Otra crisis de identidad y lealtad sacude al peronismo y al país
Fernández y Fernández de Kirchner pueden decir que no están peleados solo porque no se lo dicen el uno al otro; y no se lo dicen porque no se hablan; y no se hablan porque si se hablaran se dirían cosas que los harían pelear, tal vez, definitivamente
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Con la sabiduría del Viejo Vizcacha, Perón resolvió el interrogante que carcomía a sus seguidores y que tendía a ponerle un corsé ideológico-político. “Peronistas somos todos”, dijo para absolver las contradicciones. Aunque nunca logró saldarlas y siempre estallan cuando su poder está en crisis. Como ahora.
Así, la multiplicidad de actos por el Día de la Lealtad que se realizarán hoy no es la manifestación del serio conflicto interno que atraviesa al oficialismo, sino el síntoma más evidente de los problemas irresueltos y las amenazas sin disipar que cada sector del oficialismo enfrenta.
Kristalina Georgieva lo puso en palabras hace solo 72 horas: la interna peronista complica las cosas porque hay sectores que demandan gastos que no se pueden pagar, dice la traducción real y no la formal.
La directora gerente del FMI es el verdadero sostén de Sergio Massa, que, a su vez, es la última esperanza de los que no la quieren a Georgieva ni al organismo que ella dirige ni lo que ambos exigen, pero los necesitan. Contradicciones demasiado agudas para el cristicamporismo nac&pop, que pone el guiño hacia la izquierda mientras su gobierno dobla hacia la derecha y al Fondo.
En el albertismo redivivo, pero no revivido, celebran ese conflicto identitario, sobre todo de La Cámpora, para ponerle aderezo a una disputa que solo tiende a profundizarse.
“La Cámpora hizo echar a un ministro heterodoxo que le pulseaba al FMI [por Martín Guzmán] para imponer uno que expresa y responde como nadie al Fondo y a EE.UU. Por eso, atraviesa una crisis de identidad tan grande que a sus líderes solo les queda volver a la posición fetal y resguardarse en Cristina”, dice con ironía (y algo de rencor) uno de los funcionarios que mejor interpretan y más hablan con el Presidente.
Hace hoy exactamente tres años, en plena campaña presidencial, Fernández había renunciado a toda autonomía al prometer en la celebración del Día de la Lealtad que él nunca más se iba a pelear con Cristina. Aunque ella lo peleara a él. Como nunca dejó de hacerlo.
La novedad de este nuevo Día de la Lealtad es que Fernández y Fernández de Kirchner pueden decir que no están peleados solo porque no se lo dicen el uno al otro. Y no se lo dicen porque no se hablan. Y no se hablan porque si se hablaran se dirían cosas que los harían pelear. Tal vez, definitivamente.
El plan imposible
En lo que queda del equipo albertista no hay dudas de que no hay chances electorales si no se hace exactamente lo que Cristina Kirchner y La Cámpora no quieren hacer, porque atentaría definitivamente contra su capital simbólico. O contra la narrativa de su identidad. Que de tan rígida choca con la plástica esencia del peronismo.
Lo que Fernández postula y en lo que coincide con el equipo de Massa (que coincide con lo que plantea Kristalina, pero no Cristina) es que sin un plan de estabilización capaz de anclar las variables económicas no hay posibilidad de llevar la inflación a estándares razonables y sin bajar el índice de precios a un nivel vivible no hay futuro electoral.
El dilema para el cristicamporismo es que si ese camino llevara al éxito, no terminaría en la coronación de uno de los propios, sino que podría beneficiar a sus adversarios internos, como el ministro de Economía, que hoy finge de socio.
Tan contradictorio es todo que hasta Alberto Fernández sueña que él puede ser beneficiado antes que la escudería que comanda la vicepresidenta si se lograra la estabilización a la que todos desean llegar, pero nadie quiere transitar. O de la que todos quieren obtener los beneficios, pero no pagar sus costos.
La creencia es que a pesar de que el tiempo sigue pasando, la estabilidad no llega y las elecciones se van acercando, no todo estaría perdido. Más allá de que una mayoría pueda descreer de que aún se puedan lograr resultados que se ajusten al calendario electoral oficialista.
Hay dos casos internacionales de planes de estabilización contra reloj en los que el FDT podría cifrar sus ilusiones, como recordó en estos días el politólogo Ignacio Labaqui. Son México, en 1987, con el Pacto de Solidaridad Económica, que mantuvo al PRI en el poder (aunque sumó la inestimable ayuda del fraude); y Brasil, en 1994, con el Plan Real, que llevó a la presidencia a Fernando Henrique Cardoso.
Claro que las condiciones socio-políticas de esos países y el contexto histórico en el que se dieron ambos casos en poco se parecen a los de la argentina frentetodista. Pero, al final, la economía es la última ratio del poder en tiempos de necesidades y urgencias, y podría ordenar las cosas. Salvo si lo que se pretende es conservar el capital simbólico y preservar la capacidad de veto o extorsión, antes que retener el poder.
Albertistas vs. camporistas
Tal vez a eso se refieran en el albertismo cuando dicen que La Cámpora, encarnada en su vocero más radical, el ministro bonaerense Andrés “Cuervo” Larroque, “se convirtió en sommelier de funcionarios, sin nunca traer propuestas”. No se quedan ahí, también le pasan facturas por lo que el cristicamporismo hace, no hace o “hace muy mal” en donde gobierna.
“El Cuervo cata y descalifica públicamente a cuanto funcionario nacional le conviene cruzar, pero cuando los que quedan en offside son los de ellos hace silencio o, en el mejor de los casos, se limita a un retuit conceptual”, dicen en Olivos.
La última es una referencia explícita a la protección de la que sigue gozando Sergio Berni tras la desmesurada represión a los hinchas de Gimnasia, en La Plata, hace dos semanas, que solo mereció un posteo genérico de La Cámpora en las redes, alejado de la explosiva verbalización que suelen componer ante episodios menos condenables, pero cometidos por sus adversarios internos o enemigos externos.
En la decisión de preservar al ministro de Seguridad, el gobernador de la rebeldía verbal y la obediencia fáctica, Axel Kicillof (y por añadidura el cristicamporismo), compone un remedo de Ulises atado al mástil de su barco para no sucumbir ante los cantos de sirena (que le exigen una renuncia por atentar contra los símbolos). Berni es el pararrayos bajo el que se cobijan ante la tormenta de la inseguridad para la que no tienen plan ni solución. También para no someterse a los intendentes siempre dispuestos a poner a uno de los suyos en esa cartera cargada de pólvora y dinero que, por lo general, manejan quienes deberían ser los subordinados.
Orden o redistribución
Las tensiones que conviven entre el partido del orden y el partido de la redistribución, que pretende representar el peronismo, afloran en tiempos de crisis, cuando el poder no alcanza como aglutinante. Así, el Día de la Lealtad resalta la latencia de la traición y la cercanía de la combustión en la interna oficial.
La concentración que hoy se realizará en la Plaza de Mayo, además de los demás en otras geografías más cercanas y más lejanas, representa cabalmente ese conflicto interno. Ya lo dijo el sindicalista cristinista Hugo Yasky con un malabarismo dialéctico digno de la patafísica: será un acto para fortalecer al Gobierno, pero no para fortalecer al Presidente, porque sobre él ya no alimentan esperanzas. Así de real aunque parezca surrealista.
Sobre ese sustrato, Fernández y Massa aspiran a que el Congreso apruebe el presupuesto para cumplir con lo que impone el FMI, pero también con el que pretenden estabilizar la economía, más allá de la política de parches y cataplasmas con la que el ministro viene timoneando la nave oficial, que hace un mes amenazaba con hundirse.
Una vez más, como ya ocurrió con el acuerdo con el Fondo, hay más expectativas en el acompañamiento por parte de la oposición que de los legisladores puramente cristicamporistas. Una apuesta compleja para el cálculo de recursos que imperará en el año electoral, al margen de otras diferencias sustanciales entre uno y otro caso y a pesar del anticipo de apoyo que hizo el bloque cambiemita.
En el seno de JxC las disputas internas, más desatadas y destempladas que nunca, no impiden que se alcancen algunas coincidencias básicas en algunos temas tan relevantes como el presupuesto 2023. Por eso, tras el anticipo de votarlo favorablemente por parte los radicales que responden a Martín Lousteau y las discusiones que ese anuncio generó, empezaron a ordenarse y a listar demandas de modificaciones.
No habrá votos gratis. Menos cuando faltan once meses para la elección presidencial y mientras el oficialismo cojea y tropieza con sus propios problemas.
La crisis de lealtad e identidad del peronismo siempre es una oportunidad para sus adversarios. Y un problema para el país.
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