Nueva crisis en el oficialismo: el ocaso de la pax massista
La política y la economía sacaron del freezer a martillazos las internas que el oficialismo había intentado mantener congeladas
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Las inconsistencias que anidan en el oficialismo vuelven a emerger y obligan a revisar el armisticio que implicó la llegada de Sergio Massa a Economía. La pax massista camina hacia el ocaso. Los ciclos duran cada vez menos. La última semana, después de las tensiones a las que sindicatos y organizaciones sociales de izquierda sometieron al oficialismo, se dispararon al extremo las contradicciones internas frentetodistas.
La capacidad de disimulo, tolerancia y elongación de cada de uno de los sectores que ante el abismo posibilitaron la reunificación provisional del Frente de Todos encuentra ahora límites en la realidad. El calendario electoral solo los hace más explícitos.
Tres renuncias ministeriales concretadas en apenas 72 horas, por motivos distintos pero concurrentes, son el corolario de una sucesión de conflictos profundos, de consecuencias insondables aún.
La inexplicable –pero sobre todo inexplicada– represión policial en La Plata y el desalojo de los predios ocupados por mapuches en Villa Mascardi, junto a la detención de media docena de mujeres de esa comunidad, precipitaron un pase de facturas interno, una devolución de rencores atrasados entre albertistas, kicillofistas y camporistas a cielo abierto sin precedente.
Solo son expresiones de la reactivación de focos ígneos que habían quedado congelados y que la política y la economía sacaron del freezer a martillazos.
La multiplicidad de platitos que sostiene en el aire Sergio Massa empiezan a chocar y amenazan con caerse. La inflación que no cede y la pérdida del poder adquisitivo que se acrecienta le ponen tensión, dudas y, sobre todo, reclamos desde adentro y desde afuera del oficialismo. El ministro y su equipo lo saben. El problema es que discrepan con casi todas las recetas que les acercan y les quieren imponer sus socios de la coalición, cuando no profundizan y aceleran sus reclamos. Por ahora, las esquivan a fuerza de pases de magia coyunturales, como el dólar soja.
Los tres pasos del plan de tolerancia del cristicamporismo para la gestión Massa están entrando en la etapa de las definiciones más complicada. A la estabilización y la acumulación de reservas les seguía la adopción de medidas distributivas. Los dos primeros escalones están en la frágil etapa embrionaria, pero se acelera la demanda por el acceso al tercero. Los tiempos apremian.
Los férreos controles de precios de corte kicillofista o morenista, una mayor intervención del Estado en la economía y medidas redistribucionistas son las demandas más urgentes que desde el cristicamporismo reclaman y que Massa y su equipo resisten o postergan con argumentos técnicos, promesas políticas y gambetas cortas.
“Hasta que no se estabilicen las variables macroeconómicas y no se consolide la acumulación de reservas, no hay respuestas mágicas ni anclas posibles para los precios. Los congelamientos y los controles nunca han dado resultados”, responden desde el ala Rubinstein del comando central del Ministerio de Economía, ubicada a la izquierda (solo es una referencia espacial) del despacho de Massa. Saben, no obstante, que corren en desventaja una carrera contra el tiempo.
Así como aquella respuesta va dirigida al cristicamporismo, hay otra para el presidente Alberto Fernández, que se niega aceptar la demanda del sector que conduce la familia Kirchner en reclamo de un aumento salarial de suma fija: “Al final se va a venir un bono. No hay margen para otra cosa”, admiten muy cerca de Massa. La pirámide salarial seguirá el destino de las jubilaciones: un pico cada vez más truncado. No hay margen para mucho más, sostienen en Economía. Confían en la tolerancia a la ingesta de sapos de los dirigentes gremiales tradicionales y en el verticalismo de los rebeldes que se embanderan con el kirchnerismo.
Massa y las presiones K
Pese a todo esto, en la cúpula del Palacio de Hacienda (no en los escalones inferiores) mantienen el optimismo y relativizan planteos como el que públicamente le hicieron Cristina y Máximo Kirchner por la inflación y la falta de controles de precios eficientes. Al mismo tiempo, especialmente, procurar asordinar al más ruidoso de los cuestionamientos: el que lo acusa de haberse “arrodillado ante las cerealeras” al establecer el dólar soja, en lugar de atender otras demandas sociales y laborales.
“Máximo hizo el planteo una vez que ya se había adoptado la mejora del tipo de cambio para la liquidación de los granos. Ni antes ni durante el proceso lo empiojó. Lo dejó hacer y después les habló a sus bases para tranquilizarlas y demostrarles que no había bajado sus banderas”, dicen en el entorno de Massa para consolarse. Aunque eluden convenientemente la segunda parte del planteo del primogénito.
La supuesta tolerancia temporal del dueño de La Cámpora no esconde, sino que amplifica que, al mismo tiempo, les puso combustible a las demandas de recomposición salarial y asistencia a los sectores más pobres, que ya habían hecho estallar en las calles y en las comisiones internas la izquierda y luego Pablo Moyano. Las concesiones al “campo enemigo” tienen costo.
Ante esas presiones aparece el Fondo para la Indigencia, que el equipo de Massa elabora (más morosamente de lo que demanda el kirchnerismo duro), para paliar los efectos de la inflación en los segmentos más postergados de la sociedad, que componen la principal base de sustentación del kirchnerismo en su bastión bonaerense.
Ese nuevo aporte de emergencia está atado a los ingresos tributarios que reportó el adelanto de la liquidación de la soja. Que para algunos economistas lo recaudado sea insuficiente para afrontar la magnitud de lo necesitado solo es una parte del problema. Tanto o más preocupante es que los gastos extras consumirán ingresos que luego no se percibirán. La manta corta puede quedar todavía mucho más corta. Y no parece haber registro de eso.
Una supersequía en ciernes
La sequía severa que por tercer año consecutivo está afectando al sector agropecuario no termina en el daño ya calculado de la reducción de la producción de trigo que impactará en los precios de la harina y, consecuentemente, en la inflación.
Según estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, ya se perdió el 10% del cereal sembrado y el 34% de lo que todavía sigue en pie está en tan malas condiciones que tiene altísimo riesgo de perderse también. El 46%, en tanto, está en condiciones regulares. Sombras nada más.
Lo más grave es que los pronósticos de ausencia o escasez pronunciada de lluvias para la zona núcleo se prolongan hasta casi dos meses, lo que pone en duda las previsiones optimistas de aumento de las superficies sembradas de soja y maíz tardío (el de primera ya quedó casi hundido).
A esto, en el sector agropecuario suman la alerta por la liquidación de stock ganadero ante la falta de forraje. Las perspectivas para el precio de la carne en 2023 no son las mejores. Mucho menos para un año electoral. La promesa de la parrilla llena entró en el terreno de las utopías.
Los últimos trienios de sequías severas son los que van de 1972 a 1975 y de 1998 a 2001. La últimas dos grandes sequías anuales severas se registraron en 2008 y, muy particularmente, en 2018. Un repaso a la historia y su correlato con los acontecimientos políticos podría alterar muchos ánimos y debería poner a la política a tomar recaudos. Vale para oficialistas y opositores.
En el quinto piso del Palacio de Hacienda prefieren no mirar con mucha profundidad ese horizonte ensombrecedor e ilusionarse con que los pronósticos meteorológicos fallen y el clima sea benévolo. El dólar soja ya les demostró cuánto dependen el fisco y el Banco Central de la producción agropecuaria, aunque desconozcan todo lo que dinamiza al resto de la economía. También el Indec les ha mostrado el impacto en la inflación de una caída en la producción y el aumento de los precios internacionales.
La mirada Massa de la vida, en la que nunca falta optimismo, todavía se esperanza con empezar a mostrar un sendero descendente del índice de precios al consumidor, a pesar de que los cálculos en la materia del ahora ministro vienen fallando desde que era un observador calificado de la situación económica financiera en la presidencia de la Cámara de Diputados.
Los massistas se conformarían con un índice de apenas unas pocas décimas por debajo del 7% en este mes. Nada que se note en los bolsillos de la ciudadanía. Un producto insuficiente para sostener lo que vende la máquina de prensa y propaganda del ministro. Más aún para afrontar una campaña electoral.
Eso es lo que más preocupa y más altera la dinámica interna del Gobierno. Massa sabe que no puede aplicar la receta de su antecesor ante Cristina Kirchner y está obligado a sincerar los números, aunque no atenúa las promesas. Pero el crédito se le va achicando. Atados ambos a la misma suerte, no siempre reman en la misma dirección, pero ninguno puede bajarse del bote. Massa sigue siendo el timonel al que pusieron al mando.
Compensar las derrotas
Las derrotas simbólicas que para el cristicamporismo implicaron el desalojo de los mapuches y el encarcelamiento de las mujeres detenidas a más de 1400 kilómetros de su lugar de residencia, sumadas a la brutal represión en La Plata, solo tienden a profundizar las demandas.
Los números de crecimiento de la economía empezaron a borronearse hace ya más de un mes. La caída de la actividad industrial se correlaciona y potencia con la reducción del consumo, que se registra particularmente en los segmentos medios, medios bajos y bajos, según constatan las entidades emisoras de las tarjetas de crédito más utilizadas por ese sector de la población. No son buenas señales. Fin de año está a la vuelta de la esquina y el Mundial no tiene propiedades mágicas.
El año electoral ya empezó a impactar en el gabinete. La largamente anunciada salida de Juan Zabaleta de Desarrollo Social es la señal de largada más sonora de muchas disputas hasta acá larvadas. La decisión de recuperar o no terminar de entregar el territorio a La Cámpora explica el largo minué que rodó a la renuncia.
La demora de Máximo Kirchner en darles respuesta a los pedidos de reunión del ministro saliente para discutir su regreso a Hurlingham habla por sí sola. Una mezcla de torpeza y ansiedad mal administrada parece haber complicado al avezado intendente en uso de licencia. Mandó un telegrama de preaviso para recuperar la casa que le habían tomado. Nadie se quiso notificar, mientras a Zabaleta se le seguían apropiando de los enseres. El camporista Damián Selci y sus compañeros festejaron la renegociación del contrato de la basura y algunos otros acuerdos antes del regreso de Juanchi. Nadie pierde tiempo. No hay tiempo que perder.
El rearmado del gabinete abre más incógnitas y disputas. Ya no existen más las condiciones que definieron el loteo original y su mantenimiento con leves modificaciones de pertenencias en los sucesivos cambios. El efecto mariposa de las recientes renuncias sobre terreno sísmico tendrá consecuencias.
La pax massista se interna en el ocaso con demasiados desafíos abiertos y escasas soluciones alcanzadas.
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