Nadie sabe qué hará la vicepresidenta Cristina Kirchner
El albertismo ve llegar con ignorancia y desconfianza el día después de la derrota probable y el Presidente intuye que deberá atravesar otra “semana trágica”
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Extrañamente, Martín Guzmán se convirtió en un converso del cristinismo y Aníbal Fernández recobró, por un momento al menos, la sensatez política. Pueden ser los contradictorios destellos de un gobierno que se advierte más cerca de la ruina que de la gloria. Es un instante en el que La Cámpora se encierra aún más entre su escasa militancia, el albertismo ve llegar con ignorancia y desconfianza el día después de la derrota probable y el Presidente intuye que deberá atravesar otra “semana trágica”, como algunos funcionarios llaman a los días posteriores al desastroso 12 de septiembre pasado.
El destino del país se repliega en apenas 17 días, que son los días que faltan para las elecciones generales. El después es un arcano sin luz. “Cristina sabe lo que hará, pero no lo dice”, sostiene un funcionario de alto rango. Nadie está al tanto de lo que ella urde. ¿Puede haber desabastecimiento de alimentos? “No hasta el 14 de noviembre; veremos a partir del 15″, responde un empresario que frecuenta los despachos oficiales. Cada uno juega su propio partido, sobre todo dentro de la coalición gobernante. Parece un ejército que está por recibir la orden de retirada o que intuye que el combate está perdido.
Sin embargo, no hay peor kirchnerismo que el kirchnerismo desesperado. Roberto Feletti es la mejor expresión de la impotencia oficial. De un gobierno sin plan, pero también sin coherencia. Alberto Fernández recibió a importantes empresarios y los invitó a almorzar junto con la cúpula de La Cámpora (Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro). Pocos días después fue su administración la que comenzó la campaña contra los empresarios y fueron los camporistas los que restablecieron la ominosa práctica del escrache. Escracharon en las redes sociales a empresas productoras de alimentos que supuestamente no aceptaron la política de precios máximos y de control de precios. Lo hicieron señalando los nombres de las compañías y llamaron a no comprar sus productos. Esos escraches expandieron el temor entre renombrados empresarios. “Nadie sabe quién será el siguiente”, explica otro dirigente empresario. El hábito fue inaugurado por el patriarca muerto de la familia gobernante. Néstor Kirchner estrenó su presidencia con un boicot a la firma Shell porque esta no aceptaba los precios de las naftas que le indicaba el Gobierno. Usó a un dirigente piquetero, Luís D’Elía, y a un aparente dirigente empresario, Osvaldo Cornide, para concretar el boicot físico a la empresa petrolera. Fue solo la primera vez. El fascista escrache se transformó luego en un método habitual para señalar a enemigos y adversarios, a políticos y empresarios, a líderes sociales y a periodistas.
Un destacado dirigente empresario está convencido de que este es el peor momento de la relación entre ellos y un gobierno. ¿Peor que la que hubo con Guillermo Moreno? “Peor, responde, porque Moreno era patotero y maleducado, pero al final del día negociaba”. El líder fabril recuerda que también negociaron la dupla Axel Kicillof-Augusto Costa cuando estuvo al frente de la cartera económica. Miguel Braun, que fue secretario de Comercio con Macri, no dejó de negociar nunca el nivel de los precios. El actual ministro de Producción, Matías Kulfas, y la entonces secretaria de Comercio Paula Español también conversaban permanentemente con los empresarios. ¿Y Feletti? “Feletti es como Guillermo Moreno, pero sin negociación”, responde. Feletti dice que buscó un acuerdo con los empresarios para fijar precios máximos, pero nunca permitió el margen necesario para una negociación. Buscaba una rendición, no un acuerdo.
Intendentes, camporistas y movimientos sociales se dedican ahora a controlar precios. Son una especie rara de fuerzas de choque que arremeten contra los supermercados. No saben nada de economía ni de precios. La Secretaría de Comercio tiene inspectores formados para realizar esa tarea. El miedo es un herramienta más efectiva para el cristinismo. Los supermercados controlan un porcentaje importante de la oferta de alimentos, pero llega al 35 por ciento. El 65 por ciento restante está en mercados chicos o en negocios de cercanías; a estos no los controla nadie y pueden poner los precios que quieren. El control es, además, sobre el precio final que está en las góndolas de los supermercados; los proveedores de esos grandes centros comerciales pueden seguir remarcando los precios de los productos. La política de precios se convirtió en un macaneo más que en una política. En algunos productos, la retroactividad de los precios es al mes de julio, no al 1º de octubre como informó la Secretaría de Comercio. Los empresarios no saben si tener en cuenta el mes de julio o el de octubre. Entre uno y otro mes, hubo importantes incrementos en los índices inflacionarios.
La aparición más novedosa fue la del ministro de Economía, Guzmán, quien hizo suya la política de Feletti. “No hay dos políticas distintas, sino una sola”, dijo, y encima suscribió la versión conspiranoica del camporismo: “En la Argentina hay una colisión estructural de intereses”. Se refería a los intereses del capitalismo y los “del pueblo”. El ministro que vino a poner cierta moderación en la conducción económica y que prometió hacer lo que estudió en la cátedra (renegociar las deudas soberanas de los países), termina ahora convertido al fanatismo cristinista. Empujado por la decisión de conservar el cargo, no bregó por la moderación de la coalición que lo ungió. Hizo al revés: se radicalizó él mismo junto con el ala más radicalizada del Gobierno. Guzmán fue el descubrimiento de Alberto Fernández; será también su decepción.
La eventual derrota debe tener un culpable: es la oposición. Victoria Tolosa Paz dejó de hablar –en buena hora– del sexo de los peronistas, pero se dedica a denunciar un “golpe blando” que, según ella, programan los opositores para antes del 14 de noviembre. Golpe blando es una definición relativamente nueva que refiere a procesos de desestabilización de los gobiernos con métodos no violentos. La democracia argentina soportó crisis como las hiperinflaciones de fines de los 80 y principios de los 90 o el gran colapso de 2001/2002, que hasta requirió el reemplazo del expresidente Fernando de la Rúa, que renunció provocando la crisis política e institucional más grave desde 1983. Nunca estuvo en duda el sistema democrático ni el respeto a los mecanismos previstos por la Constitución. ¿Cómo calificaríamos entonces las marchas kirchneristas durante el gobierno de Macri, que portaban la maqueta de un helicóptero en alusión a la forma en que De la Rúa se fue de la Casa de Gobierno después de renunciar? Era un clamor para que Macri renunciara y se fuera en un helicóptero. ¿Eso era un golpe blando o un golpe duro? El golpe más claro y certero contra Alberto Fernández lo dio la propia Cristina Kirchner, vicepresidenta y jefa política de la coalición gobernante, cuando escribió la carta posterior a la derrota del 12 de septiembre. Con esas pocas líneas arrebatadas le cambió el gabinete al Presidente. Golpe duro, sin duda.
Aníbal Fernández morigeró a Tolosa Paz y volvió por un instante a ser el traqueteado político que fue. “La política es así. No vivimos entre algodones”, descalificó a la candidata bonaerense. La política es así, en efecto. Cargada de ambiciones y especialmente implacable en tiempos electorales. Esa realidad la conocían bien Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Eduardo Duhalde y el propio Macri. Nunca se los escuchó hablar de conspiraciones ni de persecuciones. No carecieron de enemigos ni de conjuras ni de intrigas, pero entendieron que esas cosas forman parte de la vida que eligieron. Solo con el kirchnerismo se inauguró un período de constantes denuncias de supuestos golpismos o de actitudes destituyentes. El fracaso propio debe tener un nombre ajeno.
La fijación en la venganza es la única obsesión permanente (y coherente) del cristinismo que gobierna. Macri deberá concurrir mañana a los tribunales de Dolores para responder a una indagatoria del juez federal Martín Bava. Lo citó en un expediente por el supuesto seguimiento a familiares de las víctimas del submarino ARA San Juan. Bava es un juez en los Civil de Azul que subroga un juzgado penal en Dolores; hay pocos jueces con peores antecedentes académicos que Bava. En esa causa, ningún testigo nombró a Macri ni ninguna prueba lo señala al expresidente. Su nombre está solo escrito en las primeras líneas de la inicial denuncia. El juez entendió, a pesar de todo, que si hubo seguimiento Macri debió saberlo o debió autorizarlo. Una inferencia que contradice cada línea del Código Penal argentino. Macri pidió el apartamiento de Bava y este pasó el reclamo, como corresponde, a la Cámara Federal de Mar del Plata, su superior, para que lo acepte o lo rechace. En tales casos, los jueces suelen detener su instrucción hasta que la Cámara se expide. Bava es la excepción: mandó el pedido a la Cámara, pero él sigue actuando como juez. Urgencias electorales.
Hay un solo funcionario que no piensa en derrotas ni en victorias, sino en la venganza: es Carlos Zannini, procurador del Tesoro, jefe de los abogados del Estado. Acaba de pedir que en el marco del largo proceso judicial por el caso del Correo, propiedad de la familia Macri desde los años 90, se declare también la quiebra de Socma, la casa matriz de todas las empresas de la familia del expresidente. El caso del Correo está en la Corte Suprema para que esta decida si se resolverá en los tribunales federales o en los de la Capital. La Corte debería decidir cuanto antes sobre el tema para no permitir que exista el revanchismo en la política argentina y, sobre todo, que se use a la justicia para esos fines innobles.
Exfuncionarios de Macri recibieron la propuesta de empinados kirchneristas para que lo incriminen al expresidente a cambio de liberarlos de cualquier desventura judicial. Una exfuncionaria les contestó con una frase corta y definitiva: “Hay un problema: yo tendría que nacer de nuevo para hacer eso”. Hay también una paradoja: Macri es al parecer el autor del golpe blando contra el kirchnerismo, pero es, al mismo tiempo, quien caminará mañana por el corredor destinado a las revanchas del kirchnerismo.
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