Se unió a la agrupación tras la desaparición de dos de sus hijos; en los últimos 20 años se convirtió en una figura central del kirchnerismo
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Combativa al extremo y verborrágica por convicción, Hebe de Bonafini, una referente de los derechos humanos, se convirtió en una de las voces más enérgicas y agresivas del kirchnerismo.
A lo largo de los últimos 45 años, la dirigente de las Madres de Plaza de Mayo no ahorró esfuerzos para seleccionar enemigos. Desde los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem hasta Juan Pablo II y el cardenal Jorge Bergoglio –a pesar de que en 2016 tendió puentes para que el papa Francisco la recibiera en el Vaticano-, siempre apuntó a lo más alto a la hora de entablar polémicas y levantar el dedo acusador.
Periodistas y jueces fueron también su blanco, como quedó reflejado con la parodia de los tribunales populares contra figuras representativas de los medios de comunicación y la Justicia que impulsó durante el período kirchnerista. Ese afán por la Justicia, sin embargo, no llegó al extremo de allanarse para rendir cuentas del desvío millonario de fondos en la causa del programa Sueños Compartidos, que involucró a las Madres de Plaza de Mayo en la construcción de viviendas. Quedó en la nebulosa el manejo de $756 millones en ese emprendimiento que realizó junto a Sergio Shocklender, de quien más tarde intentó despegarse.
Su vocación por el enfrentamiento alcanzó a las propias Madres, que se dividieron a raíz de diferencias políticas e ideológicas. Así, un sector de la organización, con el liderazgo de Taty Almeida, formó la Línea Fundadora, disconforme con el modo y el estilo con los que Bonafini llevaba las riendas. Con los años, ambas vertientes acompañaron decididamente la política de derechos humanos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
Nacida el 4 de diciembre de 1928 en Ensenada, Hebe Pastor de Bonafini vivió una vida política llena de contradicciones.
Llevada por el dolor y la angustia que le habían generado las desapariciones de sus hijos Jorge Omar y Raúl Alfredo –ambos secuestrados por la dictadura militar en febrero y diciembre de 1977, en La Plata y en Berazategui, respectivamente-, Bonafini se unió a las Madres que caminaban alrededor de la Pirámide de Mayo, frente a la Casa Rosada, para exigir “la aparición con vida” de sus hijos. Su prédica la convirtió en un símbolo internacional, especialmente en países de Europa, aunque fronteras adentro de la Argentina acentuó sus tonos de agresividad y actitudes hostiles, que muchas veces empañaron sus reclamos. Los insultos con frases irreproducibles eran moneda corriente en su vocabulario.
Había cursado solo la escuela primaria y contraído matrimonio con Humberto Alfredo Bonafini, quien falleció en 1982.
Con el retorno de la democracia, la intransigencia del sector encabezado por Bonafini para colaborar con la Conadep, durante el gobierno de Alfonsín, motivó la ruptura de las Madres, por lo que varias de ellas formaron en 1986 la Línea Fundadora. Bonafini arrastró, también, diferencias con Estela de Carlotto, titular de las Abuelas de Plaza de Mayo, aunque más tarde ambas volvieron a acercarse, bajo el paraguas del kirchnerismo.
En septiembre de 2001, cuando el mundo se conmovía con el atentado a las Torres Gemelas, Bonafini reveló que ése fue para ella un momento de alegría. “No voy a ser hipócrita, no me dolió para nada. Sentí que había hombres y mujeres muy valientes, que se prepararon y donaron sus vidas para nosotros”, declaró.
Fue una firme defensora del régimen de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, hasta el punto de pedir disculpas públicamente, cuando el gobierno argentino acompañó en las Naciones Unidas, en octubre de 2020 una condena a ese país por violaciones a los derechos humanos.
Y fue también una de las más fervorosas impulsoras de la ley de medios aprobada durante el gobierno de Cristina Kirchner. En septiembre de 2010, en una arenga frente a Tribunales, convocó a “tomar el Palacio de Justicia y echar a los miembros de la Corte Suprema”.
Otra contradicción que puso en tela de juicio su visión ideologizada de la política fue su cercanía con el jefe del Ejército durante el kirchnerismo, el militar César Milani, con quien se fotografió en la portada de la revista de las Madres cuando arreciaban los cuestionamientos por las acusaciones contra el exjefe militar por la desaparición de un soldado en 1976, luego desestimadas por la Justicia.
La Iglesia fue siempre otro blanco de sus ataques. En enero de 2008, Bonafini lideró una protesta y ocupó la Catedral metropolitana. Denunció que las autoridades de la Curia les impidieron usar los baños y tuvieron que “improvisar uno detrás del altar”, lo que luego fue negado por la Iglesia. En 2007 afirmó que “Macri y Bergoglio son fascismo, la vuelta de la dictadura”.
En sus llamamientos a diferentes formas de ataque, Bonafini convocó a “quemar los campos” y la soja en 2019. También fue repudiada cuando propuso probar las pistolas Taser contra las hijas de Mauricio Macri, Antonia, que en ese momento tenía 7 años, y de María Eugenia Vidal.
Además del programa Sueños Compartidos, el gobierno kirchnerista le cedió a Bonafini una radio y le entregó subsidios para crear la Universidad Madres de Plaza de Mayo, estatizada en 2014, al hallarse asfixiada con una deuda de $238 millones. Su relación con Schoklender, a quien prácticamente había adoptado como hijo, terminó de la peor manera. Lo denunció por amenazas e intimidaciones, ante una Justicia a la que siempre combatió.
Renuente a transparentar las cuentas de los recursos confiados a su organización, Bonafini no dudó en despegarse de algunos escándalos del kirchnerismo. Fustigó, por ejemplo, con tres palabras a José López, el exsecretario de Obras Públicas durante los doce años del kirchnerismo que quiso ocultar US$9 millones en un convento. “Fue un traidor”, resumió.
Tampoco el presidente Alberto Fernández se salvó de sus críticas. En marzo de 2021 cuestionó con dureza al mandatario y al ministro de Economía, Martín Guzmán, por las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI). “Nos estuvieron engañando todo el tiempo”, dijo, al descalificarlos expresamente con nombre y apellido. También le recriminó al Presidente sus expresiones sobre la inmigración, cuando dijo que los argentinos provenían de los barcos, y le exigió otros motivos para votarlo. “Con la vacuna no alcanza”, le estampó. Y lo fustigó tras el reciente escándalo del festejo en Olivos, en medio de la pandemia, al sostener en declaraciones radiales que “todos nos quedamos solos en los cumpleaños”.
Atenta siempre a los movimientos de la oposición, en junio pasado calificó de “dictador” al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, una de las figuras que podría disputarle el poder al kirchnerismo en 2023. Hebe de Bonafini jugó, así, siempre a favor de las expresiones más duras del sector que lidera Cristina Kirchner, que se constituyó, a la postre, en el único receptor de sus lealtades.
En su última aparición pública, Bonafini pidió “hacer una pueblada para sacar a todos estos jueces de mierda”, al referirse a los ministros de la Corte Suprema de Justicia, a los que cuestionó porque “perdonan a los que quisieron matar a Cristina”. La Corte no tuvo intervención en esa causa
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