La Argentina consagra la miopía de los observadores de Nodio
Nodio es una conjunción de "No Odio". De superponer esas dos palabras surge el logo y el nombre del observatorio estatal de "desinformación y violencia simbólica en medios y plataformas digitales".
La polémica iniciativa se encuadra dentro de la Ley de Medios, creadora de la Defensoría del Público. Y aquí la primera contradicción: ese organismo nada tiene que hacer en los medios digitales ni en las redes sociales.La razón está inserta en la norma que la creó. Los legisladores le dieron jurisdicción para entender en los sistemas regulados por aquella ley, es decir medios de comunicación audiovisual. Nada dice sobre injerencia alguna sobre otras plataformas. Pero el apego a la norma no parece ser un tema demasiado importante si de crear iniciativas contra los medios se trata.
Se podría iniciar el análisis por el nombre. Basta con mirar el logo para darse cuenta que la "o" de odio se posa sobre la "o" de no. Es decir, la palabra que se lee es odio, en azul fuerte. Pero sería demasiado liviano posarse en el mensaje que despliega un nombre creado, seguramente, por algún burócrata desvelado en el control de la información.
Sin dudas que el comienzo del análisis debe a la normativa ir de creación de la iniciativa. En la segunda gacetilla de Nodio, publicada para explicar lo inexplicable después de la polémica que surgió cuando se presentó en sociedad, dice que la Defensoría del Público es un organismo creado por el artículo 19 de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual bajo la órbita del Congreso Nacional para defender la libertad de expresión de todas las personas que habitan la Argentina.
Los observadores del odio, quizá, no observaron el inciso a) de ese artículo. Ni siquiera era necesario leer toda la ley, pero sí ese primer renglón. Entre las funciones, el organismo que conduce Miriam Lewin dice que tiene que "recibir y canalizar las consultas, reclamos y denuncias del público de la radio y la televisión y demás servicios regulados por la presente". Nada establece sobre otras plataformas. Esa ley no regula Internet.
Pero sin dudas, los observadores del odio no observaron la oportunidad. La Argentina pasa por un momento de enorme irritación en el debate público. Las agresiones discursivas se han convertido en la manera de comunicar o analizar la vida social. ¿Cómo se podría categorizar el desprecio del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, a los miles de argentinos que salieron a la calle el lunes? El heredero del heredero del tradicional apellido peronista puede disentir y hasta condenar la marcha, pero no debiera transitar por la negación.
Casi como una redundancia, la observación debiera ser motivacional para los observadores del odio. Como profesionales de la mirada crítica no tendrían que haber ignorado que semejante propuesta debió contener explicaciones concretas respecto de qué se observará, quiénes observarán y a quiénes. Además, deberían haber puesto sobre la mesa cómo se financiará, cuál será la estructura y cuál el proceso para batir la vara de la justicia mediática. Y sobre todo, es necesario que digan con claridad qué harán con las observaciones. ¿Será un documento o el germen de nueva regulación para amordazar? Una incógnita.
No debieron desconocer los observadores del odio que Nodio se inscribe dentro de un gobierno que ya ha empezado con varias iniciativas para criminalizar el trabajo periodístico. Algunas causas judiciales que equiparan la investigación con el espionaje, o el intento de colar en la trasnoche del Senado la llamada "cláusula Parrilli" en la ley de reforma judicial son antecedentes que no debieran ignorarse a la hora de echar a rodar un observatorio sobre la palabra pública.
Los medios de comunicación, digitales o tradicionales, tienen grandes desafíos respecto de la mentira. De hecho, durante años, lidiaron con uno inédito: cómo cubrir el Indec. El organismo fue sinónimo de engaño y manipulación. La enorme particularidad fue la consolidación de la mentira como discurso oficial.
Pero hay una enorme diferencia entre los mensajes oficiales y los de los medios. Los diarios, digitales o papel, las radios, la televisión o las publicaciones basadas en Internet rinden cuenta a diario de los contenidos que publican. Pagan la mala información con usuarios que se van, lectores que eligen otra fuente o audiencia que los apaga o los cambia de dial o de canal. Los periodistas también rinden ese examen diario y también son elegidos o no.
Las audiencias se mueven y los medios pueden o no conquistarlas. Califican el contenido sin necesidad de que el Estado les diga cuáles deberían aceptar en el menú. Los observadores del odio no quieren dejar que nadie se cocine su dieta informativa; prefieren darle de comer en la boca. La comida que ellos decidan.
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