Operaciones sobre el pasado, dudas sobre el futuro
El principal problema del consenso que dice alentar Cristina Kirchner es que, en el mismo discurso que lo plantea, hace un diagnóstico falaz sobre sus logros del pasado y el presente de la economía
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Mientras ayer la ministra de Economía, Silvina Batakis, se esforzó por dar muestras de manejo del idioma de la racionalidad económica, el viernes por la tarde Cristina Kirchner machacaba con la concepción contraria. Desde El Calafate, la vicepresidenta insistió con elogios al déficit millonario, en dólares, de Aerolíneas Argentinas como política de desarrollo del sector turístico, que la realidad desmiente. También destacó las bondades de su última presidencia como ejemplo a seguir para el desarrollo industrial cuando, en verdad, su segunda gestión representa el inicio y la consolidación de un parate de la industria. No se trata de la exposición de una visión diferente del mundo, lo que sería aceptable, sino de operaciones brutales sobre el sentido de los datos.
Para la interpretación industrialista tan optimista como equivocada de su presidencia 2011-2015, la vicepresidenta citó datos que figuran en la versión preliminar del Libro Blanco que la Unión Industrial Argentina (UIA) presentó en mayo. El que se entusiasmó primero con esos datos, que luego acercó a la vicepresidenta, fue el ministro Wado de Pedro en el foro del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp) realizado el jueves. Todo indica que tanto De Pedro, que se los acercó, como Cristina Fernández, que los divulgó, se perdieron entre los datos.
En ese trabajo, que lleva el título de “Propuestas para un desarrollo productivo, federal, sustentable e inclusivo”, la UIA propone 5 metas para el sector de la industria para los próximos 4 años, metas de producción industrial, empleo, empresas, exportaciones e inversiones industriales. En cada caso, la UIA buscó un objetivo “conservador”, realizable para la Argentina, y lo encontró en la historia económica local de los últimos 20 años. El máximo histórico en producción industrial se dio en 2011, cuando se llegó a $3200 per cápita, a pesos constantes de 2004. En empleo industrial, el máximo fue en 2012, con 30,1 empleos cada mil habitantes. En cantidad de empresas industriales, el pico se dio en 2008, con 14,7 empresas cada diez mil habitantes. Las exportaciones industriales alcanzaron su techo en 2011, con 949,7 dólares corrientes per cápita, y el máximo de las inversiones en el sector se dio en 2013, con 2360 dólares corrientes per cápita.
El problema es que De Pedro y Cristina Kirchner vieron virtud donde había defecto. Para la vicepresidenta, que los máximos se hayan dado dentro de su gestión de gobierno alcanza como dato suficiente de que sus políticas económicas fueron las acertadas. Con más inversión futura, ese es el pasado al que hay que volver, según la vicepresidenta. “¿Para llegar a dónde? Al máximo que tuvimos, ¿en qué año fue el máximo de toda la serie de la meta en producción industrial”, planteó en El Calafate. “En el 2011. Esto no lo digo yo, no lo dice La Cámpora, no lo dice Axel Kicillof, no, no, no, no. Esto lo dice la UIA, la UIA, la UIA”, fue casi el grito de guerra.
Esa interpretación tiene dos problemas, es decir, errores, y son tan obvios que duelen. Por un lado, que por el hecho de que se trata de máximos o picos, a partir de ahí, naturalmente, sigue un descenso. Si ese máximo se hubiera dado en 2015, no sería un problema para Cristina Kirchner, sino un éxito: al contrario, querría decir que toda la última gestión presidencial de Cristina Fernández habría sido efectiva hasta consolidar un pico en el desarrollo del sector industrial al final de su gobierno y que habría sido con la presidencia de Mauricio Macri y de Alberto Fernández cuando la industria se estanca o decae, cosa que sigue sucediendo. Pero ahí está el segundo problema de la lectura simplificada, y errónea, de Cristina Fernández: todos los picos se dan al inicio de su segundo mandato, dos ya en el primer año de esa gestión; uno, en el segundo; otro, en el tercero, e, incluso, uno, al inicio de su primer mandato, en 2008. Es decir, el inicio del estancamiento y de la caída del sector industrial es fruto de las políticas del gobierno de Cristina Kirchner. Es al principio de su segunda presidencia cuando los indicadores claves de la industria empiezan a enfrentar una caída o un parate.
Es curiosísimo que figuras de la talla de una líder del oficialismo y vicepresidenta de la Nación y uno de los nombres que suenan más fuertes como heredero de su liderazgo no lo hayan notado. Cualquier alternativa de respuesta al porqué de esa interpretación errónea de datos correctos es inquietante. ¿Por qué ante un auditorio nacional la vicepresidenta les hace decir a los datos lo contrario de lo que dicen? ¿Por no comprender cabalmente el sentido de esa estadística, que en realidad deja expuesta a su última presidencia, es decir, por ignorancia? Una conclusión preocupante cuando se trata de la dirigencia política que condiciona la vida de la gente con sus decisiones económicas. ¿Por la ceguera de sus marcos ideológicos, es decir, por el dominio de la creencia antes que de la percepción de la realidad? ¿O, finalmente, por la vocación de manipular datos públicos para manipular a la ciudadanía? Los antecedentes del kirchnerismo de Cristina Fernández en el manejo del Indec disparan suspicacias en ese sentido.
La Argentina necesita anclas de referencia no solo para los precios. Cualquier ilusión en torno a un consenso posible tanto en el interior del Frente de Todos como entre oficialismo y oposición demanda primero que nada un acuerdo básico sobre la economía. El principal problema del consenso que dice alentar Cristina Kirchner es que, en el mismo discurso que lo plantea, hace un diagnóstico falaz sobre sus logros del pasado y el presente de la economía. Ese esquema de funcionamiento instala interrogantes en torno a la ministra Silvina Batakis y sus decisiones. La primera, ¿cuán creíble es el sentido común económico de Batakis, que ayer se mostró algo más cercano a los agentes racionales, ante un kirchnerismo dominado por la concepción económica de Cristina Fernández? La segunda, si hay algo de racionalidad en las intenciones de la ministra, ¿cuán sostenible es? Es decir, en definitiva, ¿qué piensa Cristina Kirchner de una ministra de Economía que habla más parecido a Martín Guzmán o, quizás peor, a una de las versiones de Alberto Fernández? “Que los mercados entiendan que vamos a controlar el gasto público e iniciar una disminución del déficit fiscal”, dijo ayer el Presidente. Si no se puede acordar sobre los hechos, comprobable en los datos, ¿cómo consensuar un diagnóstico y un rumbo económico hacia el futuro? El resultado es un disenso irresoluble o, peor, un conflicto extremo donde unos tienen razón, los que leen los datos sin retorcerlos, y otros, no. El kirchnerismo parece estar entre estos últimos.
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