Murió Carlos Menem: los días oscuros en la cárcel dorada de Don Torcuato
Jamás una investigación por corrupción había llegado tan alto. Sentado frente al juez Jorge Urso, el 2 de junio de 2001, Carlos Menem escuchó la acusación en el caso de la venta ilegal de armas a Croacia y a Ecuador. Se negó a declarar y le dieron una noticia que recorrería el mundo: quedaba inmediatamente detenido como jefe de una asociación ilícita, algo que jamás había ocurrido con un expresidente en un proceso judicial democrático.
Estaba por empezar uno de los episodios más oscuros de su carrera. Recién casado con la ex-Miss Mundo chilena Cecilia Bolocco, Menem marchaba custodiado hacia su celda dorada en la quinta de su amigo y exfuncionario Armando Gostanian, beneficiado con la prisión domiciliaria gracias a que ya había cumplido 70 años. Durante casi seis meses, la casona de Don Torcuato se convirtió en un centro de operaciones de la política argentina, mientras el país marchaba sin pausa hacia la ruina económica.
Los móviles de televisión buscaban a diario traspasar la lona verde que protegía de la vista a quien entraba y salía de la quinta, ubicada en la ruta 202 y Panamericana. Les tocaba esperar a que saliera a hablar el vocero más activo de aquel encierro: Daniel Scioli. Solían visitarlo a diario Alberto Kohan, su hermano Eduardo Menem (con su hijo Adrián), la diputada Martha Alarcia, Paco Mayorga. Eduardo Bauzá y Carlos Corach asistían a las reuniones estratégicas. José Luis Manzano solía pasar de tanto en tanto. Por supuesto estaba siempre el dueño de casa. Más Zulemita. Y Bolocco, que se encontró de repente en un mundo sombrío.
La "cárcel" de Menem era una quinta de 6000 metros cuadrados que se construyó en terrenos comprados por Marcelo T. de Alvear y que había pertenecido a Natalio Botana, fundador del diario Crítica a principios del siglo XX. Allí, el periodista agasajó a invitados de lujo, como Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y Federico García Lorca. Era amigo del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros, que pintó en una de las casas que ocupaban el predio el mural que hoy se exhibe en el Museo de la Casa Rosada.
Menem alternaba euforia y amarguras en el encierro, según contaban sus interlocutores. No podía jugar al golf, su deporte favorito. Y le faltaba una rutina. Se levantaba tarde, leía, dormía la siesta. Recibía visitas para jugar al póquer y veía películas con amigos, como Gerardo Sofovich. Cada tanto sus seguidores lo animaban con ruidosos actos políticos en la puerta de la quinta, en los que no faltaba nunca El Tula, mítico bombisto del peronismo.
El ánimo podía variar, pero Menem no dejaba un instante de pensar en política y de soñar con su regreso, por mucho que el establishment del PJ lo diera por amortizado como líder. La crisis económica del gobierno de Fernando de la Rúa se acentuaba y algunas encuestas empezaban otra vez a registrar el nombre del expresidente preso.
A nivel judicial, su abogado Oscar Salvi seguía peleando. Estaba instalado el debate de si los integrantes de un gobierno pueden ser considerados miembros de una asociación ilícita por las decisiones que toman desde su cargo, algo que el tiempo naturalizó, pero que entonces resultaba una inmensa novedad. La Sala II de la Cámara Federal resolvió que sí, en términos generales, pero sin confirmar ni revocar el procesamiento de Menem en el caso Armas.
El 14 de octubre, cuatro meses después de la detención, la suerte de Menem empezó a cambiar otra vez. Aquel domingo, el PJ triunfó en las elecciones legislativas de medio término, lo que debilitó al extremo a De la Rúa.
"Mano oculta"
Una semana después, la Sala II planteó una cuestión de competencia entre el fuero Federal y el Penal Económico, donde el juez Julio Speroni investigaba el delito de contrabando de armas. Se hablaba en aquellos días de una "mano oculta" del gobierno, que veía a Menem como una suerte de aliado en potencia para contener el avance de un PJ dominado por Eduardo Duhalde y el club de los gobernadores, ansiosos de poder.
Finalmente, el 20 de noviembre, la Corte Suprema resolvió que no estaba probada la asociación ilícita y que era imposible el delito de falsedad ideológica en los decretos secretos que Menem empleó para vender a Panamá y Venezuela las armas que terminarían en Croacia y Ecuador. Menem y su excuñado Emir Yoma recuperaron la libertad ese día.
"Carlos tiene de su lado el poder de los hechos y es el único que tiene las ideas claras. Habló sin resentimiento ni sed de venganza. Está preocupado por la situación del país", contó aquel día Scioli. "Es el más fiel de todos", lo retribuía Menem. Se arrepentiría menos de dos años más tarde, cuando el exmotonauta saltó como vice a la fórmula de Néstor Kirchner que le cerró el paso a una tercera presidencia.
Sus incondicionales lo acompañaron a La Rioja al rato de la liberación. Lo recibió una caravana triunfal en la capital y después en Anillaco. Decidido a no desperdiciar ni un minuto, en el regreso a su tierra anunció su candidatura presidencial para 2003.
El 12 de diciembre, la Casación rechazó el pedido de Urso y del fiscal Carlos Stornelli para investigar la explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero como un acto destinado a ocultar pruebas del contrabando de armas. En paralelo, la Cámara Federal le envió toda la investigación a Speroni. La causa se desvanecía.
Al día siguiente, De la Rúa –necesitado de oxígeno– recibió a su antecesor en la Casa Rosada. No le sirvió de mucho: faltaba una semana para el estallido social. Menem posó sonriente en las fotos, acaso sin imaginar que sería la última vez que pisaría el edificio donde alcanzó la cima de su vida política. Ni Eduardo Duhalde ni Néstor y Cristina Kirchner ni Mauricio Macri lo invitarían durante sus turnos en el poder. Alberto Fernández lo tenía previsto para el 2 de julio, la fecha elegida para inaugurar su escultura en el Salón de los Bustos.
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