Ni clamor ni que se vayan todos: solo resignación
El año electoral amanece teñido más por un fuerte sentido de indiferencia o de resignación social que por la indignación o la euforia. Aunque de la primera hay bastante y de la segunda, nada. Ni operativo clamor ni que se vayan todos.
Nada lo refleja mejor que lo que pasa en el oficialismo. La demanda dominante allí es que Alberto Fernández desista más temprano que tarde de su ilusión reeleccionista, mientras se procura sostenerlo hasta el fin del mandato con la sólida liquidez que ostenta.
En tanto, Cristina Kirchner no logra que termine de articularse ninguna pueblada en su defensa y todas las iniciativas de apoyo callejero tras su condena solo han quedado en el plano del boceto de los muchachos camporistas. Nadie logra empujar demasiado ni encontrar apoyo suficiente.
Dos recientes estudios de opinión pública, que auscultan en el clima social y en las motivaciones de un probable voto confirman el insuficiente nivel de aceptación suscitado por la mayoría de los precandidatos ya lanzados, de los potenciales postulantes y de los principales políticos. Al mismo tiempo, revelan el alto índice de desconfianza, desapego y descalificación que esos actores provocan.
“El veranito duró poco: el pesimismo respecto de la marcha general del país muestra un crecimiento ostensible, después de la mejora observada en la primera mitad del año. Se profundiza el deterioro en las opiniones sobre la política y, por primera vez, ningún dirigente nacional obtiene un diferencial de imagen positivo”. Así concluye el informe del estudio de humor social de febrero que realiza mensualmente la consultora Poliarquía.
Menos novedoso, en cambio, resulta que Alberto Fernández siga rompiendo récords: “La desaprobación presidencial registra el valor más alto de los últimos 20 años”, señala el informe de la empresa que dirigen Alejandro Catterberg y Eduardo Fidanza.
Con la desaprobación generalizada coincide un trabajo de las consultoras Grupo de Opinión Pública (GOP) y 3puntozero en el que aparece un dato muy singular.
La razón dominante por la que los encuestados dicen que nunca votarían a un determinado político es porque los consideran “corruptos o deshonestos”. Un anatema que parece no necesitar de comprobación empírica para descalificar a la mayoría absoluta de los políticos. Para el jurado popular el estado de sospecha rige para todos y el principio de inocencia para casi ninguno. Aunque no sea justo.
Entre los siete principales dirigentes que tienen o han tenido cargos públicos sobre los que se consultó en ese estudio, la acusación es dominante respecto de seis de ellos y pesa tanto para Cristina Kirchner como para Patricia Bullrich, Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri.
Aunque no para todos tiene el mismo peso y efecto. Para la vicepresidenta esa causa de rechazo es casi excluyente y llega al 82,9% de las motivaciones negativas para votarla. En orden por impacto de ese estigma como razón del rechazo electoral le siguen Mauricio Macri (54,6%), Sergio Massa (50,6%), Patricia Bullrich (48,9%) y Horacio Rodríguez Larreta (34,7%).
La excepción la configura, otra vez, el Presidente, para quien la motivación dominante para no volver a votarlo no es porque se lo considere principalmente corrupto (aunque esa es la segunda causa). El motivo dominante (con 39,4%) es que se lo descarta por “títere de Cristina Kirchner”. Un argumento que dejará tan descontento a uno como a la otra. Ni él se considera tal, ni ella podría asumir que lo maneja, mucho menos en los últimos dos meses, a pesar de las claudicaciones o concesiones de Fernández ante los intereses o necesidades cristinistas en materia judicial
Los índices de imagen negativa son coincidentes con la acusación, sin distinciones en materia de falta de integridad.
Para Poliarquía, ningún dirigente o candidato alcanza a tener un ratio neto positivo, mientras que según el relevamiento de las consultoras de Raúl Timerman y Shila Vilker solo Patricia Bullrich se salva (por poco) de quedar en rojo. Su imagen negativa creció en el último mes, pero también lo hizo en forma equivalente la positiva.
Pisos y techos electorales
Lo mismo ocurre con los pisos y techos electorales de la mayoría de los candidatos y referentes. La presidenta de Pro obtiene más probabilidad de voto (46,2%) hacia una candidatura suya que afirmaciones de que nunca la votarían (42,6%), aunque el neto es mejorado por quienes aún no tienen opinión formada al respecto (11,2%).
A su rival interno, Horacio Rodriguez Larreta, el promedio, en cambio, le queda en rojo, ya que la probabilidad de votarlo (42,1%) es menor que el porcentaje de quienes dicen que nunca lo votarían (53,1%), y aparece mayor definición respecto suyo, ya que solo el 4,7% dice no saber aún si lo podría llegar a elegir o no.
En condiciones similares se encuentra Mauricio Macri, con un piso casi igual que el del jefe de gobierno porteño y con un techo algo más elevado, mientras que los indefinidos casi duplican el porcentaje del alcalde.
El flamante lanzamiento de la campaña presidencial de Larreta y la centralidad recobrada desde la semana pasada abren, sin embargo, algunos interrogantes para el futuro inmediato acerca del posicionamiento de los postulantes cambiemitas. La carrera recién empieza y habrá que ver cuántos y a partir de cuándo le prestan atención a los relatos de campaña.
Además, algunos observadores señalan que esos pisos y techos electorales pueden estar signados por el cálculo de conveniencia de votantes de otros espacios que opinan con la mira puesta en la elección general y eligen los rivales de sus eventuales candidatos. En todo caso, esta última prevención vale para todos.
Milei crece y abre dudas
Entre las sorpresas, Javier Milei cuyo piso electoral se eleva hasta el 41,6%, mientras que el 48% dice que nunca lo votaría y queda un 10% indefinido. En su caso, aún resta computar el impacto que podrían tener algunas revelaciones y acusaciones conocidas en las últimas semanas contra el dirigente antisistema y su entorno, que tal vez no hagan mella en el 19% que dice que seguramente lo votaría, pero que podrían encontrar algún espacio para prosperar entre el 21% que solo manifiesta una probabilidad de apoyo. La campaña recién empieza.
Donde el terreno se vuelve a hacer más cuesta arriba es en el espacio oficialista. El trabajo de Poliarquía ofrece conclusiones y números inquietantes, al respecto.
“El contexto económico se hace cada vez más insoportable para las familias: en el 77% de los hogares tuvieron que recortar gastos, en el 40% de los hogares no alcanzan los ingresos para llegar a fin de mes y cuatro de cada diez sostienen que en su hogar hay alguien desempleado o con problemas laborales”, revela el Estado de la Opinión Pública de febrero.
La prospectiva del trabajo del equipo que conducen Fidanza y Catterberg es más que sombría para el Gobierno en función del calendario electoral en marcha: “El pesimismo en relación a la marcha general del país muestra un crecimiento ostensible. Las calificaciones negativas de la situación económica personal registran la marca más alta en 20 meses”, sostiene.
Economía y humor, en baja
En paralelo, el trabajo de GOP y 3puntozero concluye que “la gestión nacional se encuentra eclipsada y parece no tener nada para mostrar en materia de políticas públicas y las pocas acciones de gestión que con dificultad logran recordar los entrevistados son de la órbita de Sergio Massa”.
La consecuencia de ese registro, sin embargo, no parece ser beneficiosa para el ministro de Economía, en consonancia con las apreciaciones sobre la marcha del país que recabó Poliarquía. La imagen negativa de Massa volvió a subir dos puntos (llega a 62%) mientras que la positiva (31%) se mantiene igual que en el mes anterior, pero bajó tres puntos respecto de diciembre en el relevamiento de Vilker y Timerman,
El último porcentaje de inflación y los pronósticos respecto del próximo índice de precios al consumidor podrían ampliar ese ratio negativo. Más aún si se cumple el vaticinio para marzo del agudo especialista en consumo Guillermo Olivetto: “Cuando se disipen la euforia del Mundial y las expectativas de las vacaciones, entre otras burbujas de bienestar, darán las 12, como en el cuento de la Cenicienta y, entonces, la coyuntura económica impondrá la restricción como límite”, afirmó recientemente en una entrevista con Clarín.
Entre los datos que podría recordar la ciudadanía probablemente se cuente que el viceministro Gabriel Rubinstein debió postergar 8 meses un optimista augurio del equipo económico: que la inflación estaría debajo del 4% a partir de abril. La nueva meta sería, así, anunciada por el próximo Gobierno. No es lo que los aliados de Massa esperaban para encarar la campaña electoral.
A esto se suma el reciente anticipo de que el FMI flexibilizará las metas sobre acumulación de reservas pactadas el año pasado, que fue exhibido por la cartera económica como un logro. Sin embargo, la noticia solo realza la renovada modestia de las ambiciones del equipo de Massa, sin poder ocultar el incumplimiento de otra promesa. Dólares ya no hay como se esperaba y aún no se sabe con certeza la magnitud del impacto que la histórica sequía vigente tendrá para el Tesoro y el Banco Central, además de sus efectos sobre la economía real. Sombras nada más.
Así, resulta de una verosimlitud incontrastable que la imagen negativa de los principales dirigentes oficialistas sea superior al 55% y que los picos de desaprobación estén entre el 69%, para Alberto Fernández, y el 65,9% para Cristina Kirchner. Ni siquiera el siempre inflamable Daniel Scioli, que acaba de anunciar sus pretensiones electorales, se salva. Su imagen negativa roza el 60 por ciento.
“La situación política se disocia de la social. Por un lado, tanto oficialismo como oposición discuten sus internas anticipando la elección presidencial; del otro la sociedad enfrenta los problemas económicos con pocas expectativas de que la llegada de un nuevo gobierno pueda revertir el panorama”, es la lapidaria conclusión a la que llega el trabajo GOP y 3puntoszero.
Suficiente para entender que en el comienzo del año electoral la indiferencia o la resignación se impongan a la indignación o la euforia. Ni operativo clamor, ni que se vayan todos. El veranito duró muy poco, el otoño ya empezó y todavía queda mucho invierno por atravesar.
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