recordaron un antiguo refrán autóctono: "En la Argentina el dólar es gobernabilidad", aunque por suerte el peronismo no tiene esos traumas institucionales.
Quizás el desasosiego fue mayor porque esta vez no intervino Cristina Kirchner. La vicepresidenta no tiene un plan alternativo. Impone su veto a ciertas decisiones y arrastra consignas ideológicas básicas, pero a ella tampoco le fue bien con la gestión de la economía y no renovó su kit intelectual. Siempre demuestra que tiene mejor aprendida la lección de la lucha por el poder, que el capítulo sobre la administración de las cuentas. En el Génesis de la creación del universo kirchnerista, el almacenero era Néstor, y ella la legisladora de los asuntos constitucionales.
En el entorno de Alberto Fernández asumen este escenario, pero lo atribuyen a miradas sesgadas. Hay un paper que distribuyó el Gobierno con once planes productivos que lanzó entre agosto y septiembre, y Kulfas volvió a hablar de sectores que ya están al nivel operativo de marzo. Pero a todos les pasa como a Guzmán, que confía en las propiedades curativas del presupuesto; la realidad se los devora.
Esta semana el Presidente se corrió definitivamente de la pandemia, al delegar en un video con voz en off la explicación de la 13° fase de la cuarentena. Asumió el desgaste que le estaba generando la pandemia con la intención de focalizarse en la reactivación. "Obviamente hay desánimo, pero sobre todo hay cansancio; se nos hizo muy difícil administrar la crisis junto con la pandemia", admitió al final de una semana demoledora un funcionario muy cercano a Fernández.
También en el Gobierno permea la sensación de agotamiento al no poder ver más que arena en el desierto, y tras haberse ilusionado con oasis que en realidad eran espejismos. En las conversaciones albertistas se habla de la "mística de la recuperación", una aparente traducción de la carta astral que le marcó al Presidente su destino de "construir sobre las cenizas". Pero ya no produce el efecto espiritual de antes. Un intendente influyente del conurbano hizo su catarsis está semana: "No están bien las cosas, el Gobierno está inmovilizado, hay un problema de gestión y el presidente está aislado en Olivos. Hay un tufillo al que se vayan todos". Se trata de otro peronista que perdió la fe, pero a quien el coronavirus no le quitó el olfato. El último sondeo de Management & Fit refleja que el 63,2% de los encuestados considera que la situación económica del país empeoró en comparación con un año atrás. Peor aún: el 56,1% dice que desmejorará aún más en los próximos meses.
Juntos y preocupados
La intranquilidad cruzó a la otra orilla, aunque el Gobierno haya roto los puentes con el dialoguismo opositor. Los principales dirigentes de Juntos por el Cambio recibieron un escueto pero crudo análisis de Hernán Lacunza sobre el impacto de las medidas. "Con US$7000 M de reservas netas y solo US$1200 M de hiperlíquidas, las medidas eran inexorables. Pero es el primer capítulo de una serie con final incierto", les mensajeó el exministro. Con escepticismo marcó que a mediano plazo no se revertirá "la tendencia declinante de reservas, ni presiones cambiarias", que hay riesgos de saltos más grande del dólar y que la inversión se frenará por completo. Otro exministro del espacio, Martín Lousteau, hizo un diagnóstico similar, pero le agrego otra dimensión al plantear el serio riesgo de un conflicto social, a partir de la disociación que se generó entre la agenda de la gente y la de la dirigencia.
Las conversaciones en la oposición cobraron otra densidad. Las tensiones internas por el liderazgo cedieron ante una preocupación institucional severa. Elisa Carrió, que hace tiempo no habla con Macri, le envió un mensaje vía Juliana Awada para pedirle que bajara el perfil tras el ruido que generó su artículo en LA NACION. También estableció un puente con el cordobés Juan Schiaretti, y vía el cardenal Mario Poli reiteró su mensaje al papa Francisco para que "se haga carga de lo que generó" (un hombre que conoce bien al Pontífice asegura que no es casual su silencio y el de los obispos locales). Le asusta un apocalipsis. Macri transmitió en un zoom interno su percepción negativa sobre el rumbo del gobierno, pero sin exacerbar al ala dura, a la que muchos le piden que no agiten más el clima social por las redes.
Horacio Rodríguez Larreta, en otra reunión virtual, les dejó a los diputados de Pro un mensaje invariable: "Sigo creyendo que debemos mantenernos unidos y con una actitud de moderación y diálogo". En su charla privada con Alberto Fernández del jueves a la noche fue más adusto que lo habitual para comunicarle que al día siguiente iría a la Corte. Recibió un trato amigable del Presidente, que le prometió evaluar alternativas tras el recorte de fondos de la coparticipación. Pero se notó que algo se quebró en el vínculo. "Nunca usé la palabra traición porque nunca creí cuando me decía amigo. No me planteo una relación personal", comentó al salir del encuentro. El jefe porteño a veces parece un cíborg político, entrenado para cumplir objetivos. Muy preocupado por el impacto del recorte de fondos, ordenó a su equipo rearmar el presupuesto para ver de dónde ajustar. Es optimista respecto de que la Corte termine fallando a su favor, pero tiene más dudas sobre la cautelar que necesita para frenar la sangría diaria (ya había hecho un sondeo por el tribunal en febrero, pero ahora se le puede complicar por el proyecto de ley enviado al Senado).
En el máximo tribunal se acumulan demandas de todo tipo. Las inconsistencias de la dirigencia transformaron a la Corte en el último ratio de institucionalidad del país, un rol que eluden los jueces que la integran. Por un lado, porque ya no rige la antigua lógica de Ricardo Lorenzetti, que disfrutó con la tarea de balancear la radicalización del kirchnerismo último. Por otro, porque en el ánimo cortesano influye negativamente el cuestionamiento que representa para ellos la creación de la "comisión de amigos de Beraldi", como la denominan irónicamente. "No podemos transformarnos en árbitros de todas las disputas. No somos un contrapoder, somos otro poder del Estado", transmiten en la Corte.
Hace exactamente un siglo José Ortega y Gasset escribió el libro España invertebrada, donde en medio de un país convulsionado remarcó la proliferación de intereses sectoriales que favorecían conductas endogámicas. "La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás". Su temor era el separatismo y el caos. En la Argentina invertebrada de hoy, el riesgo es la anomia.
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