Oscar Lescano: el gremialista que siempre estuvo en la mesa del poder
Tras el primer apretón de manos se desvanecía cualquier apariencia de ser un hombre regido por algún protocolo. De estilo campechano y vozarrón simpático, Oscar Lescano intentaba siempre ser el mismo, ya sea en un asado con amigos o en una negociación salarial con los empresarios energéticos. Hasta mantuvo sus formas y trato con el puñado de presidentes y los muchos funcionarios que le acercaron alguna vez una silla entre los poderosos.
"Oscar Lescano fue oficialista en todos los gobiernos y repetilo cuantas veces quieras. Soy peronista, pero fui muy amigo de Alfonsín." Esta frase fue una de las tantas que le arrancó Diego Sehinkman para la serie "Políticos en el diván" que publica semanalmente LA NACION. Es decir, camaleónico y con un olfato adiestrado en saber identificar hacia dónde gira el poder.
En una de sus últimas apariciones públicas, antes que un tumor comience a afectarlo físicamente, Lescano renunció a su lugar jerárquico en la CGT alineada con la Casa Rosada. Empujaba una postura más dura frente al Gobierno. El día que dio el portazo llamó a la unificación de la central con un guiño a Hugo Moyano, su rival dentro del sindicalismo. Y dejó trascender otros indicios: ya había comenzado a virar su respaldo hacia el Frente Renovador de Sergio Massa y había endulzado con palabras a Daniel Scioli. Barruntaba con la sucesión de Cristina Kirchner. Ya pensaba en 2015.
Lescano nació el 15 de octubre de 1932 en el partido bonaerense de Lomas de Zamora. Fue empleado de la Compañía Italo Argentina de Electricidad y también trabajó en Segba. Estaba divorciado y tenía 7 hijos y 22 nietos. Vivía en San Isidro.
Desde 1964, integraba el Sindicato de Luz y Fuerza, donde secundó a Oscar Smith, histórico dirigente que desapareció durante la última dictadura militar. De acuerdo con la obra La mirada implacable del Gato Smith, de Juan Carlos Rodríguez, Lescano acompañó a su referente sindical en la tarea de activar, en 1974, el operativo retorno de Juan Domingo Perón, por entonces exiliado.
Sólo la naturaleza podía mover a Lescano del sillón de mando de Luz y Fuerza. Con 29 años en la jefatura, no tenía intenciones de abandonarlo. "Yo tengo terror a irme, no me quiero ir", dijo a LA NACION. En la misma charla confesó su anhelo de vivir hasta los 95 años y de lograr que la jornada laboral fuera de siete horas en vez de ocho.
En sus primeros años al frente del sindicato mantuvo una buena relación con el presidente radical Raúl Alfonsín. Pero en 1989 jugó activamente en la interna justicialista para impulsar a Carlos Menem, a pesar de que Antonio Cafiero, por entonces rival del riojano, era a quien consideraba "su padre político".
Tuvo un rol ambivalente durante el menemismo: primero se opuso a las privatizaciones, pero después terminó apoyándolas, sobre todo en Segba, donde había trabajado. Este antecedente motivó las incisivas chicanas de Moyano, que le enrostró su desempeño durante los 90 hasta hace muy pocos días.
Integró la CGT menemista, duhaldista y la kirchnerista. Aunque nunca estuvo de acuerdo con el poder omnímodo que Néstor Kirchner le concedió a Moyano. Siempre se quejó de esto ante Julio De Vido, a quien consideraba un amigo. Tal vez por eso, el año pasado fue uno de los que orquestaron el surgimiento de otra central, opositora al líder camionero.
Sus rivales de izquierda ortodoxa lo definieron como uno de los miembros de la burocracia sindical. Criticaron la falta de renovación en la cúpula de los gremios y los lujos que muchos sindicalistas ostentan.
Lescano nunca se enojó de los ataques. Reconocía ser un bon vivant , aunque sencillo, se atajaba. Solía cenar en la misma mesa del restaurante Marcelo, en Puerto Madero, pero no se negaba a almorzar en cualquier comedor de medio pelo en San Telmo con un grupo de cronistas. Priorizaba, antes que nada, entregarse serenamente a cualquier charla. Pero si el diálogo era con poderosos, mucho mejor.
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