Odio para todos, todas y todes; autocrítica, jamás
En las redes sociales todos son guapos, oficialistas y opositores. Es una lluvia ácida incesante de reproches mutuos, insultos irreproducibles, groseras difamaciones, humor cáustico y fake news a granel.
Es posible que, sin redes sociales, mandatarios de las características de Donald Trump y Jair Bolsonaro no hubiesen existido, tal como los conocemos, ásperos, pendencieros y siempre listos para detonar un conflicto inútil tras otro. Lo estentóreo y crispado como ideología suprema. Cucos que en pleno siglo XXI se jactan de sus modales medievales, que permean en las sociedades que comandan. Muchos con nombres de fantasía, y todos a la distancia, copian esos malos tratos y los vuelcan en sus hediondas deposiciones virtuales. Es un odio urgente y al paso, que actúa como catarsis de broncas acumuladas.
Para los gobiernos con tendencias hegemónicas y autoritarias, las redes sociales implican un dolor de cabeza permanente. Por eso, los regímenes más totalitarios directamente restringen Internet a usos específicos o de manera total. En la virtualidad no hay un emisor concreto al que se le pueda sacar la pauta oficial o arruinarle los negocios con hostigamientos personalizados. Los tiros llegan de todos lados y rápido. Lo que antes llevaba horas o días hasta llegar a la opinión pública, hoy apenas en instantes las redes sociales instalan temas de manera amplia y corrosiva sin las formalidades y reglas de los medios tradicionales. Cuanto más filosos y agresivos, más se viralizan en eficaces hashtag que terminan armando tendencias en Twitter, también replicados por los grandes medios.
A esto es lo que el gobierno actual llama insistentemente "discursos del odio", y hay que reconocerle que acierta en parte en el diagnóstico. Pero lo que llama la atención es que lo haga con tan impostada candidez, como si solo fuese una indefensa víctima inocente y sin asumir sus cruciales aportes en la materia como gran generador y propulsor de polémicas y peleas que de inmediato pasan a ser insumos, a favor y en contra, de los "odiadores seriales" que militan infatigablemente los temas más explosivos.
Setenta años atrás, cuando nadie aún podía imaginar estas trifulcas virtuales, ya se disparaban desde el balcón de la Casa Rosada "tuits" incendiarios que se imprimieron a fuego en la memoria colectiva, como las "guaridas asquerosas" de la oligarquía (Evita) y el "5 x 1" para vengar de manera multiplicada el daño que pudieran recibir (Perón). Tradición que llega hasta nuestros días con deslenguados consentidos por el silencio del oficialismo: Dady Brieva, Luis D’Elía, Hebe de Bonafini, Leopoldo Moreau, Oscar Parrilli y tantos más (como Página|12 y su antológica tapa de ayer, en la que ligó al nazismo con la ministra porteña de Educación, Soledad Acuña).
Nada de esto, por cierto, fue parte de la "jornada nacional de debate" sobre "¿Qué hacemos con los discursos del odio?", que presidió Santiago Cafiero con otros importantes funcionarios. La palabra "odio" fue repetida hasta el cansancio. La palabra "autocrítica", jamás.
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