Misión imposible en Caracas: temor, agitación y resistencia
El Gobierno encaró una frenética negociación para proteger a los asilados venezolanos que estuvo a punto de fracasar; el giro de Macri y su difícil reencuentro con Milei
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Los días previos habían sido muy difíciles, pero el martes a la noche la tensión escaló al máximo y el temor se apoderó de los negociadores argentinos que intentaban proteger a los seis opositores venezolanos que estaban refugiados en la embajada de Caracas. Se había diluido la hipótesis más firme que habían explorado hasta entonces para salvaguardarlos de las amenazas del régimen de Nicolás Maduro y el ultimátum que les habían dado el lunes ya había consumido las primeras 24 horas. Las tratativas que venían llevando con un par de países europeos se habían terminado de evaporar porque no podían garantizar un convoy de 15 autos blindados y con extrema seguridad para trasladarlos de sede diplomática. En la Cancillería hubo desazón: “Los europeos no se jugaron. Hablan de derechos pero después no actúan en consecuencia”. Consideraban que era la opción más segura, dada la fragilidad de la situación en la embajada argentina, que hasta ayer seguía sin luz y abastecida con un grupo electrógeno, sin internet, con una mínima seguridad privada contratada por la Cancillería, y monitoreada férreamente por el gobierno de Caracas por un costado, y cercado por un acantilado por el otro. Antes de la elección del domingo pasado habían evaluado otras opciones, desde una huida clandestina (los controles eran más laxos que ahora) hasta algunos planes de salida que manejó la Cancillería, que quedaron abortados por el temor a que los vehículos diplomáticos argentinos fueran interceptados. Incluso el propio Lula Da Silva había hablado con Maduro sobre la posibilidad de poner a disposición un avión de la Fuerza Aérea brasileña para sacarlos del país, pero el presidente venezolano no aceptó.
En la noche del martes el vicecanciller Leopoldo Sahores activó el plan B: pedirle al gobierno de Brasil que además de hacerse cargo de la embajada, movimiento sobre el que ya venían conversando, también velaran por los refugiados hasta que se pudiera encontrar una solución definitiva para ellos. Si esa alternativa no prosperaba, los seis dirigentes de la líder opositora Corina Machado hubiesen quedado sin protección en las fauces del león. Fue una noche larga y complicada. Se jugaba la suerte de los refugiados y también el sentido del gobierno de Javier Milei como principal oponente internacional a Maduro. El embajador en Buenos Aires Julio Bitelli hizo consultas con Brasilia, y desde allí hablaron con Caracas para obtener garantías de que no habría amenazas para la integridad de los refugiados. El miércoles transmitieron que estaba el ok para avanzar. El compromiso consistió en aceptar que permanezcan en la embajada en forma temporal, pero diplomáticamente bajo responsabilidad argentina. De hecho la interlocución con los asilados la sigue llevando Andrés Mangiarotti, el encargado de Negocios que ayer regresó al país. Tampoco hay personal brasileño en la sede diplomática, sólo responsables de limpieza y cocina, con lo cual la situación sigue siendo de una extrema fragilidad porque la resolución de fondo aún depende sólo de la Argentina y Venezuela.
El miércoles, en medio de las tratativas, Milei compartió un mensaje que afirmaba que Lula, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador eran “cómplices” del régimen de Maduro porque se abstuvieron de votar en la OEA una resolución que buscaba condenar el fraude electoral en Venezuela. Otra vez samba. La diplomacia argentina debió moverse con rapidez para evitar que ese tuit detonara las frágiles conversaciones. “Agregó un par de horas de tensión, pero no descarriló la conversación”, minimizaron en la diplomacia de Brasil.
El viernes, cuando ya se había realizado el traspaso del control de la embajada a Brasil, otra vez se produjo una fuerte turbulencia a partir del texto de la canciller Diana Mondino que reconocía el triunfo de Edmundo González Urrutia, el socio electoral de Machado. Una declaración de guerra para Maduro; una sentencia para los refugiados. Sonaron absolutamente todas las alarmas en media hora. Brasil reaccionó inmediatamente pidiéndole a la Cancillería una aclaración porque debilitaba su rol de contención. A la Casa Rosada llegó también una advertencia muy severa directamente desde Caracas. Mondino habló con Santiago Caputo y se resolvió emitir un comunicado que relativizaba la postura y regresaba al argumento de “rechazar” el resultado electoral sin dar por ganador a quien fue embajador venezolano en la Argentina entre 1999 y 2002. Igual el impacto internacional ya se había generado porque González Urrutia emitió un mensaje de agradecimiento a Mondino. “Fue un error claramente, un apresuramiento. Diana reflejó la postura del Gobierno, pero por ahora tenemos una limitación para expresarla, que es la situación de los asilados. Debemos esperar”, dijeron cerca del presidente. Si bien la canciller acumula varios traspiés públicos, esta vez Milei no la apuntó porque lo que dijo estaba en línea con su pensamiento. “Le faltó la prudencia que la sensibilidad del momento requería”, la exculpan en su entorno.
Al mismo tiempo que la Cancillería jugaba la delicada partida de los refugiados, el futuro de Venezuela terminó de torcerse. El miércoles de las negociaciones frenéticas, se produjo la conversación que pareció definir el rumbo de la crisis. Ese día Lula habló con Joe Biden para coordinar una postura frente al resultado electoral. Sólo Brasil y Estados Unidos estaban en condiciones de ejercer algún tipo de presión para abrir un canal de resolución con Maduro. Pero las expectativas se diluyeron cuando después Lula salió con un mensaje ambiguo, en el que habló de que es “normal” que haya diferentes interpretaciones de un resultado electoral, y al mismo reclamó la difusión de las actas. Después la Casa Blanca emitió un comunicado en el que habla de que “los dos líderes coincidieron en la necesidad de que las autoridades electorales venezolanas publiquen de inmediato datos de votación completos, transparentes y detallados de los centros de votación”. Al día siguiente el secretario de Estado Antony Blinken reconoció el triunfo de González Urrutia. No hubo mucho más.
En esta secuencia quedó en claro la incomodidad que el tema Venezuela les genera a Lula y a Biden, y también la decisión estratégica de no avalar a Maduro, pero tampoco presionarlo. Un diplomático que trató estos días con Itamaraty admite que “hubo frustración con el repliegue de Brasil. Maduro está desatado y eso desorientó a Lula, que se asustó con la dureza que demostró y la inflexibilidad para dialogar cualquier alternativa. Temió un escenario más grave”. Para el presidente brasileño, al igual que para Cristina Kirchner, es altamente inconveniente quedar identificado en forma directa con un dictador que ha resuelto pasar a una fase más represiva, sobre todo después de un fraude inocultable de gran magnitud que lo sorprendió (algunos admiten que en todo caso un “pequeño fraude” hubiera sido más administrable). Lo desgasta como referente regional y al mismo tiempo lo expone en su disputa interna con Jair Bolsonaro. Es todo costo, a diferencia de lo que le ocurre a Milei, para quien la radicalización de Maduro funciona como un recordatorio de los riesgos que en el imaginario de su electorado entrañaba la continuidad del kirchnerismo. Lula sólo se mantiene cauto por la expectativa de que su moderación sirva para acciones puntuales, como la que le permitió a la Argentina negociar el caso de los refugiados. La ilusión de dejar un espacio para futuras negociaciones más profundas es hoy mínima.
“Con Biden ocurre algo similar, porque su posición está marcada por intereses cruzados. Por eso adoptó una posición a la brasileña, de cautela estratégica”, comenta Brian Winter, editor de la publicación Americas Quarterly. Y después precisa: “Las políticas duras del gobierno de Estados Unidos del pasado, como las restricciones comerciales o el reconocimiento de Juan Guaidó, no habían dado resultado. Por eso el año pasado habían decidido levantar las sanciones petroleras a cambio de un proceso electoral no fraudulento. Pero ahora se enfrentan con una situación más compleja. Por un lado, si dejan a Maduro, se agravará la crisis migratoria en la región, en un momento en el que en Estados Unidos transitamos un proceso electoral en el cual el tema de los inmigrantes ilegales figura al tope de la agenda pública. Por el otro, la Casa Blanca no quiere dejar de tener acceso a las reservas petroleras de Venezuela para que Rusia y China ejerzan allí un monopolio compartido”. Quizás por eso, a pesar de todo lo ocurrido, nadie en Washington habló en estos días de reponer las sanciones petroleras. Los directivos de Chevron, agradecidos.
La crisis de Venezuela exhibió la fractura de América latina y la imposibilidad de coordinar acciones ante casos evidentes de amenazas institucionales. La “cláusula democrática” que impregnó la constitución de los organismos regionales y que le dio densidad al proceso de transiciones posdictatoriales que se inició en los 80 quedó amenazada gravemente. Cuba fue siempre la excepción; Nicaragua, una anomalía centroamericana; Venezuela es un traspié indisimulable. Al mismo tiempo, el régimen de Maduro plantea un nuevo ejemplo de las restricciones del sistema global frente a dictaduras dispuestas a imponer su orden a punta de fusil. El principio internacional de no intervención en asuntos internos de otros estados se enfrenta así a sus propias limitaciones. La presión externa no funciona con Caracas; y sin presión externa no hay posibilidad de resquebrajamiento interno. Se avecinan tiempos más duros.
“Hola, presi”
La preocupación por Venezuela es uno de los tópicos que comparten Milei y Mauricio Macri. Fue una de las coincidencias en su larga charla del lunes en Olivos. También lo fue el rumbo económico adoptado por el gobierno libertario. Una señal importante en un momento en el que diferentes actores del mundo privado empiezan a dudar sobre la eficacia de las medidas de Luis Caputo. El más sonoro fue Paolo Rocca, quien admitió que fue “demasiado optimista” en sus previsiones, una expresión que cayó bastante mal en la Casa Rosada (“es extraño que diga eso, porque sus empresas están trabajando a pleno”, retrucan). A pesar de ello, en el entorno presidencial también reconocen que si bien “hay sectores que están creciendo, la actividad no está dando vuelta con la velocidad que nos gustaría”. El mismo diagnóstico emerge cuando se analizan los focus groups de los votantes de Milei. Allí dominan las definiciones como “en proceso”, “transición”, “ni mal ni bien”, “a veces parece que sí vamos a mejorar, y otras que no”. La sensación es que la moneda no termina de caer nunca. Reconocen la baja de la inflación pero la medida del éxito se sintetiza en una frase: “Llegar a fin de mes”. Mantienen la esperanza, pero no pueden ocultar sus dudas.
La reaparición de Macri en la escena pública conlleva un mensaje central: hay un giro sustancial en la relación con el Gobierno. “Ahora levantamos la guardia, pasamos a una fase de mayor diferenciación”, grafica uno de sus interlocutores. La conversación en Olivos fue amable, pero dejó en claro que Milei y el expresidente están en sintonías distintas y que las desconfianzas florecieron con fuerza. La idea de la reunión surgió cuando Macri estaba preparando el tono de su discurso y su equipo, en vistas del sentido crítico que había adoptado, le sugirió adelantarle al presidente su contenido. Milei agradeció el gesto y ordenó a su tropa no salir a responderle. Con obediencia camporista, no hubo reproches en redes para el nuevo-viejo líder del Pro. Pero Milei también bajó otro mensaje: “todo sigue igual”. Traducido, no va a haber respuestas para las demandas de Macri.
Una figura cercana al presidente lo explica en estos términos: “Vamos a seguir trabajando juntos en el Congreso, y si podemos formaremos un interbloque; profundizaremos los vínculos con los gobernadores como (Rogelio) Frigerio, (Ignacio) Torres, incluso con Jorge Macri, coordinaremos lo de la AGN y la bicameral de Inteligencia. Nada de lo que pasó altera los acontecimientos”. El mensaje parecería ser: “No necesitamos a Mauricio, sólo nos interesa el Pro”. Y tienen un dato para refrendar su estrategia, ya que según algunas encuestas, el Pro separado de los libertarios hoy cosecha sólo un 7% de adhesiones; el resto de sus votantes están superpuestos con los de La Libertad Avanza. Para ellos, “la fusión ya se produjo, y la hizo la gente”. La tesis Patricia Bullrich.
Por ese motivo en la Casa Rosada están pensando en una estrategia provincia por provincia, donde haya alianzas en algunos distritos (de eso habló Karina Milei con Frigerio el jueves) y “competencia acordada” en otros, por ejemplo en la ciudad de Buenos Aires. “Sería una manera de quedarnos con las tres bancas a senador. Además, ellos están midiendo 16 puntos y nosotros 34″, azuzan, mientras en el Pro leen que se están queriendo quedar con su bastión histórico. En definitiva, el enfoque es pragmático y electoral. No hay ninguna intención de atender las críticas a la gestión que hizo Macri, porque argumentan que la mayoría de los ministros y unos 200 funcionarios son de extracción Pro. “Ahora si lo que quieren es Transporte para (Guillermo) Dietrich, Vialidad para (Javier) Iguacel, la AFIP para (Leandro) Cuccioli y Justicia para (Germán) Garavano, eso no es una búsqueda de confluencia política, sino una búsqueda de poder y negocios”, sostienen cerca del Presidente.
Del otro lado, la mirada contiene similares dosis de desconfianza. Macri entiende que Santiago Caputo heredó el rol de Nicolás Posse como obstáculo de la integración. Habló con él muy fluidamente entre enero y febrero con la intención de amalgamar un frente entre los dos partidos (lo que traducido en el lenguaje libertario significaba “un segundo tiempo de Mauricio”), pero después se frustró. “Nos decían que no era conveniente en ese momento, por si las cosas iban mal y se requería una rápida reformulación y cogobierno”, recuerdan en el Pro. Mantuvieron contactos hasta hace un mes y medio, cuando cancelaron una reunión que tenían prevista producto de los mensajes críticos de ambos bandos. El expresidente está convencido de que Caputo (que el viernes a la tarde recibió con el viceministro de Justicia, Sebastián Amerio, al candidato para la Corte Manuel García-Mansilla, muestra de por dónde pasan hoy las decisiones judiciales) es quien influye sobre Milei para que tenga un doble discurso. “Me dice ´hola presi’, pero después me boludea”, se quejó varias veces. “Hay un problema de delivery, porque lo que hablan después no le cumplen”, refrenda un mandatario cercano. El mensaje de Bullrich complicó más las cosas porque directamente habló de absorción del Pro, una agresión para Macri. Dicen que Caputo le pidió dos veces que no lleve al Gobierno su interna partidaria, pero no tuvo eco.
Con Karina la tensión es menor que con Caputo. Simplemente no sintonizaron. A Macri parece haberle molestado que las pocas veces que tuvo ocasión de cruzarse con ella, estaba acompañada por otras personas, que no se preocupó en generar las condiciones para un diálogo genuino. La sensación que le quedó a él es que a ella no le interesaba profundizar. Igualmente no la criticó, sólo se lamentó. Sabe que cortar el lazo con ella es el camino que conduce al precipicio de su vínculo con Milei. Todo lo contrario ocurrió con Sandra Pettovello, quien la semana pasada se volvió a reunir con él en una oficina céntrica en la convicción de que “no hay que pelearse porque necesitamos unir esfuerzos”. Comparten un enemigo en común. La ministra también está convencida de que Caputo le hace operaciones para desfondarla y que su vertiginosa acumulación de poder afecta la dinámica del gabinete. “Son varios los funcionarios con la misma mirada, pero pocos tienen la llegada al oído de Javier como ella”, comentan en su entorno. El mensaje también llegó al oído de Karina.
Hay un clima que se volvió más denso dentro del equipo de gobierno. Las internas se profundizaron y hay ministros que están desgastados. Milei aparece alejado de estas cuestiones. Por eso en su charla del lunes Macri le dijo: “Javier, no es lo mismo delegar la gestión que desentenderse”. “Sí presi, tenés razón”, le respondió el libertario. “Te dije, me boludea”, decodificó el ingeniero. Así es difícil.
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